miércoles, 12 de noviembre de 2014

Algunos apuntes sobre la curiosidad

La curiosidad parece ser el punto donde se conectan lo mejor de nuestro intelecto y de nuestro espíritu (algunas religiones orientales creen que estos componentes, separados por la filosofía griega, son en realidad uno solo, y así lo expresa su lenguaje, en el que una sola palabra engloba ambos conceptos).

Ella permite a la mente indagar más sobre algo, pero la condición que requiere es que haya interés, apasionamiento. O sea, cuando al alma hay algo que le llama, acude entregada también con su componente intelectual. Una gran inteligencia desapasionada sólo puede convertirse en neurosis o en aburrimiento. Raras veces podemos comprometernos intelectualmente con un tema y su experimentación cuando el corazón no se siente compelido, atraído, llamado. Debe haber algo que nos seduzca irremediablemente.

La curiosidad es fuente de experiencia y por lo tanto de conocimiento; de ciencia; de arte; de relaciones interpersonales. Es fecunda. Vuelve fértil la unión entre un gran corazón y una gran mente, puesto que le asigna al primero la responsabilidad de encontrar amor, alegría, entusiasmo, dicha y exaltación en algo, y al segundo la obligación de creer, crear y crecer en el terreno de lo que escogió el primero, el líder.

Hace tiempo, creo que en el libro titulado Non Olet, leí "dime qué te llama la atención y te diré quién eres". De por sí, cada vez que leo frases compuestas de esta clásica fórmula me detengo un momento para preguntarme qué de cierto hay en ellas. En este caso, además, venía del prestigioso pensador Rafael Sánchez Ferlosio, por lo cual mi reflexión fue aún más concienzuda.

Efectivamente, coincido con el autor cuando dice que los temas que nos atraen lo hacen sin un filtro racional. Es decir, estamos prendados a ellos como a un imán. De este modo, sin barreras u obstáculos de la cabeza, la loca de la casa, podemos seguir el curso de lo que naturalmente nos atrajo y encontrar qué de nosotros hay en ello.

Por otro lado, está la expresión "la curiosidad mató al gato" (que en un principio era "la preocupación", y el tiempo se encargó de transformarlo en curiosidad). Es cierto que en ocasiones nos sentimos empujados hacia la experimentación y el descubrimiento de vivencias o temas o áreas que pueden resultar destructivas, tóxicas. ¿Hasta qué punto se debe a a nuestro "lado oscuro", a la existencia de Tánatos dentro de nosotros?

Resulta interesantísima la definición que da la Real Academia Española de la Lengua sobre la curiosidad. Dice, primero, que es el "deseo de saber o averiguar alguien lo que no le concierne", y en segundo lugar, "vicio que lleva a alguien a inquirir lo que no debiera importarle". De estos dos significados se desprende una censura hacia el curioso, porque está interesado en algo dictaminado como incorrecto, y porque es un vicioso.

Me pregunto de dónde viene esta castración intelectual en la RAE, que tantos tintes inquisitivos tiene. Se entiende que una iglesia o un Estado quiera vedar la curiosidad por lo que hay en ella de progresista y de subversiva, ¿pero una academia? Yo propongo ser curiosos en el trabajo, al volante, en el sexo, en la cocina... Curiosos y escépticos.

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