Así fue como él terminó con un unicornio gordo en el tobillo izquierdo, escondido bajo el pantalón de mezclilla. Y con una imagen humorística y una palabra y varios otros tatuajes distribuidos a lo largo y ancho de su cuerpo. El unicornio era el más deforme y el más significativo por una misma razón: había sido el primero que ella hacía. Y él lo llevaba consigo en su piel a todos lados donde fuera.
Tras decir esto último, guardó un silencio pesado. Un silencio de derrota en el partido, de descenso de la caja en un entierro. Desde su cara agachada, suicida, saltó al abismo una lágrima que fue a estrellarse contra el cemento. "Una vez le pregunté que si ella pensaba en mí cada vez que veía su unicornio y dijo que no. Que pensaba en los inicios de su oficio".
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