miércoles, 14 de enero de 2015

Chiflidos y pachanga

Tengo un profundo respeto por todas las palabras que llevan "ch" en algún punto de su extensión. Esto es así, porque las encuentro irremediablemente graciosas. Y tengo un profundo respeto por lo que me causa gracia. Una risotada, en un segundo, desarma la seriedad de la violencia, el abuso, la estupidez.

La canción que hizo famosa Café Tacuba, aunque de autoría de Jaime López Camacho, "Chilanga banda", está escrita casi en su totalidad por palabras con "ch". Me encanta. Es ligera, irreverente, rebelde por naturaleza. Burlones, cínicos, desinhibidos: así me parecen estos singulares vocablos.



Un chingado chango que vive en el rancho, chupa a chorros y chacotea con cholos.

No es casualidad que la palabra chicle lleve "ch": es más, creo que la invención de la palabra chicle fue forzosa, necesaria, por el efecto que causa la "ch" en la boca. Es como masticar el alfabeto, entretenerse con los dientes y la lengua. Aunque la verdad es que chicle tiene su raíz en el náhuatl "tzictli" (me pregunto cuál será el nivel de sofisticación en el sentido del humor de los nahuas).

También es verdad que al pronunciar "cho" y más aún con "chu", enviamos mensajes subliminales de seducción y erotismo a nuestro interlocutor. Pronuncie usted "chongo", "chocolate" o "chofer" y tendrá más que la atención de su audiencia. Pero introduzca "chuleta", "chupar" o "chula" y tendrá el mundo a sus pies.

Con "cha", "che" y "chi" la historia es diferente. Son mucho más sutiles y discretos, aunque igual de efectivos en su poder para destruir el sentido y la rectitud del mundo. "Chale, pinche chingadera" y de pronto usted es el dueño de su destino, destructor de egos y capaz de lo que sea. ¿Quién se atreve a negar la "coincidencia" de que un sinónimo de carisma sea chispa? La Tierra está gobernada por la "ch".

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