viernes, 3 de diciembre de 2010

Estaré leyendo en la FIL y están muy invitados

La cita es este sábado a las 6pm en el stand I9, en el pabellón de los Leones de la UdeG, en el recinto de la Expo.

Leeré un ensayo, un cuento y un poema que no han sido publicados en este blog. Así que, vayan, acompáñenme y cúrense la curiosidad.

jueves, 28 de octubre de 2010

Los himnos de los '90. Parte 1.

Parece ser que en la década de los noventa se compusieron, distribuyeron y cantaron hasta el cansancio algunas canciones que se han convertido, desde su génesis o con el paso del tiempo, en himnos. Es decir, iconos de la época que lograron hacer clic con toda una generación. Algunas de estas rolas, incluso, continúan siendo buscadas y degustadas por los nuevos jóvenes o adolescentes (y los que andamos por los veinte y treinta años, no podemos dejarlas ir).


En esta primera entrega, hablaré del Himno de las Ardidas. ¿A quién me refiero? A Alanis Morisette y su inmortal pieza: You oughta know.


"Are you thinking of me when you fuck her?"


Alanis Morisette, una canadiense (ahora naturalizada gringa) de 36 años lanzó al mundo esta canción cuando tenía nada más y nada menos que 21 años y dos discos grabados. Esta canción fue, en gran medida, la razón de su éxito vertiginoso e internacional. ¿Por qué? Porque la faz de la Tierra está poblada de mujeres que se sintieron identificadas con las letras de esta composición. El mundo está lleno de chicas a quienes han abandonado por otra (y de chicos también, pero aquí no los incluiremos) y que están rabiosas y despechadas. Así que esta canción fue el estandarte de todas aquellas que dijeron (probablemente en el bar, borrachas y recostadas sobre la barra o la mesa) "¿Ah sí? ¡Pues chingas a tu madre, pendejo!"


La canción es contagiosa y, como algunas buenas canciones de rock pesado o de metal, provocan ira, aumentan las dosis de adrenalina en el cuerpo y, en pocas palabras, nos ponen locos y gritones. Además, está aderezada con frases inolvidables como las siguientes:


-¿Ella te haría un oral en el teatro?

-¿Ella sabe que me dijiste que me abrazarías hasta la muerte?

-Estoy aquí para recordarte el desmadre que dejaste cuando te fuiste.

-No estoy muy bien y creí que debías saberlo.

-Fue una bofetada lo rápido que fui reemplazada.

-¿Piensas en mí cuando te la coges?

-Y cada vez que entierro mis uñas en la espalda de alguien más, espero que las sientas... Y bien, ¿las sientes?


Wow.


Lo que me parece realmente valioso de esta canción es la valentía y el descaro con que le dice las cosas. Sin complejos, sin vergüenzas. Es un proceso en que te vuelves vulnerable ante el otro, el ogro, el que te jodió. O sea, sin pedos y sin orgullo, te digo que me chingaste porque la neta te quería y vales pito y no mames qué mal pedo. Me gusta mucho la de "no estoy muy bien y creí que debías saberlo". ¿Por qué habría de saberlo el tipo? Si te dejó en un principio por otra, así sin más, es porque, de verdad, no le importas tanto (me acordé de esa película malísima que se llama He's not that into you y que por supuesto jamás se convertirá en referente de nada).


Con el paso del tiempo, ella declaró que "sólo siento compasión hacia aquella parte de mi que reaccionó de aquella forma, tomándome su abandono de esa manera tan personal. Esto es algo que noto conforme me hago mayor, y es que me tomo las cosas de forma menos personal." Bien por ti, Alanis. Nosotras seguiremos ardidas por siempre, gracias a tu inmortal creación. Aunque no estemos de verdad ardidas. Y cuando brinque esta rola en el iPod o en el radio, la cantaremos gritando hasta desgarrarnos la laringe y te recordaremos por haber sido la heroína, la mártir, que se sinceró por todas nosotras.


Les dejo el video donde la canta con los labios pintados de verde. Right on.

domingo, 29 de agosto de 2010

Se le informa a los pasajeros que viajan con Mexicana que sus vuelos han sido suspendidos indefinidamente

Después de seis horas, ya se había pasado el ímpetu de la rabia. La sala de espera tenía un aspecto desolado. Murmullos aquí y allá. La gente ni siquiera caminaba, todos estaban acostados, sentados: derrumbados. Algunos dormían, otros lloraban, otros más tenían la mirada vacía, viendo quizás el paisaje del lugar al que se dirigían. Yo era de esos. Prefería abstraerme de lo que pasaba alrededor. De lo que no pasaba.

-¿Y usted a dónde viajaba, señor?

Me llegó la voz dulce y delgada de una jovencita. Yo iba en barco, con el aire en la cara y el cuerpo de Lucía a mi lado, caliente bajo los rayos del sol, cuando de pronto volví a esas cuatro paredes grises atestada de gente más que gris, ennegrecida.

-A España.

-Ay, qué padre. ¿Era viaje de negocios?

