jueves, 8 de enero de 2015

Los ángeles

No sé qué pensar de los ángeles. Por muchos años me pareció que la idea de ellos o lo que implicaba su existencia era una ridiculez. Los encontraba cursis, completamente inverosímiles, una invención aberrante nacida del temor humano. Pero ahora ya no soy tan categórica al respecto.

A lo largo de mi vida he tenido la sensación de que estoy acompañada y protegida. No sé por qué. Simplemente lo siento así. Como una cierta certidumbre incierta (es decir, lo sé sin saberlo, lo sé sin la razón, lo intuyo quizás), tengo conocimiento de que estoy bien, de que me va a ir bien, de que hay un abrazo amoroso, invisible y etéreo, rodeándome constantemente.

Hace algunos meses fuimos mi esposo, su hijo y yo a San Sebastián del Oeste. Nos llevamos con nosotros a nuestro perro, que es un golden retriever bastante consentido y poco agresivo. Estábamos muy contentos los cuatro (nuestra mascota dedicó largos minutos a olfatear con interés y delicadeza a una burrita que vivía en el terreno vecino a la cabaña donde nos hospedamos, mientras ella le retribuía la atención y el afecto), y decidimos dar un paseo hacia las orillas del pueblo, a las minas.

Íbamos apenas comenzando nuestro camino cuando se unió a la expedición un perro, aparentemente callejero, que se veía fuerte e incluso bravo, pero que se portó gentil con nosotros y que jugaba, aunque un poco tosco, con nuestro amiguito animal. Pasados algunos minutos de caminata, nos topamos con una pequeña pero muy agresiva jauría de perros, que tan pronto como vio a nuestro perro se lanzó sobre él. El otro, nuestro acompañante, se aventó sobre ellos y les ladró, los mordió y los persiguió. Si no hubiera sido por ellos, no habríamos podido mantener a salvo a nuestra mascota de 27 kilos, y quizás tampoco a nosotros mismos.

En agosto del año pasado, poco después de mi cumpleaños y según lo registré aquí, me atropelló un bote en el mar. Si hubiera habido cualquier mínima variación (en ángulo, movimientos, tiempos), podría haber muerto. Lo que sí pasó es que me pegué en la cabeza, en la espalda, cerca de una nalga y una pierna. No sé si habrá sido mi papá protegiéndome, pero la verdad es que constantemente lo escucho alrededor mío, reconfortándome, animándome, sugiriendo consejos: cuidándome.

 Mi cuñada, la única que tengo, me ha contado de cómo puede escuchar a los ángeles alrededor suyo, ayudándola para que ella a su vez pueda ayudar a los demás. Y confía en ellos ciegamente, porque son, a su parecer, una muestra de amor puro, incondicional.

No sé qué pensar de los ángeles, pero estoy dispuesta a creer en ellos. Creo que quiero creer.

No hay comentarios: