sábado, 13 de septiembre de 2014

Descubriendo Tijuana

Iba en el avión, del lado de la ventana, a pesar de los reniegos de mi hermano. Veía a la Tierra diminuta, los carros en una velocidad ridículamente lente, los cerros de una dimensión apenas respetable, las casas y las fábricas y las bodegas de una pequeñez absurda, inverosímil, nada respetable. El mundo humano carecía de sentido, de seriedad, todo tenía una apariencia cómica, irreal, diminuta, sin importancia. 

Conforme el avión comenzó a desvendar para prepararse para el aterrizaje, las cosas comenzaron a cobrar un cariz de mayor relevancia, de estrés familiar, de estructura y significados de sobra conocidos. Los coches iban a un ritmo que de pronto parecía más normal, las casas, inesperadamente, ya cobraron un tamaño en el que caben humanos y milagros y desgracias. 

No sólo es posible hacer zoom out en el tiempo, sino también en el espacio. Podemos imaginarnos cómo se vería una situación dentro de sesenta años, o qué representará un acto o un dicho cuando la inmediatez ceda el paso a varios años. También podemos apreciar el aspecto de la vida humana y de su trama de significado cuando volamos en los cielos, lejos, en una perspectiva que parece más objetiva, más juiciosa: todo parece insignificante, un sueño, una maqueta, una ilusión. El juego sin sentido de unos muñecos, el comportamiento sin trascendencia de una especie animal, prácticamente invisible como las hormigas, apenas notorias. 

No cabe duda: la vida es sueño. Hay que ser felices y tratar de hacer el bien o, por lo menos, no hacer el mal. A eso vine a Tijuana. A celebrar y compartir con mi familia la boda de un primo. Pláticas, risas, reencuentros, comida, historias, lágrimas, carcajadas, asombro, tedio, compañía silenciosa: ya hubo lugar para todo. 

Descubrí, por primera vez, la acidez y la amargura tras la obstinación de una de mis tías en estudiar una carrera y salir de Acaponeta. Las expectativas que fueron depositadas en ella y cómo eso, con su fuerza inmensa y su sufrimiento inmenso, fue suficiente para sacarla adelante. Descubrí también una ciudad llena de montes cuyo estado natural ha sido arrebatado por constructoras que han urbanizado una ciudad cuya mancha no cesa de extenderse. Descubrí en el 7Eleven de la esquina la cerveza Cucapá, en sus versiones Chupacabras y Honey. Descubrí que unos tíos experimentaron una especie exótica de terrorismo académico en su experiencia de maestría, que hace ver mi propio proceso como una vacación y mi calidad y mi bagaje de conocimientos como investigadora, una broma de amateur. Descubrí a un perro golden retriever que se llama Argos y tiene sobrepeso y le entusiasma la comida y le agobia el calor y es dulce y tierno. 

Extraño a mi golden retriever. Extraño a mi marido, mi casa, mi rutina, mi mundo. Mañana es la boda. Y yo sigo en el descubrimiento.

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