Nunca olvidaré aquella vez que íbamos aterrizando en Amsterdam y el cielo estaba limpio y brillante y hermoso. Tan pronto empezó el descenso, atravesamos una gruesa capa de nubes negras, para llegar por fin a una ciudad nostálgica y gris.
A la derecha de mi cabeza el cielo está de un azul para presumir y las nubes se regodean en su blanca pulcritud. También la lluvia es impermanente. Y la sequía.
(Detesto la idea de que cierta melancolía que siento ahora encuentre su causa en mi periodo hormonal. Estoy melancólica.)
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