martes, 8 de septiembre de 2009

2:00 am

Arturo trabajaba vigilando el estacionamiento de la tienda por las noches. Normalmente lo hubiera hecho su papá, pero la enfermedad lo tenía incapacitado y de alguna forma tenía que seguir entrando el dinero a la casa.
Su horario era de nueve de la noche a seis de la mañana. La hora extra de todos los días se la pagaban en quince pesos, que sistemáticamente gastaba en El Libro Vaquero, para llegar a casa y masturbarse antes de dormir. No se masturbaba pensando en las ilustraciones del libro, sino en Cintia.
Cintia pasaba todos los días a las dos de la mañana, trepada sobre unos tacones colosales y escondida debajo de una chamarra tres tallas más grande de lo necesario.
Arturo pasaba las horas semidormido, escuchando a los gatos pelearse por la comida y por las hembras y escuchando, también, a los hombres pelearse casi por las mismas razones. El ruido de la ciudad a lo lejos, algunos conductores gritando con el claxon, la luna muy calladita. Y a las dos de la mañana los tacones de Cintia, que pasaba sola todos los días, con su maquillaje excedido y su edad insuficiente. Arturo nomás la veía, lleno de curiosidad en la mirada y de palpitaciones en el pecho, traducidas en erección.
Ninguno trabajaba por gusto ni se daba gustos con el dinero que ganaba: mantener una familia, pasar hambres, pasar sueños, sufrir de soledad.
Arturo pensaba, antes de quedarse dormido, cómo hablarle, cómo acercarse. Siempre se dormía sin solución.
Había clientes más abusivos que otros y uno se permitió el lujo de venirse en su boca. Precisamente era un cliente amigo del dueño y aunque ya había terminado su hora de trabajo tuvo que decir que sí. No le pagaron por ese servicio. Se metió un chicle de menta a la boca y se largó, sin fuerzas siquiera para enojarse, nomás con la poquita dignidad que le bastaba para sentir impotencia.
Ese día se dieron las dos y Arturo sintió sincera preocupación. No, más bien, una profunda tristeza. Media hora después los tacones.
Oye, ¿me regalas un chicle? le lanzó Arturo con voz atropellada, tratando de alcanzarle el ritmo a esas piernas apuradas. Cintia se detuvo en seco, lo miró a los ojos detenidamente, como si disfrutara con la exasperación que le provocaba la situación, y se metió la mano a la bolsa derecha de la chamarra. Arturo se acercó. Ten. Y en ese instante le vio las manos, delgadas y blancas, y las uñas, largas, postizas, llenas de colores y cosas brillantes. Tan pronto como estuvieron al alcance de su vista dejaron de estarlo y el taconeo de Cintia se fue con ella, a maldormir.
El cliente desconsiderado volvió al día siguiente, diez minutos después de que Cintia se había ido. El dueño, el amigo, le dio la dirección de su carne más fresca. Bueno, compadre, no hay tiempo qué perder. Risas estridentes, fingidas.
Arturo, encendida la alarma de su reloj de muñeca puesta cinco minutos antes de las dos, ya se despabilaba, para verla pasar. Estaba precisamente en eso, levantando con la emoción sus párpados pesados, cuando oyó el ruido de una moto, un intercambio de palabras que se fueron convirtiendo en gritos y un leve grito de mujer, evidentemente sofocado. Arturo se inquietó pero creyó que era otra escena cotidiana, como las de casi diario. La motó arrancó y se fue. El miedo y el aburrimiento, encontrados en esta ocasión, lo arrancaron de su asiento. A cincuenta metros no había absolutamente nada más que una uña larga, postiza, llena de colores y cosas brillantes. Arturo la tomó, la observó y la sostuvo mientras lloraba masturbándose.

7 comentarios:

Zabioloco dijo...

pácatelas...


muy bien, que chilo

Unknown dijo...

verch, me imaginé clarita clarita la uña : corada con rojo y rosita y con peidritas y de esas que se perforan en la punta para colgarse algo...

Love it!

alter-ego dijo...

Ay dios!
Love U mandarina!

alejandro dijo...

no manches ovación de piee, y la perrada gritandoo mandarinaaaa te quedo de no mammes, me imagine ella con una chamarra tipo michelin roja como la que tengo las uñas rosas, con pedreria de cristalitos mensos y en una una rosa no mamemes, no no k decir

Micro dijo...

muy bien!

se recreó(recreaste) la escena perfectamente en mi inconsciente.

Aunque no sé qué tan exacto sea masturbarse leyendo el libro vaquero. Digo, en mi pubertad, si tenía el libro vaquero, y al lado el de chafiretes, el que provocaba más erecciones era el segundo.

Con esto dicho, buscaré en youporn algo ad hoc.

flap flap.

el ishmail dijo...

Uaaaau, me ha encantado. Bravo. ¿Cómo sale eso de tu cabeza? Me has removido el engranaje, me dejó un sin sabor chilo.

Anónimo dijo...

Wow!!
perro cuento!!
Súper !!
Felicidades .
Y ágata cuando?