miércoles, 26 de noviembre de 2014

Habitar

Habitar es una de esas palabras planas. Si fuera una muchacha, sería de esas que no tienen ni pechos ni nalgas. No hay mucho de dónde agarrarla ni gran entusiasmo al pensar en ella. Se va fácil. No deja mucho rastro tras de sí. Sería un vocablo gris si no fuera por su significado.

Según la Real Academia Española de la lengua, habitar es vivir, morar. Ciertamente, habitar un lugar es hacer la vida propia ahí. De algún modo, es entregar el alma y proveer de espíritu al sitio que nos acoge. Un lugar sólo se vuelve habitable cuando se puede vivir en él. De ahí que sus antónimos sean palabras como inhóspito, hostil.

Sólo se deja de habitar en una casa o una ciudad. cuando nos vamos de ahí. Por muerte, por destierro, por exilio, por huir, por cambiar. ¿Guardarán relación "habitar" y "hábito"? Los lugares que habitamos son testigos y contenedores de nuestros hábitos, ciertamente. Vamos dejando en ellos una huella sutil de nuestra existencia.

"Ha" llega como una simple "a", que se esfuma en un segundo, para dar paso a otra sílaba igual de efímera y de anodina: "bi". Juntos, los primeros dos tercios de la palabra forman una nube, casi etérea y diminuta, que se escapa de la boca sin ninguna dificultad y pronto queda en el pasado: "habi": ningún sobresalto o sorpresa, dificultad o traba. La parte con mayor personalidad viene al último, para rematar, para compensar, para resarcir el daño de los primeros dos invitados, unos aguafiestas. "Tar". La "T" es la que lo hace todo. Aunque la "r" al final también contribuye al aderezo. La "T" se atora en la boca: la lengua se encarga de acariciar al paladar, de seducirlo. Y la última letra, en una timidez coqueta, se retrae y busca un refugio discreto en la oscura y húmeda cavidad bucal.

Quizás, en conjunto, la palabra sea de un rosa pálido. Como una adolescente que aún no tiene mucha gracia pero sí un poco de potencial, una chispa apenas visible.

No hay comentarios: