lunes, 25 de agosto de 2014

A la vida, que me ha...

La famosísima canción "Gracias a la vida", autoría de Violeta Parra, empieza con la siguiente estrofa:

Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me dio dos luceros que cuando los abro 

Perfecto distingo lo negro del blanco 
Y en el alto cielo su fondo estrellado 
Y en las multitudes el hombre que yo amo. 

Para mí ha sido siempre un misterio, y un gran pesar, pensar en las razones por las que se suicidó una artista hacedora de versos y melodía tan hermosos como los que componen esta gran canción. Porque es cierto. Detrás de la hermosura de esta pieza yace para mí, inevitablemente, la sombra de su suicidio (sombra doble, dado que nunca me he dado a la tarea de investigar al respecto). La oscuridad que acosó y devoró a una fuente de tanta luz como lo es esta obra artística. 

A mí la vida me ha dado también dos luceros. Durante muchos años me atrajeron burlas respecto a su forma y tamaño (pasaba de parecer caricatura japonesa a rana o sapo). Luego, a partir de la universidad, me atrajeron cumplidos, por las mismas razones. (Caprichos y azares de la vida.) Llegaron incluso a halagarme diciendo que tenían ojos de vaca. Halago extraño pero hermoso.

No tengo muchos recuerdos de ellos funcionando bien. Desde los 7 años de edad uso gafas. A punto de cumplir los 24 me operé con láser. 24 meses de milagro se sucedieron: despertar por las mañanas y ver la habitación nítida; ir a hacer ejercicio sin necesidad de intuir con la memoria y los sonidos mi ubicación; salir a la lluvia sin incomodidad de gotas estacionadas en mi campo visual; ir a lugares con humo sin que se me irriten los pupilentes; pasar de un lugar frío a uno caliente sin que se empañen los cristales. Poder distinguir el cielo estrellado y al hombre que amo en una multitud. Pero poco a poco algo fue cambiando. A punto de cumplir los 26 me dijo un especialista que, efectivamente, mi vista se estaba deteriorando. No se puede saber si se va a estancar en un número o seguir su camino de devastación; tampoco se puede saber si estoy libre del riesgo del Queratocono. No se puede asegurar, por lo tanto, que mi genética no me vaya a conducir a la ceguera. No hay remedio para ello que no esté usando ya: una operación láser (que bendigo por el regalo que trajo a mi vida y que maldigo porque me dejó más vulnerable frente al Queratocono) y dos veces al día, todos los días, unas gotas que disminuyan la presión en mis luceros. 

Hoy fui a comprar unos armazones que no tendrían que haber llegado ya nunca a mis manos. Unos lentes que tenían que haber sido un objeto del pasado o miembros de una sección olvidada en las tiendas departamentales. 

Hoy comienza una nueva historia para mis dos luceros, cuyo final es incierto, a lo más, y desalentador, a lo menos. Aunque a decir verdad esta historia ya estaba escrita desde mi nacimiento o desde mi concepción, pero yo soy una actriz improvisada que desconoce el guión. Y siento tristeza, cierto desánimo, una ilusión quebrada. Y alcanzo a vislumbrar la claridad dentro del misterio trágico del final de Violeta Parra. La vida nos da y la vida nos quita. Y a veces las despedidas son tremendas. Algunas insoportables, según intuyo.

Cuando la vida nos da, le decimos gracias. ¿Qué le decimos cuando nos quita?

No hay comentarios: