domingo, 27 de diciembre de 2015

Sobre la moda, la identidad y conversaciones con mi sobrina

Ayer, durante una cena familiar, mi sobrina me preguntó que por qué tenía tatuajes y perforaciones y cosas en el cuerpo que otra gente no tiene. Me quedé callada un ratito, pensando en la respuesta misma, que en realidad ignoro y es la razón por la que me encuentro escribiendo, y también pensando en el modo de comunicarle a ella, una niña de ocho años, esa dizque razón. Al final le dije: "porque me gusta adornar mi cuerpo".

A pesar de que su propia madre, mi hermana, tiene un tatuaje de considerable dimensión, ella tiene una fascinación respecto al más grande de los míos. Es una fascinación mezcla de curiosidad y desprecio. Cada vez que lo saca a tema lo hace con desdén, y casi con frustración. Siempre "bromea" que me lo quiere quitar poniéndole salivita a uno de sus deditos y tallándolo contra mi piel pintada. "¿¡Nunca se va a quitar!?" me pregunta exasperada.

Ayer también me aclaró que le gusta más este aro que uso ahora en la nariz que el que traía antes, uno más grueso, de color plata y con una bolita que servía para cerrar la circunferencia del arete. El actual es de oro amarillo, delgadísimo y liso, sin ningún tipo de broche visible. Su preferencia radica, dijo, en que la bolita del otro, que yo conservaba dentro de las paredes de mi fosa nasal y no afuera porque me desagradaba su apariencia, la bolita asemejaba un moco. Estoy de acuerdo con ella.

No conforme con lo anterior, cerró la breve conversación con broche de oro: "ojalá que tu hija no sea así". Yo me sorprendí un montón y le pregunté, con una risa nerviosa, que por qué, y me contestó demoledoramente parca e inocente: "no sé".

Es cierto que me encanta adornar mi cuerpo. Hace algunos días concluía que son cinco los objetos hechos por el hombre que engloban mi necesidad material y me procuran gran gozo: libros, ropa, zapatos, accesorios y labiales. Cada uno a su modo, pero todos me dan cierto sentido del ser y de pertenecer. Creo que durante toda mi vida la lista ha permanecido igual, excepto quizás que antes a los labiales los sustituían las bolsas de mano.

Hace unos días creé un álbum de fotos en Facebook que muestra una foto de cada año de mi vida desde que tengo 15 años de edad. 13 fotos. En prácticamente todas hago un comentario sobre los accesorios que usaba y me gustaban en ese tiempo: calaveras, muchos collares, artesanías, colores brillantes, metales preciosos... Sólo hay tres fotos donde no llevo puesto o no son visibles los aretes o los collares o los anillos o las pulseras.

No sé qué representan para mí los accesorios. Para mí o para la humanidad. (Mientras escribo esto googleo "filosofía de la moda" y también envío un mensaje a una mujer que fue mi compañera en la maestría y que alguna vez me hizo una recomendación en el tema para que me recuerde qué libro era del que me hablaba.) Sé que a todos los museos de antropología a donde voy hay una sección destinada a la joyería de los pueblos aborígenes e indígenas. Sé que museos icónicos a nivel internacional tienen colecciones, exposiciones, curadores y expertos en el tema de la moda. Sé que es importante.

La semana pasada vi un documental llamado "Iris", que aborda la persona de Iris Apfel, una diseñadora de interiores y emblema mundial de la moda. En él fue aún más patente la relevancia que "los adornos" del cuerpo ejercen sobre la cultura y viceversa. Con esta mujer me quedó claro que el diseño de moda se alimenta de las culturas del mundo, del arte (mucho de pintura, de arquitectura y de escultura) y de la cosmogonía.

Justamente ayer estaba platicando con mi hermano y mi madre sobre los temas que me interesarían estudiar en el doctorado que algún día haré. Les contaba que me gusta la relación entre la violencia de género (la violencia contra el género femenino, para ser exactos) y la filosofía de la moda (nunca he explorado esa relación, pero intuyo que algo hay ahí) (también me llama la atención explorar qué hay en la relación entre el budismo oriental y las ciencias sociales occidentales). Y una inquietud que he tenido por años, más allá del ramo de lo intelectual, es el de la creación de joyería. Adornos, creación, color, vitalidad, dinamismo, belleza, vida.

En mi expedición a través de Internet me topo con estas reflexiones:

Un vestido, un bolso, un pantalón y hasta un collar son mucho más que lo indicado por nuestra visión. Aquellos elementos expresan ideas, sentimientos, emociones. Fueron construidos por el hombre y para el hombre; por ende su finalidad, más allá de la utilidad, siempre será la misma: el conocimiento, la virtud, la realización, la belleza… El plasmar una parte introspectiva del Ser en el mundo exterior.

La vestimenta es creada por el hombre y para el hombre, no sólo para vestir – lo cual es una necesidad básica –, sino para el placer, el goce y la elevación del alma.

(En la adolescencia) empieza a aparecer el concepto de estilo, estrechamente ligado al de identidad.

El tema de la moda lejos de ser un asunto meramente banal constituye un documento estético sociológico que da clara cuenta de las sensibilidades de una época, en particular de la voluntad de ruptura e innovación o, por otra parte, de férreo conservadurismo, quedando definido el asunto del vestir como un asunto sustancialmente político. La moda está en la calle y por lo tanto es parte constitutiva de la res pública.

Toda aquella sensación capaz de ser experimentada por el hombre, así como todo conocimiento adquirido por el mismo, ha de proyectarse directa o indirectamente en sus manifestaciones.

Ahora entiendo muchas cosas. Me queda claro que hice el álbum de fotos electrónico en un intento de comprender diacrónicamente mi proceso de formación del gusto. También comprendo que mi universo interior, tan expresivo, tan vivo, tan inquieto, necesita de modo imperioso salir a la luz, ser visto, ser admirado, ser gozado. Entiendo que cuando tengo libertad a la hora de escoger mi vestuario y la ornamenta, me siento más yo misma. 

Querida sobrinita: me pinté el pelo primero de rosa y luego de morado, me he perforado la nariz tres veces y tengo la piel marcada con dos tatuajes, porque igual que tú tengo la curiosidad despierta y siento una gran necesidad de explorar, de experimentar, de embellecerme (de acuerdo con mis estándares de belleza), de ser yo misma y rendir un tributo a ese ser y darle espacio de expresarse con holgura y libertad. Entre tu pasión por prendas y colores y texturas, y mi gusto por "cosas en el cuerpo que otra gente no tiene", hay un mundo de similitud. Y, ¿sabes qué? Espero que mi hija sea libre y expresiva como tú y como yo, pero sobre todo, como ella misma.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Algunos apuntes sobre violencia y violación sexual

Hace un par de meses vi un documental llamado "India's Daughter" ("La hija de India"), que cuenta la historia y el contexto de la brutal violación sexual a la que un grupo de hombres sometió a Jyoti Singh, y la consecuente muerte de ésta. Es un documental muy valioso y muy bien realizado, del que se pueden obtener varias observaciones, interrogantes y reflexiones. Esta pieza cinematográfica está muy enfocada en India y los valores que predominan en la actualidad: la mujer como un objeto sagrado; el hombre como una bestia de la cual no se debería esperar auto control; la mujer como una criatura doméstica y el hombre como una pública...

Hubo un fragmento del documental, sin embargo, que me llamó la atención especialmente. A Jyoti no solamente la violaron: ejercieron sobre ella violencia física que excede por mucho el maltrato corporal que los violadores utilizan para lograr la dominación sobre la víctima. Tanto así que introdujeron en su ano un pedazo de metal con el que extrajeron parte de los intestinos de la jovencita india. Y esta imagen me lleva a otra.

Desde hace un tiempo soy fiel seguidora de El Faro, un periódico salvadoreño que ha ganado varios premios por su labor y cuyos reportajes son de investigación exhaustiva y de redacción pulcra y asombrosa. Pues bien, recientemente leía una crónica suya titulada "Yo violada", en la que se intenta hacer un retrato de este tipo específico de violencia en los países centroamericanos. El texto incluye un extracto de una entrevista con un psicólogo forense salvadoreño, quien declara que lo último que ha sabido en esta materia es que pandilleros

toman a una joven, la desnudan, alguno se pone entre las piernas para violarla, otros la levantan, le agarran las piernas y, cuando la están violando, uno más le clava un puñal en la espalda, para que ella se mueva. Es una conducta totalmente sádica, bestial… no tiene nombre.

Y esto me lleva a otro documento sobre el tema. Un documental más, llamado "Brave Miss World" ("Valiente Miss Mundo"), que acompaña a Linor Abargil, una israelí que semanas antes de ganar el título de Miss Mundo en 1998 fue violada, y que desde hace unos años se ha convertido en activista en pro de los derechos de las mujeres víctimas de esta agresión sexual. En él se menciona que la "capital" de violaciones en el mundo es Sudáfrica; que estudiantes de universidades estadounidenses prestigiosas llevan a cabo acciones intimidatorias públicas en contra de sus compañeras; que en Estados Unidos uno de cada seis hombres ha sido agredido sexualmente...

Hubo en "Brave Miss World" un hecho que saltó a mi atención inmediatamente: tanto la protagonista del film como otra mujer que también fue víctima de violación a manos del mismo hombre declararon algo que va en la misma línea. La Miss Mundo cuenta que al final de todo el episodio de penetración violenta, el agresor comenzó a "volver en sí": adquirió los gestos, actitudes y tonos de voz que lo caracterizaban antes de la violación y además dijo que no podía creer que lo había vuelto a hacer. La otra mujer confesó que en su caso, cuando la agresión hubo finalizado, el hombre se soltó a llorar y a pedir disculpas.

La noche en que vi ese documental me costó trabajo conciliar el sueño. Tenía la cabeza alerta, generando un montón de interrogantes y tratando de unir puntos, de hacer hipótesis, de comprender, de hacer empatía. ¿Qué elementos se requieren para la existencia de este fenómeno, en que un ser humano obliga a otro al acto sexual a través de la violencia? ¿Hasta qué punto es cultural y hasta qué punto es una anormalidad o irregularidad de la psique? ¿Cuál es la proporción de violaciones ejercidas contra la mujer en relación a aquellas acometidas contra hombres? Y de los hombres violados en el mundo, ¿qué porcentaje sufren esta agresión en su infancia en oposición a la edad adulta? ¿Cuál es este porcentaje para las féminas? ¿Cómo varía o de qué depende la respuesta de la víctima? ¿Hasta qué grado es una respuesta condicionada culturalmente? ¿Cuáles son los índices de vergüenza que siente una víctima de violación frente a las víctimas de otro tipo de violencia, sexual o no? Desde la perspectiva del victimario, ¿qué grado de eficiencia tiene la violación sexual frente a otro tipo de maltrato o abuso, para lograr la dominación? ¿Es el deseo o el impulso sexual, en sí mismo, el problema (que sea demasiado, que esté mal orientado, que sea pobremente correspondido)? ¿Por qué, como en el caso de los pandilleros centroamericanos o de los indios causantes de la muerte de Jyoti, recurren algunos violadores a violencia "gratuita", por llamarlo de un modo simplón? ¿Qué elemento está fracturado o ausente en la mente o el entorno de los violadores que son a la vez conocidos o incluso familiares de las víctimas?

Justamente hoy hablaba con una conocida de un libro que estoy leyendo, llamado "¿Qué es la locura?", autoría de Darian Leader. Es un ensayo escrito por un psiquiatra acerca de la locura, como sucinta y claramente dice el título. Junto con otras reflexiones del autor, una de las que más se han quedado conmigo a lo largo de estos meses, es la de que la locura es una respuesta inteligente e incluso brillante a un contexto o una situación que supera la capacidad de comprensión de la mente. Si pensamos que violar sexualmente a un ser humano es una locura, ¿cuál es la demente situación cuya respuesta es esta? Y por otro lado, si la violación sexual es una epidemia mundial, ¿qué muestras de locura están surgiendo como consecuencia de este fenómeno?

Para serles sincera, no sé cuál es el eje de este texto: no sé por qué escribo estas líneas, más allá de una necesidad imperiosa que me obliga a sentarme y redactar ideas sueltas alrededor de un tema que me parece alarmante. Quizás escribo para sacar en claro mis dudas, más que para dar respuestas o hechos u opiniones, porque estoy lejos de ser una conocedora del fenómeno. Quizás lo que me corresponda sea expresar mis emociones al respecto. Y mis emociones son miedo e indignación.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Una despedida, quizás

Tengo tanto tiempo sin escribir que no sé qué decir o por dónde empezar, o con qué tono y qué palabras usar. Podría hablar del hecho de que hoy por fin terminé de leer el blog entero (me llevó más de dos meses atravesar más de siete años de redacción) y de todo lo que me encontré en él y de las reflexiones que desencadenó en mí. O también podría platicarles las cosas que han cambiado dentro de mí desde la última vez que escribí aquí.

No sé. No me decido. Pero tengo unas ganas irresistibles de escribir.

Me pregunto también hasta qué punto es esto una despedida. En los próximos meses estaré ocupada en la edición de las 147 páginas que filtré de textos de este blog y que quiero incluir en mi libro (mi criterio me dicta que algo tienen de encanto rescatable). Ya sé que había dicho que ese proceso iba a estar finalizado para el 31 de diciembre, pero fue muy ingenuo de mi parte: todos los escritos necesitan revisión y corrección (en suma: trabajo) y es en realidad esta parte la más enriquecedora para mí como escritora, y la clave para que el producto final sea valioso y memorable. Por lo tanto, la ilusión de tener mi primer libro listo para la venta para el 12 de marzo de 2016, día del tercer aniversario luctuoso de mi pa', se ha desmoronado. Pero no importa. Estará listo cuando así tenga que ser, y ese día será grande y haré una fiesta y quienes lean aquellas líneas estarán contentos de estas decisiones que estoy tomando hoy y que en aquel día futuro representarán el pasado.

Pero como decía, ese trabajo que mis textos requieren seguramente me mantendrá ocupada y distanciada de esta bitácora electrónica. Y no sólo eso: esta determinación por antologar algunos de mis textos en el formato de un libro, marca una pauta para mi trayectoria y la de este blog. La revisión de siete años de escritura me ha descubierto mis vicios, debilidades y fallos, además de mis intereses y fortalezas. Es decir, puedo reconocer mis antecedentes, pero ya los estoy superando. En otras palabras: ya crecí y ya cambié, y este blog también. Cambiará no sólo su forma (ya han sido muchos años de lo mismo) sino, especialmente, su fondo: mis textos.

Tengo que terminar. La hora me obliga. Necesito enfundarme en mi traje de baño para ir a mi clase de natación y llegar a tiempo.

Seguiré escribiendo, aunque yo ya sea otra (mejor) y mis textos también. Publicaré mi libro y se los informaré. Lo podrán leer. Y les aseguro que no encontrarán lo que han venido hallando aquí: será nuevo y los sorprenderé. Será que pronto me convertiré en madre, o que estoy madurando, pero ya no tengo prisas ni megalomanía con mi trayectoria artística: todos los días le aportaré un granito de arena, y al final de mi vida la habré edificado. Así me voy: en la certeza de que vendrá algo mejor y en la incertidumbre de todos los detalles.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Un extraño viaje en el tiempo

La semana pasada atravesé un episodio breve pero contundente de procrastinación, que estaba a punto de dejarme abúlica y depresiva, hasta que decidí sentarme a escribir sobre ello. Salieron cinco cuartillas de pura catarsis: culpa, vergüenza, anhelo, frustración, decepción en mí misma... Un circo oscuro de emociones destructivas.

Después de mi ejercicio liberador, me puse a investigar todo lo que pude acerca del auto sabotaje, la disciplina, la procrastinación y la consecución de los sueños. Como resultado de todo ello, ahora tengo delante de mí, tras mi computadora y sobre mi escritorio, una hoja con un mensaje escrito por mí y para mí que saqué del blog Wait But Why, cuyo artículo sobre cómo superar la procrastinación (en inglés) pueden visitar dando clic aquí. El mensaje dice "the Dark Playground leads only to more misery", que en español sería "el patio de recreo oscuro lleva únicamente a más miseria". El patio de recreo oscuro es el sitio a donde siempre vamos los procrastinadores cuando estamos procrastinando: ese sitio donde encuentras actividades placenteras, entretenidas, divertidas, pero sólo relativamente, pues estás ahí con culpa, ya que es tiempo que le estás quitando a lo que sabes que te comprometiste a hacer y que, de hecho, quieres hacer. Pero es como estar esclavizado a ese recreo, y por eso es oscuro: es como una adicción.

Ah, cómo disfruto hacer digresiones. ¿Será una forma de procrastinación, pero del habla? ¿Hablar de cosas que no están conectadas con lo que uno quiere decir, pero de todos modos gozar tremendamente al hablarlas? Siempre lo hago. En ensayos escritos y en presentaciones orales. Me encanta hablar de una casa y meterme a cada cuarto, pero en vez de describir lo que hay en cada rincón, hablo de los recuerdos y los símbolos y las ilusiones que cada objeto representa. Puede ser que esto sea mi perdición o la clave de mi estilo (¿cuál estilo, me pregunto yo?).

En fin, para no hacerles perder (más) su tiempo, a donde realmente me dirigía era a que a partir de las investigaciones que hice sobre cómo sobreponerme a la procrastinación y recuperar el control de la vida propia, decidí que por fin iba a comenzar el proyecto de hacer un libro digital con los mejores textos de este (sí, este mero) blog que llevo desde hace siete años. El resultado: para diciembre 31 de este año voy a tener todos los textos escogidos y editados (en caso de necesitarse) (a quién estoy engañando, por supuesto que va a necesitarse) (aunque para ser honesta no lo sé, quizá decida, como testimonio histórico, dejar mis textos con su mediocre encanto), y para el 12 de marzo del 2016, día en que mi querido papá cumple tres años de haberse vuelto polvo de estrellas y presencia constante, y como modo de tributo, voy a liberar el libro en Internet. Eso nos deja a mi diseñador (que también es mi hermano) y a mí dos meses para escoger título y portada, y a él para hacer el diseño editorial.

Así pues, hoy empecé con mis cuarenta y cinco minutos diarios para la labor: fui a la columna de la derecha, busqué el año 2008, el mes de junio y empecé a leer. Qué barbaro. Qué mal escribía entonces. No tengo la menor idea de cómo es que tenía lectores, y más sorprendente aún, no tengo idea de cómo es que en aquel entonces tenía más comentarios que en la actualidad. Me hace gracia y me da ternura ver que yo era bastante pretenciosa y que me creía poeta. Por otro lado, me da tristeza leer cómo era de triste e insegura, y cómo buscaba aprobación con desesperación (verso sin esfuerzo: a lo mejor sigo escribiendo bien mal hasta la fecha).

Leer mis cuitas de otrora fue como subirme a un turibús cuya ruta es interna. Paradas en distintos puntos de mi corazón y de mi historia personal. Es muy raro, en realidad. Es como revivir las cosas, pero no tanto. Pues sí, volviendo a la analogía con el turibús, es tal cual visitarlas. Las veo con distancia, desde fuera, pero a fin de cuentas las veo, reconozco los personajes, la arquitectura, las intenciones, los planes, los errores. Estoy ahí pero ya no en primera persona. Soy una especie de tercera persona íntima. En fin, no estoy más que balbuceando.

Los comentarios que me hacían también son tremendo re-descubrimiento. Me acuerdo de las personas que me procuraban, me sorprendo de que me dijeran talentosa, sonrío cuando percibo su cariño, me extraño con los comentarios de algunos anónimos que ahora, tras los años, no tengo la menor idea de quiénes eran.

Pero el viaje (y su extrañeza) no se limitan a este ejercicio. Últimamente me he vuelto a sentir insegura e incómoda con mi cuerpo, como en aquellos años. Por equis o ye, no he ido a depilarme y el vello está poblando mi anatomía y automáticamente regreso a los años en que andaba por la vida con bigote y cubierta de axilas y piernas por pudor. Me están saliendo, además de los vellos, espinillas y caspa (lo que me impide usar gel y le da a mi cabello una apariencia muy desaliñada, como Mafalda cuando recién se levanta de la cama). Estoy engordando y no sé qué ponerme. Apareció, después de más de veinte años de ausencia, un fenómeno detrás de mis orejas que me martirizaba en la infancia: una especie de costras, como resequedad, cuyo alivio nos costó a mi mamá y a mí años, dinero y una procesión con distintos médicos que nomás no hallaban la respuesta, hasta que uno tuvo éxito. De hecho, en este blog, en este texto, hablo de esa vivencia, que también experimenté en los pies, simultáneamente. Me siento como una abuelita. Bueno, no exactamente. Simplemente estoy incómoda. Me siento poco atractiva, como una señora a la que la vida rebasó y ya no pudo o quiso ocuparse de sí misma, de su salud y su belleza.



Parecerá una tontada, pero es realmente terrible para mí. Claro que todo es temporal y pasajero, tiene solución y es cuestión de mantenimiento, pero por ahora me siento como abandonada, con pena de salir a la calle o de que mi esposo me vea. Me recuerdo a mi versión adolescente, y entonces es loquísimo estar atravesando los síntomas físicos y además hacer una re-lectura del diario de aquella época. No soy la misma, ciertamente. Pero hasta cierto punto la viajera se fusiona con el destino.

Bueno, caray, este ha sido un texto larguísimo y ya ni sé de lo que se trató ni lo que quería decir ni cómo terminarlo ni qué dirección darle. Un texto extraño, igual que el viaje en el tiempo.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Carta abierta a Cinépolis

Estimados lectores y trabajadores de Cinépolis, quien esto escribe es una fiel usuaria de sus instalaciones y una leal cliente. Siempre que puedo recomiendo la asistencia a sus salas por encima de las de la competencia, a la que burlonamente llamo Cinerancho, por la deficiencia en el trato al cliente, las instalaciones, la limpieza, las políticas empresariales, la infraestructura y, por englobarlo en una palabra, la administración improvisada y tercermundista que caracteriza a otras cadenas de cines (no me refiero aquí a las salas independientes o universitarias).

Admiro la inteligencia con que han crecido la empresa, con la que se comunican con el cliente y con la que lo seducen. En pocas palabras, respeto ampliamente su dirección y gerencia.

Sin embargo, la razón por la que soy una gran seguidora suya es porque soy una cinéfila apasionada. Me encantan las historias y por lo tanto me enamora el séptimo arte. Y hay algo al respecto en lo que están fallando. Tanto así que ya llegué al límite.

Desgraciadamente ir a sus instalaciones se ha vuelto cada vez menos placentero por una razón primordial: los celulares. Es verdaderamente insólito el descaro con el que los asistentes hacen uso de sus móviles durante la función para consultar su whatsapp, responder mensajes e incluso (¡vaya ironía para la imagen en movimiento!) revisar sus fotografías. También, cómo no, la timbradera constante, por aquí y por allá, con tonos de Alejandro Fernández, Timbiriche y Bach. Y, por supuesto, los cínicos que contestan (los hay sucintos y elocuentes, discretos y gritones), o los enfadosos que dejan el aparato timbrar, o los que reciben no una sino varias llamadas, o a quienes el teléfono les alerta incesantemente que tienen 1, 2, 3, 4 mensajes nuevos en whatsapp.

¡Basta!

Su empresa es de entretenimiento, eso está claro, pero también viven de una expresión artística que requiere de ciertas condiciones para su disfrute. El entretenimiento no está en creer que uno está en la sala de su casa para quitarse los zapatos y ponerle pausa y charlar con el amigo. La gracia del cine reside en gran medida en que es un recinto aislado, sagrado, oscuro y silencioso en que uno abandona la vida de allá afuera para sumergirse en una historia que no es la propia. Pero es un hecho que esto yo no se los tengo que explicar a ustedes. Lo saben. Pero gran parte de su público no lo sabe. Y no hay que darle por su lado, porque son los que pagan las cuentas: eso sería un suicidio a largo plazo, una decisión decadente e indigna para el giro de la empresa. No: hay que formar al público.

Sé que en el Festival de Cine de Morelia corren a gente de sus salas cuando hacen uso indebido de sus teléfonos celulares. Pues bien, traten a todos sus clientes como si fuéramos de la misma calidad y precisáramos la misma rigurosidad que los del renombrado festival, porque lo somos y la precisamos. Cada película es preciada, y cada pantalla móvil encendida y cada timbre son una mentada de madre, dentro o fuera de un festival.

Esta semana he ido tres veces a uno de sus cines (el único en la ciudad donde vivo), dos de ellas al ciclo de cine francés. Y cada vez es lo mismo. Y ya estuvo bueno. Les agradezco todo lo que hacen bien y los halago por ello, pero como fiel clienta permítanme hacerles una crítica constructiva y decirles que esto está muy mal y debe cambiar. Ustedes viven del trabajo de artistas y nosotros pagamos por ver el resultado de esos esfuerzos creativos: demuestren un poquito más de respeto por ambas partes, por favor.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Los ombligos

Los ombligos son la prueba y la confirmación de que todos tenemos madre. Son el pequeño trozo de cuerpo que da fe de que algún día nuestro hogar fue un cuerpo humano y de que conseguir alimento no era la lucha por obtener un pedazo de algo para meternos en la boca.

Los ombligos son vínculo, el único recordatorio de que no siempre estuvimos solos. El ombligo es una articulación entre nuestra individualidad y el resto de la humanidad, la historia y la concatenación de todo y todos.

Los ombligos son una cicatriz que siempre será herida abierta.

sábado, 29 de agosto de 2015

Carta abierta a Óscar Chávez

Querido Óscar, le escribo esta carta sentada en una butaca del Auditorio Nacional, en el intermedio de su décimo octavo concierto en este recinto. Déjeme decirle que me la pasé llorando (casi) toda la primera mitad de su concierto. Y eso, gentil señor, es un halago.

Lloré, primero, porque sus canciones son un recordatorio inmediato de mi infancia, de los viajes que hacíamos en carretera en familia escuchando sus discos, y, sobre todo, un recordatorio de mi papá, que ya no está con nosotros, y que sin embargo estuvo aquí sentado a nuestro lado escuchando junto con mi hermano, mi madre y yo las melodías suyas y que usted interpreta con una voz que, hechizo milagroso, no envejece. Lloré porque me llevó de vuelta a los brazos y la calidez de mi padre y porque nos lo trajo de vuelta al mundo de los medio vivos.

Lloré porque yo también preferiría morir que vender mi patria, y como una joven mujer que trata de abrirse un espacio en este mundo competido e inclemente, sufro de una desesperanza terrible, inexplicable. ¿Cómo explicar con palabras la desolación de secuestros, asesinatos y desapariciones que quedan sepultados en la injusticia y el olvido, así sin más? ¿Cómo hablar de que no hay trabajos o sueldos dignos? ¿Cómo confesar que no hay para vivir con dignidad?

Y lloré, por último, porque "el que no sabe de amores no sabe lo que es el martirio". Soy una mujer casada, y sé de amores y sé de martirio y sé, como decía Gibrán Jalil Gibrán, que el amor es brillo y es terremoto. Y le agradezco porque es sobrecogedor que una sola canción contenga las grandes alturas y las terribles honduras del corazón. A través de la música y del sentimiento pude dialogar con alguien que entiende de la iluminación y la penumbra a través de las cuales nos lleva el amor.

Gracias, Óscar, porque sin saberlo formó y sigue formando una parte vital en la anatomía de mi felicidad y de mi identidad, y de muchos otros como yo.

sábado, 22 de agosto de 2015

Un sueño horrendo

Soñé que me condenaban a muerte. En el sueño, yo vivía en un pueblo pequeñito, como los de Juan Rulfo o Gabriel García Márquez. Y era directora de un museo hermoso, con puertas deslizables de cristal con sensor de movimiento. El día que me iban a matar, un amigo mío (en el sueño, no en la vida real) y empleado del museo imprimió una hoja de papel que decía algo así como "Hoy no se va a abrir el museo por cuestiones extraordinarias" y la pegó en una de las puertas de vidrio, afeándola y de algún modo comenzando a matarme ya desde entonces.

Al parecer algunas gentes poderosas del pueblo decidían matarme porque mi tío Alfredo estaba muriendo y alguien más tenía que morir para pagar sus deudas. Y me elegían a mí. En el sueño, mi tío vivía en un edificio de departamentos pequeñitos y el suyo estaba sucio, desordenado y maloliente. Casi parecía abandonado. Era una escena desoladora, ver que mi tío había estado viviendo en esas circunstancias. Me exprimía el corazón una culpa y una pena terribles.

Era un día soleado en aquel pueblo, y dos personas muy cercanas a mí se dieron a la tarea de conducirme hacia el sitio donde habrían de quitarme la vida. Él iba al volante y ella de copilota. Eran pareja. Atrás, en el asiento junto conmigo viajaba mi hijastro, que estaba interesado en mi Walkman y me preguntaba que si se lo podía heredar y me pedía que le explicara cómo usarlo. Él era el único asomo de calma que me venía. De ahí en fuera estaba sumida en una angustia y una desesperación inexplicables. Me tomaba la muñeca izquierda con la mano derecha y recargaba el dorso de la mano derecha (que se aferraba a la izquierda) sobre mi frente. Y lloraba desconsoladamente. Atragantándome. Como una niña. Y al frente del coche, el paisaje era de unas montañas verdísimas, un panorama verdaderamente hermoso. Como el de la autopista de Tepic a Guadalajara. Y yo pensaba con insistencia que qué frustración, que no me quería morir, que yo quería seguir viva, viendo las montañas, siendo directora del museo, siendo madrastra. Recuerdo que en el sueño me causaba un pesar muy grande pensar el dolor que todo aquello le traería a mi madre. Y pensaba en ella, en las ganas de no morirme para poder verla y abrazarla y olerla, en las ganas de volver a la infancia para que ella me pudiera proteger y las cosas fueran tan sencillas.

Y al despertar, me traje arrastrando la angustia y la desesperación de estar irremediablemente condenada a muerte. Siento el pecho oprimido y en la garganta tengo atorado un llanto necesario. ¡Yo no me quiero morir! ¡Yo quiero vivir! ¡Quiero vivir!

sábado, 15 de agosto de 2015

Un día retorcido

Ayer fue un día bastante extraordinario. Lo primero que puedo decir al respecto es que por primera vez en mi vida experimenté lo que dan en llamar "un día de spa". Dice mi marido que soy una víctima del marketing y seguramente es cierto. Me dieron una tarjeta de cliente frecuente con la que me gané un 50% de descuento en todos los servicios que quisiera hacerme en un día a cambio de ir al spa cuatro veces en un periodo de tres meses. Hice las cuatro visitas para resolver diferentes necesidades de belleza y por fin se llegó la posibilidad de hacerme lo que fuera a mitad de precio.Escogí varias cosas por las que normalmente no pagaría, con el pretexto de regalarme una jornada de chiqueos. Ciertamente, fue una sesión de lujo. Y ahí estuvo el problema.

Después de un rato de de procurarme un trato de súper estrella empecé a sentir, primero, arrepentimiento. "Esto duele", "esto no se siente tan rico como pensaba", "la neta esto no lo necesito", "me hubiera gastado el dinero en otra cosa". Después, llegó la ansiedad. "Tengo demasiadas horas aquí metida", "debería estar trabajando", "estoy perdiendo el sentido de la realidad", "estoy como atrapada en una burbuja". Prácticamente salí huyendo del lugar. Sentía desesperadamente la necesidad de reconectar con el mundo exterior. De volver a la realidad. De sentirme de carne y hueso y no ideal. Quería ver el sueño que es la vida y cuya protagonista no soy yo. Qué efímero y vano ejercicio el de ir a "embellecerse" y dejar pasar irrecuperables horas en algo tan insustancial y superficial.

Por la noche fuimos mi esposo y yo a ver la película llamada "El año más violento"o "A most violent year", en su idioma original. En medio de la película, en una escena en la que aparece un personaje de raza negra, grita una voz masculina desde la última fila de la sala "¡Pinche negro, tienes mierda en la cabeza!". Nosotros estábamos sentados en la penúltima hilera de asientos, así que con facilidad pude girarme y darme cuenta de que era un muchacho que estaba sentado solo en la esquina, en el asiento más remoto desde la puerta de entrada. Inmediatamente sentí miedo. El enojo de tener a alguien gritando en el medio de una proyección cinematográfica cedió al terror de que ese alguien estuviera solo y además su mensaje era de contenido violento. Continuó una y otra vez. Mi compañero y yo decidimos movernos a unos asiento varios metros más adelante, y mientras tanto el tipo seguía en lo suyo. Decidí que sería prudente ir a avisar de aquel comportamiento tan extraño, y al poco tiempo de que regresé y me senté en mi nuevo asiento, ingresó a la sala el guardia de seguridad, con una seguridad que me convenció de que era bueno en su trabajo, subió todas las escaleras y llegó hasta el chico, lo obligó a bajar con él hasta la puerta y entonces escuché que el joven le pedía permiso para terminar de ver la película. No pude escuchar más de la conversación, pero de pronto veo que regresa, con ese caminar suyo que pude ver cuando iba bajando y que era como de un matón flaco que va por la vida tambaleándose, se me queda mirando fijamente mientras remonta hasta su lugar y finalmente se vuelve a sentar donde el guardia de seguridad lo encontró. Entonces me empezó a latir el corazón como si quisiera abrir un hoyo en mi pecho y largarse del cine. Decidí que debíamos irnos y además quejarnos de la situación (por segunda vez, aunque ahora en realidad la queja era del error del guardia de seguridad en el tratamiento del problema). Nos dieron entradas para regresar cualquier día a cualquier hora a cualquier película, pero la noche ya había sido trastornada.

Y como si fuera poco, llegué a casa a terminar de leer un libro que empecé hace un par de días y que fue un obsequio que un amigo me hizo hace varios años: Estrella distante, de Roberto Bolaño. Desde que lo "empecé" a leer tuve la sensación de que ya conocía la historia, pero lo adjudiqué a que, efectivamente, hace un par de años comencé a leer las primeras páginas y después lo abandoné. Pero esa sensación de déjà vu no me soltaba. Y anoche, en la parte más tensa y más desoladora de la historia, de pronto caí en plena cuenta de que aquella vez que leí las primeras páginas hace un par de años, en realidad no lo había abandonado. Lo leí completo. Y me sentí pasmada de que lo había olvidado lo suficiente para no recordar que ya conocía la historia sino hasta el final, y de que había olvidado el hecho mismo de ya haber recorrido los recovecos de esa narración. Así que en las últimas hojas, igual que el narrador, me sentí inmersa en un sinsentido inenarrable. Igual que el personaje de Bolaño deambulaba por las calles de Cataluña, así también me sentí yo, como divagando por las avenidas de mi mente, sin saber bien dónde estaba o de dónde venía, en todo caso. Sentí mucho miedo y sentí mucha tristeza. Aunque eran un miedo y una tristeza muy distintos de los que sentí en el cine, que eran inquietos y alarmados. Los que sentí frente al papel impreso eran más bien resignados, recogidos. Y así, me dormí pensando en las cosas que no son posibles.

martes, 11 de agosto de 2015

Sobrevivir al (puto) calor

El calor en Puerto Vallarta es causa de erupciones iracundas. Es fuente de mentadas de madre. Es origen de presión sanguínea baja. Es germen y consecuencia de la estupidez humana (o por lo menos de lentitud mental) (consecuencia porque antes no era tan caliente: el ser humano ha incrementado la temperatura). Es el principio de gotas de sudor en la cara; de ríos de transpiración que bajan por los costados, empezando en las axilas; ríos de transpiración que bajan por las piernas, empezando en las nalgas o el sexo; ríos de transpiración que bajan por entre los pechos, empezando quién sabe dónde. Es razón para pereza y justificación para el encierro. Neta: chinga tu madre, calor.

