martes, 28 de octubre de 2014

Traición poética

"Es mi orgullo haber nacido/ en el barrio más humilde/ alejado del bullicio/ de la falsa sociedad". Así reza la primera estrofa de la canción El hijo del pueblo, del ilustre José Alfredo Jiménez. Hace algunos días escribí un ensayo sobre la aversión que me causan las llamadas telefónicas, y en él concluyo que prefiero retraerme del mundo y formar uno mío, más habitable. Quisiera hacer de éste un texto que continúe con esta temática relativa a la reclusión.

Jerome David Salinger, talentosísimo escritor estadounidense, fue lanzado estrepitosamente a la fama después de que se hiciera público que suya era la autoría de El guardián entre el centeno, libro que estaba leyendo el asesino de John Lennon al momento de matarlo. De por sí, tras publicar dicho libro casi tres décadas antes del deceso del Beetle, el autor gozó (sufrió, más bien) de gran reconocimiento y popularidad. Como solución ante esta problemática situación, decidió aislarse y no recibir invitados en su casa ni llamadas o cartas de periodistas, entrevistadores, seguidores o biógrafos. Una existencia cerrada casi herméticamente.

Para hablar de otro prestigioso personaje que decidió guarecerse de lo que José Alfredo llama "la falsa sociedad" podemos mencionar al padre de La desobediencia civil: Henry David Thoreau. Harto de un Estado violento y opresor, decidió mudarse a una cabaña en medio del bosque, con la compañía de sí mismo. Cuando un conocido le preguntó que si no extrañaría a su familia o amigos, él se limitó a contestar "yo no soy nada".

El impulso por abandonar la vida en grupo o las reglas del sistema va desde charros mexicanos hasta monjes asiáticos. Es un deseo que no respeta ubicación geográfica, credo, raza o sexo. Y es que los sufrimientos de la vida tampoco respetan ningún tipo de diferencia: son parejos para todos.

Jean Paul Sartre sostenía la tesis de que "el infierno es el otro", por decir que nuestros prójimos son la encarnación de una mala existencia. Y la verdad es que así parecería. Yo constantemente tengo la sensación de que estoy rodeada de mujeres histéricas, hombres violadores, jóvenes a punto de un ataque de violencia, ancianos al borde de un choque automovilístico fatal, niños desconsiderados, oficinistas suicidas.

Jesús Ramírez-Bermúdez es un psiquiatra y literato que decidió escribir un libro titulado Breve diccionario clínico del alma, que reúne sus propias experiencias en el campo de la salud mental y da un panorama introductorio y muy gráfico de cómo se viven y en qué consisten algunas de las enfermedades del espíritu. El prólogo está escrito por otro grande de las letras y de los consultorios: Francisco González-Crussí. En él, dice:

Todos traemos dentro el germen del trastorno, la semilla o el rudimento del mal: basta una infección, un tumor o un proceso degenerativo de la sustancia nerviosa -cuestión de apenas milímetros de afección en determinados núcleos neuronales- para que surjan los terrores, los fantasmas, las identidades confundidas y las pesadillas. 


 Así, tal como dice el párrafo anterior, cualquiera de nosotros está expuesto a una afección físico-espiritual que nos enajene, nos arranque del curso cotidiano de nuestras vidas para arrojarnos a los terrenos de las sombras, la agresión, la inestabilidad, la locura. Y encima de todo, para coronar al pastel con una cereza, está la descabellada clase política y financiera, que imponen a este mundo reglas que son más que absurdas, inhumanas y surreales.

Todo esto, entonces, es lo que nos vemos expuestos a aguantar. Pareciera, además, que con más frecuencia ahora que nunca la gente expone su agresión, sus frustraciones, su intolerancia, su miedo. Una profesora psicóloga hace algunos años me dio una clase llamada Psicología del personaje. Nos decía que estudios "científicos" demuestran que a partir del 2001, con la llegada del terrorismo al globo terrestre y del 2008, con el colapso de la economía planetaria, los índices de paranoia, esquizofrenia, violencia, drogadicción y obsesión se han disparado como cohetes. Me suena lógico.

Yo, por lo pronto, ando por la vida prácticamente de puntitas. Evito llamar la atención, corresponder miradas, involucrarme en pleitos, comenzar pláticas casuales. De algún modo me he estado programando para tener una apertura de corazón dispuesta especialmente hacia la Naturaleza y hacia contadas personas, cuya calidad humana tengo comprobada. Como he dicho muchas veces antes: soy una contemplativa. Y es cierto, por otro lado, que lo cultural siempre me fascina por encima de lo estrictamente natural, pero pareciera que precisamente para contemplarlo. Augusto Monterroso dice en una de sus fábulas que el inconveniente de tener buenas relaciones sociales con los demás implica que censuramos nuestras críticas hacia ellos, y Jesús Silva-Herzog Márquez escribió un ensayo en el que habla de la poesía como una traición moral: "[el poeta] no puede pelearse con la realidad pero, para verla, necesita separarse de ella". Pues bien, yo necesito separarme de ella.

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