miércoles, 25 de noviembre de 2009

Acto I (aunque no en orden cronológico) de la Tragedia de la familia que habita en Cerezos #6

Todo se agravó con la discusión que habían tenido la noche anterior.

Ella estaba pensando, a las 6 de la tarde mientras lavaba los trastes sucios que habían dejado los niños y ella (sobretodo los niños, ella cada vez comía menos) a la hora de la comida (cada vez le daba más pereza lavarlos) en la casualidad que encontraba en el hecho de que, en inglés, rimaran los verbos "tocar" y "juzgar". "Todos creen que por tocarte se hacen del derecho a juzgarte", concluyó ella.

Él, como siempre, volvía del trabajo con ganas de olvidarse de todo, incluido él mismo. El problema estaba en que él era un hombre de bien en esta sociedad del bien-estar y su obligación era llegar a jugar con sus hijos, hablar con su mujer, cenar rico, informarse debidamente en los noticieros de la noche de la señal abierta y dormir cuantas horas pudiera. Así que cuando lo único que quería era huir, vaciarse de sí mismo, la realidad corría a la puerta de entrada y se le estampaba en la cara. La casa hecha un desastre.

-Vamos a tener que contratar otra sirvienta. Ésta le pegó a Adriancito, y la muy cínica no se acomidió a limpiar el desmadre que yo hice pero que ella causó por hacerme enojar así.

(Lorena era hija de un antropólogo salvadoreño exiliado en México y una pintora francesa que se habían conocido mariguanos en la Pirámide del Sol. Lorena había leído mucho toda su vida, hasta que se casó, y estudió Relaciones Internacionales porque creía, en ese entonces, que el mundo tenía la posibilidad de ser mejor. Pero fue víctima de las circunstancias ajenas a su poder, como todo mundo: era rubia y de cuerpo atlético, y además sus padres decidieron inscribirla desde la primaria hasta la universidad en escuelas privadas, donde pudiera recibir una buena educación, decían ellos. Lorena terminó casada con un riquito de mucha simpatía y grandes ambiciones. Financieras, sobretodo.)

-Me vale madre -contestó Raúl, perdida la capacidad de interesarse por nada.

-Qué bueno. De veras, te lo digo de veras. A veces lo único, o lo mejor, que uno puede hacer es que todo le valga madre. Mira, por ejemplo, tú a mí, me vales madre. Y mira mi salud mental. Impecable.

Raúl contestó con ojos incrédulos y ligeramente asustados y una sonrisa condescendiente, sarcástica, sórdida, socarrona. Con una sonrisa hija de puta.

-Pero más credibilidad tienen los actos que las palabras, ¿verdad, Raulito?

-Sí, Lorenita. Sigue lavando; calladita te ves más bonita.

Lorena le lanzó el plato enjabonado que se disponía a enjuagar y voló de la cocina a la sala como una estrella fugaz demasiado mundana para ser hermosa. Se estrelló en la televisión de plasma.

-Me sigue valiendo madre, Lorenita.

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