lunes, 2 de noviembre de 2009

Llevabas media hora gritando y el sentido de las cosas se había desprendido como la pintura de las paredes. Todo en nosotros estaba agotado y extenuado.
Convertí en puño la mano izquierda, que sujetaba las rosas que recién había cortado, y fue como si les exprimiera el color, porque comenzaron a precipitarse sobre el suelo sus lágrimas rojas.
En la derecha llevaba las tijeras de jardinería, obedientes. Miré las caries que se asomaban por tu boca excesivamente abierta y que le daban un toque de villano pulcro a las gesticulaciones rotas de tu cara. Confirmé mis deseos de saltar al segundo siguiente y dejé caer las flores, lentamente. Casi no te diste cuenta.
Cómo te cambió la expresión facial cuando me corté el primer mechón y el cabelló cayó al suelo despacito, como no queriendo caer, espantado por el desamparo.
Ahora sí me iba a tomar mi tiempo y poco a poco lo corté todo. Comencé a sentir la cabeza ligera y entonces todo era más claro y mi frente más alta. Me desprendí de las humillaciones y los gritos, de la pena y la cautela. Luego, llegó tu turno.

Fue buena idea. En la celda hace calor (incluso en las noches tranquilas cuando sueño con mis tijeras que engullen tus latidos) y sufro menos que el resto de las presas.

1 comentario:

Adris dijo...

chale. no sé de que hablas... pero la imagen de la tipa cortándose ella misma el pelo me encanta. Siempre he querido hacer eso!!!