martes, 2 de diciembre de 2014

La redención de los reprimidos

Hay unos mechones en mi cabello que están hechos una pena. Son la peor pesadilla de las mujeres adictas a los tintes y los tratamientos químicos. Tienen una textura como de paja. Podrían ser utilizados como materia prima para la fabricación de escobas para brujas. Y si bien es cierto que tengo teñido unas áreas de mi cabellera, este problema me ha perseguido a lo largo y ancho de mi vida. Los estilistas me dicen que se debe a que son las áreas más próximas a mi cuello y espalda, lo que ocasiona que con el sudor se maltraten.

El resto de mi cabello no presenta esta característica. Es sedoso y se agrupa en bucles que caen con gracia o desgracia por todos lados. Con orgullo y satisfacción puedo decir que la mayor parte de mi pelo es, sencillamente, bonito. Pero esos cabellos como de mecate arruinan la fiesta. En un desfile de belleza y moda, serían las modelos que llegan al evento crudas o con síndrome de abstinencia de crack, arruinando la imagen general.

Por eso, a veces, me da por trenzar esos pocos pero latosos mechones. De ese modo quedan disimulados, maniatados. Como una trenza delgadita pasan desapercibidos y el espectáculo de moda vuelve a su esplendor.

Hace unos días me hice tres trenzas con estos cabellos amorfos y deleznables. Efectivamente, lo feo de mi cabellera había pasado a la sombra y suelto y alborotado, mi melena podía concentrarse en ser bonita y en calentarme el cuello, el pecho y la espalda en este frío de finales de noviembre y principios de diciembre. Sin embargo, eventualmente tendría que deshacerlas, porque sólo conseguirían cobrarme muy cara la represión: se metamorfosearían en nudos indómitos que sólo traerían a mi vida llanto y desgracias.

Por eso, me senté con mucha paciencia en la cama y me dispuse a destrenzarme con amor y artesanía, del mismo modo en que me las había hecho, para poder exentarme de la mayor cantidad posible de dolor. (Normalmente me las habría quitado con brusquedad, con prisa, a regañadientes.)

Así que ahí estaba yo, cerca de las diez de la noche, en mi lado de la cama, completamente absorta en la tarea de no hacer enojar a mis pelos de muñeca barata, porque su venganza y su furia son temibles. Mientras avanzaba en la tarea de rebobinar el proceso de trenzado, iba aceptando estoicamente las puntas abiertas, la orzuela, los trozos de cabello resecos y muertos en apariencia.

Efectivamente, hoy que me bañé me dolió y muchos cabellos, suicidas, se desprendieron del cuero cabelludo, porque decidieron que no valía la pena formar parte de una cabeza que no fuera bella en su totalidad. Adiós, les dije yo, mientras los desprendía de entre los dedos de mis manosgarras, que son las encargadas de desenmarañar mi pelojungla. Váyanse los cobardes, los arrepentidos. Me quedo con los cabellos que realmente me quieran acompañar en la aventura de vivir, aunque sean feos y de paja.

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