miércoles, 13 de agosto de 2014

Sólo cuento II

En diciembre del 2010 me gradué de la universidad. Como un obsequio por tan dichosa ocasión, mi papá decidió pagarme, en el stand de la UNAM en la FIL de Guadalajara, varios cientos (¿miles?) de pesos en libros. Me dejó claro que el esfuerzo financiero que ese gasto representaba sólo estaba dispuesto a hacerlo porque era mi premio de titulada. Yo me tomé profundamente en serio esas palabras, y en gran parte por ello atesoro tanto esos libros.

Dos de ellos son los tomos de cuento que la UNAM comenzó a publicar en 2009 y que hasta la fecha no han parado, titulados simplemente Sólo cuento. Es decir, yo tengo Sólo cuento I y Sólo cuento II. El primer tomo lo leí poco tiempo después de adquiridos esos volúmenes y me causó una gran y grata impresión. Desde entonces quise leer no sólo el segundo, que ya poseía, sino todos, que pienso adquirir más antes que después.

Hace poco, finalmente, me di la oportunidad de leer el segundo tomo. Por cuarta vez leí los primeros dos, porque eran ya cuatro las ocasiones en que había intentado comenzar el ejemplar de 474 páginas, consiguiendo únicamente terminar los inaugurales, pertenecientes a la sección de Límites. Y es que estos libros están divididos por secciones o temáticas: Límites, Aprendizajes, Revelaciones, Criaturas, (Des) Encuentros, Perversiones y Sangre, sudor y lágrimas.

La primera de las historias me hizo recordar mis tiempos de maestra de Literatura en un Seminario Diocesano, donde les mostraba a futuros sacerdotes autores y corrientes. La segunda historia, igual que las tres ocasiones anteriores, me caló hondo. Y a diferencia de las otras tres, ahora sí la entendí. Entendí, de Héctor Manjarrez en "Fin del mundo", los profundos abismos del corazón y cómo un amor nos hace aguantar todo y despreciar todo, a la vez. Cualquier pretexto es bueno para permanecer juntos e innumerables detalles son razón para separarse, pero la verdad es que uno prefiere quedarse con el otro, porque solo se está igual de jodido, sólo que más, por la soledad.

De la sección Aprendizajes, los primeros tres me atropellaron su magistral factura y tema. Eloy Tizón, a quien confeso que no conocía, en "Velocidad de los jardines", me dejó tirada en la cama, boquiabierta por el viaje que acababa de hacer y llena de nostalgia por un tiempo ya ido que no habrá de volver. Javier Sáez de Ibarra, por su cuenta, en "Un hombre que pone un cuadro" me dejó con lágrimas en los ojos ante el pulcro silencio que habita la vida de un hombre que se ha quedado sin su único hijo. "Tomate", de Sabina Berman, es brutal por su contenido y desconcertante por su forma, en el sentido de que una niña descubre el placer sexual con el novio de su madre y en el de que repentinamente la autora junta tres tiempos distintos en un solo punto temporal.

En Revelaciones, José María Merino, como siempre, me dejó aturdida de tristeza y de genialidad, con "Los días torcidos". Una historia perfectamente delineada, conducida, tensa. Una mentira perfecta. Una realidad tristísima en que a uno de los personajes, injusta y repentinamente como casi todo lo malo en el mundo, se le muere su hijita. "La mujer de Lot", por otro lado, de Verónica Murguía y perteneciente a la sección de Criaturas, me dejó terriblemente pensativa sobre la naturaleza del placer, sobre la importancia que tienen en nuestro mundo, a pesar de lo efímero que son, la belleza y el deseo.

Con una tónica muy distinta llega, algunos relatos después, en el apartado (Des) Encuentros, Hernán Rosino con "Pie sucio", una historia de patetismo y mediocridad emocional lenta, íntima, pegajosa, reflejo de un impulso hasta cierto punto natural en el ser humano, que guarda cierto parecido con la historia de Manjarrez, acerca de una pareja que quiere permanecer junta y al mismo tiempo no. Justo a continuación aparecen "Las notas falsas" de Karla Suárez: una historia hermosa acerca de los marginales, la belleza que hay en ellosnosotros, y la necesidad que tenemos todos, de esos seres que viven a la orilla, que son sombra, que son mudos.

En Perversiones, "Una y otra", de Patricia Esteban Erlés, nos trae una metáfora acerca de la autofagia. Es decir, cómo nos devoramos a nosotros mismos en el intento de eliminar al otro, que tanto parecido guarda con nosotros, razón precisamente por la que lo odiamos tanto. Todo esto, combinado con grandes dosis de sensualidad y una escritura pulcra.

Por último, como una joya, quiero comentar el impacto que tuvo en mí la historia que contiene "Cementerio de carros", de Rafael Menjívar Ochoa, que forma parte de la sección Sangre, sudor y lágrimas. Un hombre está a punto de perder una mano y eso es el pretexto para abrir una pequeña ventana en su mundo, donde se albergan putrefacciones, soledades, miedo a vivir y sobre todo, miedo a morir. Conciso, fulminante, perfecto.

Está de más decir que se los recomiendo. No sólo el tomo II, sino toda la colección, porque confío ciegamente en que los últimos tres son igual de buenos, aunque no los haya adquirido ni leído.

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