miércoles, 1 de abril de 2015

Estaría bien hacer esto

Me parece increíble la idea de que cuando uno sale de la rutina y de los lugares o los hábitos con los que nos sentimos cómodos, la vida se presenta de un modo más enérgico, más sorprendente. Si lo pienso con detenimiento, tiene mucho sentido: lo que está fuera de nuestra costumbre es novedad, y estamos más receptivos e intrigados por lo nuevo que por "lo normal". Y de hecho, cada vez que me encuentro experimentando con algo distinto, o haciendo algo que me llama la atención pero que no necesariamente me parece confortable, el mundo se me presenta diferente: como si yo volviera a ser una niña llena de sorpresa e inseguridad. Pero aún así, o quizás por eso, me parece una idea increíble.

Ciertamente, una de las desgracias de la vida adulta es ser consumido por una vida aburrida y predecible: mismas rutas por la ciudad, mismo origen y destino, mismas interacciones humanas. Y es tan fácil caer en esto. Y no sólo fácil: es casi deseable, placentero. La vida en este planeta está llena de incertidumbre, de dificultades y retos que llegan de forma inesperada, de hostilidad y de peligros. Tenemos que enfrentar todo esto, si queremos sobrevivir: los choques automovilísticos, las enfermedades, el acoso telefónico del banco, la pelea con el mesero o con la enfermera, la fiesta insoportable del vecino, las incrementadas noticias de secuestro en los periódicos.

Admitámoslo: se puede volver cansado esto de vivir. Por eso, con frecuencia lo único que queremos es llegar a casa, descalzarnos, comer algo reconfortante (como una hamburguesa o una pasta) y desconectarnos de la gravedad del entorno: encendemos la televisión, la computadora, el celular o el cigarro. Cuesta bastante trabajo hacerle frente a los problemas y a las sorpresas desagradables como para además forzarse a uno mismo a ir a zonas desconocidas, que podrían ser igualmente desagradables. O agradables. Pero no lo podemos saber. No de antemano, no sin la experiencia.

Ah, vida humana, tan contradictoria y demandante. Cuando el cuerpo nos dice "¡No! ¡Necesito descansar, necesito desafanarme, dame mi espacio, dame gusto!" y la intuición/alma/espíritu/corazón/tercer ojo/sabiduría interna nos dice "Oye, estaría bien hacer esto", uno siempre debería de escuchar la discreta invitación y hacer caso omiso del berrinche. Es cierto: lo mejor cuesta mucho trabajo. Mucho más trabajo del que crees o del que estás dispuesto a hacer, pero una vez que estás apasionado y que el compromiso ha sido progresivo, el mucho trabajo se vuelve relativo y cada vez eres capaz de hacer más. Pero a veces estamos hartos del trabajo. Hartos del mucho trabajo. Porque hasta lo sencillo, lo fugaz, lo insignificante, lo terriblemente mundano requiere de mucho trabajo. A veces (volviendo de nuevo a las contradicciones) hasta implica más trabajo lo que no nos gusta, porque tenemos que atravesar nuestro desgano y nuestra apatía para lograr hacerlo.

Esta mañana, por primera vez desde el miércoles pasado, intentando una vez más cumplir con mi propósito de hacerlo diario, me levanté a las seis de la mañana y salí a hacer ejercicio. Vi el amanecer, sentí la sangre moviéndose y renovándose, los músculos fuertes, la grasa quemando, los pulmones eficaces. Y me sentí feliz de haber dejado la comodidad de la cama. Feliz de hacer el esfuerzo. Feliz de que después de un momento desagradable de modorra e irritación, llegó la recompensa.

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