lunes, 1 de diciembre de 2014

Burt's Buzz

Es la primera vez que escribo una entrada en este blog desde el techo de mi casa, quizás mi lugar favorito de todo el edificio. Desde aquí veo los colores del atardecer, y escucho a los pájaros que están por dormirse en un bambú gigante que forma parte del jardín de una casa cercana. Aquí me siento libre, sosegada, inteligente, amorosa. El viento me envuelve y las montañas me coquetean.

Hace unos días vi un documental (disponible en Netflix, para los interesados) acerca del creador de una marca mundialmente conocida de productos de cuidado personal llamada Burt's Bees. A mí las barras para humectar los labios me gustan bastante (tengo una de sabor mango que me encanta), y el nombre siempre me pareció muy peculiar. De hecho hace poco se las recomendaba a mi hermano y a mi mamá, y juntos nos burlábamos de que "todo lo mejor viene del norte" (falso pero cierto pero falso).

Pues resulta, ni más ni menos, que el creador de dichos artículos es un hombre, ahora de más de setenta años, llamado Burt. Gringo, hippie, solitario, vagabundo. Tras rechazar una fábrica que su abuelo quería heredarle, se fue a vagar por su país natal, hasta que se topó con unos religiosos que le enseñaron los secretos de la apicultura. Algunos meses más tarde, con toda la información, los utensilios y los libros necesarios para iniciarse con el trabajo en las abejas, se topó con toda una colonia de estos animalitos, y con ellos empezó a trabajar en producir miel. La vendía al lado de la carretera y con el dinero que obtenía se ponía a comer, a beber y a gozar.

Así estuvo hasta que empezó a hacer derivados de la miel para la salud y la belleza y entonces fue cómo, poco a poco, Burt's Bees (nombre simple y concreto) se fue consolidando como una empresa multimillonaria de exportación a todo el mundo. No obstante, como es común en estos casos, su socia (que coincidentemente fue la única mujer de la que se enamoró Burt en toda su vida) lo botó con una jugarreta sucia y se quedó con las ganancias más jugosas, además de con la empresa misma.

Hoy en día, al viejo y sencillo Burt no le hace falta nada en términos materiales, sobre todo, quizás, por el estilo de vida que lleva: tiene una pequeña cabaña en un terreno extenso donde aún conserva abejas, además de un perro golden retriever y una especie de mayordomo o asistente o secretario que lo ayuda con todo y que lo trata con una especie de tierno sarcasmo. Es la vida, prácticamente, de un contemplativo. Pasa grandes cantidades de tiempo observando la naturaleza y leyendo. Luego, dice, cuando llega la noche se duerme y cuando el sol se mete a su cuarto por la ventana, se despierta, sin necesidad de ningún otro tipo de despertador. Sus días más felices, confiesa, es cuando nadie va a visitarlo y él no tiene que salir a ningún mandado.

En varios detalles me siento identificada con Burt: el deseo de una vida tranquila, la bendición de poder formar parte real, activa, sensible del mundo que me rodea, el sueño de poder vivir de lo que me gusta y me apasiona, la oportunidad de tener disposición de tiempo, de paciencia y de recursos materiales para abrirle espacio a la vida: los árboles, los humanos, los animales (salvajes y domesticados), las flores, las plantas, los cielos y los mares.

En otras cosas no me siento igual que el apicultor: no soy una amante de la soledad acérrima, no sé si puedo o quiero vivir en condiciones tan modestas todos los días (sin agua corriente o caliente). Pero, sobre todo, no sé si puedo estar solamente con la Naturaleza, en un estado de gracia perpetuo, porque, la verdad es que lo mío, lo mío, es escribir, y el lenguaje es social, es cultural, es mental.

P.D. Otras recomendaciones de documentales en Netflix para ponerse en sintonía conmigo: I Am y Happy. Buenas, sencillas, centradas, sensibles.
P.D. 2 Siento ganas de dejarles fotos de este momento. La primera es de la luna grandota y brillante de esta noche. La segunda es una embarradita de atardecer al fondo y la tercera es otra del atardecer, pero sin mí.


1 comentario:

Anónimo dijo...

me encantó tu post y la historia!