Cuando lo escucho contar historias sobre los personajes
locales, que van desde borrachos hasta artistas incomprendidos; cuando dice que
se va de Guadalajara rumbo a su ciudad me doy cuenta, en su mirada y en el tono
de voz, que realmente le hace ilusión el viaje; cuando me presenta a un montón
de gente que viene de allá y en todos hay un cierto orgullo, un motivo de
identificación; cuando continuamente crea cosas relacionadas a su lugar de
origen, es cuando pienso que El Grullo debe tener algo especial, al menos
para Cheshvan Santana.
Cheshvan Santana es mi amigo desde hace ya casi cuatro años.
Lo conocí del modo más extraño. Una noche, en la universidad, después de una
muestra de cortometrajes, un grupo de gente de algunos semestres más avanzados
que yo pero que sabía que eran también de la Licenciatura en Ciencias de la
Comunicación se arremolinaba alrededor de un sujeto que tenía a todos
asombrados. Me acerqué.
En medio del grupo estaba un güey alto, gordillo, haciendo
la actuación de un tipo que de repente se empieza a convulsionar, se tira al
suelo, comienza a gritar y se agita por el piso. El espectáculo era realmente
espantoso. ¿Quién carajos era ese sujeto y por qué razón incomprensible hacía
ese show? Tenía que ser mi amigo, ese güey.
Y así fue. Se hizo tarde, yo en ésa época no tenía coche, y
como mi alma mater está ubicada lejos de la metrópolis tapatía, tuve que pedir
aventón hacia un lugar más cerca de mi casa. Precisamente me hizo el favor uno
de los que antes se arremolinaban alrededor del estrambótico actor, quien por
cierto, también iba en el carro. Me llamo Cheshvan, dijo. ¿Cómo? Nadie, jamás,
entiende su nombre a la primera.
El asunto es que eso fue hace cerca de seis años, y a la
fecha es uno de los amigos que más cómodamente se han instalado en mi corazón. Hace
videos (aunque no sólo eso). Algunos con su incomprensible sentido del humor,
pero otros, los verdaderamente impresionantes, son en su mayoría sobre su
tierra natal: El Grullo.
El Grullo es un pueblo que está al suroeste del estado de
Jalisco, cerca de Autlán, el lugar de nacimiento del famoso guitarrista Santana
(aunque ahí al parecer nadie lo quiere) y también cerca de otro pueblo llamado
El Limón, que próximamente será famoso por un documental que se grabó con
algunos personajes de esa localidad, y que será inmensamente reconocido, en
gran medida porque Cheshvan lo editó parcialmente.
He ido al Grullo más de una vez, y todas las ocasiones me
alegra llegar y me pesa irme. Se come sabroso, se duerme sabroso (aunque sea en
el piso de la casa de los padres de Cheshvan, gente con anécdotas absolutamente
inverosímiles pero ciertas. Ejemplo de esto: una vez, en El Grullo, tembló. La
madre de Cheshvan dijo: ¡está temblando! Y su padre contestó: ¿Dónde? Todo
esto, lector, es verídico), pero sobre todo, se bebe sabroso.
Los lugareños son gente exótica. Del mismo modo en que pensamos
que la gente en Turquía o en Lituania es extraña, así también son los grullenses.
Tienen algo… particular. En la mirada, en el modo en que se tiran en las
esquinas ahogados de cerveza, en el modo en que comen tortas ahogadas… en algo
que no puedo precisar.
Las charreadas (historias que son absolutamente improbables
pero tan disfrutables que deseamos que sean ciertas), por ejemplo, son parte
esencial de ellos. Pero de las charreadas sólo Cheshvan puede decir más.
Este texto, que no creo que pueda llamarse ensayo y tampoco
carta, lo hice porque, para no morir de depresión, me he propuesto escribir
todos los días. Y el día de hoy quise escribir sobre mi amigo Cheshvan Santana,
porque lo amo, y sobre El Grullo, porque me intriga hondamente su misterio, que
me atrae como imán. Yo quiero ser grullense, y quiero serlo gracias al extraño
apego que mi compa, el raro de Cheshvan, tiene hacia su pueblo.
Cheshvan, ¿qué nos puedes decir al respecto?
Busquen la respuesta de mi amigo Cheshvan en su blog: http://cheshvan.blogspot.com/