jueves, 11 de septiembre de 2014

El hombre del siglo XXI y la identidad

Ernesto Sabato decía que uno escribe sobre los temas que le obsesionan. Evidentemente, como podrán darse cuenta, estos días me obsesiona el de la identidad. Les dejo aquí un ensayo que escribí para una asignatura de la maestría. 

Los budistas tienen un concepto que es el llamado “falsa identidad sólida”. Lo que quiere decir, es que ningún ser humano tiene una identidad, con todo lo que ello implica: ciertos gustos, ciertas características, cierto modo de responder ante el entorno. La realidad profunda del ser humano, dicen estos filósofos orientales, es que tenemos en nosotros la potencialidad de tener cualquier gusto, cualquier característica, cualquier modo de respuesta. Que no hay una línea coherente y limitada en quién somos: constantemente somos distintos: cambiamos de acuerdo a la compañía, el clima, el nivel de estrés, el contexto, la edad, la hora del día… En fin: en una misma persona cabe la envidia, el perdón, la alegría, la tristeza, el entusiasmo, la amargura, la adaptabilidad, el tradicionalismo, el rencor, el amor incondicional y cualquier otro sustantivo. Somos la manifestación de nuestras ideas. Y nuestras ideas pueden cambiar en cualquier momento. O sea, podemos reinventarnos siempre. Así, resulta falso decir “soy alegre, soy generosa, soy floja”. También somos todo lo contrario. O podemos serlo.

La realidad del siglo XXI es una de individualismo, consumismo y narcisismo. Todas éstas muy vinculadas entre sí: el narcisismo ha sido el detonante y la consecuencia, simultáneamente, de un sistema que promueve al individuo como a la principal prioridad, y al consumo como la principal expresión de su bienestar. Precisamente, en las redes sociales, el discurso que manda es el de las selfies, manifestación bastante sincera y evidente de este amor propio desenfocado y desmedido.

La otra cara de esta misma moneda es, paradójica en apariencia, el desprecio propio. Aunque, bien reflexionado, la paradoja va cediendo su lugar a la lógica. Al estar el ser humano de este siglo tan enfocado en sí mismo, va perdiendo noción o perspectiva de lo que es estar en los zapatos de otro ser humano, o de las cosas trascendentales. Es decir, progresivamente nos concentramos en nuestra experiencia individual y lo que más importa es qué pienso yo, qué siento yo, qué me importa a mí, a dónde voy, quién me ve y cuál es mi prestigio y mi capital simbólico. Y el hambre en África, los indigentes de la esquina, la reforma energética, la historia mundial o las guerras raciales se desdibujan por completo del panorama. Están ausentes de la vida cotidiana. Sus agentes no nos siguen en Facebook, no nos retuitean, no alimentan mi página de Instagram. No existen.

Y así, al conformar nosotros mismos la parte más importante de nuestro mundo, lo que hagamos mal o lo que consideremos defectuoso de nuestras personas resulta también, entonces, catastrófico.  Que mi pelo no tiene el volumen y la suavidad que tiene el de las modelos de Pantene; que mis pómulos no están marcados o mis labios no son voluminosos como los de aquella modelo rusa, mis dientes no parecen de Colgate, mis pechos no se parecen a los de esa mujer que está en la portada de Sports Illustrated, tengo celulitis en las piernas y los huesos de la cadera no sobresalen. Y no hay nada de qué preocuparse: para todo hay una solución que podemos adquirir con cientos o miles de pesos. Claro, en lo que resolvemos algo ya surgió otra cosa y en la persecución obsesiva por la perfección ya colapsamos con un ataque de ansiedad.

Es precisamente por ello que resulta mucho más sencillo crear un alter ego que esté más cerca de la perfección que nosotros, sencillamente porque es una creación de nuestra imaginación imposible de llevar a la vida “real”; es decir, a la vida offline. Los selfies son, en realidad, una forma semificticia de nosotros mismos: creamos un personaje y un guión para su vida que no necesariamente se atiene a la verdad. Somos artífices de una vida pública que puede diferir diametralmente de nuestra vida privada.

Hay, sin embargo, otras redes sociales que no necesariamente posibilitan o favorecen el status y la creación de otro yo. Por ejemplo, LinkedIn es una red en la que mientras más sincero se es, mejores posibilidades hay de conformar, en efecto, una red de profesionistas interesados en un área, un proyecto o una metodología. Vimeo, por otro lado, es un ejemplo de red social volcada al arte audiovisual, en la que el contacto con otros expertos en cine, video, publicidad, documental, edición, música, etc. pueden interconectarse para trabajar juntos o hacerse consultas. Aquí, pues, no se trata de pretensiones, sino de habilidades, conocimientos y capacidades. Esto se presta, en el sentido de la identidad, para verse a uno mismo no como un videoasta (curioso, que Word detecte esta palabra como incorrecta) perteneciente a una localidad o circunscrito a una temática, sino como un hacedor de videos propio del mundo, susceptible de cualquier creación con cualquier grupo de personas, incluso, sin el requisito de conocerse físicamente.

Gilberto Giménez habla en su texto acerca de las representaciones y los grupos sociales. Nos dice que “los hombres piensan, sienten y ven las cosas desde el punto de vista de su grupo de pertenencia o de referencia” (pág. 7). Lo que yo pienso es que los grupos sociales se crean a causa del miedo de un individuo de saberse solo y de estar expuesto, vulnerable. Es decir, la familia primero y los amigos después vienen a conformar la pequeña sociedad que nos protege de la muerte (en sentido literal o figurado). Ante la multiplicidad de grupos juveniles y de culturas urbanas, resulta mucho más sencillo y atractivo adjudicarse a uno mismo una etiqueta sobre quién soy, qué me gusta, qué me representa, qué como, a dónde voy, qué escucho, qué leo, cómo visto, cómo me divierto y cómo me enamoro. Soy esto porque no quiero ser aquello.

La realidad es que a mayor tamaño de las urbes son también mayores los niveles de violencia y la cantidad de tribus urbanas. Hay una relación intrínseca en esta tríada. Las tribus urbanas tienen la misma función que las no urbanas: protección. Las ciudades grandes y neuróticas representan un entorno hostil y es por ello que decidimos agruparnos y diferenciarnos del resto de animales que nos parecen potencialmente peligrosos. Lo que parece que nos rehusamos a ver es que el hippie, punk, raver, metalero, cholo, fresa, mirrey, popero, rasta y skato tiene muchísimo más en común con el resto de lo que quisieran admitir.  Lo que yo diría es que los hombres piensan, sienten y ven las cosas desde el punto de vista del  grupo de pertenencia o de referencia del que creen que no son parte. Es decir, es una identificación que parte de una otredad que en realidad es profundamente similar a nuestra individualidad pero que es, también, profundamente ignorada.

Desde hace seis años y dos meses escribo en un blog personal. La mayoría de la materia con la que trabajo ahí es de corte autobiográfico, aunque también hay ensayos con temas de mi interés, reseñas de libros, música y cine, poemas y cuentos, todo de mi autoría.
Y precisamente porque creo con fervor que hace falta una otredad más educada, más empática y más auténtica, la intención de mi blog es mostrar y promover una humanidad (la mía y la de mis lectores) más desnuda, más sincera. Es cierto, hay algo de público en ello, pero no trato de construir un personaje (es decir, una máscara a través de la que suena una voz), sino de declarar que sé que soy tan humana y maravillosa e imperfecta como quien me lee, y que no hay ningún problema en ello, y que le doy la bienvenida a todo aquel que quiera darse cuenta de lo mismo: de que no soy más que un espejo de su propia humanidad maravillosa e imperfecta.


Busco establecer una red con adultos, jóvenes, blancos, negros, occidentales, asiáticos, indígenas, mujeres, hombres, heterosexuales y no, hípsters, raperos, cumbieros y electrónicos que tengan interés en dejar de definirse distintos a los demás y más bien comiencen a interesarse por lo que los une con el mundo. Una red de honesto interés en el otro, sin etiquetas ni definiciones. Una red social, digital y no, de verdadera identidad fluctuante.

1 comentario:

Zabioloco dijo...

Soy de grupo social "médico", te leo desde hace 6 años, sí expones autobiográfica y ocasionalmente poética tu vida... Ofredad: la palabra a investigar...