jueves, 30 de julio de 2015

El paso del tiempo o Un año más

Ya les he contado, en este mismo blog, que uno de mis mayores temores es enfermar de la cabeza. Volverme loca o sufrir una enfermedad que deteriore mis capacidades mentales. A veces este miedo se apersona en días insospechados, se pone de pie frente a mí y me mira directo a los ojos, con una mirada incómoda e intimidante. Por ejemplo, cuando me cuentan algo en lo que yo estuve involucrada y no puedo recordarlo. En absoluto. Como si fuera una mentira. Como si estuvieran errando la interlocutora. (A veces sí pasa esto: la gente me dice: ¿recuerdas tal cosa? y en realidad no lo vivieron conmigo, sino con alguien más, y es un alivio que eventualmente reconozcan que son ellos quienes están en un error y no soy yo quien está un paso más cerca del Alzheimer.) Otras veces yo juro que algo sucedió de cierto modo: que pronuncié una palabra determinada y no otra; que hice esto y no aquello; que vestí aquel vestido y no ese... Y la retroalimentación que recibo contradice mi creencia.

Y todo esto lo traigo a colación porque juro (JURO) que el año pasado escribí una entrada en esta bitácora acerca de comprometerme a escribir todos los días durante un año (y ahora no la encuentro). Lo hice porque me daba terror llegar a cierta edad (los 30, digamos, que es un cambio de década) y tener la ominosa sensación de no haber logrado nada en mi vida. Es un miedo absurdo, ya lo sé. He logrado cosas, ya lo sé. Pero nunca se puede ser demasiado precavida. (No crean esto último: es simplemente una forma de disfrazar mi autoexigencia.) Así que me propuse, durante mi año de edad número 26, escribir una cantidad de textos suficientes para conformar un libro.

Pues bien, caí corta. Escribí, contando ésta y si mis precarias matemáticas son correctas, 153 entradas. Menos de la mitad de los días que tiene un año. Y ya estaba pensando yo que eran pésimas noticias, cuando de pronto le conté a mi esposo (estoy tratando de usar más la palabra "esposo" que "marido", que no sé por qué me parece más cómoda y natural: se ha vuelto mi zona de confort) y se puso feliz de saber que había logrado tanto. Y sí: entonces vi el vaso medio lleno. A veces, muy seguido, tengo la sensación de que esa es mi política de vida (y me causa un hondo pesar): hacer las cosas muy bien, pero nunca perfectas; ser de las mejores, pero nunca la mejor. "Escribir 153 entradas es mejor que no escribir nada", podrán pensar. ¡Por supuesto! Pero también es una gran mierda comparado con la meta: 365 entradas. Siempre hago las cosas, pero con frecuencia de modo mediocre, sin explotar mi máximo potencial. ¿Auto sabotaje? Lo más probable. En vez de comprometerme de lleno, me distraigo con placeres y tentaciones, convenciéndome de que son normales e incluso saludables y necesarios. Si invirtiera todo lo que tengo en algo, brillaría como el Sol. Cuando invierta todo lo que tengo en algo, brillaré como el Sol.

Así que de algún modo quiero que éste sea el texto en el que cierro ese círculo de un año. Puede ser que para el año que venga gane una beca del FONCA y escriba un libro de ensayos sobre la muerte de mi padre, o que autopublique una edición digital de los mejores textos de esta bitácora y lo ponga a la venta por una simbólica suma, o que continúa con este blog pero con ensayos que llamo "másters", y que son más largos, más profundos, más críticos y más trabajados, o que experimente y le dé otra cara a esta página: quizás la convierta en un blog de moda, en el que suba mis atuendos una o varias veces a la semana (sí, es cierto, me en-can-ta la moda y creo que por fin tengo las agallas para publicar mi imagen al mundo. Estoy harta de ver flacas y güeras por todos putos lados: yo no soy así y soy hermosa también). No sé aún qué me depare la vida. Sé que ya conseguí un puesto laboral con ningún apoyo más que mi propio esfuerzo, y que es en el área en que estudié la maestría. Sé que quiero un bebé.Y sé poco más.

