jueves, 30 de abril de 2015

Despertar de la siesta

Hoy tomé una siesta. Y desperté de ella con el sonido de la alarma despertadora que emite el teléfono celular de mi marido. Me crispa los nervios, ese ruido. La breve pieza digital está diseñada para resultar agradable: tiene un ritmo melodioso, una cadencia alegre y suave, como un picnic en una tarde de otoño. Sin embargo, cuando hace pedazos mi descanso y me devuelve al mundo de los despiertos, me parece el más irritante sonido ideado por el hombre. Entiendo entonces que la intención de volver ese timbre algo relajante esconde en realidad una hipocresía macabra: sacudir a un individuo del placentero universo horizontal para arrojarlo, con falsa amabilidad, al infierno de la productividad. "Te tienes que despertar, como quiera que sea, pero para que no desarrolles resentimiento, te vamos a componer algo lindo", me imagino pensando a los grandes empresarios en colaboración con algunos trabajadores esclavizados pero ricos de la industria de la telefonía móvil. 

Lo más detestable, sin embargo, son los sesenta segundos que dura la señal. Nunca, o casi nunca, me pongo de pie para apagarla inmediatamente. Es como mi modesta forma de rebeldía, de resistencia civil pacífica. La verdad es que la cama me ofrece un catálogo de placeres más extenso e irresistible que el baño, la cocina o la computadora, mis espacios cotidianos. Pero el clímax de la insoportabilidad de la alarma es al mismo tiempo su fin: el rugido meloso que sale de la pequeña bocina se corta súbitamente, como si a la mitad de ese picnic de otoño cayéramos en coma. Es decir, no sólo es la molestia de que han cortado nuestro(s) sueño(s) con un convivio al que no queríamos asistir, sino que encima de todo la fiesta se corta apenas al iniciar. Y quedamos huérfanos de todo: de reposo, de fiesta, de enojo, de resistencia. No queda más que un cuerpo recostado, lleno de frustración, en una habitación silenciosa que pronto habrá de abandonar para dedicarse a algo que está lejos de ser delicioso como una siesta, estimulante como una francachela o heroico, como una sedición. 

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