He visto gente que carga con una pequeña toallita y se limpian, una y otra vez, el sudor de la cara. Yo, que he batallado con acné, uso el dorso de los dedos índice y corazón para limpiar la parte superior e inferior de mis labios, y cuando me siento más desesperada o valiente, de plano uso la palma de ambas manos para recorrer mi frente y mi nariz y dejar de sentir que estoy corriendo un maratón sentada sobre la silla. Voy a considerar conseguirme una de esas toallitas, la ventaja es que como no uso maquillaje, no hay problema de despintarme. La única bronca es que se me cae la crema humectante. ¿Pero quién necesita más humectación con tanta pinche humedad?

lunes, 10 de agosto de 2015

Pies

Los pies son un tema raro, ¿no? En conversaciones, en textos, en películas... De algún modo los pies están marginados. Mientras que hay algunas personas que consideran a los pies femeninos como un talismán sexual, mucha gente los piensa feos. Como deformes.


Una vez hace muchos años (siete, para ser exactos), en un pueblo perdido de Jalisco, estaba sentada al borde de un río con mi acompañante, un hombre que me atraía y a quien yo atraía. Desnudé el extremo inferior de mi anatomía para poder introducir un pedazo de mi cuerpo en el agua, limpia y fresca, y sentir menos aquel calor de mayo. Estábamos en un silencio bucólico, como de película intimista europea, cuando de pronto él dice: "tus pies". Acto seguido, yo los miro con atención, los sumerjo en el continuo flujo del río, muevo los dedos, los dejo quietos, y respondo: "están bonitos, ¿no?". Y él rompió todo el encanto de la escena con un "pues...". Luego me explicó con detalle que los pies, en general, todos ellos, le parecían feos. A un paso de ser asquerosos. Un trozo monstruoso del cuerpo humano. Creo que ese fue el momento en que empezó la decadencia de aquella breve aventurilla entre nosotros dos. Me incomodó en proporciones industriales estar mostrando (y tener inexorablemente adjunta al resto de mi cuerpo) una porción de mi físico que resultara tan abiertamente desagradable.

De niña tenía muchos problemas con mis pies (bueno, la verdad no sé si eran muchos, pero eran significativos). Recuerdo que de muy pequeña, digamos a los cinco años, tenía un algo en la planta de los pies que hacía que se resecasen. Me acuerdo que probamos muchos remedios, pero sólo uno dio resultado, al cabo de varios años (¿serían años, o meses?) de buscar alivio. Mi mamá inmediatamente catalogó de milagroso al médico que dio con la cura (exagero). Y no sé si ese sería el origen de un complejo que me acompañó muchos años, sobre todo en la primaria, la secundaria y la prepa. Puede ser que incluso durante la universidad. O sea: casi siempre. Me rehusaba a mostrar mis pies. No usaba sandalias por nada del mundo. Me avergonzaban muchísimo. Siempre traía calcetas y tenis. En parte por mi complejo de niña masculina y en parte, probablemente, por aquel problema en la temprana infancia.



Esta es una foto de aquella época y de hecho es la segunda vez que hace aparición en este blog.

Ahora, sin embargo, me encuentro de lo más cómoda con mis extremidades inferiores. Es más, me parecen bellos. Pues es que en realidad ya me parecían bonitos desde aquella anécdota que les cuento en el río, sólo que en aquel entonces me dejé convencer de lo contrario, y ahora soy muy descarada en mi amor por mis pies. Incluso, mi amor tiene que ir en contra de comentarios de podólogos, familiares y marido. ¿Por qué? Porque me hacen burla de que la uña del dedo meñique de ambos pies está "muy grande". Yo encuentro ese juicio absurdo. Me parece que tiene el tamaño perfecto, que está en perfecta armonía con el resto de uñas y el resto de dedos y que en realidad el fenómeno aberrante es el de tener la uña meñique inauditamente pequeña o desfigurada o prácticamente inexistente. A continuación, una foto de mi pie izquierdo, tomada hace más o menos tres o cuatro años, con las uñas recién pintadas y los dedos manchados de la pintura, como si fuera una artista experimental que pinta con los pies. Les pondría una del día de hoy, pero el rosa que traigo en las uñas está comenzando a descarapelarse y se ve feo. Además, no hay ninguna diferencia. No han cambiado. 


miércoles, 5 de agosto de 2015

El paso del tiempo II

Creo que detrás del asombro que me causa el paso del tiempo o de mi obstinación en no comprenderlo, está el terror de que en realidad lo comprendo muy bien. Me causa pavor darme cuenta de cuánto he cambiado con el transcurrir de los meses y de los años. Me atemora bastante verme convertida en alguien diferente, y no reconocer a las Saras que me antecedieron, o, si me posiciono desde la óptica de una Sara del pasado, desconocer a la que soy ahora. A veces quisiera reprocharle a la Sara de hace cinco años que haya permitido que eso pasara. Y a veces la Sara de hace diez años me interroga, juzgándome, respecto a mi vida y mis decisiones. ¿Cómo ha pasado esto?

Quizás lo que subyace es el deseo de control. No puedo controlar todos los cambios que se suceden en mí, física o mentalmente. También me causa cierta irritación que al recordar algunos episodios en particular, o ciertos rasgos que me caracterizaban en el pasado, siento vergüenza. Me desagrada bastante toparme con un recuerdo en el que me siento inferior, derrotada, incapaz, aislada. Llevo varias horas recordando un suceso en mi historia personal, y en él estoy atemorizada, insegura, complaciente y frustrada. Y el día de hoy, a la distancia, observo el recuerdo como si fuera un árbol en particular en medio de la selva que es mi memoria. No sé por qué, hoy me he detenido en contemplar a éste en especial (bueno, sí sé por qué, pero no es importante). Y pareciera que lo que siento es vértigo entre el espacio que hay entre ese árbolrecuerdo y mi realidad actual.

Ya no soy esa Sara. ¿Cuán inaudita es esa declaración? ¡Y lo tremendo de esto es que la gente que conoció a aquella persona puede dar testimonio de que ha desaparecido, de que se ha transfigurado en este nuevo sujeto! "Estás irreconocible", dice alguna gente cuando uno se cambia el look o los gestos y los modos. Pero me pregunto: ¿es un reconocimiento, lo que opera? ¿O es un re-conocimiento? No se puede reconocer porque ya es otro, y requiere ser conocido de nueva cuenta, como si fuera la primera vez.

Aunque quizás no sea enteramente así. Quizás haya rasgos que se mantengan y que permitan traer a los conocidos en un viaje en el tiempo entre aquella persona del pasado y ésta del presente. Como si fueran un puente: me conociste hace quince años, y el ruido de mi risa o los movimientos de mis manos te permitirán recorrer esos tres lustros hasta el día de hoy, en que ya no soy la misma.

A veces también me causa estupor la idea de que el ser humano es un ente que está en constante cambio. En todos los sentidos. El pelo, la piel, los órganos, los gustos, los conocimientos, las reacciones. Somos de plastilina. ¿Qué es lo que nos moldea? ¿Y cómo es que nuestra alma, nuestro espíritu, es también de plastilina? A fin de cuentas la primera definición que ofrece la Real Academia Española de la Lengua para "reconocer" es: "examinar con cuidado algo o a alguien para enterarse de su identidad, naturaleza y circunstancias". Supongo que eso es lo que me ha pasado hoy. Debido a que yo estoy conmigo todo el tiempo, estoy enterada de y acostumbrada a las transformaciones que he vivido. Pero hoy me topé, en una calle en mi cabeza, a una vieja conocida que no se había enterado de todas las modificaciones y se sorprendió al reconocerme. Y del mismo modo, el día de hoy, la Sara que soy en la actualidad, siente aprehensión porque sabe que no sabe quién seré; sabe que tendrá que reconocerme en unos años; sabe que morirá.

jueves, 30 de julio de 2015

El paso del tiempo o Un año más

Ya les he contado, en este mismo blog, que uno de mis mayores temores es enfermar de la cabeza. Volverme loca o sufrir una enfermedad que deteriore mis capacidades mentales. A veces este miedo se apersona en días insospechados, se pone de pie frente a mí y me mira directo a los ojos, con una mirada incómoda e intimidante. Por ejemplo, cuando me cuentan algo en lo que yo estuve involucrada y no puedo recordarlo. En absoluto. Como si fuera una mentira. Como si estuvieran errando la interlocutora. (A veces sí pasa esto: la gente me dice: ¿recuerdas tal cosa? y en realidad no lo vivieron conmigo, sino con alguien más, y es un alivio que eventualmente reconozcan que son ellos quienes están en un error y no soy yo quien está un paso más cerca del Alzheimer.) Otras veces yo juro que algo sucedió de cierto modo: que pronuncié una palabra determinada y no otra; que hice esto y no aquello; que vestí aquel vestido y no ese... Y la retroalimentación que recibo contradice mi creencia.

Y todo esto lo traigo a colación porque juro (JURO) que el año pasado escribí una entrada en esta bitácora acerca de comprometerme a escribir todos los días durante un año (y ahora no la encuentro). Lo hice porque me daba terror llegar a cierta edad (los 30, digamos, que es un cambio de década) y tener la ominosa sensación de no haber logrado nada en mi vida. Es un miedo absurdo, ya lo sé. He logrado cosas, ya lo sé. Pero nunca se puede ser demasiado precavida. (No crean esto último: es simplemente una forma de disfrazar mi autoexigencia.) Así que me propuse, durante mi año de edad número 26, escribir una cantidad de textos suficientes para conformar un libro.

Pues bien, caí corta. Escribí, contando ésta y si mis precarias matemáticas son correctas, 153 entradas. Menos de la mitad de los días que tiene un año. Y ya estaba pensando yo que eran pésimas noticias, cuando de pronto le conté a mi esposo (estoy tratando de usar más la palabra "esposo" que "marido", que no sé por qué me parece más cómoda y natural: se ha vuelto mi zona de confort) y se puso feliz de saber que había logrado tanto. Y sí: entonces vi el vaso medio lleno. A veces, muy seguido, tengo la sensación de que esa es mi política de vida (y me causa un hondo pesar): hacer las cosas muy bien, pero nunca perfectas; ser de las mejores, pero nunca la mejor. "Escribir 153 entradas es mejor que no escribir nada", podrán pensar. ¡Por supuesto! Pero también es una gran mierda comparado con la meta: 365 entradas. Siempre hago las cosas, pero con frecuencia de modo mediocre, sin explotar mi máximo potencial. ¿Auto sabotaje? Lo más probable. En vez de comprometerme de lleno, me distraigo con placeres y tentaciones, convenciéndome de que son normales e incluso saludables y necesarios. Si invirtiera todo lo que tengo en algo, brillaría como el Sol. Cuando invierta todo lo que tengo en algo, brillaré como el Sol.

Así que de algún modo quiero que éste sea el texto en el que cierro ese círculo de un año. Puede ser que para el año que venga gane una beca del FONCA y escriba un libro de ensayos sobre la muerte de mi padre, o que autopublique una edición digital de los mejores textos de esta bitácora y lo ponga a la venta por una simbólica suma, o que continúa con este blog pero con ensayos que llamo "másters", y que son más largos, más profundos, más críticos y más trabajados, o que experimente y le dé otra cara a esta página: quizás la convierta en un blog de moda, en el que suba mis atuendos una o varias veces a la semana (sí, es cierto, me en-can-ta la moda y creo que por fin tengo las agallas para publicar mi imagen al mundo. Estoy harta de ver flacas y güeras por todos putos lados: yo no soy así y soy hermosa también). No sé aún qué me depare la vida. Sé que ya conseguí un puesto laboral con ningún apoyo más que mi propio esfuerzo, y que es en el área en que estudié la maestría. Sé que quiero un bebé.Y sé poco más.

Pero volviendo a lo que nos atañe: este texto, que ya de por sí se está alargando, es sobre el paso del tiempo. Ese tema tan concurrido e incluso trillado, pero que me sigue resultando un gran misterio. Veía en la revista Magis un fotoreportaje que publicaron sobre los 70 años de la liberación de los prisioneros del campo de concentración de Auschwitz (que de hecho pueden ver aquí). Todos los que aparecen en los retratos eran niños, adolescentes o jóvenes cuando fueron privados de su libertad. Algunos muestran fotos de sí mismos hace siete décadas. Es imposible reconocerlos, saber que el retratado y el meta-retratado son la misma persona. Y ahora son viejos. ¿Qué quiere decir ser viejo? ¿Cómo sucede eso?

Ahora que lo pienso resulta muy conveniente cerrar un ciclo temporal hablando del paso del tiempo. Les puedo decir que este año se sucedió como agua, y que recuerdo como si fuera ayer cuando escribía en mi laptop afuera de mi habitación muy noche ya acerca del día de mi cumpleaños 26 en la Laguna de Santa María del Oro. Pero no lo haré. Ya lo saben. Ya lo han oído. Ya no significa nada. Lo que sí les voy a decir es que por todos lados me topo con este tema de crecer, o en concreto, envejecer. Será que tengo la cabeza puesta en ello. Desde siempre me he sentido una vieja prematura. Malvina, una buena amiga, me decía que tengo un alma anciana. ¿Cómo es que el tiempo se va tan rápido? ¿En qué momento salen las arrugas, los malos olores, las canas, las manchas? ¿Por qué la piel de las manos se vuelve tan insólitamente delgada? ¿Por qué crecen la nariz y las orejas, y los párpados se echan encima de los ojos, y los músculos van cayendo rendidos en la batalla contra la gravedad y el espinazo parece doblarse en reverencia? ¿Me pareceré a mí misma cuando envejezca? Digamos, como Meryl Streep, que a leguas se nota que es la misma mujer a través de las décadas. ¿O pasaré a ser una extraña irreconocible? ¿Seré una vieja bella? ¿De qué dependerá eso? ¿Seré fuerte, sana, atlética, independiente, elástica? ¿Seré gorda, lenta, débil, patética, rígida?

El día del velorio del vecino, de quien me despedí con estas palabras, mi esposo y yo pudimos ver un periódico en el que conmemoraban la vida y obra del señor, de gran relevancia para Puerto Vallarta. En ese homenaje incluyeron algunas fotografías tomadas a lo largo de su vida, donde aparece de distintas edades y con diferentes cortes de cabello, lentes y silueta. Me parecía imposible que fuera la misma persona. ¡Sobre todo, que fuera la misma persona que se había sentado en mi sala a charlar! ¿Quién es ese joven?, pensé. No lo conozco. ¿Es posible que mi vecino haya tenido adolescencia, hormonas, temores, energía vital? ¿Es posible que yo vaya a perder los míos?

Veíamos hace poco la secuela de la película Hotel Marigold. Ya saben: todos son ancianos, están (aún) en búsqueda de la felicidad y sus aventuras son tiernas y cómicas. Y al mismo tiempo que entendí profundamente y me identifiqué con muchos de ellos, no podía comprender cómo habían llegado allí, qué tantas vidas habían vivido y cómo era posible que después de lustros y décadas, un ser humano pudiera seguir no sólo existiendo, sino reinventándose.

Espero envejecer (creo). Espero reinventarme. Y espero que me sigan acompañando en los años que vienen. ¡Gracias por un año (¿qué es eso?) en tan buena compañía!

domingo, 26 de julio de 2015

Los colores de la gente

Bueno, es bien sabido cómo alguna gente se alucina y da cátedra acerca del color del aura o de los tonos cromáticos de la energía de alguien. Yo no voy a hablar de eso. Yo más bien voy a hablar de las categorías tonales en que agrupo a las personas. Que por supuesto tiene que ver con su energía, aunque el simple hecho de hablar de aura me hace sentir new age pseudo yogui cuasi hipster.

Están, por supuesto, los grises. Gente que ni fu ni fa (¿cuál es el origen de esa expresión?). Rostros imposibles de recordar, atuendos anodinos, actitud o personalidad poco atractiva... Me acuerdo de una vendedora de carros que conocí hace años junto con mi hermano. Aunque ella era como entre gris y marrón... Había un poco de color en ella pero era más bien opaco. Son comunes las combinaciones de colores en las personas. Esta mujer hablaba en volumen bajo y sin alteraciones, a veces miraba a los ojos y normalmente a la nada o al piso. Tenía ojeras enormes, alergia constante y los dedos de los pies se salían por la parte de enfrente de sus sandalias de tacón.

La gente que al mismo tiempo me encanta y me repele son los beige. Los beige son como esas mujeres que la publicidad de los años '50 retrataba. Los suburbios gringos y los ahora populares fraccionamientos y cotos mexicanos son mayoritariamente poblados por beiges. Gente amable, de buenos modales, con quienes se puede hablar del clima y de restaurantes. Gente que siempre está bien y sonriendo, ni llorando o gritando ni carcajeándose. Como la ropa, combinan con todo pero pueden ser muy aburridos.

Está la gente roja. Igual que el color mismo, la gente roja resulta cansona. Es muy pasional, muy arrebatada. Opiniones  categóricas de todo, soliloquios interminables, ropas y accesorios excéntricos, sexualidad incómodamente evidente. En la universidad tuve una amiga así. La quise mucho y le admiré varios rasgos, pero en general me dejaba exhausta.

La gente verde, por otro lado, la visualizo como sencilla y afable. Un surfista con cierta sabiduría sobre la Naturaleza, una profesora universitaria que es comprometida y conserva cierta joven rebeldía, un artista que no ha sido consumido por su neurosis y que habla con suavidad y profundidad del mundo del hombre. Me imagino a José Emilio Pacheco así.

La gente blanca es verdaderamente excepcional. Dulces, compasivos, empáticos, atentos. Algunos religiosos sobresalientes son así. En el retiro espiritual que hicimos mi esposo y yo como luna de miel conocí a una mujer que era blanca. Transmitía puro amor, y me alivió de hondas penas. Me inspiró esperanza.

No sé cómo diablos es la gente negra, pero tengo un vecino que, disculpen el francés, es un verdadero hijo de puta y a veces me parece que él es negro. Aunque me parece más bien gris. Como si tuviera el alma muerta, o el corazón inutilizado. No, los grises no son así. Los grises, pareciera, simplemente son, sin mayor ton ni son. Creo que quizás el vecino sea negro, todo un hipócrita y un violento.

Yo me considero naranja. Creo que la gente naranja es juguetona, inofensiva, curiosa. La gente naranja tiene una chispa especial que le agrega vida o alegría a las ocasiones y a los sitios. Queda aquí evidenciado que puedo poner aparte la modestia, o que no me molesta exponerme aunque ello pueda implicar juicios. Pero me gusta creerme naranja y me encantan las personas naranjas que conozco, como mis hermanos o mi amigo Cheshvan.

La gente café, por otro lado, suele caerme mal. Gente quejumbrosa, amargada. Lo arruinan todo. También son aburridos y rutinarios. Sin sentido del humor. Miedosos. Bah, gente sin gracia.

Y hasta aquí de colores. Nadie dijo que éste sería un texto exhaustivo.

miércoles, 15 de julio de 2015

Violencia masculina: invisibilizarse o brillar a puerta cerrada

Prácticamente todos los hombres me dan miedo en prácticamente todas las situaciones. Si no es mi hermano, mi esposo o alguno de mis más queridos amigos, me resulta inquietante la presencia de un varón cerca de mi persona. Sobre todo si estoy sola. Caminando en la calle, al hacer ejercicio (a la hora que sea), en el transporte público, manejando un vehículo, en una junta, en una clase de baile... Me siento insegura alrededor de la mayoría de los miembros del sexo masculino.

Antes me daba vergüenza confesarlo y me parecía un rasgo muy extraño en mí. Qué rara soy, pensaba. Incluso, hasta hace un par de años, cargaba siempre en mi cartera un billete que nunca gastaba, pues lo conservaba para una emergencia en que tuviera que salir huyendo en taxi de una situación hostil con un hombre. A regañadientes me deshice de él, como forma de liberarme del temor a que me pasara y por lo tanto como modo de liberarme de atraer el suceso.

Sin embargo, cuando comencé a leer los testimonios de los que hablaba en el texto anterior, los de la página Herself.com (que por cierto parece estar atravesando dificultades técnicas), me asombré cuando me di cuenta de que un montón de mujeres confiesan que sienten exactamente lo mismo que yo. Una de las preguntas de la entrevista (que es la misma para todas las entrevistadas) dice: "Where do you feel unsafe as a woman?" o "¿Dónde te sientes insegura como mujer?" y una asombrosa mayoría responde que casi en cualquier sitio que no sea su habitación, su casa o la casa de un ser querido. ¡Me di cuenta que no sólo no era la única, sino que somos muchas como yo!

Por otro lado, hace algunas semanas (¿meses?) leí un cuento de Raymond Carver titulado "So Much Water, So Close To Home", o "Tanta agua, tan cerca de casa". Es un cuento en el que una mujer relata la expedición de fin de semana de su marido a la montaña con sus amigos, su regreso a la ciudad algunos días después con el cadáver de una jovencita que supuestamente encontraron en su destino, y las consecuencias sociales y maritales de ese suceso. Conforme transcurre la narración nos vamos dando cuenta de las erupciones violentas que tiene el marido hacia la mujer, la voz de la historia, pero además el autor nos va encapsulando en una sociedad regida por completo por hombres, que se han apropiado de la esfera pública y cuyos modos y gestos y caprichos asfixian a cualquier mujer que salga de su casa. Carver retrata el tejido social en el que los hombres son cómplices en el acoso y la falta de respeto y las féminas tienen que adaptarse a la insólita realidad de que no importan. El cuento me impactó profundamente, no sólo por su tensión, su desarrollo y su desenlace, sino principalmente por la ventana que abre a una época en que las mujeres estaban encajonadas en un papel de pasividad y silencio.

Hace algunos días vi por primera vez Mad Men, una serie televisiva sobre un corporativo de publicistas en los años sesenta en Estados Unidos. Para mi sorpresa, el show no es en realidad cómico ni tampoco superficial, como yo había creído. Más bien es un drama que, justamente, revive los modos en que el mundo "americano" se vivía antes de la revolución hippie. Sólo he visto los primeros dos o tres episodios de la primera temporada, así que no puedo decir cómo va evolucionando la historia o si el enfoque cambia, pero sí les puedo asegurar que esos capítulos introductorios le conceden un peso grandísimo a la relación mujer-hombre en aquellos años: la secretaria que debe aceptar como normal el acoso sexual en el trabajo; la esposa que sabe que su papel es lucir bonita, encargarse de los hijos, limpiar la casa y ser simpática; los ginecólogos que se sienten en total libertad de decirles a sus pacientes que tomar pastillas anticonceptivas no debe traducirse en que anden de putas; o los jefes que actúan como si sus empleadas fueran sus sirvientas, sus madres y sus amantes.

Algunas cosas han cambiado para la mujer, cómo no: la inclusión en el mundo laboral, cierta libertad sexual (muy relativa), independencia económica y capacidad adquisitiva, inclusión en el mundo académico... Sin embargo, siguen latentes muchas formas de violencia: en las películas taquilleras solemos ser un suculento pedazo de carne o el complemento del personaje masculino; en muchos trabajos la paga es inferior aunque sea el mismo puesto y la misma responsabilidad; el bombardeo publicitario por ser jóvenes, delgadas, blancas, inteligentes, multi-tasking, sexualmente activas, carismáticas, líderes...

Hace poco veía el episodio de la serie "Chef's Table" (o "La mesa del chef"), de Netflix, dedicado a la chef japonesa Niki Nakayama. Ella confesaba, relacionadas a su condición de mujer, algunas cosas: 1. Su padre la había marginado como profesionista y le dijo que su hermano sería el encargado de brillar; 2. Cuando le otorgan premios o distinciones, un comentario que escucha con frecuencia es "se lo dieron porque es mujer"; 3. Una vez tuvo a un chef muy distinguido como comensal en su restaurante, que una y otra vez repetía lo sobresaliente de la comida -pero cuando se enteró de que el chef era mujer, comenzó a hacer observaciones machistas y condescendientes como "¡ay, qué platillo tan curiosito: así cocinan las mujeres!". Y es por todo ello que Niki Nakayama, una destacada y multipremiada chef, prefiere esconderse en la cocina y no hacerle saber a nadie que tras esos extraordinarios platillos están las manos, el talento, la imaginación, la sensibilidad y la inteligencia de una mujer.


jueves, 9 de julio de 2015

Gracias, Vimeo

Me encantan las historias. Por eso dos de mis actividades preferidas en la vida son leer y ver cine. También me gusta escuchar a la gente. Hay algo fascinante en las historias que uno ignora y que va descubriendo paulatinamente. Quizás sea lo que expresaba en este texto, algo así como vivir otra vida además de la propia.

O quizá sea que me gusta que, conforme avanzo en las páginas, en los minutos o en las palabras de los libros, el cine y la gente, aquí y allá me voy topando con pequeños o grandes espejos, que reflejan partes de mí en mayor o menor medida. Algunos sólo me devuelven un pequeño brillo, una chispa de que ahí hay algo a lo que poner atención; otros me retratan de cuerpo completo, y me puedo ver frente a frente con una Sara que quizá no había mirado antes. Y la novedad y los destellos me asombran.

Me intrigan, como si todas las historias fueran una especie de chisme buenísimo, quiénes son los personajes, cuáles son sus antecedentes y cuáles sus destinos, cómo reaccionan, qué decisiones toman. Hay un poco de morbo en la curiosidad por saber más, pero sobre todo es una jornada de cacería, y voy en búsqueda de esos espejos que mencionaba, porque después de leer o ver o escuchar una historia, termino transformada, salgo al otro lado siendo alguien distinta.

En el Internet he encontrado algunas joyas que albergan historias que a su vez son tesoros. Para lo escrito, puedo recomendar ampliamente, por la cantidad de espejos que he encontrado y por lo ameno de la lectura, a los sitios de Ciudad Seva y de Herself. El primero es una biblioteca de cuento (¿y poesía?) de autores de todas procedencias y épocas, aunque traducidos a la lengua hispana. El segundo es una antología de testimonios de mujeres que se desnudan, física y psicológicamente, respondiendo a una entrevista sobre cómo es para ellas ser mujeres en este mundo. Y lo hacen como un modo de empoderarse a través de la vulnerabilidad que representa la honestidad de las palabras y de la piel.

Para lo audiovisual, recomiendo una y otra vez sin ningún reparo el sitio (que también es app) de Vimeo. Este ciber-lugar es una biblioteca inmensa de videos hechos con altísima calidad, no sólo técnica sino intelectual y artística. Y esto es en realidad de lo que quiero hablar. Este documento es una apología a Vimeo y sus creadores, sus trabajadores y sobre todo sus colaboradores, esa amplia comunidad de gente interesada en historias contadas a través de la imagen y el sonido que hace un trabajo profesional y lo comparten con el mundo.

Se pueden encontrar, mayoritariamente, cortometrajes y mediometrajes, y de manera excepcional largometrajes. Hay documentales, ficción, animación, stop motion, videos musicales, entrevistas, películas, tráilers... Lo que a mí más me gusta ver, estos últimos días, son los canales de The New York Times (sí, crearon un canal de video con contenido periodístico que es de un nivel altísimo) y el llamado Short of the Week (Corto De La Semana, en español), que recopila, como lo indica el nombre, el mejor video subido al sitio durante una semana. No sé quién los selecciona ni con qué criterio, pero sé que la inmensa mayoría de los que he visto son verdaderamente valiosos. Muchos de ellos han ganado premios en festivales internacionales de cine, y tienen temáticas y tratamientos muy variados.

Cada vez que tengo tiempo libre me debato entre la lectura del libro en turno y entre navegar por Vimeo. Herself se actualiza periódicamente (cada dos o tres semanas, me parece), así que el apuro no es tanto. Y a Ciudad Seva me interno únicamente cuando no puedo encontrar en mi biblioteca una historia o un autor que me esté interesando. Y para introducirlos en la sensacional adicción que para mí representa este universo visual y sonoro, los dejo con los videos que se encuentran en la columna derecha de esta misma página, mi blog (aunque debo puntualizar que la pequeña pantalla fragmenta la imagen y sólo se ve una fracción). Tal vez algunos de ustedes ya hayan reparado en ellos, otros quizás ya los hayan visto, pero seguramente habrá otros tantos que ni siquiera han observado que ahí están. Es el segundo apartado en la columna, sólo por debajo de mi perfil personal, y se encuentra titulado "Videos buenísimos". Todos ellos son extraídos de Vimeo. Véanlos. Disfrútenlos. Aprendan. Busquen más.

miércoles, 8 de julio de 2015

Hasta siempre, querido vecino

Tengo un vecino bastante simpático. Tiene 66 años y es alto y flaco. Tiene la piel muy blanca, como si el sol de Puerto Vallarta no lo hubiera quemado a lo largo de seis décadas del modo en que me ha quemado a mí desde hace tres años. Tiene dos perras, una se llama Candy (me parece) y la otra se llama Frida (estoy segura). A veces las pasea en el parque cercano a nuestras casas, y ahí lo encuentro, recorriendo los pasillos del jardín como si un árbol de corta edad y mediana estatura se paseara parsimonioso, seguido de dos criaturillas diminutas. Camina lento y habla lento. Me cuenta de futbol, sobre todo. Que si el partido de Chivas y América. Que si el Atlas. Que si México contra Ecuador. Parpadea con lentitud mientras platica, y su boca hace un esfuerzo por articular las palabras. Los dientes se le vislumbran un poco amarillentos y saliva demasiado, como si tuviera una sed tremenda. Mi vecino tiene cáncer.

Suman 14 meses que ha estado luchando. Antes de eso, había sido diagnosticado, operado y considerado completamente sano: durante poco más de un año tuvo un estado de salud óptimo. Luego llegaron los primero días de lo que serían 14 meses que ahora, parece ser, están a punto de terminar con su partida.

El vecino un día vino a nuestra casa y charló por horas y horas, hasta después de la medianoche, con mi esposo y conmigo. Llegó con uno de sus shorts futboleros, unas calcetas largas y sus sandalias. Así acostumbraba vestir. Nos contó de sus aventuras como empleado de la cadena de hoteles Camino Real, de cómo han cambiado (para mal) las cosas en la hotelería y en esa cadena en específico, de la gente que trabajó con él y para él y cuáles han sido sus destinos, de cómo es que por complicidad con un amigo dejó ese trabajo y, erróneamente, decidió trabajar en otro sitio que nunca lo satisfizo tanto. También nos confesó que esa voz acompañada de karaoke que salía con estridencia de las paredes de su casa era suya, y que cantar siempre le había gustado y ahora se había convertido en su terapia de supervivencia, aunque los días de mucho cansancio no lograba encontrar las fuerzas necesarias. Lo que no nos dijo y que nos contó su hija es que fue a partir de su jubilación que su salud empezó a decaer: antes de eso era un atleta polifacético, un amiguero y un trabajador comprometido. Tras su retiro, todo se derrumbó, como bien lo expresa la canción del autor Manuel Alejandro, interpretada por Emmanuel. Y lo que el vecino también nos compartió antes de cruzar el umbral de nuestra puerta, la calle y luego el umbral de su propia puerta, fue una invitación a un rancho suyo, para pasar un día en convivencia familiar con la excusa de celebrar los cumpleaños de él y de su mujer, que están muy cerca el uno del otro. A los pocos días tocaron el timbre de nuestra casa para venir a dejarnos un trozo de pastel y otro de gelatina, que habían sido los protagonistas de la fiesta de cumpleaños. Poco después de eso nos comunicaron la fecha exacta para ir al rancho, y por desgracia coincidía con otros planes que nos hicieron imposible acudir.

Ahora se ha vuelto muy real la idea de que nunca iremos a ese rancho. O por lo menos no iremos en compañía de nuestro vecino. Se ha vuelto muy posible que sus sandalias y sus calcetas largas y sus shorts futboleros queden abandonados a la terrible suerte de quien ya no tiene propósito en la vida, empolvados en el alma y solos, en un rincón, conservando aún las formas de quien los usó tantos años y que no habrá de volver. Se empieza a concretar la noción de que la calle ahora se sumirá a un silencio indiferente y rutinario, sin su voz que anime el aire que pasa despistado y a los peatones que ignoran que ese canto es un modo de desafiar a la muerte. Comienza a cristalizarse su ausencia en el parque: sus movimientos mesurados ya sólo existirán en la memoria de quienes los atestiguamos. ¿Quién me va a hablar de futbol? ¿Quién va a pasear a Candy y a Frida? No lo sé. Nadie, quizás.

viernes, 3 de julio de 2015

Pijama: patrimonio familiar

Por azares del destino, ayer en la noche abrí el cajón donde guardo las pijamas, que suele permanecer en el olvido porque prácticamente nunca duermo con ropa de cama, y me encontré una bata de dormir que pertenecía originalmente, creo, a mi hermana. Es muy mona, a decir verdad: es blanca y tiene corazones rojos por todos lados y en la parte del pecho exhibe lo que parece ser un... rábano. Desde esta óptica puede parecer una bata bastante exótica, o por lo menos original, pero en la realidad no tiene nada de eso: es sólo un vestidito de algodón con una verdura cuyo dibujo la asemeja con un corazón más.

Ahora que lo pienso, creo que me dieron ganas de escribir sobre la pijama porque cuando recién la saqué del cajón me recordó también a mi madre, y quizás por una fracción de segundo pensé que había sido inicialmente propiedad de mi progenitora, y me hizo gracia la idea de que ahora había terminado en otra ciudad, en un rincón abandonado, perteneciente a mí. No sería la primera bata de dormir con dicho destino. Pero recapitulo, y creo que ese no es el caso. Me parece que ese camisón no era de mi mamá: la talla no coincide con el tamaño de su cuerpo.

De cualquier modo, tengo la impresión que de lo que realmente quiero hablar es de compartir algunas prendas con las otras dos féminas de mi familia nuclear. Ha sucedido con calcetas, zapatos, blusas y pijamas. Pantalones, faldas, vestidos y blusas ha sido más difícil, por las proporciones tan variadas en los cuerpos de nosotras tres. Algunas veces nos pedimos prestadas las cosas, otras simplemente avisamos que las vamos a tomar, otras no hay más que agarrarlas y en algunos casos oscuros, ha habido la cautela de robarlas con discreción. Aunque esta última práctica seguramente ha sido sólo de mi hermana y mía: mi mamá es demasiado honesta y generosa para andar con estas cosas.

Mi mamá me ha donado algunas prendas que datan de sus años mozos (entre las que destacan un vestido de mezclilla que me gusta con desmesura), pero no es lo mismo. No es eso de lo que quiero hablar. Más bien, de la noción de ser co-propietaria de algo. Del placer secreto de conservar algo que quizás debería de estar en el ropero de alguien más. De tomar un pedazo de tela y disparar recuerdos de otras personas (mi mamá y mi hermana, en este caso) portando esa tela, o peleando por el paradero o el uso de dicha tela, o quejándose o preguntándose dónde está ese pedazo de tela.

