miércoles, 30 de noviembre de 2011

Apología grullense


Cuando lo escucho contar historias sobre los personajes locales, que van desde borrachos hasta artistas incomprendidos; cuando dice que se va de Guadalajara rumbo a su ciudad me doy cuenta, en su mirada y en el tono de voz, que realmente le hace ilusión el viaje; cuando me presenta a un montón de gente que viene de allá y en todos hay un cierto orgullo, un motivo de identificación; cuando continuamente crea cosas relacionadas a su lugar de origen, es cuando pienso que El Grullo debe tener algo especial, al menos para Cheshvan Santana.

Cheshvan Santana es mi amigo desde hace ya casi cuatro años. Lo conocí del modo más extraño. Una noche, en la universidad, después de una muestra de cortometrajes, un grupo de gente de algunos semestres más avanzados que yo pero que sabía que eran también de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación se arremolinaba alrededor de un sujeto que tenía a todos asombrados. Me acerqué.

En medio del grupo estaba un güey alto, gordillo, haciendo la actuación de un tipo que de repente se empieza a convulsionar, se tira al suelo, comienza a gritar y se agita por el piso. El espectáculo era realmente espantoso. ¿Quién carajos era ese sujeto y por qué razón incomprensible hacía ese show? Tenía que ser mi amigo, ese güey.

Y así fue. Se hizo tarde, yo en ésa época no tenía coche, y como mi alma mater está ubicada lejos de la metrópolis tapatía, tuve que pedir aventón hacia un lugar más cerca de mi casa. Precisamente me hizo el favor uno de los que antes se arremolinaban alrededor del estrambótico actor, quien por cierto, también iba en el carro. Me llamo Cheshvan, dijo. ¿Cómo? Nadie, jamás, entiende su nombre a la primera.

El asunto es que eso fue hace cerca de seis años, y a la fecha es uno de los amigos que más cómodamente se han instalado en mi corazón. Hace videos (aunque no sólo eso). Algunos con su incomprensible sentido del humor, pero otros, los verdaderamente impresionantes, son en su mayoría sobre su tierra natal: El Grullo.

El Grullo es un pueblo que está al suroeste del estado de Jalisco, cerca de Autlán, el lugar de nacimiento del famoso guitarrista Santana (aunque ahí al parecer nadie lo quiere) y también cerca de otro pueblo llamado El Limón, que próximamente será famoso por un documental que se grabó con algunos personajes de esa localidad, y que será inmensamente reconocido, en gran medida porque Cheshvan lo editó parcialmente.

He ido al Grullo más de una vez, y todas las ocasiones me alegra llegar y me pesa irme. Se come sabroso, se duerme sabroso (aunque sea en el piso de la casa de los padres de Cheshvan, gente con anécdotas absolutamente inverosímiles pero ciertas. Ejemplo de esto: una vez, en El Grullo, tembló. La madre de Cheshvan dijo: ¡está temblando! Y su padre contestó: ¿Dónde? Todo esto, lector, es verídico), pero sobre todo, se bebe sabroso.

Los lugareños son gente exótica. Del mismo modo en que pensamos que la gente en Turquía o en Lituania es extraña, así también son los grullenses. Tienen algo… particular. En la mirada, en el modo en que se tiran en las esquinas ahogados de cerveza, en el modo en que comen tortas ahogadas… en algo que no puedo precisar.

Las charreadas (historias que son absolutamente improbables pero tan disfrutables que deseamos que sean ciertas), por ejemplo, son parte esencial de ellos. Pero de las charreadas sólo Cheshvan puede decir más.

Este texto, que no creo que pueda llamarse ensayo y tampoco carta, lo hice porque, para no morir de depresión, me he propuesto escribir todos los días. Y el día de hoy quise escribir sobre mi amigo Cheshvan Santana, porque lo amo, y sobre El Grullo, porque me intriga hondamente su misterio, que me atrae como imán. Yo quiero ser grullense, y quiero serlo gracias al extraño apego que mi compa, el raro de Cheshvan, tiene hacia su pueblo.

Cheshvan, ¿qué nos puedes decir al respecto?

Busquen la respuesta de mi amigo Cheshvan en su blog: http://cheshvan.blogspot.com/

martes, 29 de noviembre de 2011

Globos de feria*


Ese día había desayunado frijoles, es cierto, pero esa no podía ser la causa de aquella monstruosidad que experimentaba. En el salón de clases me costaba mucho trabajo disimularlo. Me inclinaba ligeramente hacia los lados, simulando que me acercaba a platicar, y entonces los soltaba, esperando, temerosa, que fueran silenciosos, inodoros. Trémula y sudorosa, pensaba en lo que sería de mi reputación si alguien se enteraba de mi circunstancia.

Aquella mañana terminó con éxito, pero vinieron más horas de angustia en el camino a casa, durante la comida, en mi habitación, en el baño, en la ducha, en la piscina con las amigas, en el mar con los primos, en la montaña, en el coche, en la cena romántica, en la entrevista de trabajo, en el súper, en el banco. Miraba alrededor, disimulada o exasperadamente, tratando de adivinar en el rostro de los demás si mi secreto había sido develado. Mi paz mental era para entonces sólo un recuerdo.

La única forma de no ver mi vida eclipsada por ese imperio anárquico en que se había convertido el extremo final de mi tubo digestivo, fue dedicarme a inflar globos en las ferias de pueblo, trasladándome de un sitio a otro, sin residencia fija, siempre detrás de una cortina donde nadie pudiera ver el origen de esos globos de quermés cuya maestría y procedencia intrigaban a tantos por esa robusta mezcla de aire y materia humana que tan agradable resulta al tacto. 

*Este texto lo escribí en septiembre de 2010 y fue el cuento que leí en la FIL 2011. 

domingo, 30 de octubre de 2011

Todas somos Miss Bala


Zoe del Carmen García Navarro desapareció en Tepic el primero de octubre. Fue sustraída de la realidad cotidiana cuando el sol estaba en el zenit, en la colonia más antigua y más concurrida de la ciudad: el centro. Zoe tiene (¿tenía?) una complexión física parecida a la mía, aunque ella es siete centímetros más alta que yo. Tiene también, como yo, el cabello rizado y oscuro. Se la ve risueña en las fotos. Tiene 26 años, pocos más que yo.

En mi ciudad, y sobre todo últimamente a causa de la narcoviolencia, hay muchos secuestros y la gente va y viene, y a veces, como ésta, sólo va. Su mamá declaró al noticiero de la televisión local que su hija le dijo que iría por sushi y a comprar un vestido. Es algo que yo también le he dicho a mi propia madre. 

Zoe, además, tiene una enfermedad psiquiátrica llamada Trastorno de inmadurez; quienes la padecen tienen una apariencia física normal pero su desarrollo intelectual puede alcanzar un nivel máximo de un niño de diez años. Hace tiempo escribí un cuento que se llama Rosa, que está antologado en un libro que en el marco de la FIL verá la luz, y que tiene como personaje principal a una muchacha con este padecimiento.

Todo lo anterior lo explicito para dejar claro hasta qué punto me sentí identificada con Zoe. Lo primero que pensé cuando vi en una heladería el cartel que anunciaba su desaparición fue que yo pude haber sido ella.

Algunas semanas después fui al cine a ver la película mexicana Miss Bala, seleccionada en el Festival Cannes. Miss Bala es una joven cualquiera que tiene el gusto caprichoso de convertirse en Nuestra Belleza Baja California, lo cual no tiene nada de condenable: aspiraciones las hay de todos los tipos. La desgracia de esta muchacha es haber nacido en Tijuana y llegar a su segunda década de vida en medio de un conflicto político y militar que se le ha salido de control a todo mundo.

El único error con el que podríamos juzgar al personaje de Miss Bala es el de haber confiado en un agente de tránsito, que a su vez la entregó en bandeja de plata a una banda delincuencial que sin contemplaciones ni necesidad de autorización hizo de ella un títere. La sometieron a golpes, interrogatorios, violaciones, atentados, amenazas, tráfico de drogas. Y ella estaba orillada a dos opciones: obedecer o morir. Finalmente, cuando ya no fue útil para quienes hicieron de ella un objeto sexual y comercial, se deshicieron de ella abandonándola en un lugar donde no resultara un peligro, dejándola indefensa, sola, vulnerable, desprotegida.

Quizás eso fue lo que le pasó a Zoe. Quizás confió en un agente vial, o en un policía, y ahora esté bailando en la pista de un bule de mala muerte, confundida porque su enfermedad psiquiátrica no le permite comprender lo que pasa. Quizás eso nos pase un día normal a cualquiera de nosotras, mexicanas, por el simple hecho de haber nacido bajo el estigma del sexo débil en este país donde sólo se finge la política, la democracia y el respeto por la vida. En México, todas somos Miss Bala. 

No quiero significar nada*

Un día de invierno
voy a desaparecer.

Lento, me internaré
en la espesura de cierto bosque
que convierta mis lágrimas en microcosmos.

Voy a buscar en el frío de mis huesos
el olvido de esta sensación inédita
de mutismo.

Me desharé, poco a poco,
de esta vida que no quiero,
que se me agolpa en la garganta,
que muere en mi lengua.

Te encontraré en los lagos
cuando asomada a la superficie me devuelvan mi reflejo
y sonreiré,
porque eso habrías hecho tú.

Voy a tomar de ti
lo que sé y lo que amo:
me lo voy a guardar en las venas
y en silencio deambularé entre los árboles,
protegiéndote del frío al que irreversiblemente me habré entregado,
pensando sólo pensamientos dulces, pensamiento caricias
que no habrán de lastimarte nunca.

