lunes, 22 de septiembre de 2014

Morir y volver a nacer

Desde hace bastante tiempo que sufro las consecuencias de un extraño fenómeno en mi cuerpo: la piel de mis labios, sobre todo el del inferior, se cae continuamente. Se resecan, empiezan a hacerse una especie de costras de delgada y transparente piel muerta y entonces empieza el proyecto de deshacerme de ellas para que mis labios recuperen una apariencia sana, normal. 

No recuerdo cuándo empezó esta situación, pero desde que tengo uso de la razón dependo de los Labello (de hecho, ahora que releo la frase, mi primer recuerdo de Labellodependencia fue a los 11 años, en el viaje de graduación de la primaria, cuando nos llevaron a mí y otros 100 changos a conocer el DF y alrededores. Perdí el mío y mis labios se hincharon, enrojecieron y descarapelaron. El alivio temporal que encontré fue lamérmelos pero a largo plazo sólo empeoraba la situación. En aquella época no había Oxxos y yo era demasiado insegura para pedir el favor de que fuéramos a comprar uno o de que alguien me prestara el suyo. Eventualmente encontré mi crema labial en un rincón de la mochila). 

En la época en que ingería pastillas para disminuir y erradicar el acné, las cosas llegaron a su peor estado: heridas por todos lados, inflamación... Me acuerdo que un día intenté disimular el problema poniéndome encima un lápiz labial de color chillante. Lo único que conseguí fue llamar la atención hacia ellos, y posteriormente, una cara mezcla de asco y lástima. Eso fue en la universidad. Me acababa de poner de novia de un tipo que me encantaba, y no le pude dar un beso en un escenario súper romántico, precisamente por mi condición. Me dio una vergüenza terrible. Ahora ya no importa.

Hace dos o tres años escribí un cuento llamado "a Marina se le parten los labios" o algo así. Una historia para niños. Una historia sobre una niña llamada Marina, a la que se le partían los labios y un día decidió que ya no iba a reír porque se le saldrían las mariposas que vivían en su pecho. Lo primero que me dijo un amigo que lo leyó fue "se le parten los labios, como a ti". Me pareció asombroso. No había caído en la cuenta. Era cierto. Poco después de escribirlo, el novio en turno me hizo correcciones. Era otro novio. Es un buen cuento. Quizás él lo mejoró. Quizás no.

Desde hace dos años, más o menos, empecé a experimentar con ungüentos, cremas, lápices y brillos con olores, colores o empaquetados "femeninos". Ninguno me convencía y siempre volvía a Labello. Al de cereza, porque lo rojo me hacia sentir muy sexy. Aunque a veces me hartaba y compraba el clásico, el aburrido azul. O también, el blanco, con protección solar. 

Hace muy poco, unos meses, comencé a utilizar unos humectantes extranjeros de la marca "Burt's bees" (me imagino a un señor, Burt, con un montón de abejas volando alrededor de él pacíficamente), que mi marido me recomendó. Funcionan. Huelen rico, saben rico, son efectivos. Y aún así, se me descarapelan. 

Tengo la idea de que todos los males de mi cuerpo tienen un origen psicosomático, así que me pregunto qué significa ésto o dónde está su causa. Si ya descubrí el origen de mis estornudos, me empecino en encontrar la fuente de esta fuga constante de piel en el orificio que inaugura la entrada a mi cuerpo. ¿A qué responde? ¿Qué está tratando de comunicarme mi cuerpo, mi boca? No importa si estoy en una ciudad fría, tibia o caliente, seca o húmeda, de gran o de poca altitud, de planicie, montaña, costa o desierto: mis labios se empeñan en morir y volver a nacer. 

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