sábado, 16 de agosto de 2014

Mi perro de oro

De los cinco a los diecinueve años tuve en mi casa paterna una perrita french poodle, blanca, fiel y gruñona, que alguna compañera de la prepa le regaló a mi hermana. Mi hermano y yo tenemos una foto adorable, donde estamos junto con ella, los dos en una época de nuestras vidas en que estábamos deformes (yo, gorda y greñuda; él, orejón y narizón). Pero adorable, la foto, a fin de cuentas. 

Pero esta historia no es acerca de Brigitte (todos los animales cuasi domésticos que tuvimos tenían nombres así: Napoleón, Dalí... Fue un momento muy triste cuando nos enteramos que la Bardot fue seguidora nazi), aunque prometo escribir una sobre ella y, por ejemplo, la vez que salió a defender a su hermano pastor alemán que estaba a punto de ser atacado por una manada. 

Esta historia es sobre Zen. 

Yo no le puse ese nombre. Ni decidí que estuviera en mi vida. Ni lo vi nacer. Ni nada de nada. Llegó a mi vida cuando yo tenía 24 años y cuando él tenía 4 meses. Un golden retriever que efectivamente es dorado pero que no trae nada consigo para devolver a sus dueños. Digamos que sólo es un golden. 

Es la criatura más maravillosa. De verdad. Cuando está bañado huele equis y cuando apesta a sucio adoro su olor. Le doy besitos en la frente y olfateo sus pelos. Le agarro la nariz negra y permanentemente húmeda. A veces, cuando hace popó, se le queda pegada en unos pelos que tiene cerca del ano que forman una especie de barba en la cola. Y lo tenemos que limpiar con la manguera y a él le molesta muchísimo. 

Una vez me enfermé de la panza y, tras vomitar, derrotada por el dolor y acostada sobre el suelo del baño, vino y me dio un abrazo, mientras mi marido manejaba a la farmacia por medicinas. En otra ocasión, empecé a llorar de tristeza y se me acercó con una mirada que me preguntaba si todo estaba bien. 

Es una de las criaturas más amorosas que he conocido en la vida (junto con Janis -sí, por la Joplin- y Petunio, ambos gatos, y mi sobrina). Es también una de las más desobedientes y vale madristas. Y, por último pero no por ello menos importante, es un excelente dormidor y un viajero por naturaleza. 

Esta noche dormirá en nuestro cuarto. La habitación se apestará a él. Y a mí, eso me hace muy feliz. 

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