Cuando le dieron la beca, festejé feliz junto con ella. ¿Cómo arruinarle, por puro egoísmo, ese momento por el que tanto había estado peleando y sufriendo los últimos meses? Desvelos, búsqueda de documentos, entrevistas. Sólo la última noche, la noche antes de que tomara el vuelo hacia Madrid, le pedí Lucía, no te vayas por favor. Acomodó una toalla en la maleta y se giró a verme. Me miró triste y después sonrió, condescendiente. Volvió a sus cosas.

-No. –Me quedé callado un rato y me pareció una grosería. La chica sólo estaba tratando de ser simpática, de estar un poco menos sola.- ¿Y tú a dónde ibas?

-¿Yo? A Estados Unidos. Era mi regalo de quince años.

Sentí una profunda pena de saber que el regalo de un acontecimiento tan importante estaba caducando en una terminal aérea paralizada. Pensé en guardar silencio, pero creí que acentuaría la desgracia.

-¿A qué parte de Estados Unidos ibas a ir?

-A Disneylandia.

Sólo hasta ese momento distinguí un acento peculiar.

-¿Y desde dónde vienes?

-Yo soy de Xalapa, Veracruz, y aquí en el DF nomás iba a transbordar. Mis tíos me iban a recoger en Los Ángeles.

Nos sumimos en el silencio de nuevo. Ella estaría irritada porque sus shorts y camisetas de tirantes se morían de aburrimiento dentro de la maleta, igual que ella, encerrada en ese campamento de migrantes en que se había convertido el aeropuerto. Yo volví a Grecia, al olor a sal que tendría el viento, el sol dorado, las ruinas clásicas, las calles adoquinadas y los edificios pintados color esperanza. Me imaginé a Lucía con su pashmina café, que usaba mucho en otoño porque le gustaba pensar que era una hoja muerta caída de un árbol. Muerta. El viaje estaba programado para octubre y ahora Lucía ya no iría. Me pregunto si a ella la muerte le contestaría lo mismo que a mí me dijo la señorita del escritorio. “Se cancela el viaje por causas de fuerza mayor”.

martes, 24 de agosto de 2010

Apología de los tacones

Todos habrán podido darse cuenta, estoy segura, de esa moda arrasadora que se ha instalado entre el común de las mujeres: usar zapatos, sandalias o botas de un tacón que, sin exagerar, podría calificarse de descomunal (palabra cuyo significado es: "extraordinario, monstruoso, enorme, muy distante de lo común en su línea". Me gusta, me parece justo). Tengo entendido que este tipo de calzado -si es que aún puede calificarse así, porque a mi parecer se inclina hacia lo absurdo, lo circense: a los zancos- se reservaba únicamente, hasta hace algunos años, a las "chicas de la vida alegre", a las "bailarinas exóticas"; es decir, a las prostitutas y a las teiboleras. Sin embargo, en el día a día me doy cuenta de que estos objetos han abandonado las esquinas y las pistas para arrimarse a las oficinas, los hogares, los centros comerciales, ¡las iglesias, incluso! Han tenido la fortuna, estas vistosas zapatillas, de abandonar el umbroso y apartado sitio de las minorías para entrar, gloriosas y altivas, en el espectáculo y los reflectores de lo fashion.

Diseñadores de prestigio internacional no sólo se han unido a esta nueva tendencia, sino que la liderean: Manolo Blahnik, Christian Louboutin, Chanel, Versace, you name it. Mártires creadores de todo aquello que embellece a la mujer: me encantaría poder agradecerles. Yo lo haría desde mi trinchera, que es la de espectadora, pues me declaro incapaz de usarlos, pero la desventura de no poder dar las gracias se debe a que, en espera de que quienes los portan se vean sensuales y distinguidas, me decepciono terriblemente cuando caigo en la cuenta de que sólo una reducidísima élite de féminas adiestradas en el uso de los tacones pueden andar, ya no digamos coquetamente, sino con éxito, con ellos puestos. Si tan sólo la mayoría pudiera hacerlo con gracia...

No me voy a quejar de que son instrumentos de tortura, que además de inutilizar a la mujer y lastimar su fisionomía, la condenan a ser un objeto de ornato. Un objeto atractivo, claro. Esos chamorros, la postura derecha y el pecho hacia fuera, la frente en alto y las nalgas acentuadas. ¿Quién puede negar que las mujeres sobre tacones son tan sensuales? Y no sólo sensuales. Las mujeres entaconadas son, también (por si fuera poca cosa su sex appeal), aventureras: aman la vida y se arrojan a ella con pasión.

Conocido es de todos que las calles de nuestras ciudades hoy en día no se pueden calificar de ser precisamente seguras: las raíces de los árboles le arrancan a las banquetas su planicie; hay piedras por todos lados (las mismas piedras en las que tropezamos dos veces) y ya no digamos violadores y asaltadores. Y, a pesar de todo esto, las mujeres tienen la intrepidez de calzarse un par de pedestales, justo como los que merecen por esa valentía tan excepcional. Caminan por las calles bajo la tormenta de piropos con ningún otro paraguas que el de su dignidad (o el de hacerse las sordas); se suben a los autobuses urbanos (corren, incluso, para alcanzaros en los parabuses) y con el resto de los pasajeros sobreviven la marea de montaña rusa que se vive allí dentro; suben escaleras y algunas incluso cargan en brazos a sus retoños. Embellecen el entorno citadino y subliman al género humano, sin duda.

A mí sólo me queda una pregunta: ¿y si se caen?

viernes, 2 de julio de 2010

Las chicas suicidas

Se definen a sí mismas como chicas con una hermosura diferente y su propuesta es cambiarle al mundo entero el concepto de belleza. “SuicideGirls fue creado para demostrar que la belleza viene en muchas formas” dice en su página de MySpace. “Lo que algunos creen que nos hace extrañas, raras o jodidas, es lo que nosotras creemos que nos hace bellas”. Se refieren al hecho de que la mayoría de las integrantes de este movimiento son chicas que tienen el cabello teñido de colores inusuales, el cuerpo tatuado o perforado y tienen gustos e inclinaciones que podrían ser considerados como “alternativos”: chicas punk, dark, góticas, rockeras, etc.

Estuve navegando en su página e investigando en otros sitios de Internet sobre ellas con la ilusión de encontrarme mujeres de todas las procedencias, colores, gustos, ideologías, formas. Pero principalmente esperaba encontrarme con chicas que dieran la impresión de que no hay quien las pare, de que abren la boca para aplastar con argumentos, de que tienen opiniones disidentes y que su primera opción es estar, en general, en desacuerdo. Oh, decepción. Me encontré con una hilera interminable de fotografías con una pequeña descripción en la parte de abajo. En todas o la inmensa mayoría de las imágenes aparecen chicas desnudas o semidesnudas, con miradas que provocan, que ruegan, que esconden, que incitan, que saborean. Y en el mínimo espacio que tienen para describirse y atraer (es realmente notable que siendo tan diferentes y tan rebeldes, ellas también tengan la necesidad de venderse) las miradas y los clics, estas chicas dicen de sí mismas que les gusta “el sexo, romper corazones, destruir todo, ser objetos artísticos”. Me perdí. ¿Contra qué se están revelando?

Todas estas chicas que me topé en mi ciberaventura son delgadas, blancas en su mayoría, con maquillaje y peinados cuidados, que si bien son diferentes hacen pensar en una gran preproducción de esas fotografías que las muestran tan sensuales. ¿Dónde están, entonces, las chicas alternativas que no están interesadas en mostrar los pechos o posar para millares de desconocidos o que son gordas o que son negras o que tienen el tatuaje malhecho de Pinocho en la cara? No están aquí. Son, quizás, excesivamente alternativas. “Gracias por tu interés para aparecer en nuestro sitio, pero tu exceso de autenticidad no te hace rentable”. Posiblemente este es uno de los machotes de carta que envían a las chicas que rechazan. Porque, no lo había dicho aún, son las mujeres las que piden aparecer en este rincón de la Internet. Lo hacen, quizás, para demostrarse a sí mismas lo mucho que no les importa lo que los demás digan de ellas. “Únete a nuestra página y descubre qué se siente que cientos de personas te digan lo sensual que eres”, dice SuicideGirls en uno de los banners de su página electrónica. Parece que su insurrección se derrite como queso sobre la piel caliente de las modelos que posan y los chicos “alternativos” que se excitan viéndolas. Son “diferentes” porque se manipularon el cuerpo a su antojo y en contra de lo que sus papás les decían; son “rebeldes” porque a ellas sí les gusta coger clandestinamente en el baño sucio de un concierto de metal.

Sería mucho más interesante el proyecto si se quitaran esa pesada y ridícula etiqueta de ser rebeldes, y se anunciaran honestamente como una página que contiene fotos eróticas de chicas tatuadas, perforadas o teñidas. Y nada más. Porque, puestos a ver, esta manía de querer ser a como dé lugar diferente a los demás no tiene nada de rebelde. Todo lo contrario: es la seña típica de nuestro tiempo. Quizás el proyecto debería titularse PostmodernGirls.

Parece que las chicas verdaderamente rebeldes también necesitan sus cinco minutos de fama.

sábado, 19 de junio de 2010

Mario Benedetti nos mintió

Tengo noticias de que algún famoso poeta escribió estos versos.

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos

mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos

mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
mo sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites.

Me han informado, también, que este famoso poeta ha fallecido ya. Es una verdadera lástima, por supuesto, que ya no haya tenido yo la oportunidad de decirle lo que tengo que decirle a la cara. O mandárselo, cuando menos, en una cartita que él pueda leer cuando lo crea más conveniente. Ahora tendré que escribir este texto con la esperanza de que su fantasma se vea inmantado hacia estas letras que hablan de una creación suya. Y si esto no funciona, me veré en la necesidad de esperar mi propia muerte y buscarlo en esa patria de la que todos tenemos referencias pero nadie detalles.

Quiero decirle a este famoso poeta, en fin, que la ilusión y el amor que reina en sus textos son dolorosos como lo es una promesa rota. Y quien se acercó al amor y creyó conocerlo a través de sus textos, no tiene otra opción más que sufrir la dolorosa decepción de una realidad sinuosa e inaprehensible en la que estamos eternamente lejos del otro y constantemente luchando por aferrarnos a nosotros mismos.

No hay ningún tiempo que sea suficiente para mirar y aprender a quien amamos. No hay ojos nuestros que no sucumban ante la imagen de lo bello, y es ésta la razón por la que siempre nuestra mirada transformará lo que toca para poder conservarlo.

No podré aprenderte como sos

ni quererte como sos

porque no puedo,

porque no tengo la capacidad

de despojarte de la idea que tengo

de quien sos.

Quiero decirle a este famoso poeta, también, que no hay, ni habrá, ningún puente de palabras suficientemente fuerte, para soportar el peso del cambio constante, de la mutua incomprensión, del individualismo calcinante.

Tengo, asimismo, una pregunta para este famoso poeta:

¿Dónde, señor poeta,

compro el coraje para lanzarme,

sin anestesia,

al abismo que efectivamente encuentro,

cuando el telón se ha levantado?

Y me inquieta, por último, una nimiedad sobre este famoso poema:

¿Con qué cara

mira una

a aquél en quien creamos primero una necesidad

y después un corazón fracturado?

Mandarina

15 de junio de 2010

martes, 15 de junio de 2010

El sexo ocasional es un arma de destrucción masiva

El sexo ocasional es un arma de destrucción masiva. Sobretodo si se espera que sea lo contrario.

En todas las épocas históricas que precedieron a la llamada posmodernidad, la familia/tribu/clan, los amigos y/o los amados, satisfacían la tercera escala en la Pirámide de Maslow, que es la de la afiliación y corresponde a las necesidades relacionadas con el afecto, la amistad y la intimidad.

En los tiempos que corren ahora las cosas ya no son así. Las grandes ciudades, el exceso de trabajo, la estrechez de recursos económicos para sobrevivir, la decepción histórica que parece ser el matrimonio y su consecuente desilusión en el amor como fenómeno humano (una de cuyas manifestaciones más comunes y evidentes es el "miedo al compromiso"), las crisis de fe y creencias, el consumismo y el individualismo son algunas de las características que nos están tocando vivir a los terrestres.

Pero no podemos vivir aislados. Al mismo tiempo que le tenemos miedo a la intimidad con otro ser humano (porque con tanta información, tantas ideologías importadas de todos los rincones del mundo y tantas teorías distintas de psicoanálisis, no sabemos cómo enfrentarnos ni siquiera a nosotros mismos), tememos morir solos. Y buscamos, casi a ciegas, casi con disimulo, el acercamiento con otra persona. Un pequeño roce de brazos, una mirada intensa, una conversación cálida, unos labios húmedos.

Y así es como llegamos a la cama de cualquiera. Muertos de hambre de una carcajada compartida, de una fusión verdadera, de un recuerdo perdurable. Los acostones que nos damos con gente con quien no estamos vinculados amorosamente son los más decepcionantes, pues son, paradójicamente, aquellos en los que depositamos más expectativas. Son los encargados de recordarnos nuestra humanidad, nuestra capacidad de (dar y recibir) placer, nuestro calor corporal. Y serán, en la mayoría de las ocasiones, los más grandes fiascos.

El sexo ocasional no nos conecta con la comunidad humana, sino que nos restriega en la cara nuestra necesidad de pepenar afecto; no nos deja algo perdurable del otro, sino que fractura las relaciones armoniosas y honestas, desinteresadas, con ese otro sujeto.

Con todo lo expuesto anteriormente no quiero decir que los one night stand sean malos (lo cual, realmente, no quiere decir nada), despreciables o condenables. Sólo me interesa subrayar que son peligrosos. Peligrosos en tanto que la mayoría de quien recurre a ellos lo hace en una situación desesperada.

domingo, 23 de mayo de 2010

mujercita

Mi primer periodo menstrual lo tuve en el año 2000.
Soy, sin duda, una mujer del siglo XXI.

viernes, 21 de mayo de 2010

Snif

A veces me gusta la estela que alguna gente deja al pasar. No me gusta, sin embargo, cuando veo a lo lejos una chica muy guapa que cuando me pasa de largo deja un olor dulce y agradable. Me parece trillado y la vida real no tiene lugar para clichés. Qué aburrido. Me parece real y por tanto me gusta cuando encuentro en la calle a un hombre que camina deprisa y una vez que nos hemos cruzado aspiro su olor, mezcla de colonia y sudor. Me fijo mucho en el olor de la gente, pero esto no quiere decir que me gusta que huelan bien. Simplemente me gusta que huelan. Cuando estoy con alguien que no huele a nada, me parece que no tiene alma. Me espanta pensar que yo no huelo a nada. Me lo han dicho, pero me rehúso a creerlo. Cuando estoy lejos de alguien por algún tiempo, una de las cosas que más extraño es su olor. Como ahora, por ejemplo, extraño el olor de mis más queridos. Demasiados olores me hacen falta.

jueves, 20 de mayo de 2010

miércoles, 5 de mayo de 2010

Pobres humanos

Aristóteles creía que la finalidad última de todo conocimiento y actividad era la búsqueda de algún bien.

¿Cómo no va a ser infeliz la mayoría, que trabaja para fines absurdos?

Todos deberíamos ser filósofos y artistas. Es que nacemos siéndolo, en realidad. Son los demás los que nos joden, quienes fueron a su vez jodidos por sus otros y esos otros por unas estructuras que parecen querer rebasarnos.