*"no quiero significar nada" es una frase de un libro que desconozco y no he leído, pero que me compartió un amigo. Desde el mismo día en que me la dijo, me sentí identificada con ella, pues al fin pude encontrar palabras para esa sensación que no podría nombrar de otro modo. El deseo de sólo ser espectador pero no partícipe: ser invisible: ser inofensivo. Es decir, no ser.

martes, 25 de octubre de 2011

Morir pronto*


Hoy es uno de esos días en que sí deseo morir pronto. Acabar con la pena que me provoca habitar este cuerpo, esta familia, esta ciudad y este mundo donde no hay un designio, no hay control posible, no hay sentido: sólo el esfuerzo de sobrevivir. ¿Por qué apremia tanto esta necesidad, este gusto por la no muerte (no puedo decir gusto por la vida, porque ésta implica, necesariamente, la práctica del deporte, la ausencia de vicios, la sonrisa espontánea)? ¿Será heredado? ¿Nos viene de la animalidad? Quizá. Pero esas bestias que somos por dentro no han comprendido, entonces, que esa “civilización” en la que tratamos de encajar no nos facilita nada. Es un esfuerzo, continuo e irracional, por llegar a la noche, por llegar al viernes, al 31 de diciembre. “Es difícil recordar vivir antes de morir”, dice una canción de Modest Mouse que disfruto mucho. Aunque me aterra un poco. La iba escuchando hoy rumbo al trabajo, y el estómago se me hacía un nudo. Me gustan algunas cosas del trabajo, pero no me gusta la presión, los gritos, la falta de tiempo, las muecas hostiles. ¿Será que soy floja? ¿Que soy desidiosa, que estoy malacostumbrada a la buena vida? No encuentro la lógica detrás de trabajar todo el día, todos los días.

He pensado que lo único cierto a lo que puedo aferrarme hoy es que tener hijos no es una opción de amor. ¿Cómo forzarlos a este sinsentido, a este dolor, a los nudos en la garganta? ¿Cómo pagarles ropa, médicos, escuelas? No soy capaz de conservar un trabajo, un gusto laboral por algo. ¿Será que aún no encuentro lo mío? Como quiera que sea, no podría mantenerlos. ¿Cómo lidiar con la responsabilidad de otras vidas, además de la mía?

El médico me dice que tengo unas cantidades industriales de estrés. Reconozco, en lo hondo, que la mayor parte de ese estrés es emocional. Estoy muy enferma de mis intestinos y me han recetado tanto medicamento como para una persona próxima a la muerte (y de nuevo, ese intento de huir en sentido opuesto a la parca). Quisiera no tener ese mal en mi cuerpo, porque me resulta doloroso, molesto. Amo mi cuerpo porque es lo único que tengo, de verdad, en este mundo material. Cómo me gustaría que no le pasara nada malo nunca. Yo sólo quiero escribir, y estudiar posgrados y dar clases. Pero sobre todo quiero hablar con la gente, escuchar a los demás, aprender de ellos, observarlos, desarrollar por completo ese amor que quiero sentir por todos, porque es un modo de sentirlo por mí misma.

Quisiera tener la fuerza de superar esta mala racha rápido. Porque no me queda más que aprender y disfrutar, porque tengo la certeza de que voy a morir pronto. Quizá este tiempo es precisamente para eso, para aprender, y acercarme aún más al día en que ya no seré más que estas letras que dejo ahora, regadas como el tiempo deja al polvo por donde pasa. 

*"Morir pronto" es un proyecto de ensayos literarios de corte autobiográfico en el que estoy trabajando. Ésta es, pues, una muestra de él.

martes, 11 de octubre de 2011

Las pequeñas molestias cotidianas*

Uno puede despertarse en la mañana con la sensación de estar descansado, con la alegría de haber tenido una noche reparadora y unos sueños agradables. Es posible que te levantes, te mires dificultosamente en el espejo del baño a causa de tus párpados hinchados y no te encuentres demasiado feo. Te desnudas y te encuentras satisfecho con la masa que cubre tu esqueleto; te duchas y te relajas al mismo tiempo que te despabilas. Todo va bien, casi perfecto.

Estás en la cocina sirviendo el café en tu taza preferida, la que compraste en ese viaje que tanto disfrutaste, y de pronto pareciera que se abre la caja de pandora y todos sus seres apocalípticos y calamitosos se asoman al piso de tu casa representados en el más terrible y temible de ellos: una rata, un ratón, una cucaracha, una hormiga o una mariposa negra muerta con sus alas de mal agüero hechas polvo.

La vida se encarga de ponernos absolutamente todos los días pequeños obstáculos que nos impiden alcanzar la más sublime dicha, el gozo total, un estado de bienestar inconmensurable, la perfección completa. Podemos decir que se trata de un complot sobrenatural hacia los humanos para mantenernos sometidos en una vida repulsiva y despreciable, o podemos alegar, con mejor gana, que son pequeños retos para poner a prueba nuestro sentido del humor y nuestra capacidad de frustración.

Todo depende de la perspectiva y, por supuesto, de las circunstancias. Digo, no es lo mismo que se te rompa un tacón a las cinco de la mañana, después de que se terminó la fiesta y cuando estás a un metro de distancia de tu coche, a que se te rompa el tacón el día de tu boda en el extremo equivocado del pasillo.

Estas molestias, tal como parece, no son siempre tan pequeñas. Estos incidentes que podrían parecer insignificantes en realidad están todo el tiempo definiendo, en mayor o menor medida, el rumbo de nuestras vidas. Olvidar el celular en casa puede resultar en un necesario descanso o la pérdida de empleo; entender mal una palabra en una conversación puede quedarse en ocasionar una simple broma o ir hasta el rencor.

El secreto está, yo creo, en no obsesionarse con ellos. La gran mayoría de estos incidentes se escapan de nuestro control y nuestra voluntad, así que pocas veces podemos preverlos. Lo mejor es no preocuparse por ellos sino simplemente ocuparse, considerando que no podemos hacer nada por cambiar lo sucedido.

En la medida en que hagamos importantes estos acontecimientos será el grado de afectación que tendrán en nuestras vidas. Como casi siempre, todo está en la actitud: nuestra novia puede ponerse a llorar desconsoladamente a la entrada de la Iglesia, o mandar a volar ambas zapatillas y caminar en puntitas hasta el altar; podemos, mientras seguimos sirviendo nuestro café, decirle al bicho “buenos días, te mato más tarde” o pensar en él todo el día y resignarnos a traer mala vibra.

*Este ensayo fue escrito en octubre de 2008 para la revista universitaria Sin Embargo, que orgullosamente cofundé.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Horror al vacío

A Víctor Caamaño

No es cierto que vamos buscando a quien amar porque nos hayan arrebatado, en el principio de los tiempos, según dicen algunas mitologías, a nuestra mitad, e incompletos vayamos vagando por el mundo, olfateando en los demás la esencia de la nostalgia que ellos a su vez tendrán de nosotros. No es cierto. No buscamos algo que perdimos, sino el misterio de lo que aún no conocemos. Que observen nuestros gestos, los conozcan, los respeten y hasta los quieran. Que conozcan el mecanismo de nuestro pensamiento, el modo en que nos afectan las cosas y las razones de nuestras reacciones. Nuestras intenciones, las aspiraciones, los miedos, los recuerdos, las obsesiones, las debilidades, el color de nuestras ropas interiores. Que sin necesidad de dar explicaciones, lo sepan ¿Y de dónde nos viene la exótica idea de que esto existe? De la familia. Nuestros padres y hermanos, a fuerza de convivir prolongadamente con nosotros, comienzan a conocernos, aceptarnos e incluirnos en sus vidas. Saben nuestros tonos de voz, nuestras muecas, reconocen la sutil diferencia de nuestros distintos silencios. Una vez que hemos crecido y el imperio enardecido de las hormonas ha tomado el poder indisciplinado sobre nuestros cuerpos, reconocemos la necesidad de la carnalidad. Nos arrebata el deseo de un beso, de una caricia, de una mirada intensa. Así, pues, mezcla de lo corporal y de la inmensa satisfacción que da saberse aceptado y partícipe de una relación con otros, comenzamos a buscar (o a aceptar gustosamente) quién nos satisfaga. Quién se tome el tiempo y el esfuerzo de observarnos, medio comprendernos (porque siempre seremos un misterio para los demás, y los demás lo serán para nosotros) y aceptarnos, al mismo tiempo que nos abraza, nos toma de la mano, nos hace el amor. Hay quienes, incluso, sentimos la urgencia de que terminen de una buena vez los primeros meses donde todo es admiración, deslumbramiento y perfección para que comience la batalla real: que conozcan nuestros olores secretos, que sepan de nuestra loca familia y su historia y sus costumbres, que sean testigos de esa mirada de disgusto, de ese gesto de incomodidad. Si algún extraordinario sujeto logra sobrepasar esta etapa de continuas dudas, reconsideraciones, interrogantes, misterios, disgustos, incomodidades y todo aquello que implica la adaptación a una vida compartida con un desconocido (todos somos desconocidos para los demás. Incluso nuestra familia, porque la idea de que nos conocen es sólo una ilusión), entonces habremos encontrado a alguien especial, perdurable, y podremos recordar esa cita de Italo Calvino que dice “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno. Y hacerlo durar y darle espacio”. Hacerlo durar y darle espacio. Ahí está el problema.

Este ensayo está dedicado a un amigo que conocí por primera vez en un taller de ensayo literario con el ilustre y muy querido por mí Israel Carranza. Ese amigo era un hombre “de edad” (como se dice por ahí para no lastimar a quienes ya han vivido más años de los que aún les restan), y quizás el más disciplinado e instruido de todos quienes asistíamos a ese curso. Sus ensayos, que llevaba religiosamente cada viernes, estaban poblados de referencias literarias, filosóficas, políticas y científicas de lo más cultas; después de cada ensayo escrito y leído por los distintos alumnos, él retroalimentaba con honestidad y precisión. Pero lo que verdaderamente lo delataba como un hombre sabio era el hecho de que siempre se daba el gusto (que para la mayoría de quienes olvidamos nuestra mortalidad, es un lujo) de beberse un café o de tomar una de las riquísimas nieves que vendían a pocos metros de la librería donde nos citábamos cada semana. Este amigo, Víctor, un buen día (no: un excelente día) me dijo, después de leer un ensayo (no recuerdo cuál es) que había escrito para el taller, que yo llegaría muy lejos. Y que lo mismo le había dicho a Eugenia León cuando la conoció, siendo ella apenas una muchachita sin la fama que ahora tiene por, precisamente, haber llegado tan lejos. En esos espesos días en que amanezco con poco amor y confianza propios, recuerdo ese augurio que me echó mi amigo y me siento aferrada a un flotador que sale de nuevo a la superficie. Víctor, otro día, me regaló el libro “Elegía”, de Philip Roth y me pidió por favor que yo lo autorizase a convertirse en mi mentor. Le dije que sí, sin la intención de que realmente se llevara a cabo. ¿Qué quería decir eso de convertirse en mi “mentor”? No lo entendía muy bien y me daba un poco de miedo, incluso de pereza. Estoy acostumbrada a llevar mi propio ritmo con mis mentores, que siempre han sido los libros y algún que otro profesor, brillante o despistado, en quien he creído encontrar atisbos de genialidad. Víctor, por su cuenta, pareció muy emocionado con la respuesta. Yo notaba que Víctor disfrutaba mucho de mi compañía: frecuentemente me invitaba a eventos culturales; me pedía, al final de la clase los viernes, que me quedara con él a tomar un café; me interrogaba sobre el libro que me dio y que hasta la fecha no he leído. Quizás era la diferencia de edad, de sexos, de caracteres para la escritura. Acudimos juntos a algunas actividades en museos, charlamos en ciertas ocasiones, y no me volvió a regalar otro libro. Me mudé de ciudad y hace algunos meses, Víctor falleció.

A veces pienso que ahora, muerto, Víctor puede verme y acompañarme a donde sea y como sea. Me imagino, luego, que todos los que han pasado a “mejor vida” tienen esta característica: nos pueden ver cuando lo deseen. Recreo en mi cabeza hordas de muertos voyeuristas que se agolpan en mi habitación cuando me estoy desnudando para meterme a bañar. Pero se me ocurre también que hay muertos sensibles y amorosos que se te acercan cuando estás triste, cuando te quieres encomendar a alguien que no sea ese dios etéreo del que tanto y tan sólo nos han platicado. Pienso, pues, en los fallecidos, como en una forma imperceptible de compañía, aunque esto suene ridículo. Luego mi cabeza toma el vuelo de un papalote a la hora de pensar cuáles serán los requisitos o los horarios para poder visitar a los vivos. Porque, de otro modo, me parece un poco inmoral el hecho de que cualquier muerto, cuando le venga en gana, me haga una visita cuando estoy, digamos, indispuesta: hablando sola en el cuarto, sentada sobre el retrete o depilando mis axilas. Me abruma plantearme esta indiscriminada falta de privacidad. Pero lo que realmente quiero decir es que en el fondo, como un acto de fe, quisiera creer que los muertos están con nosotros.

Por un lado, pensar que los muertos pueden estar conmigo y, por el otro, acelerar mi primera confesión incómoda en el proceso del cortejo para saber pronto si estoy conociendo a “la persona indicada”, dicen de mí que soy víctima (o propietaria, según se mire) de un terrible, de un sobrecogedor horror vacui. Tenue pero tangible como un olor, percibo un miedo no hacia la soledad sino hacia el vacío de otros en mi vida. No temo tener como único recurso mi calor corporal para habitar mis sábanas; no me repele pensar en ir sin compañía los viernes al cine; no me agobia plantearme los domingos como el día para leer o para pasear en el parque con nadie más que el perro. Lo que realmente me impacta es verme como una isla inaccesible, alguien que ha perdido el eslabón que la une, no sólo en sentido social sino histórico y existencial, con los otros, con los demás. Quedarme progresivamente sin esa familia en cuyo mapa de vida figuran mis gestos y mis gustos.

No es que me parezca que yo merezca ser conocida, o que valgo la pena, o que puedo aportar algo de trascendencia. No. Esto que siento está bien alejado de un desorden del ego o de la vanidad. Es, más bien, quedarme sin la versión que los otros tienen de mí. Reducir mi espectro de pensamiento o de percepción a aquello que nace únicamente de mí y no también de quienes me rodean. Perderme la oportunidad de verme contrastada con mis prójimos. Pero de ese escenario sobre todo me asusta la desolada certeza de no haber provocado en alguien más la curiosidad y el afecto que a mí me provocan tantas cosas y personas. Por eso es tan difícil mantener el amor propio cuando nos sospechamos derrotados en el ámbito de ser amados por alguien más: porque se va generando un vacío donde sólo existe nuestra persona, y este individuo en cuestión tarde o temprano empezará a pudrirse, porque así pasa con el agua que se estanca, y un ser aislado es materia inerte: no puede reciclarse en la convivencia con el otro.

Precisamente porque no sé a ciencia cierta que alguien me amará hasta el fin de mis días, y conocerá mis movimientos, mis tonos de voz y mis hábitos ideáticos, es que prefiero creer que me acompañan los muertos. Por los menos los que conozco, aunque no pueda saber de qué modo o en qué momentos. Por eso, y no en vano, he dedicado este texto a mi buen amigo Víctor. Porque yo aún lo acompaño a él.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Entrevista a Luis Alberto Bravo

El 29 de agosto pasado, los integrantes del V Taller de periodismo cultural y crítica de arte nos reunimos en el museo Juan Escutia, ubicado en el centro de la capital nayarita, con el director de la compañía de teatro “Tituba”, Luis Alberto Bravo, quien también es fundador del Laboratorio de Arte Teatral y Escénico de Nayarit (LATEN), y director del Festival nacional de teatro “Ixcuintla”, con sede en el municipio de Santiago Ixcuintla.

El originalmente licenciado en derecho hizo estudios escénicos en Tijuana, en la Asociación Nacional de Actores (ANDA) en el DF y Los Ángeles, Estados Unidos. Como resultado de una decisión basada en la preferencia por vivir en un lugar que no tuviera una sólida cultura del teatro llegó a vivir a Tepic. En nuestra ciudad, quince días después de su arribo, comenzó a trabajar como director del grupo de teatro Zero y posteriormente fundó el grupo de teatro infantil, juvenil y universitario. Ambos grupos siguen vigentes hasta la fecha. “Los nayaritas tenemos dos piernas, dos brazos, dos ojos, el mismo peso de masa cerebral. ¿Por qué no podemos hacer otras cosas?”, reflexiona el artista.

Tras ser doblemente becado para estudiar Dirección de escena, en “Casa del teatro”, con Luis de Tavira, en la ciudad de México y en la ciudad de Salamanca, Guanajuato, vuelve a Tepic y funda el Tituba, una agrupación independiente cuyo objetivo es “la profesionalización del teatro en Nayarit”, según las palabras de Bravo. El nombre del grupo se debe a un personaje de la obra de Arthur Miller, “Las brujas de Salem”. Al fundador de la compañía le tocó representar este papel al final de su carrera en Los Ángeles y para él significa que todo es posible. En Barbados, además, quiere decir “buen porvenir”.

El Tituba tiene tres dramaturgos que escriben especialmente para la agrupación: Gabriel Alfonso Ortega, Gabriela Inclán y Alberto Castillo Pérez. Cuenta, además, con un escenógrafo, un vestuarista, un músico, dos coreógrafos, un artista plástico, doce actores (uno de ellos funge además como director gráfico y una como relacionista pública), y el propio Bravo, quien es el director general.

La compañía teatral tiene presentaciones todos los jueves a las 19:30 horas, en las instalaciones del LATEN (Morelos 139, entre Ures y San Luis). A partir del 22 de septiembre estarán en temporada con la obra “Amado” (que se estrenará como parte de las actividades del Festival Cultural Cervantino), que tiene como personaje principal al poeta nayarita Amado Nervo, y a partir del 27 de octubre con la obra “El refrigerador”. En noviembre el grupo se va de gira a Baja California y en 2012 están invitados a asistir al DF, a Michoacán, y a Uruguay, Nicaragua y Cuba.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Niños de la guerra

Llegué al teatro de la escuela primaria Presidente Alemán a unos escasos segundos de que diera comienzo la función. Fue un alivio y al mismo tiempo una sorpresa cuando subí la mirada y pude contemplar la sala en su totalidad: las tres cuartas partes de las butacas estaban ocupadas, sobre todo aquellas que estaban más cerca del escenario. Sólo unas cuatro o cinco filas hacia el final estaban libres. Me dio mucho gusto: por un lado, soy el tipo de persona que acostumbra sentarse hacia el final, tanto en los teatros como en los cines; por el otro, es emocionante ver que un teatro tepiqueño esté así de concurrido. Ocupé un asiento de en medio y tan pronto me senté apagaron las luces. Un agradable aire acondicionado ambientaba el recinto. La inquietud de los pequeñines, que conformaban la mayoría de los espectadores, se agolpaba en mis oídos. Comenzaba una de las matinés de obras de teatro infantil que forman parte del Festival Cultural Amado Nervo 2011.

Los niños actores, ocho (aunque son nueve en la compañía teatral, llamada Tewa Akan), salieron a escena vestidos con una indumentaria sencilla pero que les permitía ser reconocidos inmediatamente: estaban disfrazados de adultos, particularmente de campesinos. Una pequeña niña comienza la narración hablando de su pueblo, un pequeño lugar poblado por gente quejumbrosa, achacada por el terrible mal de la falta de lluvia, que ha traído consigo la infertilidad de gallinas y cabras, de los pozos de agua y de la calma de espíritu. De pronto, llegan sin aviso un par de niños, hablando una lengua extraña y exhaustos por el hambre y el esfuerzo de la caminata desde su pueblo lejano, agobiado por la guerra, hasta esta tierra de gente amargada y encerrada en sí misma. Los lugareños, frente a los pequeños desconocidos, se muestran reacios. Lo que no conocemos lo tememos, y lo que tememos lo odiamos. Los extranjeros, frente al rechazo, se refugian en sus instrumentos musicales y durante la primera noche de su estancia en ese pueblo de gente inhóspita comienzan a tocar una pieza con su pandero y su melódica. Las notas viajan por el aire que respiran aquellas personas herméticas, se meten entre sus sábanas. Al día siguiente, los lugareños despiertan con ligereza, buen humor y la buena noticia de que la lluvia está por llegar. “Eso de la música es una cosa hermosa”, dice el pequeño actor que interpreta al anciano sabio del pueblo. Pero el desprecio hacia los recién llegados continúa.

Con un montaje sencillo pero bello y memorable, un juego de luces nada pretensioso y sí muy efectivo, y un repertorio de pequeñitos con diálogos perfectamente aprendidos y movimientos escénicos que demuestran haber sido ensayados una y otra vez, Niños de la guerra es una obra teatral que habla de temas tan profundos como el temor al otro, la riqueza intercultural (“resultando nuevos sabores y saberes”, dice la actriz protagonista), el horror de la guerra y la empatía del amor o el confinamiento al que nos condena el miedo. Como dice Eliseo Alberto, “el miedo es una camisa de fuerza”. El arte, no obstante, nos hace conscientes estos amarres. Por eso hay que ver Niños de la guerra.

*Tewa Akan es un grupo de teatro infantil de Nayarit dirigido por Alonso Apolinar y conformado por los infantes Roberto David Bueno Larios, Paola García García, Oscar Manuel Gutiérrez Lepe, Claribel Zarahi Soria Sánchez, Saray Elizabeth Hernández Carrillo y Val Cristian Brahans.

lunes, 29 de agosto de 2011

Lux Boreal

A las once horas de un domingo que normalmente sería consagrado al descanso o a la familia, se transformó en mi caso en una maravillosa experiencia de diálogo con las integrantes femeninas del grupo de danza contemporánea, con sede en Tijuana, llamado Lux Boreal. Nos contaron (a mis compañeros del Taller de periodismo cultural y crítica de arte, y a mí) detalles íntimos sobre el grupo e incluso de algunos de sus miembros, su historia como compañía de danza, las vicisitudes que han atravesado y algunos datos escabrosos sobre su última puesta en escena, titulada Lamb (cordero, en idioma inglés).

Sobre los retos que se les presentan para acercar a los espectadores a la danza, nos mencionaron que “no es una tradición en la sociedad mexicana darle importancia al arte. La sensibilidad de apreciar el arte la tiene cualquiera, pero no la tenemos desarrollada”, según dijo Azalea López, bailarina. Victoria Reyes, por otro lado, nos puntualizaba que han hecho obras cortas para que sean fácilmente digeribles para un público no conocedor, y que parece que ha dado frutos, pues Lux Boreal es un grupo que los bajacalifornianos quieren y procuran. Briseida López, otra de las bailarinas, nos repetía aquello que todos (excepto los altos funcionarios del gobierno, pareciera) hemos oído infinidad de veces: “la forma más eficaz de acercar a la gente al arte es desde la educación de casa”. Además de haber creado el Diplomado de Danza Contemporánea y Producción Escénica Lux Boreal (con sede en Tijuana y actualmente en su sexta edición), que tiene como intención crear público para esta disciplina artística, los jóvenes danzantes han llevado las artes escénicas a las calles. “La gente le tiene mucho miedo a los teatros”, se lamentaba Azalea. Nos confesaron contentas que después de haberse presentado en la vía pública, aquellos espectadores espontáneos y desprevenidos después fueron voluntariamente a verlos a un foro o a un teatro.

Nos contaban también que una manera que han encontrado de renovarse constantemente y así mantenerse frescos es colaborar con distintos coreógrafos. Para “Scrabble”, la puesta en escena que pudimos disfrutar en el Teatro” Alí Chumacero”, fue Magdalena Brezzo, una reconocida coreógrafa de origen uruguayo, la profesional invitada para trabajar con ellos, junto con los coreógrafos Henry Torres y Ángel Arámbula. Este montaje habla sobre las obsesiones y miedos de cada uno de los bailarines, y su nombre se debe al modo en que los coreógrafos decidieron darle unidad al proyecto: tomaron el nombre de cada una de las partes en que los jóvenes bailaban sus monstruos internos y las combinaron de modo juguetón para crear un ensamble con ilación y sentido.

La pieza que pudimos ver el domingo 28 de agosto a las 20 horas en el recinto tepiqueño fue de gran colorido, de precisión en los estímulos y las sensaciones, de movimientos concisos pero elocuentes, de gran interacción entre los danzantes y entre éstos y la música y la escenografía. Un espectáculo que, desafortunadamente, duró menos de una hora pero que al final recibió una gran cantidad de aplausos. No es diario que los nayaritas tenemos la posibilidad de ver una pieza artística de este nivel: tanta pasión en escena, tanta disciplina. Prefiero los domingos consagrados al arte que al descanso, es un hecho.

lunes, 22 de agosto de 2011

Vuelvo

Y vuelvo hoy a mi rincón de polvo

a relamer mis heridas

a recostarme entre los recuerdos basura

como un gato fantasmagórico.


Y vuelvo hoy a desprenderme de mis demonios

malcriados, abruptos

que corren siguiendo mis huellas

para morder a quienes yo quisiera abrazar.


Y vuelvo hoy a ser el retrato feo

que cuelga de un muro de mi casa vida,

y arruina la estancia de los invitados.

No tengo otro remedio que observar

quietecita

el llanto de los que me miran directo a los ojos.


Y vuelvo hoy a ser fruta madura

que cae del árbol

con altanería y desgracia

y comienza lenta y sola su putrefacción allá abajo.


Y vuelvo hoy

a ser este pedazo, este intento de humano

que no tiene más desdicha ni más gracia

que ser mujer y poeta.

jueves, 11 de agosto de 2011

Y si llama él no le digas que estoy

Te vas Alfonsina con tu soledad. ¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar?

La canción, Alfonsina y el Mar, fue escrita por dos argentinos, Ariel Ramírez y Félix Luna, en honor de la poeta de misma nacionalidad, llamada Alfonsina Storni. La vate nació en 1892 en Suiza, pero a temprana edad se mudó con sus padres a San Juan. Fue hija de un padre melancólico y las fechas por las que empezó a escribir versos coinciden con el año en que éste murió. Desarrolló su talento hasta el punto de convertirse en una de las escritoras más brillantes no sólo del país sudamericano sino de todo el mundo hispanoparlante.

Su poesía forma parte del modernismo y he aquí una estrofa de su poema "Frente al mar":

Oh mar, enorme mar, corazón fiero
de ritmo desigual, corazón malo,
yo soy más blanda que ese pobre palo
que se pudre en tus ondas prisionero

Storni llevó una vida marcada por depresión, paranoia y ataques de nervios, los tres cada vez más frecuentes e intensos. Fue finalmente el descubrimiento de cáncer de mama lo que detonó en ella una fundamental falta de ánimo, causada por dolores aparentemente insoportables. Finalmente, en 1938 se suicidó aventándose al Mar de la Plata.

Hablo muy brevemente de la poeta porque lo que me interesa aquí no es hablar de ella sino de lo que me causa esta canción que han escrito en su memoria.

La canción, enloquecedora de melancolía en voz de Mercedes Sosa, es un lento, casi dulce paseo por los detalles trágicos y por tanto poéticos, románticos, de la muerte de la argentina. La guitarra y sus notas lloronas; el piano y la seda en que se transforma para que recostemos con el oído todo el cuerpo flojo de tristeza. La pieza envuelve, atrapa en una atmósfera de orfandad, en un ambiente marino de desolación.

"Cinco sirenitas te llevarán por caminos de algas y de coral y fosforescentes caballitos marinos harán una ronda a tu lado y los habitantes del agua van a jugar pronto a tu lado". Es ésta una de las estrofas que más me conmueven. Me da la impresión de que es un niño, con toda su ilusión y su cariño, quien hace por creer que esta persona que tanto quiere será recibida en Aquel Lado Del Que Nadie Sabe Nada con el mismo afecto que él le profesa, como queriendo ignorar el hecho sobrecogedor de que si está muerto no ha sido por un accidente sino por voluntad propia del fallecido.

"¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar?" En esta frase encuentro el mismo tono ingenuo, pero ahora marcado por el reclamo. ¿A dónde fuiste y por qué sin mí? ¿Qué te ofrece aquel sitio que no pudiste encontrar acá? ¿Qué poesía sentías en el pecho que las palabras de este mundo no te bastaron para expresar?

La canción es, en fin, de una linda y devastadora poesía. Ha tenido muchos intérpretes, pero yo me quedo con Mercedes Sosa.


Si un día la vida me hace madre de una hermosa niña, quizás la llame Alfonsina. Dormida Alfonsina, vestida de mar...


miércoles, 10 de agosto de 2011

Nota importante pero sustancialmente insignificante

La gente en el transporte público en Tepic tiene por costumbre, en su mayoría, ocupar el asiento próximo a la ventana. ¿Será que somos, en este pequeño lugar, más visuales, más observadores, más ocuriosos o en última y degradada instancia, más chismosos? Sea como fuere, me confío de esta gente que parece más propensa a la contemplación del paisaje y que, además, facilita el acceso al asiento para más personas, lo que agiliza y eficienta (qué par de verbos tan feos) el tránsito por el pasillo del autobús.

Estoy sentada, yo también al lado de la ventanilla, y de pronto siento sobre la piel de mi brazo izquierdo, la epidermis desconocida, cálida, un poco rugosa de un o de una perfecta extraña. No me abruma la necesidad de voltear a mi lado; no siento la urgencia de retraerme a mi asiento, de empujar mi cuerpo contra el muro del camión. Me encuentro cómoda. En un sorprendente e insondable hallazgo descubro que Tepic, todo él, me hace sentir en casa.

lunes, 25 de julio de 2011

De por qué odio los programas televisivos de bromas pesadas

Tuve un novio que se rehusaba a decirme que me amaba. Su razón era, decía, que con esa materia prima, con las palabras, también se había hecho la guerra. Eran, por lo tanto, estos instrumentos con los que hablamos y supuestamente nos comunicamos, supuestamente articulamos ideas, potenciales armas. Me sigue pareciendo un capricho, pero uno de lógica irresistible.

Digo esto porque últimamente, cada vez que voy a escribir una palabra cuyo significado no domine por completo, la busco primero en el diccionario electrónico de la Real Academia Española de la Lengua (rae.com, para quien desconozca este utilísimo sitio). No vaya a ser que venga el diablo y con el uso mal hecho de las palabras se tomen las mías para iniciar una guerra. Así, pues, busqué la palabra "odio" (aunque reconozco que no es, un diccionario, el mejor libro al cual encomendarse para buscar el norte cuando de sentimientos se trata), y encontré esto: "Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea". Muy acertado. Deseo el mal (hablar de "el mal" me atrae de un modo inexplicable, casi morboso) para los programas televisivos de bromas pesadas.

La risa, se cree, está destinada a los jóvenes. Algunas pobres, pobres personas están en el entendido que la insumisión, el ruido y la diversión son propios de las tempranas edades. Este error, como el de suministrar nuestros hogares de fruta comprada en los grandes almacenes como Wal-Mart, les sale muy caro (me excluyo porque yo, sin saber a ciencia cierta qué o quién soy, tengo claro que aún pertenezco a los jóvenes y no a los adultos. Me excluyo también, sobre todo, porque yo no formo parte de ese malentendido.) . La risa, según he meditado muchas horas de muchos días de los pocos años que he vivido, es el más sofisticado modo de rebeldía. La risa se sobrepone a las desdichas porque quien ríe sabe que en la generalidad de la vida, en la infinitud del mundo y sus tiempos y sus geografías, cualquier tragedia es en realidad una nimiedad que, como todo, pasa ("Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido". Joaquín Sabina.) y termina por marchitarse. Reírse es no dejarse afectar. Reírse es otorgarse una segunda y una tercera y una vigésimosexta oportunidad para dejar de errar, para al fin acertar. La risa son las alas con las que ligeramente nos desprendemos del pesado juicio que los demás hacen de nosotros, pero principalmente de las insoportables expectativas que los otros tienen puestas en nosotros. Y, por supuesto, la versión más elevada de la risa es aquella cuya razón es uno mismo: sólo se puede reír de sí mismo quien todo se ha perdonado y quien de todo se cree capaz, hasta de volver a cometer el mismo error, volver a perdonarse y volver a reírse.

Los adultos y los viejos comienzan a dejarse perseguir por el temor a haber fracasado; se dejan amarrar por las exigencias sociales (ridículas, como casi todo lo social) tales como verse "bien", hablar "bien", actuar "bien". En una palabra: encajar. Si no te integras, te despide el jefe, te margina el amigo, te corta la novia, te rechaza la familia. Y la risa, como todo lo rebelde, está mal visto. Pensar en uno como un sujeto formado en la fila para morir con un pasado lleno de nada más que desilusiones puede ser, lo admito, bastante angustioso. Y pensar en la posibilidad de terminar los días fracasado y solo puede ser, lo admito también, bastante angustioso. Así que uno deja de reírse y empieza a tomarse las cosas muy seriamente.

La risa, entonces, debe ser utilizada con inteligencia (cualidad que no se contrapone con la espontaneidad): como herramienta de supervivencia, como detonador de reflexiones, como oportunidad para la relajación. Los programuchos televisivos de bromas que han propiciado este ensayo provocan la peor clase de risa, la que es estúpida e intrascendental. El quid de estos programas es reírse a partir de la humillación del otro, lo cual no es nada más que el reflejo de la falta de respeto propio. Montajes donde se engaña, una y otra vez, a incautos que reaccionan de distintas maneras frente a algo excepcional que creen verídico. En vez de analizar las respuestas que tienen y vernos reflejados en ellas (porque todos los seres humanos somos esencialmente iguales), nos burlamos porque formamos parte de los engañadores: sabemos que todo es una ficción y nos sentamos a mirar cómo caen los desprevenidos. Lo que hacen estos programas es formar un ejército de televidentes que progresivamente se despojan de su capacidad empática, sensitiva e intelectual: anestesian su alma viendo cómo se degrada o expone a ese otro que nunca soy yo. Es el entretenimiento de las masas acomplejadas, que buscan por un momento ser los burlones y no los burlados. No es un contenido que nos reconcilie con nuestro pasado y nos posibilite reír de aquello que somos y hemos sido, para redimirnos; al contrario: es una programación que nos condena a reírnos únicamente en el instante en que la desgracia es de otros.

Me parece que esta programación burda y simplona es un recordatorio de nuestra calidad sórdida y nefasta. En lugar de sabernos ridículos y por tanto tomarnos a la ligera, nos limita la posibilidad de liberarnos a través de la carcajada en una circunstancia de burla: creernos superiores para humillar al otro.

"El mundo del hombre es el mundo del sentido. Tolera la ambigüedad, la contradicción, la locura o el embrollo, no la carencia de sentido", dice Octavio Paz. Si bien resulta complicado, por decir lo menos, construir el sentido de nuestra vida como si fuese una ciudad funcional y hermosa, con estos programas este objetivo se ve aún más obstaculizado: despojan de sentido el concepto de dignidad humana. Nos deja reducidos a animales burlones, autodestructivos, insulares.

Podré haber cometido el error de decir palabras peligrosas, pero me rehúso a cometer el error de rebajar mi calidad humana y el de mi raza volviéndome seria y limitando mi risa, domesticando mi rebeldía, a una pantalla plana, de plasma, de mil pulgadas.

Si les gustó este ensayo, les puede interesar este otro.

viernes, 22 de julio de 2011

Si hemos confirmado que la explotación del hombre por el hombre no nos conviene, ¿por qué no cambiamos a la exploración del hombre por el hombre?

En otro ámbito de la vida, les comparto LA canción del momento. De preferencia no vean el video, cuya simbología me parece demasiado del tipo "Señor de los anillos", y como hecho para los amantes adolescentes del género metal. Del mismo grupo recomiendo la canción "The package".

jueves, 21 de julio de 2011

Desperté con muchas ganas de ir a los países nórdicos y morir felizmente congelada.

lunes, 18 de julio de 2011

Un corazón roto

Tengo muchas cosas que escribir, pero están atoradas, a la espera de que las desenrede. Y como no quiero dejar este blog, tan querido por mí, a la ciberderiva, me doy una vueltecita aunque sea para compartir este video (ahora que no tengo facebook ni twitter, me siento sola, porque no puedo compartir mis descubrimientos con casi nadie).

la Nuit de l'Ours from Alexis Fradier on Vimeo.

lunes, 4 de julio de 2011

Hoy. En cinco actos.

I

Soy un viento
que acaricia la vida de los que me rodean,
el recuerdo alegre
de mi servidumbre amorosa.

Soy un barco en naufragio
y un pozo sin agua.

Soy una mentira
y una casa empolvada.

Soy un nido vacío,
una choza sin techo.

Soy una carta
sin destinatario ni remitente.

Soy una sonrisa forzada
y una lágrima involuntaria.

Soy un abrazo roto
y el anhelo de no serlo.

Soy un tren enmohecido
descarrilado al lado de la vía
recostado de lado sobre el césped
húmedo de la selva.

Soy un trozo de madera
desprendido de la pared
que sostiene a este mundo.

Soy una gota de lluvia
que cayó sobre la cuenca de un ojo
y quedó confundida con lágrima.

Soy un trozo de carne
en descomposición.

Soy la furia de vida
que el caracol atesora en su corazón.

Soy una piltrafa.

Soy una greñuda
nociva sobre todo para sí misma.

II

Abúlica. Depresiva. Desinteresada. Pasiva. Triste. Melancólica. Nostálgica. Amarga. Indiferente. Grosera. Pesimista. Lacónica. Irritable. Irreverente. Escéptica. Nihilista. Negativa. Existencialista. Meditabunda. Introspectiva. Ensimismada. Apática. Antipática. Vengativa. Rabiosa. Solitaria. Huraña. Honesta. Voluble. Vulnerable. Inestable. Impredecible. Inconsistente. Enmarañada.

III

Me voy a acostar
tres metros bajo tierra
y arrepentirme.

Voy a saltar
al abismo
y acongojarme.

Voy a dar un paso en falso
y estrellarme.

Voy a agitar la mano en el puerto
para no volver nunca
y llorar la incertidumbre de todo
y la certeza de la soledad.

IV

Me declaro, actualmente, incapaz de garantizarme mi propia felicidad, mi bienestar emocional.

V

No me duele
el dolor de mi cuerpo
de muro muerto.

martes, 14 de junio de 2011

La nostalgia de los locos

Los que gesticulan como inmersos en una conversación inexistente, los que ven cosas que no existen o quienes creen en realidades que los demás calificamos como absurdas. Ellos, los locos, se han ido a un mundo que no comparten con nadie. Abren la posibilidad de que seamos nosotros, los cuerdos, quienes estamos rezagados en este mundo confuso, con la falsa creencia de ser los afortunados cuerdos. Nos enferman de la inmensa soledad de plantearnos como escenario posible terminar un día como ellos. Dejan tras de sí la estela de la duda, pues desconocemos la razón de su locura y nos angustia no saber qué camino los llevó pues quisiéramos ubicarlo para no transitarlo jamás.

Si me vuelvo loca no quiero tener lapsos de lucidez en los que me pueda invadir mi propia nostalgia y la lástima ajena.

Y si la persona a la que amo pierde la razón, el sentido o lo que sea que se pierde, le voy a pedir que me lleve con él.

lunes, 6 de junio de 2011

7:40 pm

La hora dorada
es cuando los sueños se materializan en pájaros
y se juntan en comunidad
a cantar y volar.

La hora dorada
es la oportunidad para la belleza,
el justo instante en que desde el cielo
se estira un brazo para acariciarnos
y hacernos tersa la piel
y amable la mirada.

La hora dorada
es el lapso que nos ha sido otorgado
para ser lo mejor que podemos ser
o tal vez solo aparentarlo.

La hora dorada
se concreta en un ambiente de magia
cuando todos, vivos o muertos, resplandecemos como tesoros.

La hora dorada
es el efímero momento
que nos da cada día
para eregirnos en redención
para gozar la versión imposible,
la hermosa farsa, el brillo
de aquel que pudimos haber sido
o que aun somos
cuando podemos conservar la esperanza.

La hora dorada
se desdibuja en un rosa
que colorea el cielo a trozos
y nos deja nostálgicos.

El rosa,
encolerizado por la envidia,
se vuelca en negro
y le abre la puerta a los fantasmas.

miércoles, 1 de junio de 2011

La guerra del espectáculo

Así resumiría mi primera impresión de lo que está pasando entre las fuerzas armadas del país y las fuerzas armadas del hampa del país. Un vil espectáculo.

Esta es la primera mañana de mi nueva vida, definida principalmente por mi cambio de residencia de Guadalajara a Tepic. Y hoy, como bienvenida, en la calle que está al lado de mi casa, hubo una balacera. Estaba con mi mamá platicando tranquilamente en la cochera y de pronto oímos el estruendo. Mi mamá abrió los ojos como platos y corrió hacia la casa, llevándome del brazo con ella. Nos refugiamos y desde la ventana de mi cuarto, que da hacia la calle, vimos lo que pasaba.

Los policías que trabajan en la cárcel municipal (olvidé mencionar antes que mi casa está ubicada justo enfrente de la penal) estaban petrificados en la explanada entre la casilla de seguridad de entrada y el recinto para ingresar al edificio. Se volteaban a ver unos a otros, titubeaban el paso, se abrazaban a sus rifles. Lenta e indecisamente se fueron acercando hacia la calle donde habían ocurrido los hechos que, repito, es una de las que delimita el espacio donde se encuentra el CERESO. Por un segundo comprendí que tenían miedo. Algunos minutos después llegó la policía, con la estridencia de las sirenas y las torretas, abriéndose paso entre los coches que transitaban por la que en mi ciudad es la Avenida principal. Varias patrullas llegaron y se posicionaron al lado y en medio de la calle, obstruyendo el paso del resto de los vehículos. De las pick-ups descendían hombres con agilidad de movimientos, dando órdenes y corriendo hacia donde yace el ahora muerto. Machos, héroes.

Todo el tráfico del Boulevard que va en dirección contraria al centro de la ciudad se desvía hacia los carriles contrarios, evitando quedarse estancados. Se hace un cuello de botella y dificultosamente avanzan todos. Los policías, los puedo ver, están saludándose, platicando, quizás especulando sobre las causas y los perpetrantes. Nadie hace nada. ¿Para qué todo ese gentío? ¿Qué van a hacer? ¿Recoger balas y testimonios? Wow. Mientras pienso esto llega la ambulancia.

Y mientras escribo esto veo que llegan camionetas cargadas de militares. Me queda la impresión de que en esta ciudad (¿en este país, en este mundo?) todo es puro montaje. La policía tiene miedo y falta de entrenamiento, exceso de alianzas ilícitas. Los militares están siempre un minuto demasiado tarde, un poquito demasiado bárbaros. Las horas hábiles del día no impiden en absoluto la cruel acción de andar matando cristianos, tarea de la que se han encargado los sicarios sin que nadie se los pida.

Esta balacera no va a trascender, como tampoco las "fuerzas de seguridad" encargadas de solucionarlas, pero sobre todo de prevenirlas. El narco y sus matones, así como los militares y sus policías en este país no existen más que para ofrecer espectáculo a la misma gente aburrida que prefiere drogarse y evadirse. También, claro, ofrecen espectáculo a la gente que, aburrida o no, drogada o no, seguimos sin hacer nada por este país.

lunes, 23 de mayo de 2011

Adiós

Ojalá que la poesía
se me haga polvo en la garganta
que mi voz se vuelva arena
y las palabras mueran en mis dedos,
incoloras y mudas.

Ojalá que el sol me acoja
en esta nueva travesía que emprendo
tras dejar abandonada
esa brújula que me ha helado las venas.

Ojalá que me pierda en mares y desiertos,
que en todos ellos conozca nueva gente
y reconozca mi rostro,
el del espejo y el de los sueños.

Ojalá que la aridez de un mundo sin arte
no se trague este ingenuo plan
que consiste en abandonar todos los planes.

Alguna vez leí que la libertad sólo se consigue
decepcionando a todos los que de ti algo esperan.
Hoy conquisto la más ardua y remota de las libertades.
Hoy me decepciono a mí misma.
Hoy abandono la literatura como proyecto de vida.

lunes, 16 de mayo de 2011

Vida: gracias; te debo un golpe.

Yo tenía más o menos tres meses de haber nacido cuando pasó esto que voy a contar, y que determinó mi estancia en este mundo bonito pero cochambroso. Soy la hermana más pequeña de una mujer que me lleva diez años y de un hombre que es siete años mayor que yo. Pues bien, cuando yo tenía tres meses de haber nacido mi hermana no era una mujer y mi hermano no era un hombre. Éramos niños. Bueno, ellos eran niños: yo era una bebé. Y así, pequeños e ignorantes, descuidados, acometimos la aventura: mi hermana (quien, ya lo he dicho, tenía diez años) se dio a la tarea de bajar las escaleras de la casa paterna, de dos plantas, en patines. Bueno, de hecho, el recuerdo (ni el de mi hermana ni el de ningún otro miembro de la familia) es impreciso: no se sabe si bajaba con patines o con huaraches. Así que bajo los pies llevaba la ligereza de unas chanclas o de unas ruedas y sobre las manos el cuerpecito de su hermana recién nacida. ¿Qué más se podía desear, que llevar en las extremidades la felicidad total? Se podía desear ser prudente, o se podía desear que las cosas salieran bien. Pero ya sabemos lo que la vida hace con nuestros deseos.

La escalera de la casa de nuestros padres consta de dieciocho escalones (de pequeña me obsesionaban, no recuerdo por qué. Ahora he perdido el interés en ellas) y no sé en cuál de ellos ocurrió el accidente. Me gusta mucho la información (quizás por eso estudié Ciencias de la Comunicación) y me desespera un tanto no saber la ubicación exacta en que mi vida tomó cierto rumbo. Me conformo con saber que fue en las escaleras, en 1988, en los brazos de mi hermana. O siendo escupida por éstos.

M. (he decidido ser más discreta en este blog, así que omitiré el nombre de la primogénita en mi familia) se resbaló y soltó lo que entonces era mi cuerpecito (qué curioso, cómo en ocasiones se contraponen el instinto de supervivencia y el supuesto instinto maternal que supuestamente todas las mujeres tenemos) para poder aferrarse al barandal y no lastimarse. No se sabe con precisión tampoco si cayó o logró sostenerse. El caso es que no se lastimó y eso me alegra mucho (la vida se ha encargado de herirla, con el paso de los años, y yo lo lamento mucho. Es quizás hora de que sepan, lectores, que fue también en los brazos de mi hermana cuando reconocí por primera vez el amor. Estábamos en la cama que compartíamos, ella sentada con las piernas cruzadas y yo con mi cabeza recostada sobre ellas: ella me acariciaba el cabello y yo -tenía alrededor de 11 años-, sin saber exactamente cómo o por qué, tuve una especie de epifanía y pensé: esto es amor). Yo, en cambio, salí volando y mi pequeña cabeza se impactó contra uno de los escalones. En la orilla de uno de los escalones. Lo sé porque este golpe determinó la fisionomía de mi cráneo y, aunque no es visible, al tacto se puede saber el lugar donde mi cuerpo aterrizó aquel día fatídico. Del lado derecho de la frente llevo oculta bajo la piel una pequeña hendidura en la que mis dedos de la mano derecha caben perfectamente, para recorrer su longitud con las yemas.

El "alma", aquella cosa intangible, indefinible, pero que parece ser el motor de nuestras vidas, el aliento que le da vitalidad al cuerpo, aquello que nos hace individuos con personalidad, es un tema que ha sido estudiado en todo el mundo, en toda época, y grandes pensadores, como Ciorán y Michel de Montaigne, han concluido que "no era posible llegar al conocimiento del alma por la profundidad de su esencia". No obstante, el cerebro y su composición, sus reglas internas, sus conexiones nerviosas y neuronales juegan un papel imprescindible en la composición de la psique y la personalidad de cada persona.

Pues bien, según el Breve Diccionario Clínico del Alma, escrito por Jesús Ramírez-Bermúdez (de este libro haré una reseña próximamente), el hemisferio derecho del cerebro está "más relacionado con el procesamiento de emociones negativas como el miedo, la tristeza y la ira, y el izquierdo, asociado con la generación de emociones placenteras". El área donde yo recibí el golpe se llama lóbulo frontal.

Yo había creído siempre, antes de leer este libro (revelador, por decir lo menos), que yo era una chica optimista. Y ya. Ahora estoy aferrada a la idea de que aquel temprano golpe en mi vida me moldeó el cerebro y por lo tanto el carácter. Mi hemisferio derecho ha visto sus labores inhibidas, y lo que debería provocarme enojo o estrés, se ve automáticamente convertido en risa, en relajación. "El giro del cíngulo y el lóbulo frontal, en el hemisferio derecho, al parecer procesan sentimientos negativos como el miedo y la tristeza, mientras que la alegría es procesada mayormente por el hemisferio izquierdo".

En el libro que anteriormente menciono se comenta el caso de Adriana, una muchacha que desarrolló un tumor ahí donde yo tengo un pequeñito abismo en el cráneo, y progresivamente comenzó a perder la capacidad de desarrollarse socialmente, pues la alegría se le había convertido en una patología al verse deformado el cerebro bajo la presión del tumor. Cuando le informaron de su enfermedad, Adriana sonrió y dijo "qué bien, ya no me sentiré sola: hay un temor que me acompaña siempre". El tumor fue extraído y Adriana volvió a la "normalidad": procesaba la vida con la ordinariedad de costumbre: nada había demasiado chistoso, agradable. Así, su cerebro estuvo sano pero la alegría que le había ayudado a superar una etapa difícil en su vida había desaparecido.

¿Debo agradecer no tener un tumor, sólo un golpe que quizá me haya condicionado? Si la estructura de mi cerebro cambió gracias a aquel impacto, y me ha hecho más propensa a lo largo de la vida a llevar una existencia ligera, risueña y optimista, no me resta más que agradecer la "desatinada" decisión de mi hermana de haber usado un calzado poco apropiado para transportar bebés. Me parece que estuve en coma durante algunas horas, por la fuerza del choque de mi cabecita contra el filo del escalón. Mis padres estaban en el cine, y por entonces no había celulares, así que sólo tras terminar de disfrutar de la función se enteraron que su última hija estaba en riesgo. Quién iba a decir que aquel episodio tan desafortunado nos iba a traer con el paso de los años a todos, pero principalmente a mí, un ambiente de risas y alegría.

Pero puede ser, también, que todo esto sea mentira. Que mi cerebro funcione sanamente y que la razón de mi tranquilidad sea el hecho de que recuerdo, constantemente, que soy mortal. Sea lo que sea, me ha ganado a lo largo de mis pocos años de vida adjetivos como "valina", "mediocre", "valemadrista" y la dedicación, en la preparatoria, de la canción de Maná (¿o es un cover?) que dice "Me vale, vale, vale, me vale todo".

¿Cómo no me va a valer todo, si a los tres meses de nacida me embarré contra un escalón y sobreviví, alegremente además? Recuerdo, aunque no se adecuen a mi situación, los bellos versos de mi paisano Amado Nervo: ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

Ahora, en paz, me voy, a disfrutar de mi hora favorita del día mientras camino rumbo a mi clase de Ensayo literario.

lunes, 9 de mayo de 2011

Fart! FaRt!! FART!!!

Al nombre se le puede catalogar como curioso, llamativo, provocativo o irreverente. Chistoso y atractivo, en el mejor de los casos. Y es que esta palabra inglesa que coloquialmente hace referencia a los pedos (no a los problemas, sino a los gases que nuestros intestinos acumulan y posteriormente expulsan: los "puns") es el nombre del Festín del Arte Contemporáneo.

Este festival está por comenzar su segunda edición, ahora con el apoyo de una beca de CONACULTA y del CECA (Consejo Estatal de Cultura y Arte del Estado de Jalisco). Comenzó como un proyecto de clase del ITESO compartido entre mi amigo Ángel y nuestra amiga mutua Beth. La idea nació, creció y ahora verá la luz por segunda vez, con una pequeñita colaboración mía en el área de organización.

La inauguración (con brindis GRATUITO incluido) será este miércoles 11 a las 19:30 horas en Casa ITESO Clavigero (Guadalajara, Jalisco), con la conferencia "Sociedad, materia prima del arte", donde participarán Yoshua Okón (un artista del DF reconocido a escala internacional, que además es muy guapo...), Alejandro Fournier y Raúl Rebolledo.

Las conferencias continuarán durante jueves y viernes de esta semana y el martes, miércoles y jueves de la próxima. La programación completa dando clic aquí. En Twitter estamos como @festindelarte y en Facebook como FART, Festín del Arte Contemporáneo.

Para iniciarse en aquel rollo medio ambiguo e ignorado del Arte Contemporáneo, vénganse a dar una zambullida a este festín (nombre por demás delicioso: es un "festejo", un "banquete espléndido", según la RAE).

Si quieren tener más noticias, nos podrán seguir los días que dura el festival en la radio RMX, en el programa El Engrane con Pablo González, a las 12 del día hora del centro del país. Nos pueden escuchar en: www.rmx.com.mx Es más, hasta me van a poder ver en video, pero eso sí, no sé cómo se le hace en la página. De cualquier modo el Twitter del conductor y vía de comunicación directa es @pavlog

Bueno, anímense a inFARTarse y conocer un poco más de esa cosa tan rara y fascinante que es el Arte Contemporáneo.

sábado, 7 de mayo de 2011

Cuando más lejos estamos

Para Jesús Ramírez-Bermúdez

"Nadie se preocupaba de mirar al sol que caía envuelto en llamaradas naranjas detrás de los montes azules"
Elena Garro

El día 26 de mayo decidí teñirme el cabello de rosa y hacerme un tatuaje en la pierna izquierda, cerca del tobillo. Mis rizos se deshicieron en mechones ásperos convertidos en rubios y posteriormente en un tono parecido a los algodones de azúcar; mi pierna ahora luce una imagen cuyo sentido se ha desdibujado al paso de los días del mismo modo en que los colores expuestos al sol van transformándose en blanco, o en nada. Pero fui feliz con la decisión y lo sigo siendo. Tuve arrojo; fue un lapso de impulsividad. Idiota, tal vez, pero muy mío. Nadie entendió (o hizo el esfuerzo por entender), a muchos les espantó y a otros, pocos, les gustó el cambio, o más que el cambio la decisión de haber transformado mi cuerpo de aquel modo.

Poco después, un día de junio o julio me sorprendió en el departamento que mi novio de entonces compartía con unos amigos. Por entonces llevaba el pelo morado, y tenía 21 años y llovía. Mi novio estaba ocupado y fui al cuarto de uno de los roomies, y contemplé junto con él la tormenta eléctrica. "Me gustan mucho los relámpagos", le dije. "A mí también". "¿Por qué será que nos gustan?", pregunté. "Quizá porque nosotros también somos breves e intensos". Ese día me sentía muy sola, y trataba, como siempre, de ocultar bajo la mirada y la sonrisa una tristeza que acumulaba desde hacía mucho, pero a pesar de todo experimenté felicidad. Sabiendo que ese día no volvería nunca, que tal vez jamás volvería a teñir mi cabello y que ciertamente no se repetiría la experiencia de tener 21 años. Supe que ese día, ese pedacito de vivencia, era un tesoro empolvado, como lo son todas las cosas bajo la mirada ingrata y despistada que les propinamos en los días cotidianos, que son casi todos.

Poco falta para cumplir el primer aniversario de lo que aquí relato. Y saco por conclusión que ser feliz es una decisión que nos atrevemos a tomar cuando más lejos estamos de ella: estando solos (como en realidad siempre estamos, aislados a causa de la imposibilidad de comunicar aquello que es lo verdaderamente más nuestro, más nosotros), con una cabellera artificial que te propina la mirada curiosa y despectiva de todos, contemplando una tormenta estival desde una ventana a la que no volverás a asomar el rostro, compartiendo el momento con alguien que es prescindible en tu vida pero que valoras como necesario pues no hay nadie más en ese momento, en ese lugar contigo: esa es la realidad, y no los sueños que alguna vez te hiciste sobre ver llover acompañada. Fui feliz porque tenía todo en contra para serlo y así, en un acto de inconformidad e insumisión, busqué, con uñas y dientes, las razones y las sensaciones para querer seguir viva, para ganarle una batalla más a la nostalgia, al sinsentido, al abandono, al autoreproche.

martes, 3 de mayo de 2011

Ahora sí: voy a mandar a la mierda...

A esa estúpida serie que alguna vez tuve la mala idea de llevar a cabo: la de los himnos de los noventa. No me gustaba y cada vez que escribía un post nuevo sentía el inmenso peso de la ignorancia y del disgusto caerme encima. La verdad es esta: no sé casi nada sobre música y tampoco sé lo suficiente sobre los movimientos sociales de Estados Unidos respecto a juventud y rock. Ya. Ahí está. Lo dije. No me apetece seguir escribiendo sobre eso. Y quizás si este fuera un blog respetable (o con una autora respetable) yo podría forzarme a seguir escribiendo sobre lo mismo, para respetar ese supuesto compromiso que tal vez yo debería tener hacia mis lectores. Pero la verdad es que quien esto lee sabe que no se puede esperar ni disciplina ni profundad ni constancia (tal vez ni calidad) de esta bitácora medio oxidada.

De lo que voy a hablar aquí y ahora es de las canciones que hablan del amor. Ya sé: otra vez de música. Pero esta vez no pretendo (las pretensiones suelen ser un error) que ustedes aprendan nada, ni siquiera haré investigación, como las veces pasadas. Creo, es más, que esto es otro post catártico. Otro más.

Como decía: las canciones de amor. Me tienen harta. Siempre hablan de lo mismo, desde hace siglos y esto es literal (bueno, aunque hace siglos tal vez no tenían guitarritas, pero los juglares, en sus poemas, ya incluían temas de desazón amorosa o de enamoramiento febril). Que si te extraño, que no me enseñaste a vivir sin ti, que si te va a cargar la chingada porque soy lo mejor que te pudo haber pasado, que si ojalá que te vaya bien mal para que vuelvas conmigo.

Pueden tener letras de resentimiento, de profundo anhelo, de sincera confesión, pero siempre son discursos dedicados, pensando en alguien, esperando que esa persona lo escuche y quizá entienda, quizá nos recuerde, quizá reconsidere la decisión.

