sábado, 20 de septiembre de 2014

Inútil angustia

Desde ayer empecé a experimentar bastante ansiedad. Me sentía intranquila, desesperada, como si huir fuese necesario. 

De pronto mi realidad se había vuelto súper asfixiante: trabajar en la tesis a un ritmo forzado para conseguir llegar a tiempo y con éxito a la fecha límite; organizar las maletas, bolsas y bultos (4) con los que iba a viajar primero a la universidad, donde tenía clases a las 10 de la mañana, y después a la central camionera, en taxis que no tenía dinero para pagar; era la medianoche y además de descapitalizada necesitaba tomar una pastilla que se me había olvidado comprar. Para coronar el pastel, había tomado café un poco antes y acababa de echarme dos episodios de una serie televisiva de horror. 

Me di cuenta, además, que me ha estado estresando una idea que me ha rondado en la cabeza. 

En Tijuana, toda la familia que hacía tanto que no veía me preguntó, en diversas ocasiones y en boca de distintos miembros de la tribu, que cómo estaba. La respuesta fue siempre muy contundente: bien, contenta, tranquila. Y es que es cierto, me encuentro en una etapa de mi vida harto maravillosa. 

Sin embargo, traidora cabeza, repetir lo bien que estoy trajo una incertidumbre, una sospecha, un miedo: en algún momento esta mi realidad cambiará, y entonces, en ese nuevo escenario, ¿estaré tan bien como estoy ahora? Claro, me quiero aferrar a la bonanza de estos tiempos. Y me aterra el futuro: en concreto, lo "malo" que vendrá con él. 

(Qué increíble: mientras escribía el párrafo anterior volteé a mi derecha y encontré en su coche a la familia de un hombre que por un tiempo fue parte de mi propia familia y que trajo consigo una tragedia y una pesadilla tanto para los integrantes de mi clan como para los del suyo. Y aquí estamos.)

El taxista que me llevó de la casa en donde vivo en Guadalajara al campus universitario me contó su historia: a los 18 años era dueño de trailers y bodegas en cuatro países distintos, conoció a quien se volvió su esposa, había viajado por cuatro continentes y tenía millones en el banco. 

Luego vino la devaluación: le quitaron 16 casas que había comprado y su empresa de almacenamiento y transporte; presenció el suicidio de un hombre afuera de un banco; fue obligado a trabajar como guardia para el gobierno; le quitaron más casas que había comprado con su sueldo (fue acusado de enriquecimiento ilícito); le secuestraron a una hija (que encontró en Tijuana, precisamente) y posteriormente a su hermana. 

Ahora, dice, lo único que espera es que su esposa se jubile (le faltan cuatro años) para poder mudarse a su casa de Puerto Vallarta y poder, por fin, a sus 54 años, descansar de lo que llamó "una vida muy sufrida". Preferí no contarle que mis padres tenían un sueño similar y que la muerte les frustró los planes. 

Me dijo que la forma que ha encontrado de disfrutar la vida ha sido ser sonriente, vacilador y platicón con sus pasajeros. Efectivamente, me sacó varias risas y me dio a escoger la música para escuchar (opté por rock en español). 

Ya estoy en la central camionera, sólo me resta hacer un último malabar con mi equipaje de la silla donde estoy al autobús. Ya no siento ansiedad. Sólo hambre y ganas de hacer pipí. Pero sí, es cierto, confieso cierta angustia por el futuro... ¿Qué traerá?

2 comentarios:

Ses dijo...

Claro que cambiará, pero seguro que será otra etapa igual de plena y tranquila, no merece la pena preocuparse por lo que todavía está por venir.

Sara Mandarina dijo...

Gracias, Ses. Qué comentario tan reconfortante.