jueves, 28 de agosto de 2014

Excitación de biblioteca

Desde que soy una adolescente tengo la impresión de que las ideas dentro de mi cabeza son como pájaros que vuelan libres, a veces en bella armonía y a veces en un tormentoso caos. Son muchos, son complejos, y su movimiento es fértil. Soy y he sido muy consciente de mi capacidad intelectual, y durante mucho tiempo esta certeza ha sido uno de mis asideros emocionales. Las veces en que dudo de mi inteligencia, sufro. Por eso procuro no hacerlo.

La mayor estimulación y felicidad que reciben los pájaros en mi cabeza son tres: las buenas lecturas, la conversación con gente efervescente y el cine reflexivo. Me siento enamorada de la vida cuando me encuentro en una de las anteriores situaciones y tengo la impresión de que una estampida de flores y mariposas va a salir escupida de mi boca, resultado de la agitación inquieta y eufórica de las aves que llevo dentro. Me entran unas ganas de escribir el mundo entero, como si en vez de comérmelo quisiera más bien expulsarlo de dentro, como si ya lo llevara conmigo.

Pues hoy estuve en dos de esas situaciones. Para el ensayo que tenía que escribir para entregar hoy, me fui desde temprano a la biblioteca de mi alma mater, que es como una nación entera de libros acomodados a la perfección, formando pasillos y paredes, una casalaberinto entera, de conocimiento, historia, historias, información, ciencia, comunicación... Lo encuentro francamente excitante. Encontré allí dos libros que hablaban de cómo la cultura y el poder, los cambios políticos en el mundo después de la Segunda Guerra Mundial y una cantidad de información avasallante han contribuido a formar un mundo deshumanizado, inhabitable. Zygmunt Bauman, Pablo González Casanova y otros más... La cabeza me empezó a girar como un rehilete. 

Después, me topé con un compadre que era muy amigo de quienes eran muy mis amigos en la universidad, y que estudió filosofía y es un tipo interesante y las ojeras y bolsas que se le están formando abajo de los ojos prematuramente hablan de sus desvelos y de su vida que sospecho apasionada y caótica (me lo imagino entregado a los placeres nocturnos de los libros y las mujeres, sin respetar horarios ni las necesidades de su cuerpo). Él trabaja en la biblioteca universitaria, y se entregó junto conmigo a una conversación elocuente, convulsa, necesaria, sobre los cambios en la gente de nuestra generación, los cambios en el mundo, el abanderamiento de causas nimias, las estupideces que abarrotan el Facebook, la ridiculez de lo políticamente correcto y de las diferencias culturales entre la cultura estadounidense y la mexicana. 

Por último, una de las grandes delicias del día fue toparme con un libro de filosofía de la moda, vista ésta desde la semiótica y la identidad. Fa-sci-nan-te. 

Fue un día de exquisita exaltación para las criaturas aladas que en mí habitan. 

(Papá, no te vayas a creer que no sentí tu presencia en la biblioteca. Estabas en todos lados pero fue de plano obvio cuando te intuí y de pronto, al mirar arriba, me encuentro con un libro intitulado "Turismo y patrimonio cultural".)

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