Ya lo han dicho antes: parece ser que sólo se puede hablar del amor, de la muerte y de las moscas. Grandes cantantes como Agustín Lara, José Alfredo Jiménez o pésimos como Thalía, Gloria Trevi y OV7 comparten esta fijación de repetirle, en una canción y en otra, en un disco después del anterior, a "esa persona", ese "tú" tan cómodo, porque podemos ser cualquiera, que cómo vivo sin ti. ¡¿Cómo que cómo, si llevaste una vida antes de conocerlo a él o a ella?!

En fin, lo que intento decir es que no me gusta el tono sufrido ni la perorata declarada. ¿Por qué no mejor una canción de introspección, de tus aventuras con tus compas, de las cosas que nos gustan un chingo aunque estemos solos o mal acompañados? ¡Es más! ¿Por qué no una canción repetida hasta el infinito sobre la infinitud de problemas que representa tener una relación de pareja? Así al menos estaríamos advertidos, y no enmielados en una fantasía trillada y hueca.

Por eso, me gustan mucho las siguientes canciones, por frescas y originales, en el tema o en el tratamiento del cansino (¿o cansado?) tema del "amor":

Todo se transforma, de Jorge Drexler. Simplemente, porque dice la verdad: el amor se recicla, pero también la indiferencia, el odio.

Stinkfist, de Tool. Habla de un problema de vacío existencial que luego le exigimos a la pareja que solucione.

No hay nadie como tú, de Calle 13. Porque la neta está bien bonita y simpática y aunque no estemos enamorados deberíamos de darnos cuenta de que, efectivamente, no hay nadie como nadie. Estaría bien chido tener la posibilidad, la sensibilidad, de encontrar la belleza y la excepcionalidad en cada uno.

Y ya. Fin de este blog catártico en que me he reapropiado de mi propio blog, sustraído de mi poder por una mala decisión mía.

domingo, 6 de febrero de 2011

Los himnos de los '90. Parte 3.


En 1991, como parte de un disco llamada Nevermind ("olvídalo"), el mundo conoció una de las canciones estandartes de la generación de jóvenes donde comenzaron los síntomas de la llamada posmodernidad: nihilismo, ninguna utopía a la cual aferrarse, padres divorciados, futuro incierto, desinterés. Los gringos la llaman Generación X.

En medio de todo este lío surgió Nirvana y con esta banda, para siempre e ineludiblemente, su canción bandera: Smells like teen spirit ("huele a espíritu de adolescente"). Esta rola forma parte del género que inauguró (aunque con influencias de otras bandas más viejas, como Pixies) Nirvana y del cual también es estandarte: el grunge.

Aunque el título tiene cierto aire poético, la historia detrás no lo es tanto. Hay un desodorante de una marca muy conocida que se llama Teen Spirit y el nombre de la canción
es más bien una crítica satírica a lo que representa la marca y la idea alrededor de los desodorantes: oler bien, atraer gente, ser popular. La marca de desodorantes aprovechó (o intentó) el éxito de la composición de Cobain para popularizar aún más el producto. Usaron, en el comercial televisivo, frases como "Do you smell like teen spirit?" o "Deodorant made for your generation" (lo cual me parece de lo más absurdo: desodorante hecho para su generación de apáticos y desorientados, ¿o qué?) (Y también me recuerda lo que alguna vez leí en la revista Rolling Stone, donde un sujeto cuyo nombre ahora no recuerdo decía que la forma en que las empresas hacen uso de lo "rebelde" es apropiándoselo, banalizándolo y distribuyéndolo masivamente, para que progresivamente pierda su significado).


Parece ser que el video está inspirado en una película llamada Over the edge, de 1979, que supuestamente era una de las preferidas de Kurt Cobain, el líder de la banda.


La canción es una sarta de cosas que no tienen sentido entre sí y cuya fuerza principal radica en lo musical y no tanto en lo literario: está llena de energía. Sin embargo, las dos frases que me parecen más representativas de la canción (y de la generación en la que nació y las que le hemos seguido) no son nada energéticas:

"Here we are now, entertain us" (aquí estamos ahora, entreténganos) y

"Oh well, whatever, nevermind" (bueno, da igual, olvídalo)

En una época histórica en la que podemos mirar atrás y comproba
r que ningún modelo económico, social, político, cultural o religioso ha funcionado, y que no hay perspectivas de uno nuevo al que nos podamos acomodar, no nos queda otro remedio que sentirnos confundidos y absolutamente desinteresados. Se trata de sobrevivir el día, de paliar el aburrimiento que llevamos encima y, sobre todo, de encontrar música precisamente como ésta con la que podamos descargar toda la energía de jóvenes que llevamos dentro sin la necesidad o el compromiso de encauzarla en algo que pueda calificarse de "útil": no haré deporte, no me afiliaré a una ONG, no participaré en actividades políticas, no seré un miembro activo en mi familia. No. No tengan expectativas ni esperanzas en mí: no soy nada más que esto, que es nada. Yo no la llamaría generación X, sino generación No.
Nirvana: muchas gracias por crear la canción-himno de todos aquellos que sienten aversión cuando miran su entorno pero, sobre todo, cuando miran hacia dentro de sí mismos.

martes, 25 de enero de 2011

La Escafandra Reinicia

¡¡¡Mañana a las 2pm hora de Guadalajara!!!
Pásenle a escucharnos digredir sobre lengua y literatura a Gabriel Barrón y su fiel servilleta.
www.itopica.iteso.mx

Tema de mañana: Los comienzos.

Olé.

sábado, 8 de enero de 2011

Los himnos de los '90. Parte 2.

(Todos los años, por estas fechas, a mi madre le entra la desesperada necesidad de limpiar la casa, tirar la basura que hemos acumulado y comenzar el año más livianos, depurados. Buscando entre mis cajones la porquería destinada al cesto, me topé con el diario que llevaba hace cinco años, cuando vivía en España y era una adolescentita buena onda y confundida, como todos. Lo releí, por supuesto. Me sorprendió encontrarme con apuntes sobre El segundo sexo y Del tener al ser. Me cuesta trabajo creer que a los dieciséis años yo leía a Beauvoir y a Fromm. También me topé con un apunte donde digo que mi madre me compartió una inquietud: que yo me casaría con un hombre mucho mayor que yo. Es curioso, porque me lo acaba de repetir hace más o menos un mes.

Otra de las cosas que encontré fue una torre de revistas "Tú", que compré alrededor del 2003. Es decir, a los catorce, quince años. Todos los artículos versan sobre técnicas para conseguir novio, trucos para ser más bonita, consejos para tener más amigos y ropa y ropa y más ropa para que estés guapísima y todos sepan lo auténtica que eres y el buen gusto que tienes. Ahora pienso que esas revistas echaron a perder la poca seguridad propia que tenía por aquellos días. ¿Cómo carajo, dios mío, conseguí que mis padres me compraran esa bazofia? Supongo que la perseverancia derivada de mi insistente impulso autodestructivo lograba hazañas como esas.

En la secundaria y preparatoria era, entonces, una extraña mezcla entre compradora de revistas idiotas y lectora de importantes filósofos. Vaya.

En fin, feliz año nuevo.)

En esta entrada y después de mucho tiempo -por el que me disculpo- retomo el tema de los himnos de la última década del siglo XX: los bienamados noventa.

Ahora le toca el turno a otra canción icónica, pero que toma un rumbo muy distinto de la pieza que encabeza esta antología, You Oughta Know de Alanis Morissette. Me refiero a la legendaria Creep, de los también inmortales Radiohead.

Creep vio la luz en 1992, pero parece ser que no tuvo tanto éxito como al año siguiente, cuando fue relanzada con el disco (¿o debería decir cassette?) Pablo Honey y se fue, en las listas de popularidad, hasta el cielo. Desgraciadamente para la banda, la canción fue la protagonista del disco, eclipsando el resto de los tracks incluidos. Esto explica por qué el grupo ya no quiere interpretarla en ninguna de sus presentaciones: supongo que deben estar hartos de ser identificados única o mayoritariamente con esta canción, que además de todo es de lo más patética.

La canción es una declaración de autodesprecio y una alabanza platónica a una persona extraordinariamente hermosa, sublime, etérea. Bah. Lo mismo de siempre, ya nos sabemos todos el cuento. "Soy lo peor del mundo, gracias por existir porque aunque me restriegues lo miserable que soy, puedo al menos tener un modelo que me ayude a mantener mi autoestima por el suelo". Romanticismo, emo, depresión, distorsiones del amor (o del odio) propio, infatuaciones, juventud idealista, y un montón de categorías parecidas.

La canción ha sido interpretada por muchas otras bandas de rock y por gentecilla aficionada a Radiohead: Korn, The Pretenders, Scala & Kolacny Brothers, y un montón de anónimos cuyos videos están en YouTube. Pero ha sido, sobretodo, escuchada por millones. Y lo peor de todo es que estos millones (o la mayoría de ellos, de nosotros) se ha sentido, siempre o alguna vez, identificado con sus letras. ¿Porque quién no se ha sentido como una verdadera mierda en cierto momento? ¿Quién no se ha enamorado de alguien inalcanzable, divino?

Pero quienes verdaderamente la han hecho un estandarte han sido los adolescentes de cada generación (¡oh, la adolescencia, la terrible falta del sentido y la seguridad propia!) y, bueno, los deprimidos de cualquier edad (y cualquier razón) que se aferran a ella para seguir llorando, para continuar autocompadeciéndose y jactándose de su fatalidad.

Y es que, bien visto, el tal Thom Yorke parece un tipo bastante triste.

En lo personal prefiero High and Dry, o Fake Plastic Trees. Deprimentosas, también, pero que les perdono por algún detalle. Ejemplo: Fake Plastic Trees termina con la frase "If I could be who you wanted all the time", que me parece que puede ser una puerta por donde meterse a reflexionar sobre un tema verdaderamente sobrecogedor, como las expectativas.

Les dejo un video con la canción. Enjoy.