martes, 18 de noviembre de 2014

Esperanza suicida

El fraccionamiento en el que se encuentra mi casa está apenas en desarrollo. Aún persisten, por todos lados, lotes baldíos. La calle en la que vivo está desierta. Sólo hay construcciones en venta, en renta y terrenos poblados por maleza. El vecino de al lado acaba de abandonarnos por irse a perseguir un empleo en otro punto de la geografía planetaria. Los únicos dos seres humanos que pueblan nuestra cuadra son un enfermo de cáncer y su esposa. Figuras fantasmales, casi.

Sin embargo, mi corazón albergaba una insegura esperanza hasta hace poco. En la casa en la que desemboca nuestra calle habita un perro pequeño y blanco, despeinado y sucio, como Brigitte, la french poodle que me acompañó de los cinco a los 19 años. Pero la razón por la que mi esperanza era trémula es que el animal en cuestión tiene tendencias suicidas. Se le podía ver indeciso, asomado a uno de los balcones de su hogar, con el cuerpo de fuera prácticamente por completo. Así fue como llegó a mi vida.

No sería la primera vez que me encariño con un espíritu atormentado y de dudosa vitalidad. Y a pesar del sufrimiento que implica no poder sanar sus corazones en tinieblas con la luz de mi amor, decidí darle una oportunidad al can en cuestión. Creí que en su pequeña y enmarañada anatomía residía la clave del éxito. Pensé, pues, que su presencia era sinónimo de compañía en esta manzana desolada que habitamos mi familia y yo. Tan lejos fue mi alegría y mi afecto que llegué al punto de dedicarle una canción en la lengua universalmente comprendida, para que todos conocieran y tararearan el rap del Suicidal Dog.

Sin embargo, la oscuridad ha poblado mi vida desde hace algunas horas, en que la sospecha de que la mascota ha tomado su última decisión se ha ido fortaleciendo. Temo creer que por fin ha saltado al vacío. Ya son dos o tres semanas en que no lo veo en el balcón de sus horas desasosegadas. Y mi imaginación me lleva a plantearme lo peor. Ha muerto. O tal vez ha huido, en busca de su felicidad. O, quizás, se ha reconciliado con la vida.

¡¿Pero cómo?!, digo yo, ¡¿cómo?! En el silencio y la quietud de lo que pareciera un exilio, me pregunto obstinadamente sobre el destino canino de aquel ser en quien deposité mis ilusiones. ¿Será que estamos decididamente solos, abandonados a nuestra suerte, los habitantes de esta casa? Ampáranos, perro suicida, ya sea desde la profundidad infernal de tu pecado o desde la altura divina de tu inocencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pobre perro menso.