jueves, 21 de agosto de 2014

Temor a destruir

La fábula que inaugura las páginas del libro "La oveja negra y demás fábulas", de Augusto Monterroso, se titula El conejo y el león. 

En ella explica el comportamiento de ambos animales desde una perspectiva que sorprende por inesperada, y podría decirse que por ser exactamente opuesta a la tradicional. El león, por su parte, es calificado como "infantil y cobarde", y muestra de ello son sus garras y rugidos, que exhibe como armadura protectora contra lo que interpreta como amenaza. El conejo, por otro lado, "conoce su propia fuerza, y se retira antes de perder la paciencia", comprende el miedo del león y compasivo, lo deja en paz. 

Lo primero que me vino a la mente cuando leí este relato fue una cita que me topé hace algunos años y cuyo autor no recuerdo, que decía algo así como "en el amor, el fuerte es el que acaricia y el débil es el que golpea". Nunca he olvidado esa reflexión y desde que me introduje en el budismo, más bien la he confirmado como cierta. 

Podemos decir aquí que todas las relaciones humanas son relaciones amorosas, o simplemente acotar que la anterior premisa es válida no sólo para el amor, sino para toda relación humana. Y que la fuerza o la debilidad pueden sustituirse, respectivamente, con sinónimos como sabiduría o necedad, amor o miedo. 

Cierto, podría pensarse que lo más útil o impresionante sería una exhibición de fuerza como la del felino, pero la verdad es que esto sólo aplica para contagiar de miedo a los demás y propagar así una actitud en la que el respeto se gana con violencia. 

Hay una película que admiro profundamente, por su hechura también pero sobre todo por su contenido, por su historia. El film es "Ip Man" y es una parte de la biografía de quien fue el maestro de artes marciales del famoso Bruce Lee. Uno de los rasgos que más me conmovió del personaje principal es la gentileza y el cuidado con que trata a sus prójimos. Su primera actitud es de respeto y su elección para atacar siempre es la inteligencia y la sutileza. Sabe que él tiene poder. Se sabe poderoso. Y, como el conejo, se cuida de no destruir(se). 

Hace algún tiempo, un año aproximadamente, hacía largas reflexiones en mi diario sobre la femineidad y la relación que yo tengo con ella. Descubrí, entre otras cosas, que es infinitamente más eficaz y valiosa la discreción y la sutileza femenina que la frontalidad y la agresión de la fuerza masculina. 

Siempre he estado inclinada a ser receptiva y empática, y por lo tanto, a identificarme con el conejo. Me llama tanto la atención, siendo que en el horóscopo me corresponde el león, y yo soy poco propensa a las uñas y los dientes (aunque la melena sí encaja). Primero en mi vida, me creía sin fuerzas, sin valor, y eso me dejaba en un estado de pusilánime. Ahora, me conozco mejor y me admiro, me quiero y me respeto más. Pero la verdad es que todavía siento temor de mi capacidad destructiva (¿será que de la creativa también?) y cuando llega el momento de defender la manada o el territorio o la comida o la vida, ni intimido con rugidos ni destruyo como el conejo. 

Las características del conejo me parecen mucho más admirables y dignas de ejemplo, pero mientras que al león le hace falta serenidad y auto conocimiento, al conejo le falta, por fin, entrar en acción. Dice Monterroso sobre este último animal, en relación con el rey de la selva: "al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada". 

¿Y qué pasa cuando el león sí le haga algo?

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