martes, 10 de noviembre de 2009

La desgracia de los cronopios y los famas

En su libro, Historias de cronopios y de famas, Cortázar hace una distinción entre tres "razas" humanas: los cronopios, los esperanzas y los famas. Los primeros son seres espontáneos, despreocupados, con intereses pueriles, egoístas por naturaleza, creativos. Los famas son todos los que procuran un orden, una lógica en las cosas y normalmente tienen empresas. Los esperanzas son los seres grises a los que no les interesa especialmente nada, casi todo les disgusta y sólo siguen la corriente.

Pues bueno, me encomendaron leerlo para la clase de Literatura latinoamericana contemporánea y me dio mucho gusto que me dejaran esta tarea, porque desde el primer semestre en la Universidad una profesora me llamó cronopia, y nunca me quiso decir por qué. Me contestó: lee el libro de Cortázar. Y si bien el interés estaba ahí, nunca me había llamado demasiado esa etiqueta que alguna vez me colgaron.

Mientras leía, me di cuenta que Cortázar acentúa la cualidad (y la calidad) de ser cronopio. El absurdo de las historias cortazarianas acentúa el de las lógicas de existencia de las personas más controladoras (los famas), que no le encuentran sentido a pasarse horas sin hacer nada, o la de todos aquellos que van por la vida como si tuvieran más de una (los esperanzas). Así pues, encontré más amable acomodarme entre los cronopios: me gusta pensar de mí misma que vivo mi vida "al máximo", que soy relajada, que tengo buena onda. Pero así como me topé con esta idea, me topé con otra: seguro que todos en clase van a querer declararse cronopios. Porque, claro, ¿quién querría verse abiertamente reflejado en un ser tan despreciable como un fama o un esperanza? Y yo, claro, no creo ni que la mitad de los de mi clase sean cronopios, así que preferí concluir, momentáneamente, que yo tampoco lo era.

La lectura siguió y los tres tipos de personajes se iban desnudando sobre las páginas impresas, adquiriendo más nitidez. Entonces me di cuenta. En este pequeño mundo de Cortázar las cosas son tan fáciles como poder catalogarnos en tres distintos y no ser como los otros sino solamente como uno mismo. Pero en nuestro gran mundo complejo, rara vez es así. Qué horrible tendría que ser convivir con gente a la que no le apasiona nada, o con humanos que sólo se preocupen por quitar el polvo, o con personas a las que nada les inquieta y viven al vuelo. En qué aburrimiento caería la humanidad entera si de antemano pudiéramos etiquetar a todos y no tener nunca la posibilidad de romper esos prejuicios/estereotipos.

Yo, si quieren saberlo, soy mucho de cronopia, demasiado de esperanza y bastante de fama. Sólo así se explica que mi habitación es un desorden, me da flojera arreglarla, pero sé dónde está todo (y esto no es casualidad).

En clase, como había previsto, todos se declararon como cronopios, y los que no lo hicieron afirmaron que encontraban más divertido este tipo de existencia y que no les desagradaría ser cronopios o conocer y amar cronopios. La desgracia (o el milagro) reside en que no estamos en estado puro. Todos somos un poco de cada cual, aunque en distintas proporciones. Qué lástima que por ego, nos coleguemos tan campantemente unas cuantas palabritas clasificadoras. Y es que, en estos tiempos, ser distinto y ser auténtico son dos bienes que están a la alza. Pero eso es tema para otro post.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los cronopios son inmunes a la tranza y
la mordida.
Prefieren un cielo azul a un cinco estrellas,
cuerito que maciza,
una lengua de Borges que unos labios de Channel.

Zabioloco dijo...

la desagracia o el milagrín...


jajaja, estuvo rebueno