sábado, 28 de marzo de 2015

Un nombre incierto

Mi nombre de pila es Sara. Un nombre sencillo. Cuatro letras, ningún acento, escritura según la pronunciación. No hay sorpresas ni excentricidades. Sin embargo, a lo largo de mi existencia he sido llamada de distintas formas: variaciones arbitrarias que algunas personas han hecho de la palabra que me identifica. Y no me refiero a los apodos, que también los he tenido, con mayor o menor éxito (entre los que se encuentran Sarola, Saris, Sarita, Crayola, Tarola, Citrus, Manda, Mandy, Mangarina). Estoy hablando exclusivamente de otros nombres que accidentalmente alguna gente me ha asignado.

El más común error que se comete con mi primer nombre es el de sustituirlo por Sandra. Detesto que me digan Sandra. No es por el nombre en sí mismo; no es porque conozca a alguna Sandra que me caiga mal y por quien no quiero ser confundida por nada del mundo. Es más bien por el resentimiento de una confusión tan común y tan molesta: en vez de ser Sara me veo convertida en alguien con una "n" y una "d" de sobra. ¿Qué hago con ellas? ¿A dónde las regreso o en qué lugar las reciclo? ¿En quién me convierten?

En la secundaria, una de mis mejores amigas se llamaba Zaira. En la maestría, una de las compañeras estaba bautizada como Zahira. Pues bien, tanto en la adolescencia como en una comida de egresados hace unas semanas, libremente he sido reemplazada por la otra.

Quizás la anécdota más graciosa que tengo en este sentido es el de una empleada de la empresa Ómnibus de México que me estaba vendiendo un boleto para viajar de Tepic a Guadalajara, cuando aún era estudiante universitaria, me parece recordar. Había mucha gente y ella parecía estresada y creo que yo estaba distraída. El diálogo fue el siguiente:
-Empleada (mirando la pantalla de su computadora): ¿Cuál es su nombre?
-Yo (dubitativa, tras un momento de cavilación): ¿Yo?
-E: (permanece en silencio, pero levanta la mirada, me ve a los ojos y asiente con la cabeza)
-Y: Yo soy Sara de la Rosa.
Escribe en su teclado, imprime el boleto, me lo entrega y nos despedimos. Miro los datos impresos en el pequeñísimo ticket, y encuentro que está a nombre de Yosoysara de la Rosa. Me reí a carcajadas y aún hoy conservo ese pasaje de camión.  

El jueves fuimos a un hotel de Puerto Vallarta a visitar a unos amigos de mi marido que venían de vacaciones. Como parte de las medidas de seguridad, todo invitado debe registrarse primero en el mostrador de la entrada antes de poder penetrar el edificio. Pues bien, estamos ahí enfrente, de pie y tratando de establecer comunicación con una empleada de cabello teñido de rubio, mejillas grandes y redondas y el ceño fruncido, con los ojos clavados en el monitor de su ordenador. Le pregunta a mi marido "¿cuál es su nombre?" y él voltea a verme a mí y tanto corporal como verbalmente indica que yo voy a responder primero. Digo "Sara de la Rosa" y la mujer le repite a mi marido "Gustavo de la Rosa, ¿y la señorita?". La señorita había sido confundida, nuevamente, por alguien más, aunque, por primera vez, por alguien del sexo opuesto.

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