domingo, 14 de noviembre de 2021

Mis hijas están enfermas

No lo encuentro por ningún lado. No encuentro un texto en el que se hable extensa y claramente, con total honestidad, sobre la experiencia de tener hijes enfermxs. Claro que no tengo mucho tiempo de buscar textos: tengo dos hijas enfermas. 

Mis hijas llevan un mes enfermas. O más. O menos. Empezó la grande, que en realidad no es grande sino pequeñita y divina, con una tos casual, aislada. Luego unos estornudos tímidos que se convirtieron en un torrente de mocos y quedarse en casa sin poder ir a la escuela. Después vino la infección estomacal que la hacía gritar y llorar de dolor. Después la hermana menor, con gripa, luego tos, luego congestión nasal, luego infección en los ojos. Volvemos a la primera, con gripa de nuevo y ahora infección en un oído. Volvemos a la segunda con unos mocos que no la dejan respirar y tos de perro. Mis hijas llevan un mes enfermas.

Me da un respiro cuando le platico a mi mamá lo agotada que me siento y ella me valida, empatiza, me comenta que qué pesado, que así hay algunos años. Pero no sé por qué no me parece suficiente. Quisiera escuchar a todas las mamás del mundo hablando de esto. Quisiera entrar a instagram y encontrar cientos de imágenes de niñes con mocos, de mamás despeinadas y ojerosas, fotos espontáneas que toma el marido de la mujer tomando café en pijama, o gritando porque se desbordó su cansancio que ya parece depresión, se desbordó su preocupación que ya parece ansiedad, se desbordó esa cosa horrible que es la rutina trastocada por la enfermedad, el llanto, la congestión, la tos que no deja dormir a nadie, ni a la enferma ni a los padres. Como decía, fotos de madres desbordadas. Fotos de los padres discutiendo, hartos no de sí sino de la situación, de la falta de sueño, del estrés. Pero en vez de eso encuentro selfies de mujeres guapas, fotos de adornos de Halloween o de Navidad, de viajes, de fiestas. Putas redes sociales. Puto resfrío, me digo a mí misma, mientras separo la mirada de la pantalla por un segundo y veo cómo mi bebé me embarra mocos, involuntariamente, en los pechos, mientras amamanta al dormir. Sólo separo la mirada de la pantalla un segundo. Estoy persiguiendo dopamina. Estoy queriendo huir de la realidad. Del hastío de estar encerrada, limpiando mocos, viendo el reloj a ver si toca la medicina, dando abrazos, soportando berrinches, limpiando traseros, lágrimas, comida. Sólo separo la mirada de la pantalla un segundo. Sólo dura un segundo la mirada en la pantalla, de todos modos, o así se siente, porque los breves instantes que la bebé pasa dormida se van como el agua. Siento que no tengo tiempo de nada pero eso es mentira y sé que es mentira porque es algo que todos dicen, decimos, y cuando lo oigo en boca de alguien más y miro a esa persona con la distancia y la perspectiva que da ser yo y no ella, me doy cuenta que es una mentira que se cuenta a sí misma para no lograr algo. Yo también me cuento esa mentira. Me la cuento cuando no hago tanto ejercicio como me gustaría. Me la cuento cuando veo el desorden apocalíptico que hay en mi casa, en la sala de mi casa y en muchos rincones de mi casa, y que causan que mi hija mayor pierda juguetes y que yo enloquezca junto con ella de rabia y frustración. Me la cuento cuando veo que las áreas verdes y las plantas están anárquicas y despeinadas y las bugambilias no están floreciendo como deben, como pueden, porque no les hemos dado las condiciones, el amor, el tiempo, la atención, la energía que requieren. Es que no tengo tiempo de nada, digo, mintiéndome a mí misma y a quien me escuche con aquella facilidad. No tengo tiempo, mentimos todos, con facilidad. 

Pero por eso me doy el tiempo de escribir este texto. Porque no tengo tiempo de buscar uno, porque tengo el tiempo de escribirlo mientras mi hija hace la siesta y porque tengo una ansiedad inmensa que necesita encontrar el alivio que me da vomitar palabras. Bueno, qué feo salió eso, aunque no me siento capaz de decir que no, no es eso lo que hago aquí, es arte esto, es expresión humana.

Mi bebé empezó a toser, en medio de su siesta. Cuando la oigo toser se dispara en mí un miedo antediluviano a perderla, un miedo a la muerte, un miedo antiguo y cavernoso a la muerte de mi bebé. 

¿Y por qué no encuentro un texto que hable de la locura de tener hijos enfermxs? ¿Por qué no encuentro en redes sociales a mamás haciendo catarsis o pidiendo ayuda? ¿Será que todo esto es mi neurosis? ¿Será que sólo necesito relajarme? ¿Que necesito terapia porque estoy procesando mi trauma de forma insana? ¿Qué es esto?

Llevo días o semanas o meses o años sin dormir bien. Todas las noches descanso un poco. Logro recuperarme. Consigo mantener la cordura. No estoy al borde de la locura o de un ataque ni físico ni psicológico. Pero estoy cansada. Cansada de sostener la tensión de una enfermedad. Siento que mis habilidades como mamá, habilidades emocionales y logísticas y físicas y mentales e intelectuales, y las de mi marido como su padre, se vuelven un puente del cual las vidas, o la salud, de nuestras hijas dependen para llegar al otro lado, para salvarse, para seguir completas, íntegras, sanas, felices, aquí, ahora, con nosotros. Y me canso de ser un puente. No quiero soportar ningún peso. Quiero ser una concha en una playa, que me bañe el vaivén de las olas de un mar y que el sol me caliente hasta que me quede dormida. Quiero ser una concha de mar tomando una siesta. No un puente en la oscuridad de la incertidumbre de la enfermedad, que escucha tos y llanto y gritos y estornudos y flemas y mocos. Que observa que no duermen bien, que pierden el apetito, que ven demasiada tele y se ponen como hipnotizadas, irritadas constantemente.

Mis hijas están enfermas y yo siento que apenas estoy sobreviviendo, sola, encerrada entre paredes y necesidades y gustos de niñas. Y escribo esto porque hay alguien más que necesita leerlo. Y porque yo necesito leerlo. Pero sobre todo porque necesito escribirlo.