viernes, 3 de abril de 2015

La voz de los mayores

Durante muchos años de mi vida he sido lo suficientemente pretenciosa como para creer que puedo entablar un diálogo interesante y parejo con gente mayor. Que si me hablan de las desgracias de la vida o sus cambios o su naturaleza, no sólo lo puedo entender profundamente, sino que además puedo agregar algo de mis propias reflexiones, de mi experiencia, mi conocimiento y, por fin, de mi sabiduría. Es indudable que sé una que otra cosa, y también lo es el hecho de que tengo experiencia, poca o mucha no lo sé (me inclinaría por poca), pero de ahí a adquirir una actitud de igual con un humano que ha poblado el planeta por décadas más que yo, hay un gran abismo.

Y es que de pequeña me la pasé rodeada de adultos: para empezar en mi familia: desde que tengo 11 años, todos los cuatro miembros restantes ya eran mayores de edad. Y, como consecuencia, por convivir con sus amigos y conocidos. Así que yo maduré muy rápido, y desde chiquita fui una adulta a escala. Con pensamientos muy trascendentales, preocupaciones muy profundas y una desolación existencial muy del siglo XX. En otras palabras: desde mis tiernos años me empecé a tomar muy en serio, tal como los adultos hacen.

De ahí a que haya crecido con la febril idea de que sé sobre la vida o el mundo, de que lo que me dicen los mayores ya lo he escuchado o pensado, o de que estoy tan versada en el vivir como quien lo ha hecho más que yo, bueno... pues eso es otra cosa. Y creo que apenas ayer caí en la cuenta de esto.

Regresé de hacer ejercicio con mi perro cerca de las siete de la mañana, y en el parque nos encontramos a una señora que estaba paseando a cuatro perros, uno de ellos suelto e interesado en jugar con el mío. Así que le quité la correa y me quedé observando cómo corrían, se aventaban el uno sobre el otro, se olfateaban, y pretendían que eran feroces como una forma de entretenerse. Y el juego se extendió por aproximadamente media hora, en la que tuve tiempo de entablar plática con Martha, la mujer responsable de esa pequeña manada.

Me contaba que se había caído el lunes, cuando hacía su rutinaria caminata matutina, y me enseñó los moretes en sus pies blancos, y me dijo que a pesar del dolor no había descansado ningún día. Me platicó que desde hace cinco años su esposo está encamado, que ella era dueña de dos negocios y tuvo que traspasar uno, que sólo quiso un hijo y sólo tiene un hijo y está orgullosa de lo que le pudo dar, porque tiene dos licenciaturas y una maestría, es exitoso y viaja por placer con frecuencia. Ahora mismo se encuentra en una de sus expediciones por el mundo, y le encargó a doña Martha que cuide de su perro, que tiene 12 años y un nombre que empieza con Ch. Ella dijo que sí, y mientras observábamos a Ch. montar a mi perro mientras éste estaba distraído jugando con el otro, me detalló que siempre había sido cachondo.  Que incluso ahora, tan viejo y con tan poca energía, seguía teniendo la voluntad de hacer aquello. "Nomás los recuerdos quedan, Ch.", le dijo la señora a la mascota de su único y triunfador y viajero hijo. Me hizo gracia la comunión entre una mujer de la tercera edad y un perro de la tercera edad. Me reí y ella se rió. Nos reímos juntas, en un momento de comunión también entre nosotras. Luego llegó un señor que le preguntó que si yo era su hija, y me desconcertó de sobremanera plantearme ser hija de alguien que no soy, aunque y porque ésta era una mujer del mismo grupo generacional y del mismo tono de piel y de similar dulzura.

Me ofreció uno de sus perros porque ya no lo puede cuidar, se compadeció de lo difícil que tenemos la vida las nuevas generaciones, me felicitó porque al enterarse de mi maestría me consideró inteligente y preparada, y por último me aconsejó poner mi propio negocio y no depender de nadie más. Y una vez que fue pasando el día y comencé a procesar todo lo que había sucedido en esa fracción de hora, caí en la cuenta de que más que gracia, el comentario que hizo doña Martha acerca de los recuerdos y la sexualidad me causó asombro. Yo no lo sé de cierto, pero creo que es verdad. Le creo cuando lo dice. Pero mi experiencia me dice otra cosa. Mi realidad cotidiana me dice que la sexual es una energía que nunca muere y sólo se renueva. En mi vida está lejos de ser un recuerdo, y sólo me quedan especulaciones o la voz de los mayores.

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