En este caso la ropa deja de convertirse en un artículo de uso cotidiano y se vuelve herencia, patrimonio, depósito de la memoria. Con esta bata en particular me parece recordar a mi hermana embarazada o amamantando a mi sobrinita. Y lo suavecito del algodón me recuerda a la suave ternura de mi hermana. Y los corazoncitos me llevan a su melosidad. Y el rábano a que le gusta cocinar. Veo a mi hermana en la pijama. Es como un pedazo de ella. Y aunque casi no la uso, y tengo pretensiones de seguir igual, estoy feliz de saber que la tengo conmigo.

jueves, 2 de julio de 2015

Galería de miedos

Lo primero que se muestra en la exposición, justo al ingresar, sobre un pedestal y en todo su anti-esplendor, es el temor a fracasar en mi deseo de ser escritora. La pieza contiene: la falta de un mínimo reconocimiento, aunque sólo sea familiar; la ausencia de una voz propia; cero libros publicados (ni siquiera una auto-publicación, o la versión digital de un título); ningún reconocimiento, premio o beca otorgado a mi mérito o talento literario; una vida llena de días desidiosos o procrastinados, quizás destinados a ponerme gorda o a atender hijos; y sobre todo: una vejez llena de frustración, resentimiento y vergüenza.

Una vez que el visitante terminó de admirar/despreciar la obra que inaugura el recorrido, pasará a la sala del sobrepeso. Recargadas en tres paredes pintadas de negro, sobre el piso porque no hubo el presupuesto ni el personal ni el interés o la energía o la determinación para colgarlas con clavos, varias fotografías exhiben mi anatomía en distintos momentos históricos y desde diferentes ángulos. Es un trabajo diacrónico que se centra en publicar y difundir una verdad: que mi cuerpo ha sido conquistado por la pereza e invadido por la grasa y la celulitis. Parecen retratos topográficos, llenos de bultos, hoyos y extensas planicies redondeadas. La suma de la complacencia y la comodidad. Y escondida tras la materia, etérea e invisible para los ojos, una falta de amor y respeto propios que ha dado forma a la carne.

El siguiente salón es el del sufrimiento familiar. Tres piezas escultóricas componen esta sección de la galería, la más conceptual de todas. Están Divorcio, elaborada en vidrio astillado, Enemistad Con Los Hijos, una obra experimental que consiste en una esfera de barro hueco con unos audífonos que el visitante deberá utilizar para conectarse al silencioso vacío del interior, y por último, Muerte De la Progenie, una instalación llena de clavos remojados en una sustancia química que, al entrar en contacto con la piel, puede causar náusea, asfixia o catatonia en el visitante.

El pasillo en donde concluye la exhibición contiene el último miedo significativo: La Locura o La Enfermedad Mental, y es un performance interpretado indefinidamente por una mujer desnuda cubierta en pintura roja, quien tiene cinco estancias posibles: una cama, un sofá, una mesa con dos sillas, un sanitario y por último, el espacio total que abarca los cuatro anteriores. Mientras la mujer se encuentre en uno de los primeros cuatro sitios, estará en actitud distante y abúlica (el espectador podrá relacionarse con la mujer cuando se encuentra en la mesa, ya que la segunda silla está pensada para ello: siempre que la fémina se encuentra acompañada a la mesa, responde a la presencia del otro con una mirada fija y abisal). En el quinto espacio, que es la suma de todos, se agitará en convulsiones errantes, moviéndose, estrellándose y retorciéndose entre todas las paredes y el piso, en una danza contemporánea inspirada en Pina Bausch.

jueves, 25 de junio de 2015

Pizza artesanal

El fin de semana pasado mi esposo y yo estuvimos en ciudades diferentes, cada uno por su cuenta. Uno de esos días me envió una foto al whatsapp de lo que iba a comer. Era una caja de pizza que tenía una leyenda grande en la que se leía: ARTESANAL. Con las prisas no abrí la imagen para hacerla más grande y verla con cuidado, pero inmediatamente asumí que había ido a comprar comida italiana a algún lugar nuevo de gente que estuviera emprendiendo un negocio. La verdad es que me imaginé a unos jóvenes bien intencionados con ingredientes locales y orgánicos y con opciones veganas y vegetarianas. Me imaginé a unos hipsters, pues. 

Cuando nos reunimos, sin embargo, salió el tema en una conversación y escucho a mi marido mencionar algo sobre el nuevo producto de Domino's, la gran empresa transnacional de comida del mediterráneo adaptada a la versión estadounidense. ¡¿Qué?! ¡¿Domino's tiene pizza artesanal?! ¿¿Cómo es eso posible, y qué diablos quiere decir? 

En la maestría un profesor nos compartía un mapa de tendencias del mundo entero en distintos años. Este mapa está hecho como el del metro de una ciudad: puntos de distintos colores que están interconectados por líneas también multicolores. Cada punto, como las estaciones de metro, varían en tamaño: mientras más grande el círculo, más grande la estación, o la importancia del tema, en este caso. Así pues, el mapa de tendencias era en realidad la exposición gráfica de los temas o fenómenos más sobresalientes en determinado año. 

En el 2013 o 2014, no recuerdo, el círculo más grande era el de Home, u Hogar. Muchas otras líneas que a su vez se conectaban a otros puntos convergían en esta palabra. ¿Y qué quiere decir esto? No se refiere a la necesidad de vivienda, a los créditos hipotecarios, al boom demográfico o a la alza en la construcción. Se refiere, en realidad, a la búsqueda de comunidad: bienes y servicios que nos puedan hacer sentir parte de algo más grande que nosotros como individuos; cosas tangibles o intangibles que nos recuerden a la familia, a lo cálido, a la confianza depositada, al bienestar. 

Esta tendencia tiene mucho sentido si nos ponemos a pensar en que la tendencia del mundo laboral y financiero va en dirección completamente contraria: falta de tiempo libre, tráfico en las calles, encarecimiento del costo de vida, vulgarización de los políticos, neo-esclavitud empresarial, acoso bancario, migración forzada, inseguridad en las calles, etc. Los seres humanos nos sentimos devastados ante una realidad así de estéril y desesperanzadora, y por eso luchamos por sentirnos mejor. 

Movimientos como Slow Food, Couchsurfing, alimentos orgánicos, libros de superación personal o grupos de meditación están al alza, reclutando gente que quiere hacer algo por sentirse menos enajenada y un poco más humana. Sin embargo, como en todo, siempre hay charlatanes. 

Hace varios años leí en una entrevista en la revista Rolling Stone una reflexión que decía algo así como que la moda lo absorbe todo. No recuerdo la frase exacta ni la persona entrevistada, pero esa idea se clavó en mí para siempre, porque es muy cierta: las rastas, las tachuelas, el cabello de colores exóticos, las crestas, las perforaciones, los tatuajes, las botas militares... La lista de objetos que en algún tiempo eran símbolo de rebeldía y de transformación, se han convertido en un accesorio más para lucir bien, para ser cool. 

Y de este mismo modo, las iniciativas sinceras e inteligentes por aportarle algo al mundo haciendo las cosas diferente, se van desdibujando y opacando con la presencia de productos y empresas que dicen ofrecer lo mismo, pero bajo la apariencia existe un producto que es el mismo que siempre, disfrazado y maquillado para ser mejor aceptado. Y para un comprador despistado o desinformado, el auténtico y el simulado pasan a ser la misma cosa.

Claro que estos movimientos sociales internacionales causan un efecto positivo, aunque los grandes corporativos intenten secuestrarlos, tan sólo por el hecho de que obligan a las grandes empresas a ser mejores, a través de la conciencia que en mayor o menor medida logran formar en los usuarios. Pero no termina de asombrarme los esfuerzos que emprenden los Grandes y Poderosos por apropiarse justamente de su adversario, para así asimilarlo y finalmente destruirlo. Cuando antes un pantalón acampanado gritaba "¡Paz!" o "Fin a la guerra de Vietnam", ahora Forever 21 te ofrece 3x2 en sus prendas hechas en China con la más barata mano de obra. Los símbolos se vacían para que terminen por significar nada y para que a la gente le resulte más fácil el olvido.

Lo artesanal es otra de las cosas que se ha puesto en boga en los últimos años: la maestría que un individuo o una comunidad ostenta en la creación y producción de un objeto y la esencial personal o cultural intransferible que tiene cada una de las creaciones. Artesanal puede ser casi cualquier cosa: bebidas, comidas, zapatos, ropas, lentes, joyas, floreros. Y por supuesto que puede haber pizzas artesanales: con ingredientes o modos de preparación distintivos, fuera de lo común, que recuperan una tradición antigua o perdida. Pero que un corporativo de comida rápida como Domino's quiera hacerme creer que están haciendo pizzas artesanales va por completo en contra de la lógica y el sentido común: Domino's y la pizza artesanal son mutuamente incompatibles: o es una cosa o es la otra: no se puede ser ambas. 

Si un pizzero artesanal vendiera una rebanada de Domino's queriendo hacer creer que es producto suyo causaría polémica y rechazo y probablemente marginación para el fraudulento. Pero lo contrario causa júbilo y es bien recibido. ¿Por qué? ¿Porque tienen los recursos financieros y mercadológicos para hacernos creer que así es? ¿Porque la tipografía que escogen y el empaquetado son convincentes, nos recuerdan algo que es precisamente lo opuesto a lo que ellos representan? Recordemos: detrás de la pizza "artesanal" de Domino's no hay un artesano que ha puesto años y esfuerzo y dedicación y pasión al arte de la pizza: hay un hombre en traje hecho a la medida, con zapatos de miles de dólares y reloj de miles de dólares y una limusina con chófer, que ha comprendido que esa nueva rama en su empresa le traerá más dinero para, probablemente, destruir más al mundo y esclavizar a más gente y engañar a más gente.  

lunes, 22 de junio de 2015

Jurassic World: lo bueno, lo malo y lo de siempre

Precaución: esta entrada contiene referencias explícitas a algunas escenas o detalles importantes de la película.

A quien me pregunta que si me gustó Jurassic World les respondo, intencionalmente, de modo ambiguo: sí y no. Y es que, como pocas veces, esta película me resultó sinceramente simpática en algunas de sus partes, pero de modo simultáneo me irritaron los clichés, los lugares fáciles y los estereotipos a los que recurre con comodidad. Esto no es de extrañar, por supuesto, dado que filmes como éste están pensados para ser consumidos masivamente, y como dice mi marido, hay que buscar el mínimo común denominador. Parece que les funcionó, porque el Google me dice que llevan más de mil millones de dólares recaudados en taquilla.

Por un lado me parece muy inteligente la decisión de los guionistas de incluir al personaje de Lowery, que es una especie de caricatura de un hipster. El personaje encarna las características generales del estereotipo de hipster, y al mismo tiempo que es una pieza de relativa importancia en la historia, es el blanco de la burla no sólo de sus compañeros de trabajo en Jurassic World, sino de la misma audiencia. Me dio la impresión de que todos conocemos a alguien así y de que la risas que causa son una sana catarsis contra la solemnidad de este nuevo grupo social que me parece que se toma a sí mismo tan en serio.

Y también hay que decir que el largometraje me mantuvo interesada e incluso angustiada durante su totalidad. ¡Qué increíble la idea de unas criaturas tan inmensas! Debo de confesar que la introducción de ese animal acuático de proporciones legendarias que come tiburones fue recibido con mucho agrado de mi parte. Me dio escalofríos, es más. No sólo la posibilidad de que exista un mamífero de esas dimensiones, sino la idea de estar como espectadora en un espectáculo de ese tipo. Qué delgada e ilusoria es la línea que divide un lugar seguro de uno riesgoso; lo civilizado contra lo salvaje; lo humano frente a lo otro.

