lunes, 23 de febrero de 2015

Popó de pájaro

Cerca de mi casa hay un bambú enorme que forma parte del jardín, también enorme, de una casa habitada por un inglés. La residencia, que incluye las áreas al aire libre y las techadas, se extiende a lo largo de tres lotes. Una familia afortunada.

Sin embargo, a pesar de que a veces experimento un ligero, un efímero sentimiento de envidia hacia los dueños y los habitantes, lo que más siento es admiración y gratitud. En ese bambú se reúnen decenas de pájaros todos los días, al amanecer y al atardecer, a cantar con estridencia, formando una sinfonía animal muy bella.

De este modo, pues, la admiración proviene de la inteligencia de haber destinado una superficie tan grande para las áreas verdes, que son un placer para todos los peatones y vecinos, puesto que tienen árboles, plantas y flores de una belleza inadjetivable.

La gratitud, por otro lado, viene de que gracias a ese bambú, las aves tienen un sitio de encuentro y un espacio para pasar la noche, y cada nuevo día y cada nueva noche ameritan una canción que todos disfrutamos: el canto alegre, y jovial de todas ellas. En las mañanas, en la meditación que procede al despertar, mi marido y yo nos regocijamos con su algarabía, que a la vez nos contagia a nosotros de vitalidad para el día.

Hoy, después de pasear a nuestro perro por el parque, nos dimos cuenta de que ya estaban en su fiesta vespertina, la que antecede a la oscuridad y el silencio, y decidimos acercarnos al bambú con nuestro golden retriever, para ver si esta vez, como la vez pasada que hicimos lo mismo, los pájaros guardarían silencio, cautelosos ante la llegada de tres desconocidos, posibles enemigos.

Resultó que no: continuaron en lo suyo. Y ahí parada, abajo de esa planta china de varios metros de altura, contemplé la posibilidad de que uno de aquellos animalitos hiciera del baño justo en aquel momento, de tal suerte que el excremento aterrizara sobre mi cabeza. "Para algunos sería muy mala suerte", pensé, "y otros lo consideran como una bendición o como un buen augurio". Y estas reflexiones me llevaron a pensar en mi propia relación con Dios.

Cuando era adolescente y también durante la universidad, me parecía ridícula e insensata la gente que se entregaba a la fe divina. Era muy dura respecto a las creencias religiosas o espirituales. ¿Cómo es posible que haya una fuerza sobrenatural, un responsable detrás de tantas desgracias, un creador de esta complejidad? O sea, yo hubiera interpretado la defecación como simple y pura mala fortuna.

Sin embargo, conforme he crecido y madurado, her llegado al entendimiento del corazón como ente distinto -y superior- a la cabeza, y con ello, a la comprensión de que Dios es Amor, con todas sus implicaciones. Es decir, ahora me parecería que la deyección es un saludo divino, irreverente y burlón.

Como quiera que sea, independientemente de que creamos en la existencia o no de un dios, es mejor para la salud y el ánimo tomarse la mierda de la vida con la mejor actitud posible.

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