jueves, 30 de julio de 2015

El paso del tiempo o Un año más

Ya les he contado, en este mismo blog, que uno de mis mayores temores es enfermar de la cabeza. Volverme loca o sufrir una enfermedad que deteriore mis capacidades mentales. A veces este miedo se apersona en días insospechados, se pone de pie frente a mí y me mira directo a los ojos, con una mirada incómoda e intimidante. Por ejemplo, cuando me cuentan algo en lo que yo estuve involucrada y no puedo recordarlo. En absoluto. Como si fuera una mentira. Como si estuvieran errando la interlocutora. (A veces sí pasa esto: la gente me dice: ¿recuerdas tal cosa? y en realidad no lo vivieron conmigo, sino con alguien más, y es un alivio que eventualmente reconozcan que son ellos quienes están en un error y no soy yo quien está un paso más cerca del Alzheimer.) Otras veces yo juro que algo sucedió de cierto modo: que pronuncié una palabra determinada y no otra; que hice esto y no aquello; que vestí aquel vestido y no ese... Y la retroalimentación que recibo contradice mi creencia.

Y todo esto lo traigo a colación porque juro (JURO) que el año pasado escribí una entrada en esta bitácora acerca de comprometerme a escribir todos los días durante un año (y ahora no la encuentro). Lo hice porque me daba terror llegar a cierta edad (los 30, digamos, que es un cambio de década) y tener la ominosa sensación de no haber logrado nada en mi vida. Es un miedo absurdo, ya lo sé. He logrado cosas, ya lo sé. Pero nunca se puede ser demasiado precavida. (No crean esto último: es simplemente una forma de disfrazar mi autoexigencia.) Así que me propuse, durante mi año de edad número 26, escribir una cantidad de textos suficientes para conformar un libro.

Pues bien, caí corta. Escribí, contando ésta y si mis precarias matemáticas son correctas, 153 entradas. Menos de la mitad de los días que tiene un año. Y ya estaba pensando yo que eran pésimas noticias, cuando de pronto le conté a mi esposo (estoy tratando de usar más la palabra "esposo" que "marido", que no sé por qué me parece más cómoda y natural: se ha vuelto mi zona de confort) y se puso feliz de saber que había logrado tanto. Y sí: entonces vi el vaso medio lleno. A veces, muy seguido, tengo la sensación de que esa es mi política de vida (y me causa un hondo pesar): hacer las cosas muy bien, pero nunca perfectas; ser de las mejores, pero nunca la mejor. "Escribir 153 entradas es mejor que no escribir nada", podrán pensar. ¡Por supuesto! Pero también es una gran mierda comparado con la meta: 365 entradas. Siempre hago las cosas, pero con frecuencia de modo mediocre, sin explotar mi máximo potencial. ¿Auto sabotaje? Lo más probable. En vez de comprometerme de lleno, me distraigo con placeres y tentaciones, convenciéndome de que son normales e incluso saludables y necesarios. Si invirtiera todo lo que tengo en algo, brillaría como el Sol. Cuando invierta todo lo que tengo en algo, brillaré como el Sol.

Así que de algún modo quiero que éste sea el texto en el que cierro ese círculo de un año. Puede ser que para el año que venga gane una beca del FONCA y escriba un libro de ensayos sobre la muerte de mi padre, o que autopublique una edición digital de los mejores textos de esta bitácora y lo ponga a la venta por una simbólica suma, o que continúa con este blog pero con ensayos que llamo "másters", y que son más largos, más profundos, más críticos y más trabajados, o que experimente y le dé otra cara a esta página: quizás la convierta en un blog de moda, en el que suba mis atuendos una o varias veces a la semana (sí, es cierto, me en-can-ta la moda y creo que por fin tengo las agallas para publicar mi imagen al mundo. Estoy harta de ver flacas y güeras por todos putos lados: yo no soy así y soy hermosa también). No sé aún qué me depare la vida. Sé que ya conseguí un puesto laboral con ningún apoyo más que mi propio esfuerzo, y que es en el área en que estudié la maestría. Sé que quiero un bebé.Y sé poco más.

Pero volviendo a lo que nos atañe: este texto, que ya de por sí se está alargando, es sobre el paso del tiempo. Ese tema tan concurrido e incluso trillado, pero que me sigue resultando un gran misterio. Veía en la revista Magis un fotoreportaje que publicaron sobre los 70 años de la liberación de los prisioneros del campo de concentración de Auschwitz (que de hecho pueden ver aquí). Todos los que aparecen en los retratos eran niños, adolescentes o jóvenes cuando fueron privados de su libertad. Algunos muestran fotos de sí mismos hace siete décadas. Es imposible reconocerlos, saber que el retratado y el meta-retratado son la misma persona. Y ahora son viejos. ¿Qué quiere decir ser viejo? ¿Cómo sucede eso?

Ahora que lo pienso resulta muy conveniente cerrar un ciclo temporal hablando del paso del tiempo. Les puedo decir que este año se sucedió como agua, y que recuerdo como si fuera ayer cuando escribía en mi laptop afuera de mi habitación muy noche ya acerca del día de mi cumpleaños 26 en la Laguna de Santa María del Oro. Pero no lo haré. Ya lo saben. Ya lo han oído. Ya no significa nada. Lo que sí les voy a decir es que por todos lados me topo con este tema de crecer, o en concreto, envejecer. Será que tengo la cabeza puesta en ello. Desde siempre me he sentido una vieja prematura. Malvina, una buena amiga, me decía que tengo un alma anciana. ¿Cómo es que el tiempo se va tan rápido? ¿En qué momento salen las arrugas, los malos olores, las canas, las manchas? ¿Por qué la piel de las manos se vuelve tan insólitamente delgada? ¿Por qué crecen la nariz y las orejas, y los párpados se echan encima de los ojos, y los músculos van cayendo rendidos en la batalla contra la gravedad y el espinazo parece doblarse en reverencia? ¿Me pareceré a mí misma cuando envejezca? Digamos, como Meryl Streep, que a leguas se nota que es la misma mujer a través de las décadas. ¿O pasaré a ser una extraña irreconocible? ¿Seré una vieja bella? ¿De qué dependerá eso? ¿Seré fuerte, sana, atlética, independiente, elástica? ¿Seré gorda, lenta, débil, patética, rígida?

El día del velorio del vecino, de quien me despedí con estas palabras, mi esposo y yo pudimos ver un periódico en el que conmemoraban la vida y obra del señor, de gran relevancia para Puerto Vallarta. En ese homenaje incluyeron algunas fotografías tomadas a lo largo de su vida, donde aparece de distintas edades y con diferentes cortes de cabello, lentes y silueta. Me parecía imposible que fuera la misma persona. ¡Sobre todo, que fuera la misma persona que se había sentado en mi sala a charlar! ¿Quién es ese joven?, pensé. No lo conozco. ¿Es posible que mi vecino haya tenido adolescencia, hormonas, temores, energía vital? ¿Es posible que yo vaya a perder los míos?

Veíamos hace poco la secuela de la película Hotel Marigold. Ya saben: todos son ancianos, están (aún) en búsqueda de la felicidad y sus aventuras son tiernas y cómicas. Y al mismo tiempo que entendí profundamente y me identifiqué con muchos de ellos, no podía comprender cómo habían llegado allí, qué tantas vidas habían vivido y cómo era posible que después de lustros y décadas, un ser humano pudiera seguir no sólo existiendo, sino reinventándose.

Espero envejecer (creo). Espero reinventarme. Y espero que me sigan acompañando en los años que vienen. ¡Gracias por un año (¿qué es eso?) en tan buena compañía!

No hay comentarios: