martes, 17 de febrero de 2015

Líneas de género ambiguo o Dormilona

En la entrada de ayer, hablaba acerca del tiempo en que me acerqué al budismo para encontrar sabiduría y consuelo, para la nueva etapa en mi vida y para la pérdida de mi padre, respectivamente. En ese curso, llamado "Nuestras emociones: un camino de transformación", aprendí, entre otras cosas, que los seres humanos somos muy propensos a asignar etiquetas para nosotros mismos, para quienes nos rodean y para el mundo animal, vegetal e inanimado también. No se diga los escritores.

Todas estas etiquetas son falsas, dicen los religiosos de Oriente. Las cosas, las personas, los acontecimientos, los seres, simplemente somos. Cambiantes. Multifacéticos. Inaprehensibles. Subjetivos. Quizás en un momento seremos malo y en otro bueno y en otro ambos simultáneamente. O en una racha de nuestra vida seremos nerviosos y en otra intrépidos. O para una actividad somos disciplinados y para otra vagos.

Para cada módulo o temática nos pedían ver un video de una hora de duración, con lecciones y reflexiones sobre el tema en turno, hacer una lectura para profundizar o reafirmar lo aprendido en el video y una hoja de ejercicios para aterrizar la teoría a nuestra resbaladiza realidad. En el ejercicio para las etiquetas, recuerdo, nos pedían hacer una lista de etiquetas positivas y otra de negativas que consideráramos propias de nuestra persona.

En la lista de las negativas, me parece (porque, cambiando la perspectiva, puede ser algo positivo), agregué la palabra "dormilona". Efectivamente, estoy en la creencia de que duermo mucho. Quizás demasiado. Sobre todo si me comparo con mis papás o mi marido. Si por mí fuera, dormiría diez o doce horas diarias. Es cierto que mientras más duermo más modorra permanezco durante el resto del día, pero también es verdad que si duermo seis u ocho horas suelo sentirme cansada casi siempre. Así que la línea de equilibrio está en algún lugar en medio: dormir algunos días diez horas y otros ocho, o dormir menos y tomar más siesta, o dormir más pero activarme más de forma física.

Quizás si el mundo estuviera menos inclinado hacia la productividad y más hacia la contemplación, el descanso o la reflexión, no sentiría ningún sentimiento de culpa o vergüenza. O tal vez si en mi entorno lo normal fuera permanecer en cama por prolongadas horas. Pero nos comparamos (y nos etiquetamos, cómo no) en relación con la sociedad en la que nos encontramos, y a partir de ella encontramos un punto de referencia, un saber si vamos "bien" o "mal".

Y todo esto lo escribo únicamente por ser fiel a mi propósito de escribir diario: no se me ocurría nada de qué redactar, la inmensa y deliciosa tentación de coger el libro que yace a mi lado (sobre el que hablaba ayer) es mucho mayor que la de formular mis propias frases y además, estoy sentada sobre mi cama, infinitamente cómoda. He ahí el origen detrás de este pequeño ensayo. Por cierto, voy a trabajar en producir ensayos más largos, más complejos, más profundos, más arriesgados, más enriquecedores. Aún no dictamino si eso implicará escribir menos entradas en este blog pero de mayor calidad, o hacer una mezcla de ambas: los apuntes cotidianos de cierto valor y jocosidad, más uno o dos textos semanales de mayor peso y calidad.

En fin, aquí se acaban estas líneas de género ambiguo.

No hay comentarios: