martes, 24 de marzo de 2015

Vestidos para la mujer de hoy

Hay una diversidad en los vestidos quizás tan grande como las propias mujeres que los portan. Vestidos que cubren el tobillo o que con trabajos resguardan las nalgas; vestidos que muestran piel por delante, por detrás o por los lados; vestidos flojos y frescos y apretados, asfixiantes; vestidos elegantes que transforman a quienes los usan, y vestidos que mejor habría que heredar o abandonar.

Cada etapa histórica ha tenido sus propias particularidades en su entendimiento de la mujer, de la belleza y de la belleza de la mujer. Por lo tanto, ha sido distinta y distintiva la forma de percibir el vestir y los rituales que éste implica. Hay algunas imágenes muy claras en el imaginario colectivo: los famosísimos corsés en la época de los Luises en la Francia pre revolucionaria; las batas sueltas y largas que eran la moda en los años 20; el emblemático corte A de los vestidos de los cincuenta, ceñidos a la cintura y anchos en la cadera y los muslos.

En la segunda década del siglo XXI pareciera que todas las tendencias previas se han congregado en la actualidad y ahora, de algún modo, todos usamos un disfraz, unas prendas distintivas de una época y de un pensamiento: se pueden ver en la calle personas disfrazadas con ropa de los años '60, con minifalda y flores en el cabello, o de los '80, con colores estridentes y formas geométricas.

Sin embargo, algo en lo que he reparado en los últimos días es que con el paso de los tiempos, con la evolución en la oferta de ropa y en la dinámica de consumo, la integración de la mujer al campo laboral y el individualismo imperante, pareciera que en pleno 2015 los vestidos se han reducido a dos categorías principales. Por un lado, están aquellos que son fáciles de poner y no representan mayor inconveniente para una mujer en un día ordinario: se meten por la cabeza, se acomodan al cuerpo, y en algún sitio lateral se sube un cierre. Punto. Por otro lado, empero, se encuentran esos vestidos que parecieran requerir de la ayuda de alguien. No se sabe quién es ese alguien, pero debe ser un individuo con la capacidad motriz y emocional mínima para poder hacer el favor de subir un cierre, asegurar un broche o cerrar unos botones.

Me refiero a vestidos que tienen, por ejemplo, un cierre en la espalda particularmente largo, que va desde debajo de las nalgas hasta la altura del cuello. Por experiencia propia sé que es bastante complicado, en cierto punto de la anatomía trasera, maniobrar con unos brazos diseñados para operar por delante del cuerpo. Distintas figuras acrobáticas, accidentales, erráticas y frustrantes comienzan a tomar lugar con la necesidad de seguir subiendo el cierre, ahora atorado en tierra de nadie, entre vértebras y discos cuyo nombre nadie conoce.

En el siglo XVIII, siendo de la nobleza, se daba por sentado que habría un séquito de ayudantes listo todas las mañanas para la titánica tarea de apretar un corset en el cuerpo de una dama. No obstante, en estos tiempos de acelere, de soledad, de estrés y de enajenación: ¿quién puede asegurar que recibirá ayuda para vestirse al comienzo de un día, o a la hora que sea? Quizás la industria de la moda debería de incluir en las etiquetas de sus prendas una pequeña leyenda que indique el grado de factibilidad o de dificultad para vestirse una sola. O tal vez en un futuro desaparezcan botones, listones, cierres y broches: todo se simplificará para la mujer de hoy.

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