Pero volviendo a lo que nos atañe: este texto, que ya de por sí se está alargando, es sobre el paso del tiempo. Ese tema tan concurrido e incluso trillado, pero que me sigue resultando un gran misterio. Veía en la revista Magis un fotoreportaje que publicaron sobre los 70 años de la liberación de los prisioneros del campo de concentración de Auschwitz (que de hecho pueden ver aquí). Todos los que aparecen en los retratos eran niños, adolescentes o jóvenes cuando fueron privados de su libertad. Algunos muestran fotos de sí mismos hace siete décadas. Es imposible reconocerlos, saber que el retratado y el meta-retratado son la misma persona. Y ahora son viejos. ¿Qué quiere decir ser viejo? ¿Cómo sucede eso?

Ahora que lo pienso resulta muy conveniente cerrar un ciclo temporal hablando del paso del tiempo. Les puedo decir que este año se sucedió como agua, y que recuerdo como si fuera ayer cuando escribía en mi laptop afuera de mi habitación muy noche ya acerca del día de mi cumpleaños 26 en la Laguna de Santa María del Oro. Pero no lo haré. Ya lo saben. Ya lo han oído. Ya no significa nada. Lo que sí les voy a decir es que por todos lados me topo con este tema de crecer, o en concreto, envejecer. Será que tengo la cabeza puesta en ello. Desde siempre me he sentido una vieja prematura. Malvina, una buena amiga, me decía que tengo un alma anciana. ¿Cómo es que el tiempo se va tan rápido? ¿En qué momento salen las arrugas, los malos olores, las canas, las manchas? ¿Por qué la piel de las manos se vuelve tan insólitamente delgada? ¿Por qué crecen la nariz y las orejas, y los párpados se echan encima de los ojos, y los músculos van cayendo rendidos en la batalla contra la gravedad y el espinazo parece doblarse en reverencia? ¿Me pareceré a mí misma cuando envejezca? Digamos, como Meryl Streep, que a leguas se nota que es la misma mujer a través de las décadas. ¿O pasaré a ser una extraña irreconocible? ¿Seré una vieja bella? ¿De qué dependerá eso? ¿Seré fuerte, sana, atlética, independiente, elástica? ¿Seré gorda, lenta, débil, patética, rígida?

El día del velorio del vecino, de quien me despedí con estas palabras, mi esposo y yo pudimos ver un periódico en el que conmemoraban la vida y obra del señor, de gran relevancia para Puerto Vallarta. En ese homenaje incluyeron algunas fotografías tomadas a lo largo de su vida, donde aparece de distintas edades y con diferentes cortes de cabello, lentes y silueta. Me parecía imposible que fuera la misma persona. ¡Sobre todo, que fuera la misma persona que se había sentado en mi sala a charlar! ¿Quién es ese joven?, pensé. No lo conozco. ¿Es posible que mi vecino haya tenido adolescencia, hormonas, temores, energía vital? ¿Es posible que yo vaya a perder los míos?

Veíamos hace poco la secuela de la película Hotel Marigold. Ya saben: todos son ancianos, están (aún) en búsqueda de la felicidad y sus aventuras son tiernas y cómicas. Y al mismo tiempo que entendí profundamente y me identifiqué con muchos de ellos, no podía comprender cómo habían llegado allí, qué tantas vidas habían vivido y cómo era posible que después de lustros y décadas, un ser humano pudiera seguir no sólo existiendo, sino reinventándose.

Espero envejecer (creo). Espero reinventarme. Y espero que me sigan acompañando en los años que vienen. ¡Gracias por un año (¿qué es eso?) en tan buena compañía!

domingo, 26 de julio de 2015

Los colores de la gente

Bueno, es bien sabido cómo alguna gente se alucina y da cátedra acerca del color del aura o de los tonos cromáticos de la energía de alguien. Yo no voy a hablar de eso. Yo más bien voy a hablar de las categorías tonales en que agrupo a las personas. Que por supuesto tiene que ver con su energía, aunque el simple hecho de hablar de aura me hace sentir new age pseudo yogui cuasi hipster.

