viernes, 13 de marzo de 2015

Una segunda adolescencia

Creo que a mí siempre me falló eso del respeto propio. Hasta hace muy poco (a un nivel, hace tres años, a otro más profundo, hace días), yo iba por la vida pensándome y tratándome como una persona cualquiera. Como una cosa, casi. Esperando que el cariño y la aprobación vinieran de la familia, los amigos, los maestros y los novios. Error fatal.

Es un enigma, en realidad. Mi falta de autoestima y autovaloración es un enigma. Ayer fui a mi ciudad natal a pasar el día con mi familia, para juntos recordar a mi papá en su segundo aniversario luctuoso. Cosa curiosa: hoy por la mañana hablábamos mi hermana mayor, mi madre, mi marido y yo sobre los retos de la paternidad, las cosas que tenemos en común los tres hermanos (la mayor, el de en medio y yo) y los sufrimientos que hemos atravesado los hijos a pesar del gran esfuerzo de mis padres y la excelente educación que recibimos de ellos. Decíamos, entre otras cosas, que la autoexigencia "la mamamos" de mi mamá, que a pesar de la excelencia en las intenciones y la crianza, los seres vivos necesariamente sufrimos, y que a pesar de los pesares los tres descendientes de mis padres somos personas buenas, valiosas.

Es cierto. Tuve una educación de envidia, fui destinataria de un amor maravilloso, y aún así, siempre tuve un secreto, tortuoso desprecio hacia mí misma. Hoy en la mañana, "coincidentemente", desperté pensando cómo se puede educar a un hijo en el respeto propio. Cuánta falta me hizo a mí esa lección, esa habilidad.

Incluso en la adolescencia tuve una rebeldía muy plástica, muy por encimita. En el fondo subyacía la necesidad de ser aceptada, incluida, respetada, considerada. Y nunca me permití ser polémica o grosera o molesta. A lo mucho, desobedecía en el salón de clases. De los trece a los quince. Eso fue todo. Antes y después: una chica inteligente, madura, responsable, con buenas calificaciones y buenas habilidades sociales.

Ahora resulta, inesperadamente, que tras dar por terminado el proceso de clases presenciales y de redacción de la tesis, cuando ya por fin hube terminado de viajar constantemente por tres ciudades distintas y pude asentarme en mi propia casa, en mi matrimonio, en mi cuerpo, estoy re-conociéndome. Resulta que soy un poco aburrida y bastante previsible: si mi paradero es incierto, son básicamente tres las opciones: estoy en la cama durmiendo, estoy en la cama leyendo o estoy en la cama escribiendo. Ocasionalmente estoy en el techo, en el baño o en el parque. Resulta también que tengo un sentido del humor negrísimo y que soy un poco amargosa: me burlo de todo, tengo el perfil perfecto de lo que llaman "pecadora" y con frecuencia me es indiferente alguien o algo o estoy en desacuerdo con ese alguien o ese algo, pero no con la intensidad suficiente para que me importe por más de un minuto. Así mismo, resulta que me da flojera la mayoría de la actividad social, aunque soy una anfitriona amable y atenta. Y todo esto es una novedad.

En mi etapa de crecimiento y desarrollo, mis tutores, mis ejemplos a seguir, mis líderes, mis héroes: mis padres, fueron personas sumamente trabajadoras, pacientes, persistentes, inteligentes, perseverantes, prudentes, sensatas y diplomáticas. Y yo quise ser igual. No sabía (o no me atrevía) a ser otra cosa. O quizás, ahora que recuerdo, me regañaban al ser otra cosa. Me acuerdo que una vez mi papá y yo tuvimos un conflicto áspero porque él se molestó muchísimo porque a mis 17 años quise salir a las calles tepicenses, calientes, con un gorro de cholo/skater en la cabeza. Decía que me veía ridícula y que la gente pensaría que estaba loca. Sí, de hecho estaba un poco loca. Y me pidieron disimularlo. Y ahora, aún un poco loca, crecida, casada, harta de la norma social y enamorándome de mí misma, he decidido que no me importa.

En el idioma inglés tienen una palabra espléndida, harto útil: "unapologetic". Permítanme acompañarlos a través de la palabra. "Apologize" significa disculparse. "Apologetic" es una persona que tiende a disculparse con frecuencia por sus pensamientos, dichos, acciones, sentimientos, creencias o, simplemente, por existir. Me parece que en español también existe: apologética. Desconozco si tiene el mismo significado. El catolicismo, una religión basada en la culpa, tiende a crear personas así: con una vergüenza profunda de sí mismas. "Unapologetic", por otro lado, es quien es como es sin esperar aprobación y sin sentir pena o arrepentimiento por ello. Simplemente existen, y no piden disculpas por hacerlo, ni temen herir susceptibilidades, generar polémica o resultar extraños. A mí, por supuesto, me han llamado "apologetic", y ahora la sensación que me invade, la liberadora sensación que me invade, es la de existir de modo "unapologetic".

Perforarme la nariz y subirme a los árboles llegaron prácticamente con la edad adulta. También aprender a decir que no y también el respeto por quién soy. Con todo lo que ello implica.

Anoche soñé a mi papá. Yo estaba embarazada, a punto de dar a luz a una niña que tenía una nariz igualita a la mía, y él estaba relajado, contentísimo, mirando el cielo nocturno lleno de estrellas, esperando con calma y entusiasmo el nacimiento de otra nieta. Otra "coincidencia". Hace dos años, a esa hora en que lo soñé, se estaba yendo de este mundo. Recibí el día feliz, sabiendo que está bien, convertido en energía de amor. Unas horas más tarde, acompañé a mi mamá a un rosario que se rezó para él. Quien dirigía la oración pedía por mi papá, para que se salvara del fuego, junto con nosotros, los otros pecadores. Mientras escuchaba ese deseo repetido mecánicamente, recordé una vez que asistimos mis papás y yo a un bautizo o algo así, religioso, de unos conocidos con los que teníamos la obligación social de asistir, a pesar de nuestra falta de interés y ganas. La iglesia estaba llenísima. Mi papá se nos perdió de vista. Mi mamá me pidió llamarle a su celular del mío. Me colgó. Momentos después me llegó un mensaje de texto, de parte suya, que burlonamente decía: "no me distraigan, estoy en comunión con El Señor". En silencio, con todo mi corazón, me empecé a carcajear junto con él.

1 comentario:

Ses dijo...

Uf, es que ahora veo demasiado autoestima por el mundo, casi que está sobrevalorada, igual un poco más de humildad no iría mal.