1. No se permite el ingreso de mascotas
Ninguno de mis padres era muy amante de los animales. Cosa extraña, si consideramos que ambos son seres muy sensibles y con una clara inclinación hacia los placeres más sencillos y las verdades más profundas, de entre las que podemos destacar la compañía de una mascota y su amor incondicional, respectivamente. Sin embargo, a pesar de eso, a mis hermanos les permitieron tener a Napoleón, un gato blanco y negro; `posteriormente acogieron a Brigitte, una french poodle y a Janis, una gata siamesa, ambas de mi hermana; antes de ellas y después del felino bicolor, estuvo con nosotros durante sus primeros años Dalí, un pastor alemán que eventualmente le regalamos a mi abuelo paterno; también, aunque durante un breve periodo, adoptaron a Monsi y a Sorpresa, un par de gatas para quienes el adjetivo "insoportable" es un eufemismo. En la actualidad, Mango, un golden retriever, y la versión veterana y melosa de Janis componen la mitad de los habitantes del hogar: la mitad no humana.
2. Alimentos y bebidas
De pequeña detestaba la papaya. Ahora la como. Me parecían asquerosos su olor y su textura. Mis papás eran grandes amantes de esta fruta. Nos ayuda en la digestión, argumentaban. No sé si a mis hermanos les gustaba, pero sé que estaban flacos y yo no. Me parece que ellos hacían mucho deporte y comían con cierta indiferencia. Yo era más bien sedentaria y los placeres del paladar encabezaban quizás la lista de mi gozo infantil. Recuerdo con claridad una ocasión en que mi hermana, exaltada y con el volumen de voz enloquecido, viendo que yo me hacía una tostada de guacamole, me gritó algo así como "¡ay Carolina, ve la cantidad de guacamole que le pones a tu tostada!" Yo, avergonzada y pre-adolescente, removí con la cuchara un poco de la sustancia verde y la devolví al plato. También me acuerdo que en la familia se intentó disminuir mi consumo de frijoles, tortillas y nata, los componentes de mi cena preferida.
3. Club de conversación
Hay tres temas de conversación que recuerdo con frecuencia de la hora de la comida en mi infancia: política, filosofía y religión. No se hablaba de Bourdieu o de Heidegger o de versículos, pero todos los comentarios que se hacían a la mesa, giraban alrededor de estos grandes tópicos. Corrupción, candidatos, movimientos organizados, sindicatos, dictadores, ética, estética, moral, dogmas, hipocresía, doble moral... Digamos que no se frecuentaban los deportes, las plantas y los animales, los vehículos, la moda... Aunque también se hablaba, y con abundancia, del arte: la música, la literatura, el cine, la pintura, la danza y el teatro, sobre todo. No había mucha mención de la escultura o la arquitectura. No que yo recuerde.
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