Están, por supuesto, los grises. Gente que ni fu ni fa (¿cuál es el origen de esa expresión?). Rostros imposibles de recordar, atuendos anodinos, actitud o personalidad poco atractiva... Me acuerdo de una vendedora de carros que conocí hace años junto con mi hermano. Aunque ella era como entre gris y marrón... Había un poco de color en ella pero era más bien opaco. Son comunes las combinaciones de colores en las personas. Esta mujer hablaba en volumen bajo y sin alteraciones, a veces miraba a los ojos y normalmente a la nada o al piso. Tenía ojeras enormes, alergia constante y los dedos de los pies se salían por la parte de enfrente de sus sandalias de tacón.

La gente que al mismo tiempo me encanta y me repele son los beige. Los beige son como esas mujeres que la publicidad de los años '50 retrataba. Los suburbios gringos y los ahora populares fraccionamientos y cotos mexicanos son mayoritariamente poblados por beiges. Gente amable, de buenos modales, con quienes se puede hablar del clima y de restaurantes. Gente que siempre está bien y sonriendo, ni llorando o gritando ni carcajeándose. Como la ropa, combinan con todo pero pueden ser muy aburridos.

Está la gente roja. Igual que el color mismo, la gente roja resulta cansona. Es muy pasional, muy arrebatada. Opiniones  categóricas de todo, soliloquios interminables, ropas y accesorios excéntricos, sexualidad incómodamente evidente. En la universidad tuve una amiga así. La quise mucho y le admiré varios rasgos, pero en general me dejaba exhausta.

La gente verde, por otro lado, la visualizo como sencilla y afable. Un surfista con cierta sabiduría sobre la Naturaleza, una profesora universitaria que es comprometida y conserva cierta joven rebeldía, un artista que no ha sido consumido por su neurosis y que habla con suavidad y profundidad del mundo del hombre. Me imagino a José Emilio Pacheco así.

La gente blanca es verdaderamente excepcional. Dulces, compasivos, empáticos, atentos. Algunos religiosos sobresalientes son así. En el retiro espiritual que hicimos mi esposo y yo como luna de miel conocí a una mujer que era blanca. Transmitía puro amor, y me alivió de hondas penas. Me inspiró esperanza.

No sé cómo diablos es la gente negra, pero tengo un vecino que, disculpen el francés, es un verdadero hijo de puta y a veces me parece que él es negro. Aunque me parece más bien gris. Como si tuviera el alma muerta, o el corazón inutilizado. No, los grises no son así. Los grises, pareciera, simplemente son, sin mayor ton ni son. Creo que quizás el vecino sea negro, todo un hipócrita y un violento.

Yo me considero naranja. Creo que la gente naranja es juguetona, inofensiva, curiosa. La gente naranja tiene una chispa especial que le agrega vida o alegría a las ocasiones y a los sitios. Queda aquí evidenciado que puedo poner aparte la modestia, o que no me molesta exponerme aunque ello pueda implicar juicios. Pero me gusta creerme naranja y me encantan las personas naranjas que conozco, como mis hermanos o mi amigo Cheshvan.

La gente café, por otro lado, suele caerme mal. Gente quejumbrosa, amargada. Lo arruinan todo. También son aburridos y rutinarios. Sin sentido del humor. Miedosos. Bah, gente sin gracia.

Y hasta aquí de colores. Nadie dijo que éste sería un texto exhaustivo.

miércoles, 15 de julio de 2015

Violencia masculina: invisibilizarse o brillar a puerta cerrada

Prácticamente todos los hombres me dan miedo en prácticamente todas las situaciones. Si no es mi hermano, mi esposo o alguno de mis más queridos amigos, me resulta inquietante la presencia de un varón cerca de mi persona. Sobre todo si estoy sola. Caminando en la calle, al hacer ejercicio (a la hora que sea), en el transporte público, manejando un vehículo, en una junta, en una clase de baile... Me siento insegura alrededor de la mayoría de los miembros del sexo masculino.

Antes me daba vergüenza confesarlo y me parecía un rasgo muy extraño en mí. Qué rara soy, pensaba. Incluso, hasta hace un par de años, cargaba siempre en mi cartera un billete que nunca gastaba, pues lo conservaba para una emergencia en que tuviera que salir huyendo en taxi de una situación hostil con un hombre. A regañadientes me deshice de él, como forma de liberarme del temor a que me pasara y por lo tanto como modo de liberarme de atraer el suceso.

Sin embargo, cuando comencé a leer los testimonios de los que hablaba en el texto anterior, los de la página Herself.com (que por cierto parece estar atravesando dificultades técnicas), me asombré cuando me di cuenta de que un montón de mujeres confiesan que sienten exactamente lo mismo que yo. Una de las preguntas de la entrevista (que es la misma para todas las entrevistadas) dice: "Where do you feel unsafe as a woman?" o "¿Dónde te sientes insegura como mujer?" y una asombrosa mayoría responde que casi en cualquier sitio que no sea su habitación, su casa o la casa de un ser querido. ¡Me di cuenta que no sólo no era la única, sino que somos muchas como yo!

Por otro lado, hace algunas semanas (¿meses?) leí un cuento de Raymond Carver titulado "So Much Water, So Close To Home", o "Tanta agua, tan cerca de casa". Es un cuento en el que una mujer relata la expedición de fin de semana de su marido a la montaña con sus amigos, su regreso a la ciudad algunos días después con el cadáver de una jovencita que supuestamente encontraron en su destino, y las consecuencias sociales y maritales de ese suceso. Conforme transcurre la narración nos vamos dando cuenta de las erupciones violentas que tiene el marido hacia la mujer, la voz de la historia, pero además el autor nos va encapsulando en una sociedad regida por completo por hombres, que se han apropiado de la esfera pública y cuyos modos y gestos y caprichos asfixian a cualquier mujer que salga de su casa. Carver retrata el tejido social en el que los hombres son cómplices en el acoso y la falta de respeto y las féminas tienen que adaptarse a la insólita realidad de que no importan. El cuento me impactó profundamente, no sólo por su tensión, su desarrollo y su desenlace, sino principalmente por la ventana que abre a una época en que las mujeres estaban encajonadas en un papel de pasividad y silencio.

Hace algunos días vi por primera vez Mad Men, una serie televisiva sobre un corporativo de publicistas en los años sesenta en Estados Unidos. Para mi sorpresa, el show no es en realidad cómico ni tampoco superficial, como yo había creído. Más bien es un drama que, justamente, revive los modos en que el mundo "americano" se vivía antes de la revolución hippie. Sólo he visto los primeros dos o tres episodios de la primera temporada, así que no puedo decir cómo va evolucionando la historia o si el enfoque cambia, pero sí les puedo asegurar que esos capítulos introductorios le conceden un peso grandísimo a la relación mujer-hombre en aquellos años: la secretaria que debe aceptar como normal el acoso sexual en el trabajo; la esposa que sabe que su papel es lucir bonita, encargarse de los hijos, limpiar la casa y ser simpática; los ginecólogos que se sienten en total libertad de decirles a sus pacientes que tomar pastillas anticonceptivas no debe traducirse en que anden de putas; o los jefes que actúan como si sus empleadas fueran sus sirvientas, sus madres y sus amantes.

Algunas cosas han cambiado para la mujer, cómo no: la inclusión en el mundo laboral, cierta libertad sexual (muy relativa), independencia económica y capacidad adquisitiva, inclusión en el mundo académico... Sin embargo, siguen latentes muchas formas de violencia: en las películas taquilleras solemos ser un suculento pedazo de carne o el complemento del personaje masculino; en muchos trabajos la paga es inferior aunque sea el mismo puesto y la misma responsabilidad; el bombardeo publicitario por ser jóvenes, delgadas, blancas, inteligentes, multi-tasking, sexualmente activas, carismáticas, líderes...

Hace poco veía el episodio de la serie "Chef's Table" (o "La mesa del chef"), de Netflix, dedicado a la chef japonesa Niki Nakayama. Ella confesaba, relacionadas a su condición de mujer, algunas cosas: 1. Su padre la había marginado como profesionista y le dijo que su hermano sería el encargado de brillar; 2. Cuando le otorgan premios o distinciones, un comentario que escucha con frecuencia es "se lo dieron porque es mujer"; 3. Una vez tuvo a un chef muy distinguido como comensal en su restaurante, que una y otra vez repetía lo sobresaliente de la comida -pero cuando se enteró de que el chef era mujer, comenzó a hacer observaciones machistas y condescendientes como "¡ay, qué platillo tan curiosito: así cocinan las mujeres!". Y es por todo ello que Niki Nakayama, una destacada y multipremiada chef, prefiere esconderse en la cocina y no hacerle saber a nadie que tras esos extraordinarios platillos están las manos, el talento, la imaginación, la sensibilidad y la inteligencia de una mujer.


jueves, 9 de julio de 2015

Gracias, Vimeo

Me encantan las historias. Por eso dos de mis actividades preferidas en la vida son leer y ver cine. También me gusta escuchar a la gente. Hay algo fascinante en las historias que uno ignora y que va descubriendo paulatinamente. Quizás sea lo que expresaba en este texto, algo así como vivir otra vida además de la propia.

O quizá sea que me gusta que, conforme avanzo en las páginas, en los minutos o en las palabras de los libros, el cine y la gente, aquí y allá me voy topando con pequeños o grandes espejos, que reflejan partes de mí en mayor o menor medida. Algunos sólo me devuelven un pequeño brillo, una chispa de que ahí hay algo a lo que poner atención; otros me retratan de cuerpo completo, y me puedo ver frente a frente con una Sara que quizá no había mirado antes. Y la novedad y los destellos me asombran.

Me intrigan, como si todas las historias fueran una especie de chisme buenísimo, quiénes son los personajes, cuáles son sus antecedentes y cuáles sus destinos, cómo reaccionan, qué decisiones toman. Hay un poco de morbo en la curiosidad por saber más, pero sobre todo es una jornada de cacería, y voy en búsqueda de esos espejos que mencionaba, porque después de leer o ver o escuchar una historia, termino transformada, salgo al otro lado siendo alguien distinta.

En el Internet he encontrado algunas joyas que albergan historias que a su vez son tesoros. Para lo escrito, puedo recomendar ampliamente, por la cantidad de espejos que he encontrado y por lo ameno de la lectura, a los sitios de Ciudad Seva y de Herself. El primero es una biblioteca de cuento (¿y poesía?) de autores de todas procedencias y épocas, aunque traducidos a la lengua hispana. El segundo es una antología de testimonios de mujeres que se desnudan, física y psicológicamente, respondiendo a una entrevista sobre cómo es para ellas ser mujeres en este mundo. Y lo hacen como un modo de empoderarse a través de la vulnerabilidad que representa la honestidad de las palabras y de la piel.

Para lo audiovisual, recomiendo una y otra vez sin ningún reparo el sitio (que también es app) de Vimeo. Este ciber-lugar es una biblioteca inmensa de videos hechos con altísima calidad, no sólo técnica sino intelectual y artística. Y esto es en realidad de lo que quiero hablar. Este documento es una apología a Vimeo y sus creadores, sus trabajadores y sobre todo sus colaboradores, esa amplia comunidad de gente interesada en historias contadas a través de la imagen y el sonido que hace un trabajo profesional y lo comparten con el mundo.

