lunes, 3 de noviembre de 2014

Sueños persecutores

Llevo varios días sin poder dormir tranquilamente. Mi creencia es que no hay tal cosa como "dormir bien". Me parece un pleonasmo. O se duerme, y con ello se consigue descansar, relajar, olvidar, o bien, no se duerme en absoluto, y sufre uno de insomnio, de ansiedad, de pesadillas, de viajes al baño, etc. Dormir mal es dizque dormir. Hacer como que duermes. Pretender. Es una ilusión, una fantasía. Una especie de mentira.

El domingo por la mañana salí de ducharme a una hora en que la luz se desparramaba a borbotones por todo el baño. Después de vestirme y de peinarme, me acerqué al espejo para maquillarme. Iba a empezar con los ojos y, a punto de aplicarme el rímel, el espejo me devolvió una verdad oscura, terrible: no sólo la parte inferior de mis globos oculares, sino también los párpados estaban teñidos de un morado muerto. El cansancio, silenciosamente, ha conseguido mancharme a modo de venganza.

Desde el último año de preparatoria hasta el día en que escribo esto, tuve cuatro novios. Todos, inmediatamente después de haber terminado con el anterior (el mayor tiempo transcurrido entre uno y otro fue de menos de dos meses). En ese contexto, puedo decirles que fue en tiempos de uno de esos cuatro hombres en que el no-dormir se presentó en mi vida, casi por primera vez. De día estaba contenta con mi compañero de entonces y de noche estaba contenta con mi compañero de antes. Todas las noches, durante semanas, soñé con el que había quedado atrás, y eran sueños tan reales y vívidos que era como volver a estar con él. Concluí que fue una etapa de mi vida donde fui novia de dos tipos, aunque ninguno de los dos se enteró de ello.

El año pasado, más o menos por estas fechas, comencé a tener unas pesadillas extrañas. Eran como un thriller psicológico. No había nada clásicamente aterrador en ellas: perros a punto de morder, abismos, persecuciones, asesinatos, violaciones... Nada de eso. Todo lo tenebroso en ellas era racional: el miedo enloquecido por las noches; el miedo domado en el día. Es decir: mi cerebro estaba siendo incapaz de separarse de mi estrés diurno, y todos los temores producidos por mi raciocinio (es decir: todo mi estrés) eran traducidos al mundo onírico. Y ni siquiera eran sueños surreales, locos, alucinados. Eran réplicas de mi tensión diaria.

Asustada, al borde del pánico y de la extenuación, me despertaba en medio de la noche y trataba de tranquilizarme, me hablaba dulcemente a mí misma y me aconsejaba calmarme, me procuraba amor, ternura. (Por esas mismas fechas empecé a sentir una presencia masculina malvada en mi habitación, que se limitaba a pararse en una esquina y mirarme fijamente, intimidatoriamente.)

Llevo varios días sin poder dormir tranquilamente. Han vuelto, de nuevo, esos sueños persecutores en los que no me puedo librar de mi cabeza, de mi ritmo lógico y analítico. Son sueños perfectamente fabricados y montados, como una película con un guión estricto. Y, desasosegada, a duermevela, puedo identificar cómo soy yo la que está trazando la historia, manipulando todos los elementos, controlando la entrada y la salida de diálogos y personajes. Es agotador. Cada vez que voy al baño me siento presa de una frustración gris y derrotada. Me siento víctima de mí misma. Despierto cansada y desorientada.

Anoche mi cuerpo fue el contenedor de una energía perdida, no canalizada, angustiada, anhelante, agónica, iracunda. La ansiedad me llenaba los músculos y lo único que me daba sentido de la realidad y de la calma era sentir el brazo de mi marido en la espalda, y su voz dulce y adormilada que me consolaba. La noche antes de la de ayer, en medio de uno de uno de esos trances funestos, intenté hallar la paz en medio de la tormenta y me decidí a meditar, ahí y entonces, para lograr el descanso. Al intentar concentrarme en mi respiración, mi nariz apareció en mi imaginación como un trazo cubista triangular y desproporcionado, con el aro que adorna mi fosa derecha de un tamaño gigante y un peso aplastante.

A veces siento que me estoy desfragmentando sin esperanzas de llegar a un punto pacífico dentro de mi mente. No sólo siento una nariz cubista sino un cuerpo entero sin armonía, coherencia o belleza. Siento que mis trozos han cambiado de lugar y estoy gobernada por la anarquía. Siento miedo de ir a dormir.

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