sábado, 22 de noviembre de 2014

Crónica de un corazón roto

He guardado absoluto silencio respecto a la situación política actual de México, mi país. Nada he dicho sobre Ayotzinapa y sus estudiantes desaparecidos. Nada sobre la primera dama y su casa blanca. Ni un tweet. Ni una publicación en Facebook. No he compartido memes, vines o artículos. Sólo una propuesta sobre cómo construir comunidad en un país con una clase política en ruinas, y una broma sobre el pestañeo excesivo en el video de la llamada Gaviota. Pero sólo silencio ha salido de mi pecho.

Mucho se dice y mucho se oye sobre cómo la vida se va encargando de propinar decepciones, de romper ilusiones, de destrozar sueños. Es común que los adultos quieran prolongar su juventud lo más que puedan. Ya sea la belleza, la energía, la salud, las fiestas, los amigos, los hábitos, la actitud. Nadie se quiere despedir de aquella juventud rebelde, liviana, alegre.

Yo aún soy joven, es cierto. Es más, hasta agosto de este año todavía conservaba la edad que está incluida en algunos organismos internacionales como propia de la adolescencia. Pero a pesar de ello, mi corazón revolucionario e idealista está quebrado en pedazos. Hace algún tiempo abandoné el hábito de leer periódicos porque sólo conseguía deprimirme. Me disgusta hablar de política porque sólo son quejas y porque es poca la gente leída en Historia y Ciencias Políticas que tenga argumentos y opiniones de peso y de valor. Dudo de la efectividad de las manifestaciones pacíficas y de las marchas.

La desnuda verdad, la médula de este texto, es que he caído en una profunda y oscura desesperanza política. Ya no creo en el cambio. No creo en los líderes honestos. No creo en las estructuras sociales ni en el poder mismo. No creo en la organización eficaz y duradera de los hombres. Sólo creo en un mundo que está más o menos a la deriva y que ha perdido, en pos de la relatividad, el asidero de la verdad. Sólo creo en una anarquía amorosa, difícil de conseguir.

Quizá el modo en que consigo no caer en la depresión en mi vida cotidiana es que no me he quedado de brazos cruzados ante esa realidad, o ante mi percepción de la realidad. Lo que hago, continuamente, es intentar generar amor y compartirlo, contagiarlo. Pero no sólo eso. Tengo muy clara mi vocación social, y a través del arte y de la espiritualidad formo y continuaré formando mi trinchera de batalla. Quiero construir un grupo, un movimiento, un espacio donde el amor propio y la paz mental sean la principal iniciativa política.

Estoy en absoluto desacuerdo con las decisiones y prácticamente con la existencia misma de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de esta nación mexicana. Estoy dolida y anonadada por el asesinato y la desaparición de un ser humano, cualquiera, y cómo no, de 43 estudiantes. Estoy indignada e iracunda por la corrupción que yace tras la construcción y compra de la casa de Paseo de las Palmas 1325. Y estoy resentida, aún, por el trato a los indígenas del EZLN, por los profesores de la APPO, por Atenco, por la muerte de los bebés de la guardería ABC, por la matanza de Tlatelolco, por los fraudes electorales, por la muerte de Colosio, por los tránsitos que viven de las mordidas, por los salarios de los diputados, por las prestaciones de los ex presidentes, por los beneficios a las grandes empresas, por la falta de cumplimiento al derecho a la cultura...

Es un resentimiento de lustros, podrido, dirigido no sólo a la clase política sino a la sociedad entera, que en su ignorancia y su pereza optan por la comodidad y no sólo no cambian las cosas, sino que no se cambian a sí mismos. Aquí les dejo, pues, mi dolor amargo, mis palabras rabiosas, mis recuerdos de la indiferencia. Y la promesa de seguir en pie de batalla en lo que he decidido será mi campo: el amor y la espiritualidad. No me aferro a nada más.

2 comentarios:

Ses dijo...

No puedo comentar nada sobre México, cada vez que me llega alguna información me pregunto cómo puede seguir todo igual.

Anónimo dijo...

Yo envejecí bien rápido. Voy dos veces por semana al seguro. Gasto un chingo en medicinas. Los dolores me despiertan por la noche. Es duro pero también es poético por así decirlo. Conocer el límite de la experiencia humana en el que ya no existe la salud plena te permite entrar en contacto con tu lado más espiritual. Desde ahí veo lo de Ayotzinapa como un síntoma más de esta locura colectiva en la que estamos inmersos. Hoy le toca a México pagar los platos rotos pero esto ya pasó en Bosnia, el Tibet, Guatemala, Colombia, Irán, Palestina, Libano, Uganda y en estos mismos momentos en África con el ébola. Querer el cambio implica hacer cambios profundos para los que no estamos preparados. Lo único que podemos hacer es buscar una paz individual que se aleje del consumismo y la automatización de nuestras vidas. Hay que mirar hacia dentro de nosotros y darnos cuenta de que no nos hace falta nada para ser felices. Sólo decidir serlo. Y este cambio va a pasar porque es insostenible la forma en que vivimos como humanidad. Lo más seguro es que Ayotzinapa sea una atrocidad más en la lista de atrocidades que anteceden a la gran catástrofe en la que tocaremos fondo. Sólo cabe esperar que para cuando esta llegue no sea demasiado tarde.