jueves, 26 de marzo de 2015

Recuerdos de un bambú

En dos ocasiones distintas (ésta y ésta otra) escribí en este blog acerca del bambú que tiene un vecino en su patio y de los entusiastas pájaros que en él habitan. Pues bien, hoy, hace unas horas, cuando regresábamos de un mandado en la calle, descubrimos que dicho vecino decidió mutilar la planta y erradicarla de su espacioso jardín. Mi marido se lo encontró en la junta de colonos que tuvo lugar hace un par de semanas, y cuando le mencionó al bambú y su orquesta animal, aquel respondió con un cansado "ah, sí... el bambú". La semana pasada decidí salir a hacer ejercicio a las seis de la mañana. Me da mucha energía y es la mejor hora del día de acuerdo con mis necesidades y mi estilo de vida. Pues bien, a la hora en que mi perro y yo regresamos a la casa, los pájaros y su canto matutino están en su máxima expresión. Debo confesarles que me provocó bastante ansiedad la energía tan intensa que despiden. No es lo mismo meditar en mi cama, a varios metros y recubierta de paredes, con ese sonido de fondo, que tener el enloquecido pío pío a unos pasos. Por eso no me extrañó encontrarme hoy con que habían decidido eliminar esa fuente de vitalidad tan intensa, de plano agobiante.

Además, hoy estaba de mal humor. Hemos tenido un par de días bastante estresantes gracias al Instituto Mexicano del Seguro Social, que para todo es ineficaz menos para tratar de quitarle el dinero a la gente honesta. Así que entre que mis paseos matutinos le restaron todo romanticismo a la estridencia de las aves y entre que mi enojo le quitaba encanto a todo, el bambú del vecino, antes una linda estampa animal y vegetal, ahora estaba convertido en el blanco de mi furia, y de pronto, sin saber exactamente cómo, me transporté a un bambú de mi infancia.

En el colegio donde estudié la primaria y la secundaria había un bambú enorme, aislado en un rincón de la escuela, hasta el fondo de la cancha de futbol que estaba hasta el fondo de las instalaciones escolares. Es decir, prácticamente abandonado y marginado. Sin embargo, tengo un par de recuerdos de ese lugar, que era la versión infantil de un oscuro callejón donde uno podría comprar drogas ilegales. La única razón por la que alguna vez deambulé por allí fue la intrépida amiguita de la infancia llamada Malinche. (Estaba un poco traumatizada porque, más o menos en tercer grado de primaria, cuando descubrimos que la Malinche fue La Gran Traidora del pueblo indígena, todos empezamos a molestarla al respecto y ella sucumbía ante la presión social.) Siendo sincera, creo que de no ser por ella, yo nunca hubiera andado por la zona. Pero ella era bastante aventada.

El primer recuerdo es sumamente doloroso. Ahí estamos, Malinche y yo, charlando con un niño de nuestro salón que a ambas nos gustaba (olvido su nombre, pero ahora es el exitoso chef de un delicioso restaurante en Tepic). Malinche le dice, sin sutilezas, que las dos queremos un beso suyo porque a las dos nos gusta y que él tiene que escoger la niña que le guste más porque sólo puede haber un beso porque sólo puede haber una enamorada porque a esa edad y en esa década del siglo XX, lo normal y lo deseable era la monogamia. Y el "muchacho", el que a los ocho años creía que era el amor de mi vida, dijo con palabras que se han quedado pegadas a mí por décadas "escojo a Malinche porque Sara es muy enojona". Yo era muy enojona. Pamplinas. Probablemente ese trauma terminó siendo decisivo a la hora en que decidí suprimir mis rabietas y sustituirlas por una falsa ecuanimidad. Y me quedé parada, viendo cómo se iban hacia el bambú para darse el dichoso beso.

El segundo recuerdo, creo, fue la venganza por el primero. La verdad es que la memoria me falla y ya no sé con precisión en qué orden o de qué modo sucedieron las cosas. Pero el asunto fue que un día Malinche me pidió que la acompañara al bambú porque quería hacer del baño. Quería hacer del dos. O dicho de otro modo más florido y menos eufemístico, quería cagar. Y yo, ingenua víctima de mis circunstancias, la acompañé. (¿Por qué no fue a los sanitarios del colegio? ¿Por qué quiso hacer en lo más salvaje de la escuela?) Se escondió detrás del bambú (probablemente en el sitio en el que con anterioridad había besado a mi "hombre") e hizo lo suyo. Yo, atónita y disimulada, la esperé con fingida calma. Al día siguiente, me parece, pedí prestadas sus tijeras para alguna labor escolar. (Ahora que lo pienso, no tengo una noción clara de en qué momento sucedió lo del beso y lo de la popó: ¿por qué estábamos sin supervisión?, ¿cuándo teníamos tiempo u oportunidad de hacer esas ilegalidades?) Se me olvidó regresárselas y se le olvidó pedírmelas y me las quedé. Y a la salida de la escuela, creo, estaba yo acompañada de otro grupo de amigas, y no sé si ellas o yo tuvimos la idea de cortar la materia fecal de Malinche con sus propias tijeras. Quizás no fue mi ocurrencia, pero sí fue resultado directo de haberles contado el chisme de la defecada de nuestra compañerita el día anterior. Total que fuimos, encontramos sus huellas malolientes, y las mutilamos con el filo de sus tijeras. Al día siguiente se las regresé, aún manchadas de su propio excremento, y me acuerdo con claridad que me dijo "¡ay!, ¿de qué se mancharían? A lo mejor es lodo". Quizás las limpió con sus dedos, o su uniforme, o una hoja de cuaderno. Ya no lo sé.

No hay comentarios: