miércoles, 2 de noviembre de 2016

Hoy es día de los muertos, papá

Creo que es más lo que no extraño a mi papá que lo que sí. Es una verdad terrible. Me atormenta. Me da vergüenza y culpa. Nunca hablo de eso con nadie, excepto con mi esposo, que es como hablarlo conmigo misma. Hasta hoy.  Hasta este texto.

Como consecuencia de ello, me aterra olvidarlo. Dicen que esa es la muerte real, y me da la impresión de que está en mis manos darle a mi papá una peor muerte que la que le dio la negligencia del IMSS (de eso tampoco hablo nunca).

Pero esa es mi verdad.

Y hoy es día de los muertos. La gente no trabaja, para poder tener el espacio y el tiempo para ir a honrar a sus difuntos. Mi papá está enterrado en Tepic, y no fui a “verlo”. Mi marido me preguntó hace un par de días que si iba a hacer algo por él. Poner un altar, quizás. Decir una oración. Hacer un brindis. No lo sé. No hice nada más que estos párrafos. Este escrito tendrá que ser mi ceremonia.

Hace algunos pocos días, el 25 de octubre, mi papá hubiera cumplido 65 años. Me parece una edad bonita, no sé por qué. Me imagino que la gente es más sabia, y su piel está arrugada y flácida y es más plácida al tacto. Pienso que a esa edad los casados son más dóciles, son inseparables, son tiernos porque la vida, a golpes, los ha domado. Pero veo a mi mamá, con sus 62 años, solita, añorando también esas imágenes. Mi papá se le fue antes de tiempo. Quizás cualquier tiempo hubiese sido anticipado. Pero este que le tocó lo fue, es un hecho.

Tal vez extraño y recuerdo a mi papá sobre todo a través de mi mamá. Me parece, ahora que lo pienso, que mi mamá era el vínculo entre él y yo. O por lo menos así lo fue durante muchos años. Mi mamá llevaba el orden y la lógica de la familia, de la casa y, ultimadamente, de la vida y el mundo enteros (así me parecía a mí). Y mi papá era su aliado indefectible. Era el conductor de todas las aventuras, el interlocutor, la voz pública. Juntos formaban una hermosa, jugosa, vital y funcional naranja. Y mi mamá perdió a su mitad.

Creo que mi papá no era mi media naranja, en la forma en que a veces los padres y las hijas lo son. Mi papá era… mi papá. Qué raro, no sé cómo describirlo. Ciertamente no éramos amigos, pero cuando yo estuve más grande, como en edad universitaria, bromeábamos muchísimo. Él estudió la licenciatura en Turismo y yo en Ciencias de la Comunicación, pero con frecuencia nos hacíamos consultas académicas (recíprocas, he de subrayar, para mi orgullo), como si fuéramos colegas. En los que fueron sus últimos años de vida manifestó hacia mí una gran dulzura. La última vez que escuché su voz fue en una llamada telefónica que nos hicimos el día antes de su infarto (se me hizo un nudo en la garganta al escribir esa palabra atroz). Nos estábamos poniendo de acuerdo para que ellos pudieran conocer al hombre que pronto se convertiría en mi suegro, que había venido a Puerto Vallarta por unos días desde Canadá. Se le notaba muy cansada la voz (me culpo y me recrimino por no haber notado antes el grado de extenuación que sufría), pero en algún momento de la llamada me nombró “hijita”. Así me decía en los últimos años. Al día de hoy es el recuerdo que conservo más vivo. Su voz masculina y dulce, pausada y pacífica, llamándome “hijita”. Hijita. Qué cosa más linda. Era cierto. Yo fui su hija más pequeña.

A mi papá no le gustaba que le dieran masajes. Encogía los hombros y los llevaba hasta las orejas cada vez que ponía yo mis manos en el área de su cuello, siempre tensa, para sobarlo. ¿Sería que no le gustaba el contacto físico? ¿Sería que entre él y yo no había la confianza de un masaje? No lo sé. Durante años mi papá renegó de mí. Especialmente, del hecho de que me vestía muy masculina, o muy hippie, o muy desarreglada, o muy algo que él no aprobaba. Y en realidad no me conocía. Creo. ¿Sería que sí? Sólo sé que me obligó a estudiar la carrera de Sociología al mismo tiempo que Ciencias de la Comunicación, porque yo quería ser cineasta, y él decía que el estudio de la sociedad me daría algo de qué hablar en mi cine. ¿Sospecharía que abandonaría el séptimo arte por las letras, y que algún día él sería mi tema de escritura? Según me ha contado mi mamá, él gozaba mucho de mis textos.

Este es para ti, papá. No sé a ciencia cierta cómo eras como profesor ni como político ni como hermano o tío o hijo o amigo, pero sé que siempre estabas calientito y tus abrazos eran como los de un oso de peluche gigante. Sé que siempre eras optimista y arriesgado y perseverante. Sé que eras cariñoso y prudente. Sé que me decías hijita con la voz hecha de pura dulzura. Sé que sigo siendo tu hijita. Sé que termino estas palabras llorando, y que compruebo que aún te recuerdo y te extraño y, sobre todo, te amo.