Que los niños pregunten y jueguen y pinten y manchen y experimenten. Así, nunca tendríamos que crecer. Así, estoy convencida (¿estoy convencida?), el mundo sería mejor.

lunes, 26 de abril de 2010

La voz cítrica sale al ciber-aire

Bueno, hoy por primera vez podrán escuchar en vivo, por Internet, el programa de radio que produzco y co-conduzco con Gabriel Barrón.
El programa es de lengua y literatura y se llama La Escafandra. El tema de hoy es la literatura jalisciense.
Lo podrán escuchar a las 13 horas, hora del centro del país, en la siguiente dirección:
www.itopica.iteso.mx
Le dan clic a donde dice "Escucha Itópica".

Aún no sé si podrán descargarlo después.

Gracias. Con permiso.

jueves, 22 de abril de 2010

No me gusta estar en mi periodo

Hoy, por ejemplo, hubo un simulacro de evacuación en mi universidad, y repentinamente me entraron unas ganas terribles de llorar. Afuera de mi salón, entre un montón de gente que no conozco y que no se tomaban en serio un ensayo de una tragedia en la que probablemente todos podríamos perder la vida, me pareció una razón muy buena para llorar. Pero soy una niña fuerte y me abstuve... Dios, no me gusta estar en mi periodo.

jueves, 15 de abril de 2010

Hablar

Cuando hablamos, la importancia de las cosas se ve aminorada. Por eso es tan importante (y aconsejable) contar nuestros problemas, tan peligroso divulgar nuestros sentimientos y tan riesgoso repetir demasiado la mágica y temida frase "te amo" (sí, el amor sí existe, pero no es aquello que nos han contado. Es más, no es nada que podamos entender).

Precisamente por esta razón, la vivencia de las cosas más bellas, las más pequeñas, las innegablemente conmovedoras, es indecible, inefable. Uno nunca encuentra palabras para lo sublime, para los fenómenos que nos acercan a lo divino, a la parte más noble e imperfecta de nosotros.

Por este motivo, también, es que el silencio entre dos amantes es síntoma de salud: la naturaleza de ese flujo de emociones y sentimientos que ocurre dentro de la esfera que forma una pareja va más allá de la comprensión y el raciocinio: es tan grande que se escapa de la posibilidad de simplificarlo en palabras.

Un grupo de amigos que charla animadamente en la terraza de un café en primavera no es otra cosa que la expresión humana más básica: hablamos ligeramente de las pequeñas cotidianidades para restarle peso a nuestros problemas y para crear lazos sutiles pero agradables con los demás. De aquí, de este acto perfectamente común, es de donde surge la comunidad.

Es con la familia y la pareja, en cambio, donde nos sentimos con la confianza de externar aquello que llevamos más escondido, más adherido a ese núcleo que se escapa a nuestra conciencia y que conforma lo esencial de nuestras personas. Es con nuestra familia y nuestro amado(a) con quienes compartimos lo que comúnmente callamos, y de ese modo extendemos nuestra persona, nuestra individualidad al otro: no sólo "construimos con palabras un puente indestructible", como dice Benedetti, sino que invitamos al otro a formar parte de nosotros, a ser nosotros, a ser yo. Es la comunión íntima entre dos seres.

Es por esto que la verdadera familia y el verdadero amor son como la energía: no se destruyen, sólo se transforman.

*Por hambre, distracción de pensamiento, e insuficiencia de recursos literarios, este mediocre ensayo termina aquí.*

sábado, 27 de marzo de 2010

No hay duda alguna

El amor no existe.

Existe la vivencia personal, en pareja, de una cosa rara que nadie entiende y a todos nos duele.

Sin dudarlo, lo afirmo: el amor no existe.

miércoles, 24 de marzo de 2010

De cómo si los dioses nos odian, estamos destinados al fracaso

Este es el ensayo que escribí aquella vez que hice la actualización absolutamente idiota sobre mi vida para mis fieles lectores. Fue escrito para mi clase de Mitología y está pensado en La Odisea.

Hace poco, apenas (reconozco la vergüenza pronto, ahora que recién comienza este texto), supe de forma somera, aunque extensa, la historia detrás de la Ilíada y la Odisea, nombres tan conocidos que su uso excesivo parece haberlos vaciado de significado.

Conforme escuchaba el relato (tuve el indecible placer de haber oído la historia y no de leerla, recordando así una época que nunca existió para mí pero que extraigo del imaginario colectivo, donde mi abuelo me sentaba en el piso frente a él y me contaba sus aventuras de otrora), me daba cuenta que la presencia de los dioses griegos era muy repetida. Estaban en todos lados, en los peores y los mejores momentos. Hacían alianzas, castigaban, favorecían. Eran intransigentes, comprensibles, empáticos, excesivos y caprichosos. “Qué raro”, fue lo primero que pensé. “Qué raro que intervengan precisamente en las situaciones en que todo parece perfecto o insalvable; qué raro que parezcan tan humanos y al mismo tiempo tan ajenos, tan poderosos y dueños de sí mismos”.

