viernes, 2 de octubre de 2009

Ni siquiera debería estar escribiendo estos random thoughts porque tengo mucho quehacer.

Últimamente me había sentido mal, muy mal, porque (no sé por qué razón) he estado recordando todas las cosas que yo NO quería ser en la secundaria (la verdad es que no me acuerdo muy bien de qué sí quería ser) y vengo a darme cuenta que varias de ellas son lo que me conforman hoy en día. Yo tenía muy claro, en aquellos ayeres, que yo: era feminista, nunca me casaría, nunca tendría hijos, nunca me maquillaría, nunca perdería mi amor por la naturaleza, y por último, que sería una ciudadana de acciones políticas radicales. Así.

Pues resulta que el martes, en mi clase de Literatura Latinoamericana Contemporánea, nos pusieron a ver la película La Misión, que habla sobre la colonización por parte de los jesuitas de una pequeña comunidad guaraní instalada en la selva. El final de la película está triste, muchachos, pa' qué es más que la verdá. Pero a mí no sólo me pareció triste, sino devastante. Me partió el alma saber que ese final no retrata el final de aquel suceso sino la cotidianidad de varias comunidades indígenas en nuestro país: la muerte y el saqueo no son un tema para lamentar en una película sino en el día a día.

En fin, tenía yo unas ganas inmensas de llorar. INMENSAS. ¿Y saben qué? No lo hice. ¿Y quieren saber por qué? Porque los días que duermo poco me pongo rimel para que los ojos se me vean más despiertos de lo que en realidad estoy; ese rimel es especial porque tiene una capa que permite que se caiga más rápido y así facilitar la tarea de desmaquillarse. Y sé, sé perfectamente que si lloro se hace un chorreadero de pintura negra en mi cara. Así que me tragué, enteritas, mis lágrimas, por la sencilla razón de estar maquillada y no querer arruinarlo.

Significó el apocalipsis, la muerte de un pedacito dentro de mí, el símbolo del más terrible cambio y de la más lamentable decadencia. El sistema me ha succionado. Ahora me maquillo y quiero casarme (por el civil nomás, no me he vuelto taan loca) y quiero tener hijitos a quien amar y soy una ciudadana mediocre más y cuando me enojo muy fuerte con alguna mujer (normalmente una maestra) le digo "pinche vieja" en mis pensamientos. Soy un asco. Y tengo mucho recelos ante la nueva yo. Es (soy) de poco fiar. Snif, what the fuck have I become?

Anyways...

Otra cosa. Por favor, escuchen. Escuchen a sus papás, a sus hermanos, a sus novi@s, a sus alumnos, a su vecino. No quiero decir que lleguen y les digan "¡hola, prójimo, cómo estás, cuéntame tus penas, nada me causaría más gozo que poder escucharte!" sino que a la hora de entablar una conversación, le dejen su espacio para explayarse a la otra persona. Es HORRIBLE sentir que tienes una oportunidad de habla que en cualquier momento inesperado puede terminar bruscamente. Sufres, porque quieres decir todo rápido para alcanzar a terminar; te frustras porque no has terminado de formular tu idea y ya creen comprenderte o estar en desacuerdo contigo; te amargas porque hablar con los demás es una forma de autoescucharnos, y si no nos permiten una mínima concesión de tiempo, pierdes la posibilidad de formular y plantear tus ideas, y quedamos trabados, estancados, como un disco rayado que ya no reproduce la canción, sólo un ruido raro sobre esa hendidura en el CD, sobre esa herida en nuestra capacidad de expresión.

Tengo una maestra que nos da una clase muy peculiar (porque es de mucho pensar y de "intelectualizar" las emociones) y siempre nos interroga sobre nuestros motivos, y siempre nos interrumpe. Imagínenlo un segundo, por favor. Te hace preguntas al estilo de ¿y cuál es tu finalidad última con este producto, cuál es tu hipótesis? Y claro, como tú eres un alumno más y no Alá todopoderoso, recién te planteas la pregunta Y la respuesta, y cuando empiezas a articular tu primer tentativa de respuesta, PLAZ, va y se te encima y no te deja pensar ni dejar claro tu punto y de ahí la conversación gira en torno a la mala respuesta que diste porque no te dejaron terminar, y cuando quieres aclarar que eso no era lo que tú querías decir te vuelven a interrumpir y la conversación se vuelve un absurdo donde cada vez te arrinconan más en tu nicho de incomprensión y aislamiento.

Oh Dios, extraño a mi novio. Al principio chillé como Magdalena toda la semana; después experimenté una tristeza constante pero que me permitía continuar con mis actividades; después me hice a la idea y disfruté a mis amigos y mi enfermedad (otro post después) y mis cosas por hacer; ahora me doy cuenta que estoy bien sin él pero que mi parte más vulnerable y más atesorada se siente desesperada sin él. Conclusión: el tedio, las pequeñas alegrías, los quehaceres cotidianos, las actividades de ocio interesantes pueden ser vividas y disfrutadas sin él; en cambio, los momentos donde siento esa necesidad de profunda entrega, donde el mundo parece quedar reducido a mi sola existencia, son casi insufribles sin él. Sigue siendo, mi querido güero, el silencio explayado sobre mi vida que intento disimular con muchos ruiditos.

1 comentario:

Zabioloco dijo...

Pues este es el post que mas me ha gustado de todo esos que escribes...

La misiòn, es buenìsima
y la canciòn de Gabriel oboe de Ennio morricone le pone un toque de justa dulzura a tanto pan...

Qur chilo que extrañas al vato, yo ahorita estoy mi susodicha, ella està muy jetona...

O sea que estoy en guanatos por si nos queremos saludar.

Sino pues saludote Citrus Punch