martes, 11 de noviembre de 2014

La funesta ficción de Francisco y su difunto farol

A Carolina Aranda, en cariñosa gratitud.

Francisco fungió como náufrago desde que Alfonsina fue fusilada en la frontera entre el Golfo y los brazos de Adolfo. Funesto final, el de aquella infidelidad. Fuera como fuese, Alfonsina, a pesar de su fogosidad y de sus fáciles ofrendas, era de fina faz y de afanosos sacrificios. Lo que uno calificaría como un fraude de buena fe. Fiel reflejo de esto era el infinito fervor de los favores que Francisco le ofrecía, sin tener informes sobre las fechorías que a su espalda su amada fabricaba.

Adolfo, fatalmente para la faena de esta fábula, era el fiestero más falaz: fascinaba a las féminas en las francachelas y, satisfecho, una fecha más tarde las fenecía con su falta de afecto. A Alfonsina le había faltado el olfato para identificar en la desfachatada facha de Adolfo la feroz figura de un adefesio disfrazado de afable. Indefensa, se refugió en el fulgor de un fuego falso, desinformada de los planes y artificios que Fernanda, una de las fallecidas de amor víctima de Adolfo, edificaba en su contra.

Así pues, una tarde febril y flemática, el afiebrado corazón de Fernanda La Formidable finalizó de urdir la infame planificación de la venganza de su aflicción: fusilar a Alfonsina, fatigada receptora de los besos del fecundo Adolfo. Una flecha bastó para transfigurar la flor de vida en materia fecal. Inerte la figura, firme la mirada en el firmamento. Fuerte y fácilmente triunfó la muerte.  

El alfabeto no disfrutaba de suficientes letras para significar o manifestar el conflicto que defendía dentro de sí el pecho de Francisco ante la defunción de su más firme motor: su flaca farol. El marino se había confundido en el tifón de su frenética existencia y, anclado a su firme amor, se extravió en el fuerte oleaje de su fanática fijación. El fango de la indiferencia perforaría al fantasma de Francisco.

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