El tema principal de la película me parece a un tiempo cursi y trascendental. Está muy gastado eso de lo genéticamente modificado y además está abordado desde una óptica superficial y melodramática: quienes defienden a La Naturaleza (así, con mayúsculas) lo hacen con un dejo de sentimentalismo barato. Sin embargo, es cierto que todas los cambios que se le hacen a los animales y a los alimentos son de gran repercusión para la vida del planeta entero. Pero claro que a Monsanto y Hollywood les importa poco.

Y hablando de marcas, me resultó bastante molesto encontrarme por todos lados referencias a las corporaciones que patrocinaron la película: Starbucks, Mercedes Benz y Samsung. Tanto así que hay artículos en internet que hacen referencia a esto, y que argumentan que esta película fue demasiado lejos con lo que se llama product placement o presentación de productos. ¡Yo me quiero meter en otro mundo, no ser recordada constantemente de los empresas más grandes y poderosas del mundo "real"! En fin, esta decisión me parece que rayó incluso en lo vulgar. Hace poco hablaba con mi marido sobre lo que me parece que es el proceso de emputecimiento en el mundo, que no es otra cosa que vender nuestros cuerpos, mentes, tiempos y valores a cambio de unos pesos para sobrevivir en el mundo. Pues bien, me parece que Jurassic World se emputeció.

Sobre la "domesticación" o dominio o control que ejerce el protagonista sobre un cuarteto de dinosaurios, no me apetece decir nada más que: trillado, típica historia de hombre blanco. Acerca del hecho de que la protagonista va perdiendo ropa y consigue correr por todos lados y salvar vidas con tacones, sólo voy a soltar un: las mujeres seguimos siendo un objeto sexual que vende entradas mientras más curvas y piel se le vean y que poco importa como sujeto complejo. Y de que al final los "desalmados", "capitalistas" hombres pierdan y los inocentes y los soñadores y los rectos ganen, pues, qué puedo decir: una más a los anales de las películas de guión previsible.

miércoles, 6 de mayo de 2015

La Optimismología

Por todos lados puede uno encontrar mensajes de felicidad y optimismo, estos días. Páginas de Internet dedicadas exclusivamente a orientar hacia el éxito y la paz mental a todos aquellos interesados. Tuiteros que sueltan dosis de éxtasis y sublimación en mínimas dosis. Cuentas de Facebook que constantemente comparten videos, imágenes, audios y textos de cómo ser mejor, de cómo llenarse de dicha. Librerías con estantes llenos de títulos de superación personal. Algunos más profundos, otros más superficiales, pero los autores y las mentes detrás de estas ideas son más que populares: Dalai Lama, Osho, Paulo Coelho, Gaby Vargas, César Lozano, Deepak Chopra, Eckhart Tolle, Jorge Bucay, Miguel Ruiz... No hay fin: la lista parece interminable.

¿Y saben qué? Ya me tienen cansada. Entiendo. De verdad, entiendo. Uno escoge el camino, los pensamientos, las emociones, las reacciones, las decisiones. Uno es dueño de la felicidad, de la vida propia. ¿Pero saben qué también entiendo? Que a pesar de tener la información y la voluntad y el deseo y la disciplina, la vida es dura. Y a mí lo que me interesa no es que me sigan llenando con los mismos datos de siempre: "estar en el presente te vuelve más despierto", "meditar te desarrolla la compasión", "la gratitud es vivificante y la queja es extenuante". A mí lo que de verdad me interesa es escuchar la experiencia de mi prójimo. ¿Cómo es tu vida, sinceramente?

Porque permítanme decirles: yo tengo claro cuáles son mis sueños y mis deseos (ser una autora reconocida, ser mamá, viajar por el mundo, dar clases a adolescentes e impactar en su vida), de por sí tengo bastante paciencia, soy naturalmente proclive a la empatía, y aún así voy escalando una montaña empinada. Todos los días es un esfuerzo por perseguir mi bienestar. Y me sigo topando con que todas las mañanas me miro las nalgas en el espejo y las encuentro imperfectas. Me encuentro con que de vez en vez siento unas ganas irreprimibles de gritar hasta que me duela la garganta. Me visita la sensación de que soy pésima en mi vicio de escribir e incluso en el de leer. Me doy de bruces con la realidad de cada mañana, cuando el despertador  suena a las seis y no me quiero levantar de la cama.

"Dime qué presumes y te diré de qué careces", es un refrán mexicano de honda sabiduría. Y no hay nada más exacto para comprender esta corriente actual: en un mundo sin empleos, acelerado, contaminado y con especies extintas todos los días, aislados y extenuados, nuestro mayor, nuestro único -quizás- anhelo es ser feliz, reconciliarnos con la vida. Pero yo no estoy peleada. Más bien me parece que la veo como es: tan bella como desfigurada; tan brillante como oscura; tan espléndida como ruin. Hace muchos años escribí un poema en el que decía que el amor es una casa sin techo: se nos meten tanto las estrellas como la lluvia. Así es vivir: dicha y desdicha. ¿Será que estamos tan expuestos a la tempestad que necesitamos ser recordados constantemente del Sol? No perdamos de vista que demasiada exposición al rey astro causa quemaduras.

lunes, 4 de mayo de 2015

Sobre la vulnerabilidad

Durante el fin de semana platicaba con un par de amigos acerca del matrimonio y el miedo a éste. Y les hablé del espacio necesario para mandar temporal e insignificantemente al carajo a tu pareja (espacio personal, le llaman). Les hablé también de la tierna amistad que uno siente hacia el ser amado con el paso del tiempo: porque comprendemos sus dolores, sus carencias, su imperfección. Les quise hablar del poema de Gibrán Jalil Gibrán que dice que el amor es la luz del sol en las hojas más altas de nuestro árbol existencial y también los fuertes terremotos que sacuden nuestras raíces. Y de lo que definitivamente no les hablé y me parece lo más importante y por eso vengo aquí a hilar palabras, es acerca de la vulnerabilidad.

La Real Academia Española de la Lengua declara que vulnerabilidad es la "cualidad de vulnerable", y que vulnerable es "que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente". No mencionan nada acerca de las heridas y las lesiones emocionales, psicológicas y espirituales, pero existen. Supongo que las tratan de englobar en lo moral. Efectivamente: ingreso de nueva cuenta a su dirección electrónica y especifica que moralmente es un adverbio y lo define como "según las facultades del espíritu, por contraposición a físicamente" (en cursivas en el original) o "según el juicio general y el común sentir de los hombres" (el subrayado es mío). Entonces ya queda claro: ser vulnerable es estar expuesto a ser lastimado carnal o anímicamente.

Todos detestamos el dolor. Es un hecho: incluso la gente que aparentemente disfruta haciéndose daño, en realidad está tratando de aminorar otra pena que le parece mayor. Quienes se cortan la piel, obtienen de ello un beneficio o un placer que les hace falta en otra esfera de su vida. Quienes usan drogas, por lo general están tratando de escapar de una realidad que perciben como mortífera. Así pues, de algún modo más o menos provechoso o exitoso que otro, todos vamos en búsqueda del bienestar.

Ahora bien, uno de los sinónimos del amor es dolor. Amor = dolor. Así de claro. Como ecuación matemática, aunque no tan invariable como una ley natural. En ocasiones el amor es éxtasis. Amor = éxtasis. Esto también es cierto. Son igualmente verdaderas ambas fórmulas. Pero nos inclinamos sólo hacia una, hacia la última: el enamoramiento, la infatuación,  el enculamiento, los primeros tres meses, la pasión, el sexo, los orgasmos... Pero esto es sólo una parte (no me atrevería a afirmar siquiera que es la mitad). También hay desesperación, angustia, frustración, tristeza, aburrimiento, hartazgo, resentimiento, enojo, resignación...

Más aún: ese dolor que es sinónimo del amor no proviene necesaria o exclusivamente de la convivencia o la interacción con el otro. No, señor. En gran medida (¿me atreveré a decir que la mayoría de las veces?) encuentra su fuente dentro de nosotros, en un mecanismo que opera independientemente de nuestro cónyuge o nuestro concubino o nuestro prójimo cualquiera. Las cosas nos duelen y la vida se presenta como sufrimiento simple y sencillamente porque estamos vivos, porque somos humanos. Nada tiene que ver una infancia traumática, una nariz fea, un intelecto inferior o una enfermedad crónica degenerativa. Todos sufrimos, ya lo dijo Buda hace cinco siglos antes del nacimiento de Jesús de Nazaret. La existencia encarna e implica contradicciones, confusión, indecisión, errores, olvidos, ausencias, cambios, abandonos, carencias... Y de ahí nos viene sufrir. Existo, luego sufro, debió decir Descartes.

Nos duele creer que somos buenos y nos merecemos a alguien mejor que a quien escogimos en un momento de estupidez (¿sólo buenos?, ¿qué quiere decir eso de "merecer"?, ¿no será que la "estupidez" es en realidad la intuición o el corazón transformado en algo negativo en momentos en que nos juzgamos con una inmisericorde cerebralidad?). Nos duele creer que somos malos y la persona con la que estamos se merece a alguien mejor. Nos duele pensar que somos reemplazables, dispensables (y de ahí los celos). Nos duele sentir que alguien nos ordena o nos manda. Nos duele sentirnos esclavizados. Nos duele sentirnos abandonados. Nos duele sentirnos abusados. Nos duele el miedo de que nos duela. Y queremos huir del dolor.

Entonces levantamos murallas, nos distanciamos kilómetros y establecemos el silencio como premisa para la diplomacia y la política exterior. Nos refugiamos en un sitio donde creemos que estamos seguros. Nos retiramos hacia el interior. Nos convencemos de que estamos en lo correcto y el otro en un error. Hacemos una ceremonia de casamiento con nuestra percepción, nuestras ideas, nuestras creencias, nuestro miedo. Por eso da tan inconmensurable terror casarse: porque en vez de casarte contigo mismo y tu modo de ver y pensar y creer y vivir y hablar, te estás casando con otro ser humano que no eres tú: te estás comprometiendo a un proyecto a largo plazo con alguien que no eres tú y no ve y no piensa y no cree y no vive y no habla del mismo modo que tú. Decimos "sí" a un proyecto que implica estar lleno de confianza y comunicación y perdón y respeto y humildad y fe y valor e incertidumbre. El matrimonio es, indudablemente, para valientes. Para valientes y para aquellos hartos de estar en relación estable con el miedo al dolor.

¿Y por qué alguien habría de hartarse de algo tan cómodo, tan cauteloso, tan suyo? Gran sorpresa. Porque el miedo al dolor duele. Duele creer que alguien es más inteligente o atractivo o simpático que yo, y por tanto me va a separar de ti. Duele querer dormir acompañado y sin embargo ser víctima de una voz que dice "si pides compañía o si declaras tus emociones, saldrás lastimado". Duele querer compartir la vida y estar enterrado, solo, bajo una tonelada de miedo al dolor.

Y ya que estamos, la vulnerabilidad se requiere no sólo para el amor. Se requiere para todo. Porque todo lo que hagamos en la vida puede lastimarnos física o moralmente: manejar, meternos a la regadera, tener sexo, leer, comer tacos, subir escaleras, emprender un proyecto, hacer un viaje, ponernos de novios, bailar. Para vivir la vida hay que estar dispuestos a sufrir heridas. También para amar, también para el matrimonio. Las cicatrices son propias de los supervivientes. Y quienes no se exponen a los riesgos de la vida, no desarrollan el sistema inmunológico: no tienen defensas para sobrevivir. Quienes no aman con el pecho abierto son más susceptibles de caer fulminados. Y un corazón intrépido es un músculo fuerte. En pocas palabras: lo que no te mata te hace más fuerte. Amen, pues, como antídoto contra la muerte. No se casen si no creen en la institución o no tienen dinero o parece que no es lo suyo. Pero si la razón es miedo al dolor y por tanto miedo al amor, no sólo están perdiendo el tiempo: están perdiendo la vida.