martes, 23 de diciembre de 2014

El complejo de la sabrosa

Todos lo sabemos: diciembre es el mes más vanidoso. O mejor aún: el mes en el que las gentes de todas profesiones, procedencias y perversiones tratan de enchulearse con propósitos pseudo narcisistas y de aceptación e integración social. Las ocasiones sobran: las posadas (una tras otra, infinitas), la cena de Noche Buena, la fiesta de Año Nuevo y todos los cumpleaños que tienen lugar en el último mes del año.

Hace unos días estuve haciendo un recuento de las fotos que me han tomado a lo largo de varios años, siempre en las mismas fechas: 24 y 31 de diciembre. Se los digo: es una verdadera pena. Se percibe en todos los retratos la triste pretensión de lucir al máximo mi guapura. Y el problema ha sido, precisamente, ése. Esforzarme, aferrarme a un objetivo concreto: ser atractiva. Algo me salía siempre mal: ropa que no era de mi talla (ya sea demasiado grande o chica); maquillaje que no me quedaba bien; accesorios forzados; peinados fracasados. La verdad estaba ahí, en todas las imágenes: sufro del complejo de la sabrosa.

No vayan a creer, sin embargo, que es algo mío o incluso algo excepcional. Muchos (¿la mayoría, todos?) estamos marcados con esta debilidad. El complejo tiene las siguientes etapas: la cabeza de uno lo lleva a uno a pensar que el cuerpo tangible que le fue dado en esta vida tiene potencial para ser bello; el corazón de uno lo lleva a desear con ahínco ser, entonces, bello, pero además, reconocido por esa belleza; la cabeza, nuevamente, lo lleva a uno a pensar que ese propósito requiere de ciertos ajustes o cambios. Y el resto es historia: tintes, cremas, polvos, zapatos, peinados, combinaciones, actitudes, sonrisas, temas de conversación... Todo es modificable para cumplir el objetivo de la belleza y el reconocimiento. Es cierto: para un psicótico o un obsesivo, este es el contexto perfecto para, literalmente, volverse locos.

Así pues, cuando llegamos al evento al que fuimos requeridos, nos sentimos más o menos guapos o lucidores o cómodos o socialmente aceptables o atractivos o excepcionales o todas las anteriores. Nos sentimos como esas figuras sabrosas que los medios se encargan de bombardearnos para adoctrinarnos en lo que es deseable, aunque sea por un momento, porque por muy blanco, delgado, alto y simpático que seas: no estés tranquilo: siempre hay algo que está mal en ti y en mí y en todos. Pero ese es otro tema.

Así que por favor: cuando vayan a sus reuniones en los siguientes días, mantengan en mente que todos los ahí presentes están acomplejados y buscan ser sabrosos, apetitosos. Igual que usted, lector. Y ante tal certeza, sólo quedan tres opciones: 1) sea usted compasivo con los demás y consigo mismo; 2) ríase de la ridiculez de los otros y de la suya propia; 3) dese cuenta de lo absurdo del complejo de la sabrosa y abandone todo anhelo por serlo (una figura sabrosa) y todo juicio hacia quienes han decidido ser, simple y llanamente, ellos mismos.

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