jueves, 18 de septiembre de 2014

Sobre la confianza en Dios y en uno mismo

Con esta entrada inauguro cuatro nuevas etiquetas: "Dios", "autoexigencia", "maternidad" y "poder", que estoy segura que usaré con bastante frecuencia.

Quisiera comenzar esta entrada aclarando que no será la única del día. Lo que estoy a punto de escribir se suscitó espontáneamente y me parece imperdible. Es más, quisiera escribirlo como una nota para la yo del futuro, porque viene no sólo de mi presente sino de mi pasado. Pero además, más tarde escribiré una especie de resumen-despedida sobre Tijuana. Disculpen mi ausencia estos días. Ignoro si es mi periodo hormonal, pero les confieso que he estado oscilando entre la irritación y la tristeza, estados que me han dejado apática para la escritura, además de un cansancio físico que dificulta aún más la redacción.

Les aclaro que no debería de estar haciendo esto. En estos mismos momentos, tendría que estar leyendo un libro para una tarea de la maestría. También tenía que haber estado leyendo ese libro cuando empecé a imaginarme cómo sería mi relación matrimonial en un momento de estrés cuando ya hubiera bebés. Y aquí empieza el jugo de este texto.

Desde hace algunas semanas (¿meses?) se ha comenzado a afirmar con mucha seguridad dentro de mí el deseo de ser madre. También he empezado a jugar con algunas fechas más concretas para darle lugar y espacio al embarazo para que ocurra. Estas fechas están relativamente próximas. Algunas cosas hay aún por ser vividas antes de la concepción, pero puedo afirmar que embarazarme ha entrado, con pujanza y certeza, en los planes de mi vida, de nuestra vida.

Hoy, mientras tenía que haber estado leyendo, comencé a imaginarme ya como mamá. Y la imaginación se fue justamente (¿azarosamente?, ¿necesariamente?) a crear un escenario en mi mente en el que mi marido se encontraba "emocionalmente indispuesto": es decir, atravesando unas sensaciones y/o unas ideas difíciles, de tal modo que su disposición a entregarse al reciente proyecto de nuestra paternidad (en el panorama de mi mente, el bebé era prácticamente recién nacido) se encontraba entorpecida.

En el "mundo real", en el que existo físicamente y tengo tendidos frente a mí los folios de mi lectura, mi cuerpo hizo unos movimientos contractivos, e inmediatamente me di cuenta de que estaba sintiendo aprehensión, incluso un poco de ansiedad. En general, he estado bastante distraída desde que comencé la lectura, y quise obligarme a abandonar esa realidad ficticia a la que me había llevado mi mente para pasar a concentrarme en mis deberes. Pero me di cuenta que explorar la causa de esa inquietud que me ocasionaba aquel escenario era profundamente valioso, puesto que, con seguridad, algún día estaré en él y será entonces mi mundo real en el que exista físicamente.

Así pues, me levanté de mi lugar de trabajo y fui a sentarme a un sillón, me quité los lentes que uso para leer, y transformé la ensoñación en un recuerdo o en una vivencia presente. En mi mente no había ninguna distinción. Allí estaba. La maternidad, un bebé y mi esposo en una situación de estrés eran mi horizonte mental y emocional real.

Comencé a hablar con mi compañero (en la "realidad" estaba hablando sola), a decirle cómo me estaba sintiendo. Salieron, entre otras, estas frases: "Me parece injusto que te sustraigas de esta responsabilidad compartida para internarte en un conflicto interno egoísta", "Acabo de ser mamá: ¡necesito tu apoyo y tus atenciones!", "Tenemos que ser felices para dar felicidad y crear hijos felices: ¡sé feliz!", "El bebé es mucho más importante que cualquiera de tus conflictos internos" "Somos un equipo con un proyecto importante, ¡si te descompones tú se descompone el proyecto y el equipo!".

Es decir, mi ego se sentía abusado, ignorado, despreciado, pero, sobre todo, inconmensurablemente estresado. En esa hipotética situación difícil, mi yo de ahora se sentía ahogada, prácticamente traicionada, por completo frustrada, víctima de mi cónyuge. Como si la naturaleza del humano, cambiante, conflictuada, compleja, tuviera algo de inaudito o de pecaminoso en la ensoñación de mi maternidad.

Lo he dicho antes y lo repetiré cuantas veces haga falta: una de las más pesadas cruces que he cargado a lo largo de mi vida ha sido la de la autoexigencia. Ser la hija perfecta, la alumna perfecta, la novia perfecta, la esposa perfecta, la madre perfecta. Y si cometo errores, y si los problemas aparecen, y si hay dificultades, entonces no soy nada. Antes de casarme hice una honda reflexión acerca de la imposibilidad de la perfección y de la belleza que reside en ser simplemente humano. Y sólo así pude casarme: antes de eso, al imaginarme una pelea o una dificultad, a pesar de estar ya comprometida, me invadía un pánico y una decepción que me paralizaban. Me aterraba equivocarme. Después, lo asumí como inevitable y en julio del 2013 firmé un documento legal que me volvía la compañera y cómplice de otro humano imperfecto con quien construiría una vida imperfecta, pero hermosa. Como yo.

Cuando recordé esto (sin tanto detalle y en una décima de segundo), sentada en el sillón donde conversaba imaginariamente con ese ser maravilloso e imperfecto a quien amo y que me estaba imaginariamente estresando, traicionando y victimizando, me di cuenta que el mismo proceso que tuve que atravesar para animarme a volverme esposa, lo tendré que vivir conscientemente para volverme madre. No puedo ni podré ser una madre perfecta. No podemos ni podremos ser unos padres perfectos. No podemos ni podremos crear una familia perfecta. Habrá problemas, desacuerdos, discusiones, obstáculos, retos, cansancio, mal humor... Habrá humanos, integrando esa familia. Habrá mi, su y nuestra imperfección. Pero la habrá llena de amor. Y de esfuerzo, y de comunicación y de confianza.

Alguna vez nos dijeron a mi esposo y a mí una analogía: el matrimonio es como una cama king size. Las bases son individuales, y se unen para un colchón/proyecto que requiere de ambos, que al mismo tiempo los necesita y los supera. No deja de haber individuos y tampoco deja de haber proyecto compartido. Recordé esto y en mi mente lo modifiqué un poco: mi marido y yo queriendo llevar de punto A a punto B una caja grande y pesada. "¿Qué necesitamos para triunfar?", me pregunté sentada en el sofá. "Amor, esfuerzo, comunicación y confianza", me respondí en silencio. "Amor para no cargarle todo el peso al otro, esfuerzo para ayudarle con la caja y poder tener éxito, comunicación para saber cómo vamos y hacer recomendaciones y confianza de que la otra persona está poniendo lo mejor de sí".

Y entonces y por eso supe que escribiría esto. Porque en 14 meses de matrimonio, ésa ha sido la constante. Un amor grandísimo que nos lleva a preocuparnos y ocuparnos por el otro; un esfuerzo de todo tipo que la intuición nos dice y la experiencia nos confirma que nos dará grandes satisfacciones; una comunicación que informa, que une, que sensibiliza, que le da espacio a los dos egos para existir sin juicios: ni lo oscuro ni lo iluminado se estancan, todo es material para la íntima comunión entre los dos; y una confianza que da la tranquilidad de saber que nuestro compañero de equipo es tan inteligente, tan valioso, tan capaz y tan bueno como uno mismo. Por eso digo que esta nota la escribe la Sara pasada y la presente.

Pero además, y aquí viene lo más importante que quiero aportar con este texto, me di cuenta de algo en este ejercicio que acabo de realizar de análisis y reflexión sobre la ansiedad que me trajo la imaginación. Hay tres pasos que me han ayudado inmensamente para llevar a cabo las cuatro características que mencionaba antes: amor, esfuerzo, comunicación y confianza.

El primer paso es el de confiar ciegamente en la Diosa Madre Naturaleza (o en Dios, como le llaman comúnmente). Dios me ama y me cuida siempre. Estoy donde debería de estar. Estoy y estaré bien. Lo que esto provoca, en términos muy prácticos, es una relajación general. Sé que existo en un ambiente seguro y que piso un terreno firme. Instantáneamente me siento protegida, me siento bien.

El segundo paso es el de reconocer mi poder personal para afrontar y superar lo que sea. Puedo crear soluciones, puedo escuchar, puedo entender, me puedo comunicar, puedo ser paciente, puedo desvelarme una noche, puedo hacer más esfuerzo en un determinado momento. Así, sabiendo que la Energía de la Vida me cuida y me ama y que, además, soy poderosa, me relajo y me puedo poner en acción, mental, física o emocionalmente.

El tercer paso, después de relajarme y de saberme poderosa, es compartirle a mi compañero el amor de Dios y mi poder personal. Es decir, con serenidad le pregunto cómo se siente y con aceptación recibo su respuesta (cualquiera que ésta sea, podría ser mía también), le recuerdo (aunque no sea directa o verbalmente) que Dios nos está cuidando y que todo está bien y también que él y yo somos capaces de lo que sea, o bien, le hago saber que puede atender con amor su proceso interno y que yo puedo hacerme cargo temporalmente de las cosas.  

Quise compartir esto porque quizás aquí encuentren algo de utilidad o de resonancia para sus propias vidas. Sé que muchos sufrimos de autoexigencia, sé que para todos la vida está lleno de retos y sé que a nadie nos enseñaron cómo relacionarnos con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Y también quise escribir esto porque, seguramente, tendré que revisitarlo más adelante, en algún otro momento de mi vida, cuando sea madre o no. Finalmente para eso es la escritura: para heredar conocimiento y para tener un soporte para la memoria que, sospecho, se desgasta aún más con el tumulto de los hijos.

3 comentarios:

Elisa García dijo...

Me alegra saber que tiene este tipo de pensamientos, que en su estrés por todas las cargas cotidianas llega a tener un respiro (que tal vez en el futuro será más complicado que los problemas que hoy afronta).. Pero quería decirle que me encantó saber que quiere un hijo, saludos a mi siempre maestra favorita!... Elisa

Sara Mandarina dijo...

¡Elisa hermosa! ¡Saludos también para ti! ¿Qué es de ti, cómo y dónde estás? Recibe un beso y un abrazo :)

Elisa García dijo...

Estudio diseño industrial en el tec, sigo practicando mi querido teatro y estoy justo como hace un año en una pequeña crisis existencial.. Pero dentro de lo que cabe muy bien!