Se pueden encontrar, mayoritariamente, cortometrajes y mediometrajes, y de manera excepcional largometrajes. Hay documentales, ficción, animación, stop motion, videos musicales, entrevistas, películas, tráilers... Lo que a mí más me gusta ver, estos últimos días, son los canales de The New York Times (sí, crearon un canal de video con contenido periodístico que es de un nivel altísimo) y el llamado Short of the Week (Corto De La Semana, en español), que recopila, como lo indica el nombre, el mejor video subido al sitio durante una semana. No sé quién los selecciona ni con qué criterio, pero sé que la inmensa mayoría de los que he visto son verdaderamente valiosos. Muchos de ellos han ganado premios en festivales internacionales de cine, y tienen temáticas y tratamientos muy variados.

Cada vez que tengo tiempo libre me debato entre la lectura del libro en turno y entre navegar por Vimeo. Herself se actualiza periódicamente (cada dos o tres semanas, me parece), así que el apuro no es tanto. Y a Ciudad Seva me interno únicamente cuando no puedo encontrar en mi biblioteca una historia o un autor que me esté interesando. Y para introducirlos en la sensacional adicción que para mí representa este universo visual y sonoro, los dejo con los videos que se encuentran en la columna derecha de esta misma página, mi blog (aunque debo puntualizar que la pequeña pantalla fragmenta la imagen y sólo se ve una fracción). Tal vez algunos de ustedes ya hayan reparado en ellos, otros quizás ya los hayan visto, pero seguramente habrá otros tantos que ni siquiera han observado que ahí están. Es el segundo apartado en la columna, sólo por debajo de mi perfil personal, y se encuentra titulado "Videos buenísimos". Todos ellos son extraídos de Vimeo. Véanlos. Disfrútenlos. Aprendan. Busquen más.

miércoles, 8 de julio de 2015

Hasta siempre, querido vecino

Tengo un vecino bastante simpático. Tiene 66 años y es alto y flaco. Tiene la piel muy blanca, como si el sol de Puerto Vallarta no lo hubiera quemado a lo largo de seis décadas del modo en que me ha quemado a mí desde hace tres años. Tiene dos perras, una se llama Candy (me parece) y la otra se llama Frida (estoy segura). A veces las pasea en el parque cercano a nuestras casas, y ahí lo encuentro, recorriendo los pasillos del jardín como si un árbol de corta edad y mediana estatura se paseara parsimonioso, seguido de dos criaturillas diminutas. Camina lento y habla lento. Me cuenta de futbol, sobre todo. Que si el partido de Chivas y América. Que si el Atlas. Que si México contra Ecuador. Parpadea con lentitud mientras platica, y su boca hace un esfuerzo por articular las palabras. Los dientes se le vislumbran un poco amarillentos y saliva demasiado, como si tuviera una sed tremenda. Mi vecino tiene cáncer.

Suman 14 meses que ha estado luchando. Antes de eso, había sido diagnosticado, operado y considerado completamente sano: durante poco más de un año tuvo un estado de salud óptimo. Luego llegaron los primero días de lo que serían 14 meses que ahora, parece ser, están a punto de terminar con su partida.

El vecino un día vino a nuestra casa y charló por horas y horas, hasta después de la medianoche, con mi esposo y conmigo. Llegó con uno de sus shorts futboleros, unas calcetas largas y sus sandalias. Así acostumbraba vestir. Nos contó de sus aventuras como empleado de la cadena de hoteles Camino Real, de cómo han cambiado (para mal) las cosas en la hotelería y en esa cadena en específico, de la gente que trabajó con él y para él y cuáles han sido sus destinos, de cómo es que por complicidad con un amigo dejó ese trabajo y, erróneamente, decidió trabajar en otro sitio que nunca lo satisfizo tanto. También nos confesó que esa voz acompañada de karaoke que salía con estridencia de las paredes de su casa era suya, y que cantar siempre le había gustado y ahora se había convertido en su terapia de supervivencia, aunque los días de mucho cansancio no lograba encontrar las fuerzas necesarias. Lo que no nos dijo y que nos contó su hija es que fue a partir de su jubilación que su salud empezó a decaer: antes de eso era un atleta polifacético, un amiguero y un trabajador comprometido. Tras su retiro, todo se derrumbó, como bien lo expresa la canción del autor Manuel Alejandro, interpretada por Emmanuel. Y lo que el vecino también nos compartió antes de cruzar el umbral de nuestra puerta, la calle y luego el umbral de su propia puerta, fue una invitación a un rancho suyo, para pasar un día en convivencia familiar con la excusa de celebrar los cumpleaños de él y de su mujer, que están muy cerca el uno del otro. A los pocos días tocaron el timbre de nuestra casa para venir a dejarnos un trozo de pastel y otro de gelatina, que habían sido los protagonistas de la fiesta de cumpleaños. Poco después de eso nos comunicaron la fecha exacta para ir al rancho, y por desgracia coincidía con otros planes que nos hicieron imposible acudir.

Ahora se ha vuelto muy real la idea de que nunca iremos a ese rancho. O por lo menos no iremos en compañía de nuestro vecino. Se ha vuelto muy posible que sus sandalias y sus calcetas largas y sus shorts futboleros queden abandonados a la terrible suerte de quien ya no tiene propósito en la vida, empolvados en el alma y solos, en un rincón, conservando aún las formas de quien los usó tantos años y que no habrá de volver. Se empieza a concretar la noción de que la calle ahora se sumirá a un silencio indiferente y rutinario, sin su voz que anime el aire que pasa despistado y a los peatones que ignoran que ese canto es un modo de desafiar a la muerte. Comienza a cristalizarse su ausencia en el parque: sus movimientos mesurados ya sólo existirán en la memoria de quienes los atestiguamos. ¿Quién me va a hablar de futbol? ¿Quién va a pasear a Candy y a Frida? No lo sé. Nadie, quizás.

viernes, 3 de julio de 2015

Pijama: patrimonio familiar

Por azares del destino, ayer en la noche abrí el cajón donde guardo las pijamas, que suele permanecer en el olvido porque prácticamente nunca duermo con ropa de cama, y me encontré una bata de dormir que pertenecía originalmente, creo, a mi hermana. Es muy mona, a decir verdad: es blanca y tiene corazones rojos por todos lados y en la parte del pecho exhibe lo que parece ser un... rábano. Desde esta óptica puede parecer una bata bastante exótica, o por lo menos original, pero en la realidad no tiene nada de eso: es sólo un vestidito de algodón con una verdura cuyo dibujo la asemeja con un corazón más.

Ahora que lo pienso, creo que me dieron ganas de escribir sobre la pijama porque cuando recién la saqué del cajón me recordó también a mi madre, y quizás por una fracción de segundo pensé que había sido inicialmente propiedad de mi progenitora, y me hizo gracia la idea de que ahora había terminado en otra ciudad, en un rincón abandonado, perteneciente a mí. No sería la primera bata de dormir con dicho destino. Pero recapitulo, y creo que ese no es el caso. Me parece que ese camisón no era de mi mamá: la talla no coincide con el tamaño de su cuerpo.

De cualquier modo, tengo la impresión que de lo que realmente quiero hablar es de compartir algunas prendas con las otras dos féminas de mi familia nuclear. Ha sucedido con calcetas, zapatos, blusas y pijamas. Pantalones, faldas, vestidos y blusas ha sido más difícil, por las proporciones tan variadas en los cuerpos de nosotras tres. Algunas veces nos pedimos prestadas las cosas, otras simplemente avisamos que las vamos a tomar, otras no hay más que agarrarlas y en algunos casos oscuros, ha habido la cautela de robarlas con discreción. Aunque esta última práctica seguramente ha sido sólo de mi hermana y mía: mi mamá es demasiado honesta y generosa para andar con estas cosas.

Mi mamá me ha donado algunas prendas que datan de sus años mozos (entre las que destacan un vestido de mezclilla que me gusta con desmesura), pero no es lo mismo. No es eso de lo que quiero hablar. Más bien, de la noción de ser co-propietaria de algo. Del placer secreto de conservar algo que quizás debería de estar en el ropero de alguien más. De tomar un pedazo de tela y disparar recuerdos de otras personas (mi mamá y mi hermana, en este caso) portando esa tela, o peleando por el paradero o el uso de dicha tela, o quejándose o preguntándose dónde está ese pedazo de tela.

En este caso la ropa deja de convertirse en un artículo de uso cotidiano y se vuelve herencia, patrimonio, depósito de la memoria. Con esta bata en particular me parece recordar a mi hermana embarazada o amamantando a mi sobrinita. Y lo suavecito del algodón me recuerda a la suave ternura de mi hermana. Y los corazoncitos me llevan a su melosidad. Y el rábano a que le gusta cocinar. Veo a mi hermana en la pijama. Es como un pedazo de ella. Y aunque casi no la uso, y tengo pretensiones de seguir igual, estoy feliz de saber que la tengo conmigo.

jueves, 2 de julio de 2015

Galería de miedos

Lo primero que se muestra en la exposición, justo al ingresar, sobre un pedestal y en todo su anti-esplendor, es el temor a fracasar en mi deseo de ser escritora. La pieza contiene: la falta de un mínimo reconocimiento, aunque sólo sea familiar; la ausencia de una voz propia; cero libros publicados (ni siquiera una auto-publicación, o la versión digital de un título); ningún reconocimiento, premio o beca otorgado a mi mérito o talento literario; una vida llena de días desidiosos o procrastinados, quizás destinados a ponerme gorda o a atender hijos; y sobre todo: una vejez llena de frustración, resentimiento y vergüenza.

Una vez que el visitante terminó de admirar/despreciar la obra que inaugura el recorrido, pasará a la sala del sobrepeso. Recargadas en tres paredes pintadas de negro, sobre el piso porque no hubo el presupuesto ni el personal ni el interés o la energía o la determinación para colgarlas con clavos, varias fotografías exhiben mi anatomía en distintos momentos históricos y desde diferentes ángulos. Es un trabajo diacrónico que se centra en publicar y difundir una verdad: que mi cuerpo ha sido conquistado por la pereza e invadido por la grasa y la celulitis. Parecen retratos topográficos, llenos de bultos, hoyos y extensas planicies redondeadas. La suma de la complacencia y la comodidad. Y escondida tras la materia, etérea e invisible para los ojos, una falta de amor y respeto propios que ha dado forma a la carne.

El siguiente salón es el del sufrimiento familiar. Tres piezas escultóricas componen esta sección de la galería, la más conceptual de todas. Están Divorcio, elaborada en vidrio astillado, Enemistad Con Los Hijos, una obra experimental que consiste en una esfera de barro hueco con unos audífonos que el visitante deberá utilizar para conectarse al silencioso vacío del interior, y por último, Muerte De la Progenie, una instalación llena de clavos remojados en una sustancia química que, al entrar en contacto con la piel, puede causar náusea, asfixia o catatonia en el visitante.

El pasillo en donde concluye la exhibición contiene el último miedo significativo: La Locura o La Enfermedad Mental, y es un performance interpretado indefinidamente por una mujer desnuda cubierta en pintura roja, quien tiene cinco estancias posibles: una cama, un sofá, una mesa con dos sillas, un sanitario y por último, el espacio total que abarca los cuatro anteriores. Mientras la mujer se encuentre en uno de los primeros cuatro sitios, estará en actitud distante y abúlica (el espectador podrá relacionarse con la mujer cuando se encuentra en la mesa, ya que la segunda silla está pensada para ello: siempre que la fémina se encuentra acompañada a la mesa, responde a la presencia del otro con una mirada fija y abisal). En el quinto espacio, que es la suma de todos, se agitará en convulsiones errantes, moviéndose, estrellándose y retorciéndose entre todas las paredes y el piso, en una danza contemporánea inspirada en Pina Bausch.