Después, me cayó el veinte (el maldito/bendito veinte casi siempre cae después). Los dioses no existían, y quienes escribieron estas historias, tampoco creían en ellos. Los dioses son los personajes. Pero ojo. No quiero decir con esto que los personajes son dioses. No. Quiero decir que todas las acciones que se veían afectadas de forma positiva o negativa por los supuestos dioses, eran inducidas directa y únicamente por los mismos humanos protagonistas de las historias. Eran ellos quienes sacaban las fuerzas para triunfar o para perder, para conseguir o para olvidar, para llegar o para perderse.

Así, pues, en una premisa lógica, podemos decir que si los dioses somos nosotros, y los dioses nos odian, podemos certeramente afirmar que estamos destinados al fracaso, porque si los dioses nos odian, esto no quiere decir otra cosa que nosotros nos odiamos a nosotros mismos, y por tanto nos tenderemos trampas y auto boicots.

Ahora, aterrizándolo en la historia de la Odisea, bien podemos decir que no fue el enojo de Poseidón, el rey del mar, lo que inició la serie de fatales aventuras por las que tuvo que atravesar Ulises para volver a su tierra, al amor, y finalmente, a sí mismo. Fue el propio Ulises quien se impuso un castigo o se recetó una aventura que se le salió de las manos. Es más, podríamos simplemente decir que Homero escribió una historia de amor verdaderamente perdurable: no importa la separación, las dificultades que cada uno afronta por su cuenta los une y fortalece como pareja.

En conclusión, lector, les pido que no olviden que tras estas historias épicas, quienes mueven los hilos no son los dioses, sino los hombres, y que en nuestras historias cotidianas, épicas o no, quienes vivimos y decidimos cómo hacerlo, somos nosotros. Ningún dios detrás de escenas.


miércoles, 17 de marzo de 2010

2 x 1

La torpeza consiste en no saber copiar; la estupidez en no saber crear.

***

Lentamente,
el orden de las cosas
-ese que no existe-
cae sobre ellas
como el polvo
-que llegó para nunca irse-
de nuestra casa.

jueves, 11 de marzo de 2010

Actualización absolutamente idiota sobre mi vida para mis fieles lectores

Estoy sentada frente a una computadora instalada en un salón de mi universidad (lleno de mesas largas sobre las cuales hay decenas de computadoras) dedicado al uso público de la tecnología para los estudiantes, empleados y profesores.
Estoy, claro está, haciendo cosas mucho más trascendentales que estar sentada pensando qué carajos decir en mi blog.
Estoy, en realidad, escribiendo un ensayo para mi clase de Mitología.

Estoy, como les decía, justamente enfrascada en esa divertida y satisfactoria labor, cuando veo que un sujeto llega al pasillo de computadoras ubicado frente al mío, se sienta frente a la pantalla de un ordenador que queda muy visible desde donde estoy sentada, y de pronto descubro el mensaje que está impreso en su camiseta, en la espalda: "Float like a butterfly, stink like a bee". O sea, "flota como mariposa, pica como abeja".

Sólo quiero decirle esto a ese vato: PUTA, QUÉ GAY ESTÁ TU CAMISETA.
Él nunca sabrá esto. Está ocupado checando su facebook.

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Ya me gustó esta babosada de actualizar idioteces (debería conseguirme twitter). Bien, en orden cronológico:

1. Fui al baño a hacer pipí, y el baño al que me metí APESTABA A CAÑO POSTAPOCALÍPTICO. Muchachas, muchachos: si traen una diarrea diabólica y/o ingieren alimentos de dudosa calidad y el producto de sus deyecciones es franca y socialmente rechazable, tiren el papel que pasaron por la raya ubicada entre sus nalgas al water, y NO AL CESTO. Gracias.
2. Sentado a mi lado está un tipo con cuerpo y cara de geek total, de esos que se masturban un montón pensando en su maestra de primaria y en las muchachas sensuales, de plástico y operadas (resentimientos aparte) que salen en las primorosas revistas tipo TVyNotas, pero habla como si fuera un tipo con gran personalidad, y no para de repetirle a una amiga con la que está platicando "arre lulú", con su voz grave y aguardentosa de tipo con gran personalidad.

Aprendizaje del día: los tipos que se masturban con las barbies de carne y hueso que vienen en revistas que cosifican a la fémina, y/o en su profesora, ahora seguramente añeja, de primaria, pueden ser tipos con gran personalidad.

Arre lulú.

domingo, 28 de febrero de 2010

Enero no existe

Nos han hecho creer que hay doce meses en un año, y que el primero de ellos se llama enero. No es cierto, querido lector.

Piénselo. Ahora, dígame, ¿recuerda usted haber vivido algún día de dicho mes, que no sea de los primeros seis? Es que por lo visto, sólo existen los primeros seis días: ni siquiera una semana.

Llegamos a diciembre con la ilusión de las vacaciones, del descanso, de la Navidad, del rencuentro familiar, de las comilonas, los regalos, la bonita ropa invernal que teníamos guardada. Pronto, aunque feliz, diciembre se esfuma. Y luego llega el primero día de ese misterio mes, día en que la mayoría de la gente no trabaja. Desde aquí empieza la cuestión. Analicemos.

Primero de enero. No hay que ir al trabajo. Mucha gente se despierta cruda y a mediodía. Ya se fue la mitad del día y lo que queda de la jornada, lo vivimos mareados, sin tener certeza de lo que pasa, y, sobretodo, sentados: sentados en un sillón frente a la tele, en una mesa de un restaurante atiborrado, o en el comedor de la casa frente al plato lleno del recalentado. Bum, de pronto se hace de noche (el horario de invierno acorta los días increíblemente) y antes de que nos demos cuenta, ya estamos en pijama y metiéndonos a la cama.

Luego transcurren unos días que nadie recuerda. No es que no los recordemos: no existen.

Finalmente viene el seis de enero, día en que algunos niños excepcionales reciben regalos y en que la mayoría de la gente aprovecha el pretexto de celebrar el Día de Reyes para atiborrarse de rosca. Pero, pasado este día: corte a negros.

Enero no existe. Pasado el seis del mentado e inexistente mes, llega febrero. Y pasado el 15 y el 24 (para los nacionalistas) de este último, llega marzo. Y después del 21 de éste, llega abril. Y abril sí que existe. Existe porque es importante para la industria de la moda: todas y todos comenzamos a lucir los monísimos modelitos de Primavera-Verano del año en curso. Y existe, cómo no, porque en dicho mes es el cumpleaños de mi madre.

Ocioso lector, usted que tiene tiempo para leerme, estoy segura que también lo tendrá para ponerse atento el próximo año y confirmarme que tengo la razón. O también, inteligente lector, sabrá usted aprovechar y hacer consciente cada uno de los días que tenga este mes y todos los demás. Porque usted, sabio lector, sabe perfectamente que el tiempo no existe y sólo tenemos este pedazo de segundo que siempre está muriendo y convirtiéndose en pasado. Llenemos, mortal lector, el vacío del tiempo con cosas simples y bellas.

Y aquí termina este ensayo. No me vaya a acusar el Gran Capital de difundir la filosofía del ocio, el goce, la improductividad y la ineficiencia.

jueves, 25 de febrero de 2010

Poema

Me refugio en el misterio
de las cosas que no existen
aquí y ahora.

Me vuelvo loca
poquito a poco.
Todo está dentro de mí.
Soy el punto de partida
y de llegada.

(La función de imaginar y recordar es la misma)

Creemos nuestra historia
Reinventémonos
en este rincón de luz tenue
donde nadie nos ve.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Me muero de ganas

de usar la siguiente frase:

¡¿Cómo te explico que te vayas a chingar a tu madre?!

Tiéntenme. Anden, tiéntenme.

lunes, 22 de febrero de 2010

Un hombre serio

La última película de los hermanos Cohen me deja con la siguiente pregunta: ¿Y para qué carajos querría yo ser una persona seria?

Vivimos en una sociedad irracional y contradictoria (no podría ser de otro modo, está compuesta de individuos en su mayoría inconsistentes y en su totalidad caóticos), cuya moral contemporánea está basada, principalmente, en no molestar al otro y en hacer las cosas bien: ser un “sujeto de bien”.

La película trata de uno de estos pobres hombres que se tragaron el cuento enterito y, para su desgracia, obedecieron las reglas del juego ciegamente, al pie de la letra, sin chistar. Vamos viendo, entonces, por qué tanta desgracia para un hombre que lo único que hizo fue seguirle el rollo al sistema.

¿Ser un hombre bueno? ¿Y qué coño significa esto? ¿Obedecer los mandatos de una religión que no ofrece explicaciones, que sólo nos pide “aceptar el misterio”, como bien dice uno de los personajes más cómicos e insoportables del film? ¿Tragarnos la mierda que los demás constantemente están tratando de echarnos encima (a cualquier ser humano es fundamental ponerle e imponerle un límite, pues si no, cualquiera se va a sentirse suficientemente cómodo como para desbordarse sobre uno y echarle sus problemas) sin oponer resistencia? ¿Pagar obedientemente las cuentas?

Si bien no hay recetas para vivir la vida, hay un ingrediente que no debe faltar nunca y que no debería ser adjudicado únicamente a los jóvenes: la rebeldía. Y no me malinterpreten, no se trata de que salgamos cada fin de semana a las calles a manifestarnos por todos los problemas que nos fastidian y que le achacamos (acertadamente, la mayor parte de las veces) al gobierno. No. Se trata de pensar. ¡Ah, esa actividad que tanto duele y por ello tan pocos llevan a cabo! La rebeldía es pensar, es criticar, es cuestionar, es no estar de acuerdo.

Porque, ¿qué quiere el tan afamado “sistema” de nosotros? Quiere que seamos productivos en el trabajo; quiere que tengamos familias e hijos, para que éstos se conviertan en los futuros consumidores; quiere que tengamos enfermedades y problemas para necesitar de otros que nos lo resuelvan (cobrando, claro), porque son esos “otros” los que nos crean los problemas (ejemplo: las farmacéuticas); quiere que paguemos nuestras cuentas; quiere que obedezcamos y estemos de acuerdo.

Ahora, díganme ustedes, ¿quién, en su sano juicio, puede vivir su vida con ese gigantesco par de manos oprimiéndole el cuello? Pues casi nadie, señores. Casi todos “hacemos trampa” en este mundo, de alguna u otra forma. Existimos los que tratamos de hacer el bien pero siendo conscientes y críticos; hay los que ni hacen el bien ni son conscientes ni críticos; los que hacen el mal conscientemente; y, por último, los que hacen el bien mansamente, sin pedir explicaciones ni extender críticas. Y nuestro protagonista es uno de estas pobres excepciones. Lawrence Gopnik se creyó que si obedecía las reglas y ante las bofetadas de la vida ponía la otra mejilla, sería un hombre de éxito. Me imagino al personaje pensando “los vecinos me verán pasar en mi hermoso coche con mi hermosa familia y dirán ‘ahí va Lawrence Gopnik, un hombre serio’”. No contaba con que este sistema, si es obedecido, no apremia; por el contrario, asfixia aún más. No tuvo en cuenta que si obramos con “sensatez”, las cosas no necesariamente van adquiriendo un orden armonioso. Pasó por alto algo: siempre habrá problemas y, afortunadamente, siempre habrá belleza. Olvidó (o nadie le enseñó) lo más importante: en este mundo, la vida no tiene sentido.

A todos los Lawrence Gopnik les dijo: deja de buscar tus respuestas con los rabinos, sacerdotes, psicólogos, terapeutas. Las preguntas más grandes que nos plantea la vida no tienen respuesta, pero de esto nos damos cuenta hasta el final de nuestra vida, cuando ya hubimos construido y dirigido nuestra existencia en torno al intento de responderlas.

jueves, 18 de febrero de 2010

tenis de colores brillantes

Muchas veces he escuchado a la gente hablar de cómo se paran en el mundo. “Yo me paro en el mundo como una mujer que no se conforma”, “yo me paro en el mundo con desesperanza”, “yo me paro en el mundo con el deseo de encontrar el amor”. Yo me paro en el mundo con tenis de colores brillantes, las más de las veces. (Y eso si es que me paro, porque, ¿no es mucho más delicioso sentarse a observar cómo las cosas y las personas suceden delante de nuestros ojos?)

La selección de mi calzado no es accidental y son tres los motivos que me llevan a escoger lo que ya he mencionado anteriormente: tenis de colores brillantes. (No enlisto porque las listas son cómodas y sosas.) Razón número 1: la comodidad. Mi madre, desde que tengo uso de la memoria, siempre me ha dicho cuando vamos al mar que tenga cuidado con él, pues es traicionero. Le creo tanto que extendí la creencia (que no temor) a la vida entera. Hay que tener cuidado con ella pues es traicionera. Seguramente cientos de ocasiones has podido comprobar, lector, que la vida te hace una mala pasada cuando menos te lo imaginas, porque sus razones y designios son tan absurdos que no existen o tan grandes y coherentes que estamos ciegos a ellos. Por eso yo uso calzado cómodo. Porque no sé cuándo me vaya a corretear un secuestrador en alguna de las calles oscuras del barrio donde vivo, o cuándo vaya a tener que correr tras el hombre (que de preferencia va sobre un coche caro) en cuyos ojos creí ver el brillo fulminante del amor verdadero, o cuándo me vaya a topar con una calle empedrada cuya inevitable sinuosidad alerte a mi instinto de supervivencia y convierta mis paso en los de un felino, firmes y cautelosos. Y todas estas posibles situaciones me llevan a la razón número 2: la vida de una persona adulta con quehaceres y obligaciones rara vez contiene pasajes tan excitantes como los que acabo de mencionar. A mí la vida me requiere, casi siempre, pretextos simples y pasajeros para reírme de ella y poder terminar mis días exitosamente. Por eso mis tenis son de colores brillantes. A veces tengo conversaciones tan anodinas, ocupaciones tan posesivas, predicciones sobre el futuro tan oscuras, que necesito algo, cualquier cosa, un recurso de emergencia, para reírme de la máscara tan formal y embustera con que al menor de los descuidos la vida se quiere disfrazar; para liberarme de la sensación de que mi existencia es insoportablemente pesada y no leve, como sé que en realidad es. En esos momentos, entonces, bajo la mirada y me encuentro con unas zapatillas (como le llaman los españoles a los tenis… ridículos) de colores irreverentes, que me imagino que si pudieran hablar me dirían con actitud retadora “a que no te cagas de risa”. Por último, aunque no porque sea la menos importante, la razón número 3: mi calzado deportivo (ya hemos dicho que la vida podría ser un deporte) está provisto de agujetas. Esas agujetas, cualquier par de agujetas, son mi padre. No sólo porque atarlas me recuerde a la época en que mi papá lo hacía por mí, con una fuerza ligeramente excesiva que luego mis pies resentían. Las agujetas son mi padre por la sencilla razón de que mantienen mis extremidades inferiores seguras dentro del zapato y así me evitan caer, y esto, esta labor cotidiana, llevada al grueso de mi vida, es lo que hace mi padre. Las agujetas abrazan y protegen a mis pies como calurosamente lo hace mi padre conmigo.

Si ven por la calle o por las pasillos a cualquiera con tenis de colores, ríanse. Es la intención. Y después, vayan corriendo a comprarse unos, para formar progresivamente una comunidad de gente que busca pretextos para alegrarse y para vivir aventuras. Las agujetas no son indispensables.