miércoles, 5 de agosto de 2015

El paso del tiempo II

Creo que detrás del asombro que me causa el paso del tiempo o de mi obstinación en no comprenderlo, está el terror de que en realidad lo comprendo muy bien. Me causa pavor darme cuenta de cuánto he cambiado con el transcurrir de los meses y de los años. Me atemora bastante verme convertida en alguien diferente, y no reconocer a las Saras que me antecedieron, o, si me posiciono desde la óptica de una Sara del pasado, desconocer a la que soy ahora. A veces quisiera reprocharle a la Sara de hace cinco años que haya permitido que eso pasara. Y a veces la Sara de hace diez años me interroga, juzgándome, respecto a mi vida y mis decisiones. ¿Cómo ha pasado esto?

Quizás lo que subyace es el deseo de control. No puedo controlar todos los cambios que se suceden en mí, física o mentalmente. También me causa cierta irritación que al recordar algunos episodios en particular, o ciertos rasgos que me caracterizaban en el pasado, siento vergüenza. Me desagrada bastante toparme con un recuerdo en el que me siento inferior, derrotada, incapaz, aislada. Llevo varias horas recordando un suceso en mi historia personal, y en él estoy atemorizada, insegura, complaciente y frustrada. Y el día de hoy, a la distancia, observo el recuerdo como si fuera un árbol en particular en medio de la selva que es mi memoria. No sé por qué, hoy me he detenido en contemplar a éste en especial (bueno, sí sé por qué, pero no es importante). Y pareciera que lo que siento es vértigo entre el espacio que hay entre ese árbolrecuerdo y mi realidad actual.

Ya no soy esa Sara. ¿Cuán inaudita es esa declaración? ¡Y lo tremendo de esto es que la gente que conoció a aquella persona puede dar testimonio de que ha desaparecido, de que se ha transfigurado en este nuevo sujeto! "Estás irreconocible", dice alguna gente cuando uno se cambia el look o los gestos y los modos. Pero me pregunto: ¿es un reconocimiento, lo que opera? ¿O es un re-conocimiento? No se puede reconocer porque ya es otro, y requiere ser conocido de nueva cuenta, como si fuera la primera vez.

Aunque quizás no sea enteramente así. Quizás haya rasgos que se mantengan y que permitan traer a los conocidos en un viaje en el tiempo entre aquella persona del pasado y ésta del presente. Como si fueran un puente: me conociste hace quince años, y el ruido de mi risa o los movimientos de mis manos te permitirán recorrer esos tres lustros hasta el día de hoy, en que ya no soy la misma.

A veces también me causa estupor la idea de que el ser humano es un ente que está en constante cambio. En todos los sentidos. El pelo, la piel, los órganos, los gustos, los conocimientos, las reacciones. Somos de plastilina. ¿Qué es lo que nos moldea? ¿Y cómo es que nuestra alma, nuestro espíritu, es también de plastilina? A fin de cuentas la primera definición que ofrece la Real Academia Española de la Lengua para "reconocer" es: "examinar con cuidado algo o a alguien para enterarse de su identidad, naturaleza y circunstancias". Supongo que eso es lo que me ha pasado hoy. Debido a que yo estoy conmigo todo el tiempo, estoy enterada de y acostumbrada a las transformaciones que he vivido. Pero hoy me topé, en una calle en mi cabeza, a una vieja conocida que no se había enterado de todas las modificaciones y se sorprendió al reconocerme. Y del mismo modo, el día de hoy, la Sara que soy en la actualidad, siente aprehensión porque sabe que no sabe quién seré; sabe que tendrá que reconocerme en unos años; sabe que morirá.

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