domingo, 12 de octubre de 2014

Hoy declaro que sí me voy a titular

Mis queridos lectores, el viernes descendí a la profundidad de una tristeza oscura, húmeda, agitada. Sucedió después de que había subido el cuento y por eso no quedó registrado en esta bitácora. 

Tuve junta con un par de profesoras de la maestría. En vez de clases, ellas ofrecen una especie de asesoría individual que en mi caso particular ha consistido básicamente en humillaciones, burlas, intolerancia, desacreditación, falta de paciencia y sobre todo, opiniones negativas sobre mi trabajo, que aún ninguna de las dos ha leído. Eso lo dice todo. 

Sin embargo, mi corazón tiene sus límites (o quizás en circunstancias menos adversas no los tenga, pero bajo esta presión en la que me encuentro, sólo tengo disposición para soportar ciertas cosas). Que me pregunten "¡¿qué coño te pasa?!" o que me afirmen "no, Mandarina, no te vas a titular" son gotas que derraman mi vaso. 

Bastante tengo con el hecho de escribir la tesis guiada casi exclusivamente por mi intuición, de estar recién casada, tener mi residencia en una ciudad a cinco horas de distancia y haber apechugado la muerte de mi padre durante el primer mes del posgrado, como para que además me estén amenazando y degradando mi trabajo. 

Me sentí absolutamente sola (abandonada por profesores y directora de la maestría), desesperada, agotada, desmotivada, menospreciada y, sobre todo, triste. Con una tristeza de lágrimas solidarias, de llanto como único recurso, de gemidos y sollozos como mi principal apoyo en un túnel negro que transito con la ciega convicción de que más adelante viene la luz, el éxito y la titulación, digan lo que digan y pésele a quien le pese. 

No escribí ayer porque me vine a mi casa a encontrar refugio en los brazos de mi marido y no quise interrumpir el descanso con un ejercicio reflexivo o creativo o analítico. Quería ser simplemente Sara, sin ser maestrante o bloguera. Pero hoy vengo a declarar, a prometer (a mí misma y a ustedes, en ese orden), que no vuelvo a compungirme por los juicios categóricos, someros y venenosos de un par de mujeres que evidentemente no están cerca de entender el amor y la gracia que se requieren para un profesorado de valor y excelencia. Caminaré con mi fe y mi inteligencia hasta el final. Y de antemano les digo: ¡me la van a pelar!

1 comentario:

Anónimo dijo...

nadie que haya hecho algo que valga la pena ha dejado de hacer sacrificios. felicidades por ese tesón y ánimo.