miércoles, 10 de diciembre de 2014

Comezón

Por razones completamente desconocidas para mí (podría averiguarlo, pero me gusta tener cosas completamente desconocidas. Le da al mundo la sensación de ser nuevo, mítico, a-científico de nuevo), las heridas, al momento de cicatrizar, dan comezón (la palabra "comezón" no se usa o no la conocen en España; dicen "me pica"). A mí a veces me da por pensar que es una prueba de la vida para averiguar tus niveles de fuerza de voluntad. Como si la vida dijera: "A ver, demuéstrame cuántas ganas tienes de que se te cierre esa herida".

Ayer, en un momento inesperado, le llegó a mi cerebro una señal extrañísima que le decía "pon atención en tu mano izquierda". Mi cuerpo, en fracciones de segundo, había girado la cabeza hacia la izquierda y un poco hacia abajo, había levantado el antebrazo izquierdo y había girado los ojos en dirección del centro de la palma de la mano. Efectivamente: había una herida. Qué raro, pensé, no recuerdo haberme lastimado con nada.

Aunque la verdad es que estos últimos días esa frase de "no recuerdo..." es por completo inválida en mi persona. He estado tan saturada mentalmente con mandados, pendientes, obligaciones, responsabilidades y ocupaciones, que la verdad es que he estado más bien como autómata, como secretaria zombie. Si me ponen a prueba, probablemente no recordaré mucho de las últimas 72 horas. Eso sí: qué bien me la pasé en la boda de mi amiga el sábado.

En fin, algo de lo mucho que he estado haciendo últimamente me provocó una pequeñita herida en el centro de la palma de la mano izquierda. Se me levantó la piel, parece. Justo en la línea de la vida. Bueno, una décima de milímetro al lado. Pareciera que la cortadita decidió estacionarse en el acotamiento de la línea de la vida. Será que estos últimos días se han salido del flujo vital, también, para concentrarme en una burbuja ultra eficiente y responsable. Pues bien, parece que literalmente me lastima andar tan ocupada. Igual que la herida, necesito estacionarme en el acotamiento de la vida para tomar un respiro.

El caso es que el mentado rasguñito me provoca una comezòn oscura, coqueta, inmoral. Es un picor parecido a las ganas de revolcarse con otro ser humano en unas sábanas. O en donde sea, seamos francos. Ese picor que las monjas en la secundaria llamaban "tentaciones satánicas". Miro la zona de conflicto en mi mano y está enrojecida en su perímetro. Rojo. El color del diablo. Y bueno, el color de los glóbulos que se arriman para auxiliar en la sanación. Pero les aseguro: lo que pasa en mi extremidad es tremendo: indecible. Es un club de la pelea. Es un movimiento político subversivo. Es el barrio de prostitución y decadencia en mi cuerpo. Llevo en la mano la tentación de un tugurio de placeres fugaces y sombríos. Basta rascarme para caer en espiral al abismo.

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